El 15 de noviembre de 1924 todo está listo en el muelle de San Pedro Harbour, Los Ángeles. El yate Oneida (61 metros de largo), veterano buque de vapor en la Primera Guerra Mundial, reciclado a todo lujo y comprado dos años antes por William Randolph Hearst, magnate de la prensa –28 diarios–, será el escenario de un viaje costero, con gran fiesta incluida, para catorce invitados especiales.
El mayor, por razones ocultas, es la bellísima aspirante a actriz Marion Davies, ostensible amante de Hearst, que ya no disimula el amorío ni ante su mujer, la ex corista Millicent Veronica Wilson, con quien se casó en 1903 y le dio cinco hijos…
El motivo –o la excusa– del periplo es celebrar el cumpleaños número 44 del productor Thomas Harper Ince, uno de los pioneros del cine mudo y del género western…, que en realidad ya los ha cumplido nueve días antes.
La lista de pasajeros no es casual: ya se verá…
Suben a bordo Marion Davies, Charles Chaplin, Ince y su amante (Margaret Livingstone), la ácida escritora Eleonor Glyn, la columnista de chimentos de farándula Louella Parsons, y el resto, de relleno: bailarinas de coro de segunda, periodistas vacíos de notoriedad, etcétera. Puro casting…
Apenas zarpado el Ondine, música. Un mix de alocado Charleston y de arias de ópera, una debilidad del zar de la prensa. Y mucho alcohol, pese a la Ley Seca, vigente desde el 16 de enero de 1920 y cancelada el 6 de diciembre de 1933 dejando atrás la novela negra de gangsters, pandillas, metralla, sangre, muertos…
Alcohol, marihuana, cocaína, baile, gritos, aplausos. Pero Hearst, impertérrito. Un tótem al acecho, porque sospecha, por el susurro a lo Yago de un amigo, que entre Chaplin y Marion hay algo más que un coqueteo, y descubrirlo es una de las razones de ese fastuoso tour marino.
Mientras, otros maquinan… Louella Parsons quiere que sus columnas se publiquen en todos los diarios de Hearst. Thomas Ince aspira a un rol en Cosmopolitan Productions, el estudio que el Rey Midas del papel puso al servicio de Marion: una actriz mediocre, pero elogiada por los críticos de los 28 títulos de su patrón. Porque a pesar de su larga carrera, está arruinado. En cuanto a Eleanor Glyn, la escritora, busca crédito favorable para sus libros. Por supuesto, en la sección Literatura del emporio, o imperio…
Hasta el cuarto día, la navegación no ha sufrido zozobra alguna. Además de la música, el baile incesante, los menús pantagruélicos y los previsibles y furtivos amoríos en los principescos camarotes, nada relevante ha ocurrido.
Pero desde el instante de levar anclas, una sombra pende sobre las cabezas. Una araña gigante portadora de desdichas.
En un rincón, Chaplin y Marian están demasiado cerca. Hearst los ve, o ve lo que quiere ver.
Suena un disparo. La bala, acaso destinada a Chaplin, destroza la cabeza de Ince. Nadie duda: el hombre que apretó el gatillo, celoso como Otelo, es el adorado y odiado magnate. Que organiza la Operación Overlord del "aquí no pasó nada".
Primer paso: anclar. Segundo: certificado de defunción. Lo firma su médica personal, Ida Glasgow. Causa: ataque al corazón (¿?). Tercero: rápida cremación (el fuego y el dinero todo lo pueden).
Su viuda, Nell Kershaw, parte a Europa con dólares. Frescos y muchos… Se dijo que además recibió un fondo fiduciario, y el levantamiento de la hipoteca que pesaba sobre el departamento de Ince en el edificio Chateau Elysee, corazón de Hollywood.
Louella Parsons, testigo de cargo, logró un contrato vitalicio para escribir en todos los Hearst Media: un arma que le dio poder omnímodo sobre los secretos de alcoba de la Meca del cine. El precio del silencio…, que ella rompió en privado más de una vez con su versión: "Hearst mató de un tiro a Ince por error. La bala era para Chaplin. Ince estaba cerca, y pagó sin culpa".
¿Qué fue de la vida del inventor de la prensa amarilla? Mientras su imperio se mantuvo en pie, usó su enorme influencia y fortuna para lanzarse a la carrera política. Pretendía dos cumbres: alcalde de Nueva York y Presidente del país. Pero fracasó: apenas fue miembro demócrata en la Cámara de Representantes del Congreso entre 1903 y 1905…
Ergo, se refugió en dos palacios dorados. San Simeon, un rancho en California que transformó en un castillo barroco y lo inundó con obras de arte, plantas carnívoras (algunas, no), y animales exóticos, y la mansión que levantó para Marion Davies en una de las playas de Santa Mónica, hoy 415 Pacific Coast Highway.
Tres pisos estilo revival georgiano –por Georgia, sur de los Estados Unidos–, dieciocho columnas helénicas, suites de Hearst y Davies conectadas por una puerta secreta, y cuatro casas linderas para la familia de Marion, huéspedes y treinta criados full time. En total, 110 dormitorios, 55 baños y una piscina de 33 metros, borde a borde. Por cierto, de estilo veneciano y mármol blanco. Y hasta un carrousel para que las decenas de invitados se sintieran niños…
Pero la fortuna y la vanidad, "ese loro que salta de rama en rama y parlotea a la vista de todos" según Gustave Flaubert (1821-1880), se derrumbaron, junto con la Bolsa de Nueva York, el 24 de octubre de 1929. Ese Jueves Negro que barrió con todo, como el viento se lleva las hojas secas…
Hearst, el supremo manirroto, el gran dilapidador, tambaleó hasta el borde del abismo. Vendió todas sus obras de arte (algunas, empaquetadas, sin abrir) y –paradoja– su amada Marion lo salvó del suicidio. A pesar de su falta de talento como actriz –tenía voz arenosa, y tartamudeaba–, siguió en el mundo del cine como productora de más de cincuenta films, y ganó una fortuna. Que invirtió en acciones, propiedades en Nueva York y Beverly Hills: créase a o no, una de las damas más ricas de Hollywood…
Dama que, por amor, vendió gran parte de ese patrimonio, y hasta joyas regaladas por su amante, hasta cubrir el agujero de un millón de dólares. No bastó para salvar el imperio, pero sí para vivir con decoro.
En 1945, Marion vendió la babilónica casa de la playa en 600 mil dólares. Según un biógrafo, "una miseria. Es lo que costaron las treinta y siete chimeneas".
Hearst se mudó con ella a una mansión de Beverly Hills. Algo de lo salvado del incendio. Y allí murió, a sus 88 años, el 14 de agosto de 1951: infarto de miocardio. Marion lo sobrevivió hasta el 22 de septiembre de 1964. Se la llevó un cáncer a sus 64 años.
Pero antes de esas fechas, el primer día de mayo de 1941, un joven genio (cumplió 26 cinco días después) estrenó Citizen Kane (El Ciudadano), todavía hoy considerada una de las diez películas de oro de la historia del cine. Su personaje, John Foster Kane, está inspirado en la vida y la leyenda de William Randolph Hearst.
En el hombre que, casi hasta el final de su vida, palidecía y temblaba cuando alguien le nombraba a Thomas Ince. El muerto equivocado.