Un homeless recibe una sustancia experimental por parte un científico y adquiere gran fuerza e invulnerabilidad; al descubrir sus nuevas características el protagonista mata al científico para que no pueda otorgarle esos poderes a otros. Cuando el efecto de la sustancia se desvanece, el hombre recupera su condición natural. Entonces debe cargar con el crimen. El personaje no tenía pelo y su fisonomía era otra. Se llamaba The reing of the Superman (El reinado del Súper Hombre) y fue publicada en una revista de ciencia ficción. Es la génesis del personaje más famoso del mundo.
Evolucionó la historia a un hombre que provenía de otro planeta. Las balas rebotaban en él y tenía una fuerza descomunal. Todavía no volaba: daba enormes saltos. Vestía de manera algo particular: unas calzas largas con un calzoncillo encima, una S en medio del pecho y una capa. Todo de rojo y azul. El nombre, sin originalidad pero con impacto, era una evidente descripción del personaje y un recorte del comic anterior: Superman.
Jerry Siegel lo pensaba y lo escribía. Joe Shuster lo dibujaba. Vivían en Cleveland, lo que años después se convirtió en la auténtica cuna de Superman, aunque él proviniera del planeta ficticio Krypton. Era la década del treinta y el mercado de las historietas era una industria en expansión. En 1935 les pegaron seis dólares las páginas de sus dos primeras creaciones: Doctor Oculto, un detective con poderes y Henri Duval, personaje con la impronta de los Tres Mosqueteros y el Conde de Montecristo.
Ofrecían un tercer personaje, al que le tenían fe. Pero no había caso. A los editores no les interesaba ese extraterrestre de capa. Siegel y Shuster seguían publicando en diversos medios y planeando su propia revista que nunca llegaban a concretar. Hasta que a principios de 1938, apareció una oportunidad. Les pidieron trece páginas de su historieta protagonizada por el hombre que rebotaba las balas para una nueva revista.
El primer número de Action Comics apareció en abril de 1938 (en la tapa decía “Junio 1938″ por la costumbre de las revistas norteamericanas de poner la fecha de devolución y no la de la salida). Superman, el héroe de los calzones a la vista y la capa, levanta un auto por sobre su cabeza mientras varias personas huyen despavoridas. En la tapa no se mencionaba el nombre del personaje ni el de las otras muchas historietas incluidas en ese número.
La revista, que se vendía a 10 centavos (un par de años atrás un coleccionista compró en una subasta un ejemplar por algo más de tres millones de dólares), tuvo un suceso moderado. Semanas después, Siegel y Shuster recibieron el pedido que esperaban. Más aventuras del personaje que siguió apareciendo número tras número hasta volver a la tapa en la séptima entrega. Action Comics en ese breve lapso había duplicado sus ventas. La razón del éxito: Superman.
Los historietistas estaban muy satisfechos. Veían como por las calles había chicos que representaban a su creación. Habían cumplido un sueño. Pero en el fragor de hacerse un lugar en la incipiente industria, de tratar de vivir de lo que les gustaba, no se percataron en qué condiciones habían pactado la contratación. Para ser más precisos. No le sorprendieron las condiciones. Eran las de siempre, las habituales; las que solían firmar. Un contrato cerrado y leonino, absolutamente favorable para el editor a cambio de la paga acostumbrada. Fueron 130 dólares, a razón de 10 dólares por página.
La letra chica del contrato, esa que ellos ya no leían, decía que a la editorial le quedaban todos los derechos futuros que generara el personaje y que los autores nada más tenían que reclamar.
El éxito de Superman fue abrumador. En poco tiempo tuvo su propia revista. Y logró lo que cualquier historietista desea: la sindicación. La publicación en cientos de diarios de todo Estados Unidos. Una tira diaria y la edición especial del domingo. Cuando eso sucedió, Shuster y Siegel acudieron a la editorial a reclamar por su parte, a sostener que el personaje y el trabajo les pertenecía. Los directivos rechazaron sus pedidos blandiendo el papel firmado meses antes. Superman ya no les pertenecía. Creyeron que era una situación pasajera pero los hechos les demostrarían lo contrario.
Los directivos aumentaron la paga de los creadores a través de un contrato de diez años de duración. Tenían un muy buen pasar. Ganaban una pequeña fortuna en comparación a sus ingresos anteriores… y al resto de sus colegas. Sin embargo eso era una miseria respecto a lo que producía el personaje.
Superman se había convertido en un fenómeno que estaba destinado a perdurar. En una marca de época que atravesaba las edades y que día a día pedía recalar en otros formatos. Así, además de seguir en Action Comics y en los diarios, tuvo su propia publicación que agrupaba trabajos anteriores y se extendió hacia la radio y el cine. Un programa diario que fue un boom y cortos animados, además de muchos subproductos, ensanchaban la franquicia.
Superman marcó el comienzo de la “era de los superhéroes”. Un personaje que al principio parecía no tener mayor chance de éxito, algo inverosímil, sin un dibujo demasiado elaborado ni guiones muy profundos, tocó una tecla sensible, encontró una veta novedosa. Las ventas sorpresivas y la rápida instalación del personaje produjeron una ola de homenajes, imitaciones, emulaciones y plagios. Aparecieron superhéroes por todos lados. Algunos se evaporaron en la intrascendencia, mientras otros, unos pocos, perduraron. Como Batman. La leyenda asume que Bob Kane pidió un fin de semana para presentar al nuevo Superman. La irrupción de los superhéroes fue mucho más que una moda. Llegó para quedarse y con sus oscilaciones perdura hace ochenta años. Puso en marcha una industria.
Shuster y Siegel continuaron trabajando. Mientras Siegel deseaba seguir escribiendo él mismo cada guión, a pesar de que el trabajo ya era muchísimo a esa altura, Joe Shuster debió poner a un equipo de dibujantes a trabajar para él. Su salud empezó a declinar. La vista le fallaba y tenía problemas de movilidad en uno de sus brazos.
Los pagos seguían siendo amplios y les proporcionaban un muy buen nivel de vida. Pero habían perdido el control de su personaje y veían como los editores amasaban una fortuna descomunal. Los reclamos continuaban.
Jerry Siegel fue alistado en el ejército en medio de la Segunda Guerra Mundial. No fue enviado al frente europeo. Su destino fue Hawaii. Mientras él se encontraba reclutado, los de National, la casa editora, decidieron publicar Superboy, una creación de Jerry SIegel que en su momento habían rechazado. Naturalmente también fue un éxito.
Esa fue la llave para un nuevo reclamo. La presentación judicial la realizaron por los dos personajes. Lo de Superman no prosperó. El juez consideró que la cesión de derechos de aquel contrato primigenio era válida. Pero les reconoció los derechos sobre Superboy, como un personaje independiente.
Los editores y los artistas llegaron a un acuerdo. Se les pagó 94 mil dólares a Shuster y Siegel que cedían los derechos a perpetuidad y declaraban que nada más tenían que reclamar a National (la actual DC Comics). Faltaban pocos meses para que el contrato por diez años finalizara. Transcurridos esos meses, la empresa despidió a Shuster y Siegel. No querían saber más nada con ellos, ya habían dado lo mejor de sí y temían nuevas presentaciones judiciales.
Ellos pensaron que siendo los creadores de Superman les esperaba un futuro promisorio. Trabajo en la competencia, nuevos personajes, revistas propias. Pero nada de eso sucedió. La industria se había profesionalizado, había avanzado hacia un sitio que ellos enfrascados en las aventuras del hombre de acero no habían podido seguir. Siegel consiguió algún trabajo que no duró demasiado con Stan Lee en Marvel, mientras que a Shuster la pérdida de visión progresiva ya le hacía imposible dibujar.
Sus nombres fueron borrados de su personaje. Los productos de Superman seguían apareciendo por todos lados. La serie televisiva con George Reeves fue un éxito. Cada vez que veían su creación en un kiosco de revistas, en la cartelera de un cine, en la contratapa de un diario o lo escuchaban por la radio un dolor les atravesaba el esternón. Superman generaba fortunas y gozaba de gran vida pero sus creadores, Shuster y Siegel, no recibían un peso ni reconocimiento por su personaje.
La amargura los fue colonizando. Shuster se convirtió en empleado de correo y algún día tuvo que llevar un paquete al mismo edificio en que la editorial tenía sus oficinas. Alguien lo vio y lo hicieron subir a encontrarse con sus viejos editores que no podían creer la situación del dibujante. Ese día apenas recibió de ellos una propina y un consejo para que cambiara de trabajo.
Mientras la salud y la economía de Joe Shuster se deterioraban progresivamente, lo mismo le ocurría a Siegel quien padeció dos infartos. Luego de la muerte de su madre, con la que vivía, Shuster, casi ciego, pasó unos días como homeless.
Jerry Siegel siguió intentando encontrar resquicios legales para obtener alguna ganancia de las que producía su personaje. Los juzgados le cerraron todos los caminos. Aquel contrato inicial y el acuerdo posterior que incluyó a Superboy eran los instrumentos jurídicos que respaldaban a la editorial. Para ese entonces sólo los memoriosos sabían quiénes habían creado a Superman. Hacía décadas que el nombre de Siegel y Shuster no aparecían junto a la historieta o sus derivados.
En 1975 la Warner anunció con gran pompa que estaba preparando una película de Superman. Prometía ser una producción enorme. Un director afamado, Mario Puzo, autor de El Padrino, entre los guionistas, Marlon Brando y Gene Hackman para papeles secundarios, un casting exhaustivo para dar con el protagonista principal y efectos especiales nunca vistos hasta entonces. Sería la película con mayor presupuesto de la historia.
Los medios se hicieron eco de la noticia y la expectativa fue inmediata. Jerry Siegel que ya había visto pasar frente a sus ojos revistas, programas televisivos, cortos cinematográficos y hasta un musical de Broadway protagonizados por su criatura, no aguantó más. Escribió una larga carta en la que expresaba su dolor y su bronca.
“¡Yo, Jerry Siegel, maldigo la película de Superman! Espero que sea un fracaso de los que hacen historia. Espero que los seguidores leales de Superman evitan las salas. Espero que el mundo entero, al ser consciente del hedor que rodea a Superman, se aleje de la película como de la peste. ¿Por qué maldigo una película basada en Superman, mi propia creación? Porque el dibujante Joes Shuster y yo, que concebimos Superman juntos, no recibiremos ni un centavo del acuerdo al que ha llegado la superproducción. Superman lleva 37 años generando ingentes sumas de dinero. Durante la mayor parte de ese tiempo los creadores de Superman no hemos ganado nada con él. Durante muchos de esos años conocimos penurias económicas, mientras los editores se hacían millonarios. National Publications ha matado mis días, asesinado mis noches, ahogado mis alegrías, estrangulado mi carrera. Considero a los ejecutivos de National asesinos económicos, monstruos hambrientos de dinero. (…) Joe está casi ciego. Mi salud no es buena. Ambos tenemos 61 años. La mayor parte de nuestras vidas, durante el éxito de Superman, la hemos vivido en la estrechez. Joe y yo estamos sufriendo. Apenas podemos pensar en otra cosa, y me siento miserable al ver como nuestras familias sufren”.
Hizo decenas de copias y las envió a algunos periodistas y a varios de los mejores autores de cómics de Estados Unidos. La respuesta fue lenta. Primero algún joven dibujante expresó su pesar en un fanzine, luego otro hizo un comentario dolido en una radio. De a poco varias personas se fueron haciendo eco. El presidente de la Asociación de Autores de Historietas, un colega de los inicios de Siegel, expresó públicamente su preocupación.
Cuando ya las voces eran demasiadas, la noticia se metió en las secciones de espectáculos de los grandes medios. Era una buena historia para que los periodistas la explotaran: la contraposición entre la salud radiante del personaje y el destino maltrecho de sus creadores. Warner, que había adquirido la editorial, no quiso tener problemas. Sus directivos creyeron que si se producía un escándalo mediático, eso perjudicaría su película. Estaban muy preocupados por resguardar los millones de dólares que invertían en el presupuesto del film. Se reabrieron las negociaciones y llegaron a un acuerdo. La productora se comprometía a pagar una pensión de 20 mil dólares anuales a Shuster y a Siegel, brindarles cobertura médica y, además, a reintegrarlos en los créditos, tanto de la película como de las publicaciones, como creadores del personaje.
Ese acuerdo posibilitó que los dos artistas pasaran sus últimos años (Shuster murió en 1992 mientras que Siegel lo hizo en 1996) sin preocuparse de los avatares económicos. Sin embargo poco tiempo atrás herederos de Siegel volvieron a reclamar judicialmente por sus derechos y obtuvieron, por meandros en la ley de Propiedad Intelectual, un porcentaje importante de los beneficios.
Superman seguirá atravesando los cielos, rebotando las balas que pegan en su pecho, persiguiendo criminales. Seguirá generando, también, grandes beneficios económicos en sus distintas versiones y adaptaciones. Más allá de disputas comerciales que no parecen terminar jamás, Jerry Siegel y Joe Shuster serán, finalmente, recordados como sus creadores, como los dos que le dieron vida al primer superhéroe moderno, el que empezó la fiebre.
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