“Fruto maduro”, es lo que significa Yapeyú en lengua guaraní. Fue fundada por los jesuitas el 4 de febrero de 1627, dándole el nombre de “Nuestra Señora de los Santos Reyes Magos de Yapeyú” o “Nuestra Señora de los Tres Reyes de Yapeyú”.
En ese poblado que había conocido años mejores y donde ya era difícil disimular años de deterioro, se recibió con todos los honores a don Juan de San Martín como teniente gobernador de Nuestra Señora de los Reyes de Yapeyú, uno de los cuatro departamentos en los que habían sido divididas las misiones. Ese día tiraron el pueblo por la ventana. Hubo bailes, recepciones, invitaciones y misa a la que nadie faltó.
Los San Martín se alojaron en la residencia más respetable y espaciosa del poblado, la que había sido la residencia de los jesuitas, al lado de la iglesia, frente a la plaza, donde se destacaba una imagen de la Virgen María tallada por los indígenas. Era una cómoda vivienda, donde además funcionaban los almacenes y otras dependencias, además de una biblioteca de cuatro mil volúmenes. La construcción fue levantada con ladrillos de argamasa, elaborados por los propios indígenas.

El nacimiento de El Libertador
Juan de San Martín nació en Cervatos de la Cueza, provincia de Palencia, en 1728. De familia de labradores, a los 18 años entró al Regimiento de Infantes y por 1765 a este muchacho algo bajo, robusto, de cabello castaño claro y ojos azules, el lentísimo ritmo burocrático de ascensos lo llevaron a pedir ser enviado a Buenos Aires, donde le dieron como misión instruir al Batallón de Milicias.
En Palencia había conocido a Gregoria Matorras, nacida en Paredes de Nava el 22 de marzo de 1738, y que ya había pasado los treinta años. San Martín les dio un poder a los capitanes Juan Francisco Sumalo y Juan Vázquez y al teniente Nicolás García Hermete para que la desposasen en su nombre, cosa que ocurrió el 1 de octubre de 1770. En un viaje que el primo hermano de la mujer Gerónimo Matorras hizo a Tucumán para asumir como gobernador y capitán general, la trajo con ella, y así comenzaron una vida juntos.
Tuvieron cinco hijos. Los tres primeros María Elena (1771); Manuel Tadeo (1772) y Juan Fermín Rafael (1774) nacieron en la Banda Oriental, ya que Juan de San Martín tenía a su cargo la administración de los partidos de Calera de las Vacas y Víboras. Fueron insistentes sus pedidos a Vértiz a que se lo relevase del puesto y le diera mando de tropa, pero Vértiz no encontraba con quién reemplazarlo.

En Yapeyú nacieron los dos últimos hijos del matrimonio, Rufino (1776) y José Francisco (1778). A través de la consulta de diversos documentos -porque la partida original de nacimiento se considera perdida- José Francisco o Francisco José (como habría figurado en el acta) nació el miércoles 25 de febrero de 1778 y bautizado al día siguiente por el cura local, el fraile dominico Francisco de le Pera. Cristóbal de Aguirre, un comerciante porteño y Josefa de Matorras fueron los padrinos.
Se supone que en la invasión portuguesa del 13 de febrero de 1817, cuando Yapeyú fue saqueada e incendiada, se perdieron los registros parroquiales. En los primeros años del siglo veinte apareció una copia del acta de bautismo, que también desaparecería con el incendio de la Curia metropolitana en 1955.
Sin embargo, existe otra historia relacionada a los orígenes del Libertador.
Rosa Guarú, que también la menciona como Juana Cristaldo, tal vez porque se usaba ponerles nombres “cristianos” a los esclavos y sirvientes, al servicio de los San Martín, crió al niño José. Fue la que le enseñó a caminar y con el que jugaba a la sombra de la higuera que estaba en el centro del pueblo, esa higuera a la que Rosa seguramente le habrá dicho al niño que los guaraníes la llamaban “ibapoy”.

San Martín padre estaba haciendo una excelente tarea, aumentando la productividad, creando estancias comunitarias y hasta había organizado un cuerpo armado de 550 hombres, que mantenía a raya a las temibles invasiones de bandeirantes brasileños y a los charrúas.
Creó establecimientos, a los pobló con familias del lugar. Uno fue “La Merced”, que daría origen a la ciudad de Monte Caseros; “San Gregorio”, luego Mandisoví y finalmente Federación, en Entre Ríos; “Jesús de Yeruá” en el sur de Concordia y por último Paysandú.
San Martín convirtió al lugar en un próspero centro productor de yerba mate, algodón, tabaco, grasas y cueros que por río enviaba a Buenos Aires.
Cerca de fin de año, hubo un incidente en el trabajo, se perdieron muchas cabezas de ganado, y siete naturales murieron. San Martín responsabilizó a un jefe indígena y no tuvo mejor idea que castigarlo con el cepo. Los naturales organizaron una rebelión para defender a su cacique que duró varios días y que pudo ser controlada.

El fiscal pidió que fuera apartado, pero el virrey Juan José Vértiz terminó archivando el caso debido a que San Martín había hecho un buen trabajo. Recién sería reemplazado el 14 de febrero de 1781, y debió hacer las valijas.
Sus últimos servicios fue el de apresar a dos contrabandistas y se dio el lujo de capturar una banda con una partida de 10 hombres prácticamente sin armas.
El misterio de la madre de San Martín
Lo más desgarrador fue la separación del niño José Francisco de su nodriza, Rosa Guarú que una versión asegura que era su verdadera madre, producto de una relación pasajera con Diego de Alvear, un funcionario español que inspeccionaba las antiguas reducciones jesuíticas y que se había alojado en la casa de San Martín. Y que Alvear encomendó a los San Martín la crianza y educación del niño, para lo cual se encargaría de girarle el dinero correspondiente.

Los San Martín le prometieron a Rosa que la mandarían a buscar, pero la realidad fue que la mujer se quedó toda su vida esperando un reencuentro que nunca llegaría.
San Martín compró dos casas en Buenos Aires. Una, sobre la calle Piedras, entre avenida Belgrano y Moreno, llamada “casa chica” y otra en Venezuela, entre Bernardo de Irigoyen y Tacuarí, “casa grande”, donde la familia habitaría.
Cuando llegaron, Juan enfermó gravemente. Tan serio fue que acordó con Gregoria hacer testamento. Sin embargo, se curó.
El paso de San Martín por España
Cuando recibió la orden de regresar a España, junto con un contingente de militares que no tenían destino en el nuevo continente, se embarcó en la fragata de guerra Santa Balbina y luego de 108 días de viaje, anclaron en Cádiz el 23 de marzo de 1784.
El capital familiar era de 1500 pesos. Luego de un tiempo en Madrid, se establecieron en Málaga, en una casa de la calle de Pozos Dulces que le alquilaban al coronel retirado Isidoro Ibáñez por dos reales al día. Las estrecheces económicas lo obligaron a mal vender las dos viviendas de Buenos Aires.
José comenzó a asistir, mañana y tarde, a la Escuela de las Temporalidades, en Málaga, a tres cuadras de donde vivían. Los padres pagaban cuatro reales diarios.
Para sus compañeros, era el “indiano”, debido a su procedencia y su tez oscura. Si bien no sobresalió en sus estudios, demostró una especial habilidad por el dibujo y la música. “Podía haberme ganado la vida pintando paisajes de abanicos”, escribiría muchos años más tarde.

Bautismo de fuego
Su infancia quedaría atrás para siempre el 1 de julio de 1789 a sus 11 años cuando pidió entrar como voluntario en el Regimiento de Murcia. Su uniforme blanco, con el cuello y botamangas azules y el sombrero negro de tres picos marcaría su inicio en el duro oficio de guerrear y conducir.
Luego de 39 años de servicio, Juan de San Martín pasó a retiro como teniente coronel. Falleció el 5 de diciembre de 1796 y dos años más tarde su viuda pudo cobrar una pensión de 175 pesos.
San Martín mantuvo en contacto con sus hermanos. A Manuel Taddeo lo había invitado a integrar las filas de su ejército libertador; con Justo Rufino solían verse en los años de exilio, mientras que con su hermana se escribían y la incluyó en su testamento. Juan Fermín había fallecido en Manila en 1822.
Gregoria Matorras murió el 29 de marzo de 1813, mientras que Rosa Guarú vivió hasta los 100 añosa, tanto que se enteró por un militar que volvía de la Guerra de Paraguay que José había fallecido. Ahí se enteró del exilio y de cómo el país le había dado la espalda.
Fue enterrada con un relicario que protegía en una bolsita que colgaba de su cuello, con la imagen del niño que había criado, el mismo que volvería a estas tierras para hacer historia. De la grande.
Fuentes: Patricia Pasquali – San Martín. La fuerza de la misión y la soledad de la gloria; Hugo Chumbita – El secreto de Yapeyú; Hugo Chumbita y Diego Herrera Vegas – El manuscrito de Joaquina.
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