Algunos lectores se acordarán: en el año 2007 comencé un programa de radio que se llamó "Despierto y por la calle". Todas las madrugadas, desde exteriores, recorría la ciudad con mi consola portátil. Andaba por los barrios, conversaba con la gente y descubría toda clase de historias.
Una de esas noches, el azar me llevó a Villa Luro, hasta la calle Ramón L. Falcón, por el lado de la plaza Ejército de Los Andes. Como de costumbre, iba contando lo que veía y detuve el móvil en el bulevar central, esa especia de alameda que embellece el lugar.
Un poco más adelante y ya en territorio del barrio de Liniers, al llegar a la calle Miralla, me llamó la atención algo que vi en la casa de la esquina. Porque por encima de la pared sobresalía lo que parecía ser… la cúpula de una calesita… Me acerqué y miré a través de a reja de la puerta, hacia el costado. ¡Sí, en el patio de la casa había una calesita!
Algo insólito. ¿Una calesita dentro de una casa?
En medio de la madrugada no tenía a quién preguntarle sobre ese hallazgo. Así que, aunque eran las cuatro de la mañana, como vi que las luces de la casa estaban encendidas, toqué timbre.
Era un riesgo. En vivo, en directo, con toda lógica podía salir al aire una respuesta airada. Sin embargo, en el acto, se abrió la puerta del fondo y desde adentro una voz gritó:
-¡Me imaginé que ibas a venir, porque te estaba escuchando, ja ja!¡Bienvenido a la calesita, yo soy Luis!
Así conocí a un personaje increíble, el famoso Luis, el hombre que armó una calesita en el patio de su casa.
En esa época, Luis estaba por cumplir 88 años. Se lo veía jovial, activo, dinámico:
-Vení, pasá… Tomemos unos mates y te cuento la historia de esta calesita.
Por supuesto, le dediqué todo el programa. Y a medida que conversábamos, comenzaron a llamar los oyentes, algunos desde el exterior. Eran argentinos emigrantes, que de chicos habían dado vueltas en esa misma calesita:
-Cada tanto alguno viene de visita a ver a la familia y llega hasta aquí para recordar su infancia.
Luis Rodríguez, rebautizado Don Luis por el afecto de los vecinos, había nacido el 4 de noviembre de 1919. Su primer hogar estuvo en la calle Sarandí al 1400:
-Mi papá y mi mamá pagaban 30 pesos por mes de alquiler. Pero a mi papá, que era gallego y había venido como inmigrante, lo echaron de la compañía Anglo Argentina, donde era guarda del tranvía 22. Yo tenía 4 meses. Entonces los paisanos, gallegos como él, que en su mayoría tenían calesitas, lo ayudaron, le prestaron dinero y compró su propia calesita en 1920, a unos que eran socios y la tenían en Ramos Mejía. Levantó cabeza y ya en 1924 nos mudamos a esta casa.
Hijo de padre calesitero, Don Luis empezó en el oficio desde muy chico:
-A los 15 años empecé a trabajar de peón, junto a mi papá. La calesita estuvo en todos lados. Siempre por estos barrios. Montiel y Ramón Falcón, Carhué y Rivadavia, Tuyú y Rivadavia, Avenida General Paz y Rivadavia, Larrazábal y Ericlla, Larrazábal y Sequeira, Tonelero y Tellier, Peribebuy y Cañada de Gómez. También en Caagazú y Fonrouge. La desarmábamos y la volvíamos a armar. Pasamos por Remedios entre Azul y Pergamino. Pasamos por Arregui y Barragán, Arregui y Gana, Juan B. Justo y Gallardo… ¡Tantos lugares!
Los mojones de esta travesía están unidos fuertemente a su íntima biografía:
-Mi papá murió en julio de 1944. Teníamos la calesita en Cortina y Nogoyá y la estábamos mudando a Juan B. Justo y Fragueiro.
Y fue otro trance familiar el que torció su destino de calesitero:
-En 1965 tenía la calesita en Bacacay y César Díaz. Mi mamá estaba muy enferma y yo tenía que estar con ella para atenderla, me pasaba muchas horas a su lado aquí en casa. Claro, no podía vigilar la calesita. Resulta que un día me robaron la lona que la cubría. Yo no tenía plata para comprar otra, así que decidí traer la calesita a mi casa. De esa manera, podía cuidar a mi mamá y no corría el riesgo de que me volvieran a robar…
Desde ese momento, la calesita de Don Luis está dentro de la casa de Ramón L. Falcón 5990, esquina Miralla, ocupando el espacio que había sido del jardín. El traslado lo obligó a achicarla, para que pudiese entrar dentro de la vivienda:
-Imaginate, de un diámetro de siete metros y medio la tuve que pasar a seis metros. La base, el techo. Tuve que cambiar la posición de los caballitos, todo…
La charla de aquella madrugada radiofónica callejera quedó grabada en mi memoria.
Don Luis murió en junio de 2013, a los 93 años. Pero hoy su calesita sigue girando en el mismo lugar, dentro de es misma casa.
Ahora el calesitero es su ahijado José Luis Rodríguez, que continúa la tradición familiar aunque nunca había sido del oficio:
-Yo vendo equipos de GNC. Vivo casa por medio de aquí y siempre estuve muy unido a Luis. Además de mi padrino, él era primo hermano de mi papá. Pero él no quería que yo trabajase aquí, quería que saliera con mi familia. "Ocupate de ellos, sábado y domingo vos salí a pasear", me decía. Pero en los últimos años igual lo ayudaba, cuando a la mañana me iba a trabajar pasaba por acá y le abría la calesita. Y después la cerraba. Pero esta era su vida, él se ocupaba de todo. Y cuando falleció, yo no sabía qué hacer. Me daba lástima cerrarla… más por los chicos. Hasta que con mi esposa decidimos volver a abrir la calesita a las pocas semanas. Y ahí nos metimos. Para el Día del Niño, en agosto. Fue muy emocionante, vino todo el barrio… Así que tuve que aprender a manejarla, porque él nada más me había dejado un par de veces a arrancarla y pararla ¡Y la bocha nunca la había tocado, tuve que ponerme canchero para dar la sortija! Y heredé la costumbre de Luis, de regalarle un caramelo a cada uno de los chicos cuando se van.
Luis vivía solo, era soltero:
-En broma, él decía "por eso vivo tanto y pasé los 90". Siempre hacía chistes, siempre estaba sonriente… jamás lo vi de mal humor ni enojado. Así fue con todos, conversador, cordial. Con todo el mundo era amable. Leía el diario desde la fecha hasta los chistes. ¡Y sin anteojos, hasta el final! Sabía de todo, te hablaba de fútbol, de política, de música, porque se comía el diario. Abría de lunes a lunes, aunque no viniese nadie. Se ponía a charlar con los vecinos que pasaban por la puerta o a hacer el mantenimiento de la calesita. Le gustaba que todo estuviese impecable. Le gustaba cocinar.¡Hacía cada puchero! Y también le gustaba mucho el tango. Por eso también ponía tangos en la calesita, porque decía que los chicos tenían que conocer la música nuestra…
La música de la calesita de Luis tiene su propia historia. Primero salía de un organito a manivela, un aparato muy popular en las primeras décadas del siglo pasado. José Luis recuerda algunos detalles:
-Era francés, lo habían traído de París. Cuando sonaba la música del organito, el caballo que arrastraba la calesita empezaba a caminar. Y cuando terminaba la canción, el caballo se detenía. Una vez un muchacho quiso confundir al caballo y empezó a tocar la misma canción con la armónica, pero el caballo no se movió. Después vendió el organito y él mismo hizo un tocadiscos, que todavía anda. En la casilla yo tengo ese tocadiscos, el pasacasetes y el lector de CD's, que es lo que uso ahora.
La evolución musical y la transformación mecánica de la calesita fueron parejas:
-Primero la calesita se movía arrastrada por un caballo. El primero que tuvo Luis se llamaba Rubio y vivió muchos años. Cuando se enfermó le hicieron una cama de paja, casi no se podía mover. Pero cuando escuchaba la música paraba la cabeza. Un domingo se levantó y medio tambaleante llegó hasta la calesita y allí cayó muerto. El segundo caballo fue Charo. Luego pusieron un Stover, que era un motor a explosión, como de auto. Y ahora el eléctrico, que funciona con un cardan y una correa. Como antes la calesita era más grande, la vuelta que daba era más lenta. Por eso no puedo poner la correa tirante, porque iría más rápido y los chicos se podrían marear.
Según cuenta la historia, las calesitas tuvieron su origen en Turquía, donde lejos de ser un entretenimiento infantil tenían por objeto entrenar a los guerreros, quienes debían atacar a muñecos colgados en círculo y que representaban a los enemigos.
En Argentina, la primera calesita se instaló donde hoy está la Plaza Lavalle, entre el Teatro Colón y el Palacio de Tribunales, cerca de 1870. Era de fabricación alemana, porque recién en 1891 se construyó la primera calesita argentina, que funcionó en la plaza Vicente López y había sido hecha en un taller de la calle Moreno al 1600. Sus creadores fueron Cirilo Bourrell, Francisco Meric y el español De la Huerta, quien finalmente se hizo cargo de la empresa, que se hizo muy popular por venderle calesitas a los inmigrantes españoles ofreciéndoles facilidades de pago. Precisamente, el papá de Don Luis fue uno de los clientes que aprovechó la comodidad de ese sistema.
Aquella calesita es la que hoy sigue en pie en la esquina de Liniers, donde ahora sigo conversando con José Luis, el heredero del legendario Don Luis:
-Esta calesita anduvo por todos lados, porque primero con su papá y luego solo, mi padrino hacía giras y viajaba a todas partes. Como los circos, iban de aquí para allá, llegaban, armaban, se quedaban un tiempo, volvían a desarmar y se subían al tren. Y vuelta a empezar. Se ganaba bien, pero era sacrificado. Dormían dentro de la calesita.
Como las compañías circenses, como los elencos de los viejos radioteatros, la calesita andaba por los pueblos. Era la atracción de las kermeses, ocupaba un lugar especial en las fiestas lugareñas y se convertía en la cita estelar de los carnavales:
-Me acuerdo que Luis siempre contaba que iban a Saladillo, 25 de Mayo, Roque Pérez, De la Riestra, todos esos lugares. Armaban la calesita en las romerías, adonde iba la gente del campo. A veces salían por varios meses. Arrancaban en noviembre y volvían cuando empezaban las clases.
Ese trajín requería la habilidad manual necesaria para cargar, montar y embalar la calesita cada semana. Don Luis siempre se destacó por esa pericia:
-Él hacia de todo. Cuando tuvo que cuidar a la mamá y puso la calesita en esta casa, estuvo varios meses trabajando para achicarla a la medida del espacio libre del jardín. Vos pensá que prácticamente tuvo que rehacer el piso, el techo. Y las figuras. Los camellos y las jirafas que están hoy los hizo él en madera. También dibujó y pintó los paneles del centro.
Y encima, para juntar un peso más, con una camioneta hacía changas como fletero.
Luego de una larga carrera previa, la calesita que el papá de Don Luis compró usada en 1920, está en la esquina de Ramón Falcón y Miralla desde hace 54 años. Y José Luis hace un balance emotivo:
-Ahora vienen chicos más chiquitos, de menos de un año. Algunos ni caminan. Pero los padres vienen para recordar, porque ellos también vinieron de chicos. Vienen los abuelos, que también dieron vueltas aquí ¡Y bisabuelos! Esta es la calesita de las cuatro generaciones. Ahora hay otras cosas para los chicos, están con los jueguitos y con la computadora. Pero la calesita sigue firme. Aquí a la vuelta está la casa de Pepe Amalfitani, el que fue presidente de Vélez… y vienen los nietos… Los de Raúl Gámez, también. Mucha gente conocida. El pibe que está con los juegos a la noche en Canal 13… Diego Korol, él venía de pibe. La periodista que está con el Papa… ¡esa, Alicia Barrios! Y en la página que me hizo mi hija en Facebook a cada rato aparece alguien que venía a la calesita y ahora vive en el extranjero.
La evocación estalla también en el roce con los objetos simbólicos de la calesita:
-Luis le dio un pedazo de madera de lapacho a un amigo de él, que era tornero. Y de allí salió la bocha que hoy uso yo. Tengo dos sortijas de hierro, las primitivas que son las que hizo él personalmente.
Mientras tanto, el barrio sigue creciendo. Se edifican edificios de departamentos y quedan pocas casas bajas como la de Luis:
-Esta zona se cotizó mucho, ésta es una esquina muy importante. Me ofrecieron comprarme la casa, "cuando quieras venderla avisame" me dijeron de una inmobiliaria.
¿Seguirá la calesita dentro de la casa, en esa esquina? José Luis también se lo pregunta:
-Atender una calesita es un trabajo muy sacrificado. Tenés que trabajar los feriados, los sábados y los domingos. Un calesitero me dijo una vez: "Yo no conozco lo que es comer un asado un domingo a mediodía con sol". Pero la alegría que te dan los chicos no tiene precio. Aquí cerca tenemos la plaza Ejército de los Andes y a mí me dijeron "andá cuando quieras, está reservada para vos". Allí trabajaría mucho más, muchísimo más. Pero esta calesita, aquí en la esquina, está llena de historia. Aquí hay gente que viene y llora, esto es un sentimiento.
Al salir, la calesita estaba tapada por la lona. Pese a eso, el cronista imaginó que subía a uno de los caballitos. Y que en uno de los giros, podía sacar la sortija.
La ilusión se me habrá notado en la cara, porque a modo de saludo José Luis me hizo un regalo:
-Tomá, como hacía Don Luis… te ganaste unos caramelos.
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