La madrugada en que su mamá huyó de casa en pijama, Patricia tenía 6 años, su hermano, 3. Su padre -a quien no llama padre sino "progenitor biológico"- había atacado a su mamá con ferocidad: la había llevado de una habitación a otra a fuerza de piñas y patadas en el cuerpo; luego, había intentado estrangularla.
No era el primer episodio de violencia en casa pero fue la primera vez que su mamá se atrevió a hacer la denuncia. A pesar de que el hermano de Patricia quedó en shock después de la golpiza que presenció y pasó los siguientes dos meses sin hablar, la Justicia consideró que había habido violencia sí, pero sólo contra la madre: que la violencia en el hogar no afectaba a los hijos.
Patricia es española y ya tiene 21 años. Vivió un calvario pero creció, escribió su historia en un libro, fundó una ONG y se convirtió en una referente internacional que supo dar voz a un drama invisibilizado: el de los hijos de la violencia de género.
Criarse en la violencia
"Había empezado durante el noviazgo de una forma sutil, se acentuó cuando quedé embarazada de Patricia. Apenas se enteró, eso ya fue un caos", cuenta a Infobae desde Madrid Sonia Fernández González (51), madre de Patricia y sobreviviente, y con su relato derriba una creencia común entre las víctimas: que el violento va a cambiar con la llegada de un hijo.
"No nací con un padre y una madre. Nací con una madre y un maltratador", sigue Patricia Fernández Montero, que ahora tiene 21 años. "Hay quienes me preguntan: '¿Pero a ustedes les pegaba?', ¿también ejercía violencia directa sobre sus hijos?'. El hecho de ser un niño y vivir en una casa en la que en vez de haber sensaciones como el cariño o el amor había otras como el terror a que él llegara, provoca un daño emocional brutal, y sí, yo lo recibía directamente. Creo que ahí hay dos de los grandes mitos: 'Si no te pega, no es violento', 'puede maltratar a la madre y ser un buen padre'".
Los recuerdos de un niño o niña no vienen en forma de imágenes sino de sensaciones. Patricia recuerda a su mamá "súper envejecida" y débil, pesaba 15 kilos menos de los que pesa ahora. No recuerda tanto los golpes hacia ellos, que también existieron, sino el malestar que sentía en el cuerpo cuando el tintineo de las llaves indicaba que él había vuelto.
Su mamá creía que podía mantener a sus hijos al margen, que los tentáculos de la violencia no los alcanzaban: lo mismo que creía Celeste, el personaje de Nicole Kidman, en la aclamada serie Big little lies. En la serie, emitida por HBO, Celeste supo que había estado equivocada cuando vio que sus mellizos, de 7 años, repetían los patrones de violencia que habían aprendido de su padre.
El punto de inflexión fue en febrero de 2005, tras aquella golpiza que su marido le dio por haberse negado a que el hijo de ambos, de 3 años, viera una película de guerra.
"Tenía terror de denunciar, pensaba 'es que nos va a matar'", cuenta su mamá. Pero lo denunció: en un juicio rápido, lo condenaron y le pusieron una medida de restricción de acercamiento por cinco años. "Pensé que la verdad era suficiente pero ahí empezó el otro calvario", sigue Sonia.
El después de la condena
Patricia acababa de empezar la primaria y lloró cuando supo que su madre se había separado. "Lloré, pero de alivio", dice. Por seguridad, se fueron del pueblo, los chicos cambiaron de colegio de un día para el otro y no volvieron a ver a su progenitor por siete meses.
"Ahí sucedió el primer batacazo", sigue. La Justicia consideró que teníamos que ir a visitarlo. "Por un lado, decían que era maltratador, por otro que eso no lo hacía un mal padre y tenía derecho a vernos".
El día en que tenían que ir a visitarlo por primera vez, subieron a los hermanos a un auto y emprendieron viaje por autopista. "En ese momento se me cruzó un cable y pensé 'no voy a poder aguantar esto', e intenté abrir la puerta. Tenía 7 años, no era una suicida. Sucede que cuando estás viviendo con un maltratador te queda sólo un hilo del que tirar, que es pedir ayuda. Pero nosotros habíamos pedido ayuda y la Justicia nos había enviado de vuelta con nuestro verdugo".
No se tiró pero Patricia ve hoy el episodio como un momento "trascendental": "Lo que quise fue escapar porque sentía que no había salida". Ni el divorcio ni la vigilancia habían acabado con la violencia:
"La violencia no acabó sino que se transformó. Porque ahora el Estado reproducía todos esos patrones. Que la propia Justicia te haga visitar a la persona que te maltrataba todavía me parece inconcebible".
Los hermanos empezaron a resistirse a verlo. Patricia desarrolló un cuadro de ansiedad profunda: dolor de estómago constante, se hacía pis y caca encima. "Sentía que, si iba, me moría", recuerda. Sin embargo, los operadores judiciales concluyeron que los chicos no querían ver a su padre porque su madre los manipulaba.
En 2008, durante el juicio en el que se definió la custodia de los hijos, una perito concluyó que los chicos tenían "Síndrome de alienación parental" (SAP), un síndrome por el que suponen que las mujeres les llenan la cabeza a sus hijos en contra de sus padres por resentimiento.
Como se lo considera un invento para enmascarar la violencia contra los niños, especialmente el abuso sexual, se lo conoce como "el falso síndrome" y ni la Organización Mundial de la Salud lo reconoció ni la Asociación Americana de Psiquiatría lo incluyó en la lista de trastornos mentales. Así y todo, sigue usándose (a veces con otros nombres), también en Argentina.
"Yo tenía un abogado de oficio y él la mejor abogada", sigue su mamá. "La jueza dijo que en un divorcio no tenía nada que ver que él tuviera una condena penal por maltrato. La perito me dijo, básicamente, que era una mala madre. Me aplicaron el SAP y me quitaron a los niños".
A él le dieron la custodia completa de los chicos y la chance de quedarse en la casa. A ella le dijeron que no podía volver a verlos y que tenía que irse.
Durante los años que siguieron los obligaron a ir a una terapia a contar "nuestro progreso": "Nos sentaban al lado de él y nos preguntaban: '¿Cómo estuvo la semana?', mientras nos observaban detrás de un vidrio oscuro. ¿En qué terapia el maltratador está al lado viendo todo? ¿Cómo iba a contar lo que sentía si después tenía que irme con él?".
Si bien Sonia recuperó la custodia, los hijos tuvieron que seguir visitándolo periódicamente. "La recuperó porque él no nos quería. Dos niños daban mucho trabajo y él sólo quería hacerle daño a mi madre", dice Patricia.
La violencia, durante los años que siguieron, no fue física pero igual asfixiante para un niño: "Nos llevaba a una casa de campo en pleno invierno y no prendía la calefacción. Ya no era miedo lo que sentía sino que estábamos obligados a ir con alguien a quien no le importábamos, ¿qué más da que estemos con 10 grados bajo cero y sin calefacción?".
Cuando Patricia cumplió 15 años, su progenitor le dio un sobre en el que estaba el diario que ella escribía de chica, sus dibujos, y todo lo que se había llevado en su momento para ganar la batalla judicial. Además, había una foto que él mismo había escrito y escondido. En el reverso había un texto dedicado a su mamá: no sólo admitía aquella paliza, le decía que tendría que haberle pegado más.
"Cuando lo leí llevaba ya tal peso sobre mi espalda…mi mayor miedo había sido que me quitasen de mi madre y lo habían hecho. Esta frase tan bonita que dice 'me quitaron todo que me quitaron hasta el miedo', pues yo en ese momento dije 'otra vez no'. Lo que pensé fue 'de mi madre, de mi hermano y de mí no te vuelves a reír mientras yo esté viva'".
El fin de semana siguiente, cuando fue a buscarla, Patricia le dijo que no se iba a ir más con él. "Pasó las siguientes tres horas gritándome desde el portal". Llamó a la Policía con pocas esperanzas pero, por primera vez, la escucharon. "Me dijeron 'no estás obligada a ir' y, después de 10 años, apareció el sol". Desde ese día, hace ya seis años, no volvió a saber de él.
La vida después de la violencia
Cuando todavía seguía bajo el régimen de visitas, Patricia comenzó a escribir lo que estaba viviendo. "Sentía que tenía una responsabilidad con las mujeres y los niños, que lo que estaba viviendo no podía caer en saco roto. Pero la historia no tenía fin porque seguía yéndome con él".
Lo terminó cuando decidió que no iba a volver a verlo. El libro, llamado "Ya no tengo miedo", fue publicado cuando Patricia tenía 17 años y puso voz al drama de los niños, niñas y adolescentes que nunca habían sido oídos. Fue en 2015, el mismo año en que España estableció por ley que los hijos no son meros espectadores de la violencia de género sino también víctimas.
No es así en Argentina pese a que en el 86,7% de los llamados atendidos en la línea 144 se registra la presencia de niños y niñas durante los episodios de violencia que las madres denuncian.
Patricia abrió un perfil en Facebook y cientos de madres e hijos que habían sufrido lo mismo empezaron a contactarla. Por eso, ella y su madre fundaron la ONG "Avanza sin miedo", a la que luego sumaron abogadas y piscólogas. En España la llaman "una activista a pie de calle": no tiene un título pero lleva en el cuerpo algo que vale todavía más: su historia.
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