Cuando despidió a su hijo de 6 años, esa mañana neblinosa (era el viernes 25 de mayo, de 1979) Julie Patz no podría haber imaginado jamás que la cara de Etan pasaría a imprimirse en todos los cartones de leche de su país, en medio de una conmoción nacional y una búsqueda frenética que duraría, nada menos, que 38 años.
Mientras discutía con su hija mayor que no quería levantarse y se ocupaba del menor, Ari -de solo dos años, que además había invitado a un amiguito a dormir-, hablaba con Etan de los cuidados que debía tener en su primer día, largamente negociado, para ir caminando solo hasta el transporte escolar. Etan le había dicho un rato antes: "Está okey mamá, puedo hacerlo solo". Eran dos cuadras. Le dió el bolso decorado con elefantitos, lo besó, le palmeó la suave cabeza dorada, le estiró los pantalones azules y le acomodó la gorra de Eastern Airlines. Llevaba un dólar para comprarse una bebida en el camino. Así preparado, su madre lo acompañó hasta la puerta. Etan recorrería solo esos 200 metros, hasta la parada del bus escolar, pero los primeros pasos los hizo bajo la mirada atenta de su madre que, desde la puerta de entrada, estiraba el cuello para verlo a la distancia… hasta que lo perdió de vista.
La maldición de un viernes como tantos…
La zona donde vivían, el SOHO neoyorkino, era entonces un típico barrio tranquilo, de clase media y trabajadora. Hasta ese viernes 25 de mayo en el que, dos cuadras, terminarían desgarrando para siempre el destino de los Patz.
Porque Etan jamás llegó a subirse a su ómnibus amarillo.
La alarma de los padres, Julie y Stan (que era fotógrafo), se encendió recién ocho horas después, cuando a la tarde Etan no volvió de la escuela. La ronda de llamadas de Julie enseguida dio un resultado: Etan no había subido al transporte escolar ni había llegado a su colegio. Contactó desesperada a su marido, que estaba en una sesión de fotos. Poco después de hecha la denuncia, cien policías con perros salieron a las calles en su búsqueda. Helicópteros sobrevolaban la zona. La casa de los Patz rápidamente se convirtió en un centro de operaciones con investigadores, voluntarios y periodistas dando vuelta. Se buscaba a Etan puerta a puerta, mientras la sociedad en estado de shock quedaba presa de un miedo atávico: que un hijo se esfume sin rastro.
Julie decía a los medios, tres días después de la desaparición, hablándole al posible secuestrador: "Deseo que esté con alguien que lo cuide… Yo no quiero lastimarte ni juzgarte, no importa quién sos, sólo quiero que lo traigas a casa".
Pero el dolor de los Patz se perpetuó década tras década, sospechoso tras sospechoso, juicio tras juicio.
Los padres norteamericanos, ante la tragedia y la falta de novedades, entraron en alerta rojo. Solidarizados con un drama que sentían le hubiera podido pasar a cualquiera. En todos lados, se discutía el caso. Las familias se dividían defendiendo o apuntando a los Patz por haberlo dejado ir solo hasta el ómnibus escolar. Los diarios, la tevé. las revistas y las emisoras de radio seguían el caso sin perderse una coma. Las fotos de Etan estaban en todos lados: en paradas de autobuses, pegadas en paredes de negocios, en aviones, aeropuertos y colegios. La sociedad entera pedía saber qué había pasado.
Tanta fue la presión que se llegó a la idea de que había que hacer una campaña más impactante para conseguir avances. Así fue que se puso, por primera vez, la cara de un menor en el envase del alimento más popular para cualquier familia: el cartón de leche.
Sospechosos hubo varios señalados por esos años, pero ninguna prueba. Etan se había esfumado. El tiempo pasó y, en 2001, fue declarado oficialmente muerto. Habían pasado 21 años, pero los Patz nunca se habían mudado del departamento en el que vivían por si su hijo algún día regresaba. Tampoco habían cambiado su número telefónico, el que Etan sabía de memoria.
Dos sospechosos y ningún cuerpo
La primera persona que despertó sospechas de los investigadores fue alguien que tenía una relación lejana con Etan: José Ramos era pareja de una mujer que solía ir a cuidarlo al domicilio de los Patz. Ramos, que cumple condena en una cárcel de Pensilvania por abusar de otro niño, negó siempre haberlo secuestrado. Nunca llegaron a presentarse cargos contra él por una total falta de pruebas. Muchos, aún hoy, creen que podría haber tenido mucho que ver. Durante el año 2000, los investigadores pasaron ocho horas cavando en un sótano de un edificio donde Ramos había vivido años atrás. Encontraron huesos, pero los análisis de los peritos determinaron que pertenecían a mascotas.
Un día, a comienzos del 2012, mientras estaban investigando a un obrero llamado Othoniel Miller, que conocía a Etan (muy poco tiempo después de la desaparición había hecho un piso de concreto en su bodega), recibieron una llamada que cambiaría el caso.
El hombre que contactó a las autoridades se llamaba José López, y denunciaba haber escuchado contar a su cuñado, Pedro Hernández, que una vez había matado a un niño en Manhattan. Aseguraba que su cuñado se lo había contado a más personas.
Tras ser detenido, Hernández declaró -durante un interrogatorio de seis horas y media- que había visto al niño solo y lo había convencido, ofreciéndole una bebida, de que entrara al almacén, de la calle Prince esquina West Broadway, donde trabajaba. Este negocio quedaba pegado a la parada del autobús escolar. Una vez dentro, lo había persuadido para que bajara al sótano donde lo asesinó asfixiándolo. Le apretó el cuello hasta que dejó de respirar. Dijo que luego metió al niño que aún respiraba en una bolsa, que conservó un rato el cuerpo entre el hielo de un freezer para luego meterlo en una caja que descartó en la basura, en un pasaje a dos cuadras de allí. Reconoció las fotos y, además, una pista fue vital para que los detectives le creyeran. Cuando fue a reconocer el lugar dijo no recordar una puerta que había. Los investigadores consiguieron los planos y, efectivamente, la puerta que estaba allí ahora no lo había estado al momento del crimen. Solo alguien que hubiese estado en el lugar en ese entonces podía dar semejante dato.
Se supo después que Hernández había revelado, de rodillas y llorando, a varios miembros de su propia congregación religiosa, que había matado a un chico. Uno incluso aseguró que habría confesado haber tratado de abusar al menor. A su ex mujer, también, le había relatado sobre un crimen. Pero las historias diferían bastante unas de otras. Cuando le preguntaron por qué lo había hecho, respondió que no sabía, que había sentido "el deseo de matar".
Los dos juicios
El primer juicio contra Pedro Hernández, en 2015, fue anulado. El jurado no pudo ponerse de acuerdo después de 18 días de deliberaciones. No había cuerpo y faltaban pruebas para convencerlos. El acuerdo tenía que ser unánime. El jurado rechazó la culpabilidad del sospechoso y consideró más creíble el argumento de la defensa, que se basó en los problemas mentales de Hernández, una personalidad convulsa e inteligencia limitada que apenas alcanzaba un coeficiente de 67.
La fiscalía retomó el caso en octubre de 2016. A falta de nuevas pruebas, apostó por profundizar en los detalles que proporcionó Hernández durante su confesión en 2012. El dato de aquella puerta fue clave. El nuevo jurado quedó convencido de la culpabilidad del sospechoso.
En febrero de 2017, concluyó el segundo juicio con la declaración de culpabilidad por secuestro y asesinato, para el puertorriqueño de 56 años, que en 1979 tenía sólo 18 años y había dejado el colegio para trabajar en un almacén/bodega en el SOHO.
El juez Maxwell Wiley, de la Corte Suprema de Manhattan, dictó la sentencia. Era el mismo juez del juicio anterior. El fiscal de Manhattan, Cyrus R. Vance Jr, dijo: "La desaparición de Etan Patz persiguió a las familias de Nueva York y a las de todo el país por casi cuatro décadas. Esclarecer su desaparición ha sido para mí una prioridad".
Las autoridades contaban con una confesión del crimen grabada y otra por escrito en la que Hernández habría escrito, de su puño y letra, "Yo lo maté", en una fotografía del menor, según publicó el prestigioso The New York Times. La defensa del acusado sostenía, en cambio, que Hernández no contaba con plenas facultades mentales. Su evaluación psiquiátrica dejaba algunas aristas no resueltas y según su abogado, Harvey Fishbein, su cliente tenía un largo historial de esquizofrenia y trastorno bipolar. Stan Patz no estuvo de acuerdo y se preguntó cuántas veces tiene que confesar alguien para ser tenido en cuenta: "Después de todos estos años sabemos qué oscuro secreto has guardado en tu corazón. Tomaste a nuestro precioso niño y lo arrojaste a la basura. Nunca te olvidaré. El Dios al que rezas nunca te perdonará. Tú eres el monstruo en tus pesadillas", dijo Patz, acompañado por su esposa, Julie.
El 14 de abril de 2017, Hernández, fue sentenciado a 25 años de prisión después de nueve días de deliberaciones.
"Un poco de justicia para nuestro maravilloso hijo Etan", sostuvo Stan Patz, "Me siento muy agradecido, por fin han alcanzado un veredicto que yo ya sabía; que este hombre es culpable de haber hecho algo horrible hace muchos años", declaró.
"Ya sé cómo es la cara del diablo -dijo Stan en el juicio a Hernández- Nunca podré perdonarte". Mientras los familiares de Etan lloraban al escucharlo, Hernández evitaba mirarlos.
Un caso con rostro
El caso de Etan Patz, no sólo llegó a los cartones de leche. También llevó al entonces presidente de EEUU, Ronald Reagan, en 1983, a declarar el 25 de mayo "Día Nacional de los Niños Desaparecidos", en su honor. Stan y Julie, se convirtieron en activistas en estas causas y contribuyeron a lograr leyes para la protección de los jóvenes. Un ejemplo de ello, es la obligación de una llamada automática de los establecimientos educativos cuando un alumno no llega al aula.
En 2001, el tributo a Etan tomó vuelo internacional: el 25 de mayo fue también designado como el "Día Internacional de los Chicos Desaparecidos". Hubo, además, una película inspirada en Etan: Without a trace (Sin rastro), de 1983.
Pero la historia quedó resuelta a medias. El cuerpo de Etan jamás fue hallado. Ese cuerpo podría explicar muchas cosas, cosas que los Patz quizá ahora prefieran no saber. Porque fue, hace ya muchos años, que el menor de los Patz, dijo algo que los obligó a enfrentarse con el futuro. Ari, le preguntó a su madre: "Ma, ¿cuándo vamos a poder volver a sonreir?". Ese día Julie supo que debían intentar continuar viviendo sin derrumbarse como familia. Que la búsqueda de la verdad de lo que había ocurrido con Etan no podía impedir que sus otros hijos tuvieran una vida con sonrisas. Y así lo hicieron. Volvieron a ir al parque y volvieron a reír. Debían sobrevivir.
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