Pesadilla en una playa paradisíaca: la odisea de la mujer que se fue de vacaciones y terminó atrapada por un tsunami

Iba a ser un viaje soñado junto a su hijo. Pero terminaron escapando de un monstruo con olas de 30 metros de altura. Claudia, que era ejecutiva en una multinacional, no volvió a ser la misma. "Yo necesitaba un tsunami", contó a Infobae y enumeró todos los aprendizajes que le dejó. Este año se cumplen 15 años del desastre natural más devastador de la historia

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Era el año 2004 y Claudia trabajaba como directora de negocios en una empresa multinacional. Era, en las oficinas, una profesional reconocida y exitosa. Pero en su casa la tristeza y la soledad se habían acomodado en el nido vacío. Se había divorciado y todavía estaba en proceso de digestión, su hijo mayor se había mudado a Australia para cursar un posgrado y el menor estaba ocupadísimo, terminando su tesis para ser como ella, un profesional reconocido y exitoso.

Claudia en Tailandia, días antes del tsunami
Claudia en Tailandia, días antes del tsunami

Fue Daniel -el mayor, que en ese entonces tenía 25 años y vivía en Sidney-, quien detectó la tristeza en la voz de su mamá y le propuso que se tomara unas vacaciones para hacer un viaje junto a sus dos hijos. El destino iba a ser la ciudad australiana pero los planes cambiaron a último momento, cuando Daniel dijo: "Yo ya conozco, mejor vámonos para Tailandia".

Así era el paraíso al que habían decidido ir (Shutterstock)
Así era el paraíso al que habían decidido ir (Shutterstock)

Claudia Tangarife Castillo, que en ese entonces tenía 46 años, sólo quería estar con sus hijos así que no tuvo problemas con el cambio de destino. "Pero faltando menos de una semana para irnos, Juan Carlos, el menor, me dijo: 'Mamá, yo no voy'", cuenta ella a Infobae, que es colombiana y vive en Bogotá. Juan Carlos tenía 22 años y no sólo quería quedarse porque estaba haciendo su tesis de grado sino porque acababa de empezar una historia de amor.

"Me dejó con los pasajes comprados. Le rogué, le supliqué, lo regañé, me puse brava. Usé todas mis estrategias para que no nos dejara plantados pero no pude convencerlo", sigue. "Hoy digo 'menos mal que no fue', porque él es muy deportista, él habría querido ir a caminar por la playa esa mañana. De haber estado al lado del mar, esas olas nos habrían tragado y hoy no estaríamos contando el cuento. Fíjate que ahí mismo empezaron los aprendizajes: 'Las cosas que no pasan, no pasan por algo'". Esta es la foto que sacó ella misma unos días después.

Claudia, que llevó siempre su cámara colgada, sacó esta foto (Claudia Tangarife Castillo)
Claudia, que llevó siempre su cámara colgada, sacó esta foto (Claudia Tangarife Castillo)

El viaje

Claudia lloró durante la mitad del viaje hasta que logró "aceptar que mi hijo no iba a venir y pude soltar el control. Cómo duele soltar esos apegos, ¿no? Pretender que los demás siempre hagan lo que uno quiere…", piensa.

Sólo con el mayor entonces, arrancaron "un viaje delicioso", primero por Bangkok y luego por Phuket, donde están algunas de las playas más cristalinas de Tailandia. Después hicieron una excursión por el día a Phi Phi, la costa paradisíaca en la que se grabó la película La Playa, con Leonardo Di Caprio.

Phi Phi, la playa de ensueño donde se firmó la película con Leonardo Di Caprio (Shutterstock)
Phi Phi, la playa de ensueño donde se firmó la película con Leonardo Di Caprio (Shutterstock)

El plan original era volver a Phuket y, desde ahí, dar por terminada la etapa de playas y partir hacia Camboya. Pero Daniel se hizo amigo de un grupo de chicas que los convencieron de volver a Phi Phi para pasar ahí la Navidad. "A Daniel se le abrieron los ojos cuando conoció a las chicas, imagínate el plan en el que estaba con la típica mamá aburrida", se ríe Claudia, unos minutos antes de que el sobrevuelo por su historia vuelva a hacerla llorar.

Era el 23 de diciembre de 2004 cuando postergaron el plan de Camboya para volver a Phi Phi. "No teníamos lancha, hotel, nada pero Daniel dijo: 'tranquila, allá vemos'. Teníamos una mochilas gigantes (tipo de mochileros) porque todo estaba regalado y habíamos comprado un montón de cositas para nosotros y para traer de regalo. Terminamos en un ferry montados encima de esas mochilas durante cinco horas. Te estoy contando esto porque nosotros íbamos hacia un lugar pero cambiamos el rumbo, para que veas que de nuestras elecciones depende lo que nos va pasando".

Apenas llegaron, un joven que ofrecía alojamientos en el puerto les dijo que tenía un bungalow sobre la primera línea de playa y otro a unos 300 metros del mar, sobre la falda de la montaña. "Y yo dije: 'Yo quiero en la playa, yo me mato trabajando, me lo merezco, yo, yo, yo. Quiero abrir los ojos y ver el mar. Bueno, finalmente vi el mar de cerca, pero no de la forma que pensaba".

Así era Phi Phi antes de quedar destruida por las olas (Shutterstock)
Así era Phi Phi antes de quedar destruida por las olas (Shutterstock)

Daniel la convenció de ir al bungalow que estaba más alejado y en altura: costaba la mitad e iban a tener mejor vista. Les dieron el número 15, al que llegaron a través de unos puentes colgantes, después de haber atravesado una recepción con ambientación tropical.

"Era precioso. Tenía un balconcito que daba al océano como yo quería, y desde ahí se veía todo, todo, todo: 360 grados". El mar -lo notaron ese mismo día, cuando salieron a caminar- estaba retirado, como si estuviera tomando carrera. Además, estaba muy playo, tanto que se veían las panzas de la lanchas que usualmente están sumergidas en el mar.

"Después leí que eso sucede antes de un tsunami, pero en ese entonces yo nunca había oído la palabra tsunami". El mar parecía una pileta para chicos así que el 24 de diciembre pasaron el día en la playa y, por la noche, vivieron "una fiesta de Navidad deliciosa: puro turistas, grupos musicales, todos bailaban con todos".

Junto a Daniel, su hijo, poco antes del drama.
Junto a Daniel, su hijo, poco antes del drama.

El 25 fue otro día de playa en el paraíso y el mar les llegaba abajo de las rodillas. Tan manso estaba que nadie notó el monstruo que se estaba gestando. Por la noche, Claudia, su hijo y las nuevas amigas se fueron "de rumba a una discoteca". Como al día siguiente se iban de Phi Phi y ya habían comprados los pasajes de ferry, Claudia se fue a dormir temprano. Daniel le dijo 'mami, te prometo que en un hora vuelvo'".

El tsunami

Daniel no llegó una hora después sino a las 6 de la mañana, "completamente trasnochado". "Me dijo: 'Me recuesto un poquito y salimos. La cosa es que se quedó dormido y yo le gritaba: '¡Dani, levántate, levántate por Dios!'. Se levantó cuando el ferry ya se había ido. Yo estaba bravísima, repetía: '¡¿Qué vamos a hacer?', '¡Perdimos otra vez la plata de los pasajes!'". Fue gracias a que Daniel se quedó dormido que el tsunami de 2004 -considerado uno de los desastres naturales más dramáticos de la historia humana- no los agarró en el mar.

Claudia estaba tratando de hacer entrar más cosas dentro de la mochila y su hijo en el baño, lavándose los dientes, cuando sintió "algo raro en el cuerpo, una vibración".

"Y de golpe empieza a venir un ruido, un rugido como de King Kong pero terrorífico, como de 100 King Kongs al mismo tiempo", sigue. "La tierra se movía. Me asomé al balconcito y miré el mar: se había ido todavía más atrás y allá a lo lejos se estaba levantando una pared de agua oscura, negra, altísima. Subió, subió, subió y de pronto empezó a venir a toda velocidad hacia nosotros".

Claudia quedó paralizada y cree que gritó "¡Daniiiiiii!", aunque no está segura de si el sonido salió de su boca. Desde el mismo balconcito, y gracias a su vista de 360 grados, vio cómo la ola "iba comiéndose las casas, los edificios, las personas, todo". Las olas del tsunami, se supo después, habían llegado a los 30 metros del altura, la altura aproximada de un edificio de 10 pisos.

Las olas se fueron comiendo a la gente, a los que estaban en la playa y a los que huían (Shutterstock)
Las olas se fueron comiendo a la gente, a los que estaban en la playa y a los que huían (Shutterstock)

"Se fue comiendo a la gente que estaba quieta en la playa, donde habíamos estado nosotros todos los días anteriores, y a las personas que huían también. Recuerdo una niña de unos 7 años en una bicicleta: el mar tumbó su casa, ella quedó abajo. Las sombrillas de los hoteles de lujo ya no existían, era como ver fosforitos ahí, miniaturas flotando y un gigante tragándoselas".

El escape

Claudia salió de la parálisis cuando sintió la mano de su hijo en el hombro y su voz que, a modo de orden, le decía "vámonos". Saltaron desde los puentes colgantes del bungalow hacia la montaña. "Daniel corría atrás de mí y yo gritaba '¡Dani!', y él contestaba '¡aquí! y yo '¡Dani!' y él '¡aquí!'. Y yo ahogada, el corazón reventándose en el pecho y el mar pisándonos los talones. El rugido era infernal, y corra, y corra y corra".

De un momento a otro, el rugido paró y todo quedó en un silencio palpable. "¿Viste cuando el silencio te está diciendo algo?". A fin de año se cumplirán 15 años del tsunami y Claudia todavía no puede creer la decisión que tomó en ese momento, cuando ya estaban a salvo.

Las mochilas—, dijo en voz alta. Y los dos decidieron volver a buscarlas.

El mar había llegado al borde del bungalow, "como que la montaña había parado a la ola. Lo que vemos son muertos, muertos, muertos, el mar los había empujado hasta ahí. El señor que había visto trotando con su pantaloncito rojo estaba ahí, muerto. Todos muertos, también los niños. El mar estaba quieto pero como al acecho, la gente se ahogaba ahí, frente a nuestros ojos".

Claudia también sacó esta foto, en la que se ven las personas que quedaron atrapadas.
Claudia también sacó esta foto, en la que se ven las personas que quedaron atrapadas.

Entraron y cada uno cargó su mochila. "Pesaban terrible pero aún en esa situación seguíamos aferrados a todas esas cosas". Estaban volviendo a escapar por la parte del puente colgante que aún se veía cuando el rugido volvió y volvió el pánico. Daniel se convirtió en el líder de un grupo de desconocidos y gritó: "¡Corran a la montaña!".

Claudia corrió, ya extenuada y con la mochila en la espalda, entre decenas de personas descalzas y desesperadas que se abrían los pies con las piedras y las espinas de la hierba seca. Se caían, rodaban, en la estampida se cortaban las cabezas con las ramas de los árboles.

Daniel vio a su mamá tan agotada con todo ese peso que le dijo que le diera su mochila. "Se la di y seguimos corriendo, yo adelante, y otra vez: '¡Dani!', y él '¡aquí!', y yo '¡Dani!' y él ¡aquí!". Hasta que Claudia gritó '¡Dani!' y su hijo no contestó.

"El mar nos pisaba los talones, yo no podía retroceder ni mirar atrás, y Dani no me contestaba", sigue. Y es acá donde el recuerdo la hace llorar. Recién cuando logró parar tomó conciencia de lo que acababa de pasar: por no poder soltar las cargas, había perdido a su hijo. "De pronto sentí que estaba muerta, daba vueltas en círculos, veía a la gente trepar a los árboles como monos, veía mujeres con sus bebés todavía con los cordones umbilicales, y yo no encontraba a mi Dani".

Dice que ahí vio la película de su vida. Que se vio retando a sus hijos cuando eran chiquitos: "Tiende tu cama", "recoge tu ropa", "No señor, lo hizo mal, vaya y lávese los dientes de nuevo", "¿cómo que se olvidó la mochila en la escuela?", "no pierdas tus cosas". Y vi las caras de mis dos hijos chiquitos mirándome, así como un niño mira a un grande. Y pensé 'Dios mío, ¿cómo pude ser tan estricta? Por estar trabajando como una esclava se me había olvidado ser lo suficientemente cariñosa, decirles que los quería, abrazarlos, decirles que estaba orgullosa de ellos".

Junto a Daniel, su hijo mayor, en Tailandia
Junto a Daniel, su hijo mayor, en Tailandia

Fue una revelación en la montaña. Después se dio cuenta de que siempre había estado esperando: "Voy a felicitar a mi hijo cuando termine su carrera", "voy a ser feliz cuando tenga este auto". Sigue: "La palabra no dicha, el abrazo no dado, todo eso me ocurrió en la montaña mientras gritaba '¡Dani, por Dios, aparece!'. Esa es la pregunta que hoy hago, ¿no?: ¿qué estás esperando para decir lo que sientes?".

Sólo después, sintió la mano de su hijo en el hombro y sus palabras: "Mami, perdón, tuve que dejar nuestras mochilas". Lo que siguió fue "el abrazo más profundo que yo di en toda mi vida". Estaban peleando por sus vidas y Claudia sintió una plenitud que tampoco antes había sentido.

Atender a los heridos

Antes de ser directora en la multinacional, Claudia había sido enfermera. Hacía 17 años que había dejado de ejercer cuando sucedió el tsunami y la enfermera reapareció. Ella y su hijo improvisaron un campamento y Claudia empezó a curar las heridas a unas 150 personas.

Suturó cabezas incluso con pelo, una técnica que había aprendido atendiendo pacientes de una zona rural. Curó heridas en los pies para evitar infecciones, todos ofrecieron sus pareos y remeras para hacer los vendajes.

"Había barro, había que limpiar las heridas con fuerza. A la gente se le caían las lágrimas pero los otros los ayudaban a calmarse. Recuerdo que compartimos una botelllita de agua entre todos, católicos, judíos, sanos, enfermos, viejos, jóvenes, feos, bonitos, el que tenía un Mercedes-Benz en la puerta de casa y el pordiosero. Ni yo era la directora de la multinacional ni mi hijo el máster en Finanzas, en esa montaña todos éramos iguales. Eso somos también los seres humanos, porque en ese momento salió la generosidad, la grandeza, no la competencia sino la cooperación".

Así quedó el paraíso luego del paso arrasador del tsunami (Shutterstock)
Así quedó el paraíso luego del paso arrasador del tsunami (Shutterstock)

El mar se calmó pero pasaron horas hasta que ellos lograron calmarse. Hubo un momento en que la gente empezó a bajar de los árboles, "todos quedamos en silencio y unidos en una oración. Algunos unían las manos, otros abrían los brazos al cielo, otros se arrodillaban y apoyaban la cabeza en el suelo. Creo que nadie pedía nada, simplemente estaban agradeciendo por estar vivos. Yo jamás había sentido la gratitud de esa manera".

Volver

Claudia y Daniel pasaron 26 horas en esa montaña. Bajaron por los escombros, de donde salían brazos, piernas, muñecas despeinadas, chicos que preguntaban por sus mamás, abuelos que buscaban a sus nietas. Las casas habían quedado hundidas y debajo del agua transparente se veían reposeras, mesas, pececitos.

Así quedó un resort de la isla Phi Phi (Shutterstock)
Así quedó un resort de la isla Phi Phi (Shutterstock)

Había cuerpos envueltos en sábanas, el muelle estaba partido y en esa desolación presenciaron el momento en que una mamá que había pasado 26 horas creyendo que su marido y su hijo estaban muertos, se reencontraban (una historia similar a la de la película "Lo imposible", protagonizada por Naomi Watts y Ewan McGregor).

Lograron subirse a un buque pesquero que los llevó a un lugar desconocido porque Phuket, el lugar en el que Claudia y Daniel habían pasado los primeros días de sus vacaciones, había quedado completamente destruido. Nadie sabe a ciencia cierta cuántas víctimas hubo pero se cree que fue el más letal y que murieron al menos 280.000 personas.

El 31 de diciembre y luego de 26 horas de viaje, lograron volver a Colombia. Claudia pasó los primeros tres meses "viendo todo negro: soñaba con la gente muerta, los niños con los ojos abiertos, con la ola que venía. Me despertaba con el corazón en la boca, a toda marcha. Me sentía ahogada y ya no sentía la grandeza que había sentido en la montaña, sino culpa por toda esa gente a la que no había podido ayudar".

Claudia sacó también esta foto mientras bajaban por los escombros
Claudia sacó también esta foto mientras bajaban por los escombros

Estaba atravesando una etapa de frustración y depresión cuando escuchó una noticia que decía que el 80% de los sobrevivientes estaban en hospitales mentales.

"Ahí algo me despertó, fue un detonante. Dije 'yo no puedo caerme, soy una mujer alegre, fuerte, siempre fui para adelante'. Y fue como si se me hubiera abierto otra vez el camino y entendí: había vuelto al trabajo y veía a la gente comportarse como tan superficial, hundiendo al otro para crecer y llegar a los cargos altos. En las reuniones de junta directiva era 'cuánto produjo', 'cuánto hizo', 'cuánto fue lo que usted no hizo', 'usted es la culpable', 'usted es la que ganó', 'usted es el que perdió'".

Claudia se dio cuenta de que "necesitaba regresar a quien había sido en la montaña". Empezó a escribir lo que le había pasado y lo que había aprendido, a estudiar coaching, a buscar un sentido.

Tardó 9 años hasta que lo logró: publicó el libro El tsunami de mi vida, empezó a dar conferencias y desde entonces hace coaching para empresas: "¿Qué tiene que tener un líder, como lo fue su hijo en la montaña?", "¿para qué sirve trabajar en equipo, como ella, Daniel y cientos de desconocidos trabajaron curando heridas?", ¿por qué es importante aprender a soltar las mochilas pesadas, como ella en la montaña, para ir por la vida más ligeros de equipaje?".

Hoy dice: “Yo necesitaba un tsunami. Antes sobrevivía, ahora vivo”.
Hoy dice: “Yo necesitaba un tsunami. Antes sobrevivía, ahora vivo”.

En su libro dice, entre otras cosas, "yo necesitaba un tsunami". "Es que yo había armado una imagen de mi para darle el gusto a los demás. Me había convertido en quien no era, en base a mis estructuras, mis modelos mentales, todas esas ideas que tenía desde la infancia dadas por mis padres, por mi colegio, por la cultura, por la televisión. El tsunami quebró todas esas corazas y me llevó a un fondo oscuro en el que, sin embargo, logré ver la claridad. Todos tenemos nuestros tsunamis, podemos ser víctimas o aprovecharlos".

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