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Tambalearon imperios, atravesaron la política y escandalizaron al pueblo. Las renuncias por amor en las familias reales son moneda corriente aún en nuestros días.
De Eduardo VIII de Gran Bretaña y Wallis Simpson, a mediados del siglo XX, a la princesa Ayako de Japón, en este nuevo milenio. Pasando, además, por Sigvarg de Suecia y Friso de Holanda. Hombres y mujeres que desistieron al trono, los títulos y privilegios que heredaron al nacer por un amor incompatible con la realeza que encarnan.
Eduardo VIII de Inglaterra y Wallis Simpson, el rey que no fue
Son el ícono de las renuncias al trono por amor. Sin embargo, aquello que los unía era mucho más intrincado que una relación sentimental. Dominación, lujuria y tiranía son algunos de los adjetivos que hoy -y entonces- definen al vínculo entre la socialité norteamericana y el heredero al trono británico.
David de la casa Windsor de Inglaterra -tal su nombre original- creció como el primer hijo del rey Jorge V y estaba destinado a sucederlo. Mientras su padre agonizaba, él ya salía con la estadounidense Wallis Warfield -tal su apellido de soltera- que había nacido en Pensilvania y estaba todavía casada en segundas nupcias con Ernest Simpson, de quien adoptaría el apellido. Ni la familia real, ni el Parlamento británico veía con buenos ojos aquella relación de David con una mujer que, además de todo, hacía gala de un estilo de vida muy particular.
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Al morir su padre, en enero de 1936, el príncipe asumió el trono como Eduardo VIII pero renunció diez meses después y antes de ser coronado, tras recibir una carta del secretario de la Casa Real, en la que le confirmaba el Parlamento no aceptaría su casamiento con Simpson. “Quiero que sepan que jamás olvido mi país, ni este Imperio que como príncipe de Gales y como rey serví fielmente. Tienen que creerme cuando les digo que sin la ayuda y el apoyo de la mujer que amo me resultaría imposible cumplir con mis deberes de rey”, aseguró Eduardo VIII en su discurso de abdicación, el 11 de diciembre del mismo año.
“¡Maldito imbécil!!”, dicen que le dijo Wallis entonces, que siempre lo había tratado de convencer de que diera batalla. Como fuera, asumió Alberto, su hermano menor, recordado por la firmeza con la que dirigió los destinos de Inglaterra durante la guerra y se sobrepuso a su tartamudez. Aquel que adoptó el nombre de Jorge VI y reinó hasta su muerte, en 1952, para dar paso a su hija, Isabel II.
Pero mucho antes, David y Wallis se casaron, el 3 de junio de 1937, en el Chateaux de Tours, en Francia, sin la familia real británica. Se exiliaron en París y en su casa de Bois de Boulogne, los duques de Windsor -ella había accedido al título- se dedicaron a hacer sociales con empresarios, científicos, diplomáticos y políticos de Europa y Estados Unidos.
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Mientras Wallis daba rienda suelta a sus habilidades para entretener, en Inglaterra llovían las críticas por el despilfarro en joyas, pieles y vestidos, además de los hoteles. Más aún, se sabía que ambos simpatizaban con Adolf Hitler. Y eso explica porque la familia real nunca le dio a Wallis el título de Alteza Real, a pesar de los pedidos de David.
El duque murió en 1972 y fue enterrado en el cementerio de Windsor, mientras Wallis se negaba a seguir el cortejo en el mismo carruaje que Isabel II, reina y sobrina del difunto.
Wallis murió catorce años después, senil y muy sola. Y fue enterrada junto a su marido, ante la presencia de la soberana. No tuvieron hijos. “Todas las ciudades del mundo deberían hacerle un monumento a Wallis Simpson”, solía decir Winston Churchill para referirse a la mujer que “salvó a Inglaterra del desastroso rey que hubiera sido Eduardo VIII”.
Sigvard de Suecia y Erika Patzek: viaje secreto y escándalo
Cuando estalló el escándalo, en 1934, la corte sueca y la holandesa planeaban la boda de Sigvard Bernardotte -nieto del rey Gustavo V e hijo del heredero- con la princesa Juliana de los Países Bajos. Con 27 años, el príncipe había huido a Londres para casarse en secreto con Erika Patzek, una joven bellísima, hija de un comerciante alemán.
Horrorizado por el enlace con una plebeya, el rey emitió un decreto que despojaba a su nieto del título de príncipe, de la orden de caballería de Amaranto -a la que pertenecía-, de su pensión y todos sus privilegios. Además, claro, lo borraba de la línea de sucesión al trono.
Enamoradizo y valiente, nueve años después del alboroto Sigvard se divorció de Erika y se casó con la danesa Sonja Robbert, con quien tuvo un hijo -Michael Bernadotte- en 1944. Pero eso no fue todo, porque a principios de la década del sesenta volvió a divorciarse, esta vez para casarse con una actriz sueca: Gullan Marianne Lindberg, que lo acompañó hasta su muerte y todavía vive.
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“Soy un enamorado del amor”, explicó Sigvard al dar el sí por tercera vez.
En paralelo y vedado de sus deberes de príncipe, Sigvard se dedicó al diseño y al arte. Estudió en Munich y creó un estilo en porcelanas, cubiertos de plata, joyas y muebles. Recibió premios y medallas que lo consagraron como uno de los grandes artistas nórdicos del siglo pasado.
Sin embargo, a pesar de los honores, Sigvard siempre luchó por que le restituyeran los títulos. El punto culminante llegó en 2001, cuando presentó una queja ante el Tribunal de los Derechos Humanos de Estrasburgo y obtuvo el apoyo de buena parte de la sociedad europea. A esa altura, la Casa Real Sueca ya había cambiado las leyes y permitía el casamiento con plebeyos. De hecho, el mismísimo actual rey, Carlos Gustavo, se había casado con una ciudadana alemana.
“No puedo deshacer lo que hizo mi abuelo”, alegó el soberano entonces para excusarse de aplicar la nueva ley a favor de Sigvard, su tío.
El artista murió a los 94 años, un año después de presentar la queja, en su casa de Estocolmo. Se fue de este mundo sin recuperar su título, pero hubo bandera a media asta y entierro de Estado para el príncipe enamoradizo que yace junto a sus padres, en la capital del reino que lo vio trascender como artista.
El príncipe Friso de Holanda y Mabel Wisse Smit: romance y tragedia
En hijo de la actual princesa Beatriz -entonces reina- creció como el segundo en la línea de sucesión al trono, después de su hermano Guillermo Alejandro, hoy rey y esposo de Máxima. Sin embargo, un amor que no pasó por el filtro de los políticos holandeses lo borró de la línea de sucesión al trono.
Abogado, especialista en Historia y derecho empresarial, Friso tenía 32 cuando conoció Mabel Wisse Smit, una politóloga holandesa de renombre. Fue en una fiesta en Fontainebleu, Francia, gracias a su cuñada, Laurentien, que estaba comprometida con Constantino, hermano menor de Friso y amiga de Mabel. Vivieron un noviazgo a distancia, entre La Haya, Bruselas y Londres, hasta que anunciaron su compromiso en 2003 y el Parlamento Holandés inició las investigaciones de siempre sobre la futura esposa del príncipe.
Entonces llegó la sorpresa. Los informes arrojaron que mientras estudiaba en la universidad, Mabel había tenido una relación con Klaas Bruinsma, un narcotraficante que terminó asesinado en un ajuste de cuentas. La candidata a princesa reconoció que lo había conocido, pero negó toda relación sentimental. Sin embargo, el primer ministro, Jan Peter Balkenende se opuso al enlace. Enamorado y en perfecta relación con su familia, Friso se casó con Mabel en 2004 a pesar de no contar con el apoyo del parlamento. Por eso fue excluido de la línea sucesoria, pero no perdió su título de príncipe de la casa de Orange Nassau.
El príncipe y la princesa Mabel tuvieron dos hijas, Luana (hoy de 14) y Zaria (de 13) y se mudaron a Londres. Sin embargo, la tragedia los sorprendería el 17 de febrero de 2012. Como todos los inviernos, Friso esquiaba con amigos en Lench, Austria, cuando se lanzó fuera de pista y una avalancha lo sepultó bajo la nieve durante 15 minutos.
Sobrevivió un año y medio en coma en un hospital de alta complejidad de Londres, hasta que falleció el 12 de agosto de 2013, a los 44 años. En ese duro trance, sumida por un profundo dolor, su madre abdicó al trono “para dar paso a las nuevas generaciones” y Guillermo Alejandro fue entronizado.
El cuerpo de Friso descansa en el cementerio del pueblo que lo vio crecer y su familia sigue viviendo en Inglaterra, donde mantiene bajo perfil pero vacaciona, pasa las fiestas y celebraciones oficiales con el clan real que nunca le dio la espalda.
La princesa Ayako y Kei Moriya: un amor que nació en una cancha de tenis
La tercera hija del fallecido príncipe Takamado es sobrina segunda del emperador emérito Akihito y prima de Naruhito, actual emperador. Nació princesa y pertenecía al antiquísimo imperio nipón, que data del 600 AC, hasta que en octubre del año pasado, se casó con un empresario naviero de origen plebeyo que conoció jugando al tenis. Tenía 28 años y él, 32. Fue con una ceremonia tradicional, en el santuario Meiji, de Tokio.
Desde ese momento y como rige en la ley de la casa imperial, perdió sus títulos. Aprobada en 1947, la norma obliga a que las mujeres -no así los hombres- que optan por un matrimonio con alguien sin origen real sean excluidas de familia y no puedan vivir en el palacio. Eso sí, para que no pierdan su estatus de vida, reciben casi un millón de dólares.
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Pero Ayako no es la primera. Lo mismo había hecho la tercera hija de Akihito, Sayako -más conocida como Nori- cuando se casó en 2005 con un funcionario del gobierno nipón, el urbanista Yoshiki Kuroda. Y tampoco será la última, porque Mako de Akishino, sobrina del actual emperador, está de novia desde 2012 con Kei Komuro, un compañero de la carrera de museología en la universidad en Inglaterra y, según anunció, se casará en 2020.
Entonces, la ley -cada vez más cuestionada por buena parte de la sociedad nipona- volverá a entrar en rigor. Y una vez más, en Japón, pero también en el mundo, triunfará en amor sobre la tradición y las leyes.
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