
El telescopio no existía aún. Inventado posiblemente en Holanda, había sido pensado como un artefacto recreativo, hasta que fue transformado por Galileo Galilei para observar el cielo. Por eso el mérito del polaco Nicolás Copérnico: noche a noche observaba el cielo y comprobó que los planetas giraban alrededor del sol.
Se la llama Thorn o Toruń a esa ciudad del norte de Polonia, donde su barrio medieval, que se conserva tal cual como lucía siete siglos atrás, fue declarado por la Unesco como patrimonio de la humanidad. Allí nació Nicolás Copérnico el 19 de febrero de 1473, y la casa donde se supone que vivió es un museo.
A los 10 años quedó huérfano de padre y su tío Lucas Watzelrode, un cura católico que llegó a obispo, se encargó de su educación. Decidió que siguiera la carrera eclesiástica.

A los 19 años fue a la universidad de Cracovia, la mejor que existía al norte de los Alpes, donde había estudiado su tío y la astronomía y las matemáticas lo sedujeron. Su maestro preferido fue el humanista Albert Brudzewski quien terminó abandonando esa universidad por el predominio de los escolásticos reaccionarios. Copérnico y otros discípulos lo imitaron y le pidió a su tío completar su educación en otra parte.
Lo desvelaba la astronomía. No entendía por qué los matemáticos eran incapaces de calcular la duración del año regular. Se le ocurrió hacerlo considerando la posibilidad de que la tierra se moviese alrededor del sol, un concepto absolutamente contrario a lo sostenido por la iglesia.
Vivió en una época increíble. Cristóbal Colón había llegado a lo que creía las Indias Occidentales, hubo navegantes que dieron la vuelta al mundo. Dominaban la escena escritores y artistas como Leonardo, Miguel Ángel, Durero, Rafael, Maquiavelo, Rabelais y la irrupción de la imprenta de tipos móviles fue una verdadera revolución y adelanto en la proliferación de obras.

Mientras el joven Nicolás hacía sus elucubraciones sobre el cielo y el espacio, su tío consideró que el muchacho necesitaba un trabajo y en 1497, haciendo valer sus influencias, fue nombrado canónigo de la catedral de Frauenburg, en Ermeland, en la diócesis de su tío.
Apenas se hizo cargo, se le permitió ausentarse para así continuar sus estudios en la Universidad de Bolonia, Italia, donde por tres años profundizó en matemáticas, física y astronomía. Se relacionó con Doménico María Novara, uno de los mejores astrónomos. Mientras tanto Copérnico aprendió griego para poder leer a Pitágoras y a sus discípulos. Tomaba la idea de los pitagóricos acerca de que la trayectoria de los planetas y estrellas era circular y que la tierra era redonda. Si los demás planetas también lo eran. A través de la rotación de la tierra y de los demás planetas alrededor del sol, Copérnico sostenía que se podían explicar varios fenómenos. Cada vez se convencía más de que la tierra no era el centro del universo.
También había leído a Platón quien, si bien en un primer momento sostuvo que la tierra era el centro del universo, luego había sugerido lo contrario. En Roma, en el 1500, dio conferencias sobre matemáticas y a veces deslizaba la posibilidad de que la tierra pudiese moverse. Se lució cuando disertó sobre un eclipse de luna que se produjo en esa ciudad. En su trabajo le concedieron una nueva licencia para estudiar medicina en Padua, Italia, y cuando completó sus estudios regresó a su tierra.
Su tío lo tomó como su médico personal y Copérnico descubrió su vocación en el arte de curar y se destacó por atender gratis a los pobres. Enseguida se hizo fama de un muy buen médico. Y seguía todas las noches estudiando el cielo.
Concentró su atención en Marte, uno de los planetas más fáciles de observar. Notó que seguía una extraña órbita, con una velocidad que disminuía paulatinamente hasta quedar quieto y cuando volvía a moverse, lo hacía en la dirección opuesta.
Lo notó en otros planetas, que modificaban su tamaño. Fue llegando a la conclusión de que el heliocentrismo era la respuesta. El sol, diariamente, salía por el este y se ponía en el oeste. Descubrió que los demás planetas y estrellas se movían juntos. Dedujo que la tierra daba una vuelta diaria alrededor de su eje, oponiendo siempre uno de sus lados al sol, provocando el día y la noche.
Resultaba para él absurdo que un cuerpo tan pequeño en masa como la tierra pudiese tener tanta atracción del sol y de los planetas.
Cuando su tío murió en 1512, debió volver a su trabajo en la catedral. Tenía sus conclusiones listas y escritas pero no las publicó. Aún no estaba del todo seguro de exponer su trabajo porque temía una crítica hostil y destructiva, y no sabía cómo reaccionaría la iglesia.
No solo se dedicó a la astronomía. Había escrito un tratado sobre la moneda y demostró que podía ser un hombre de acción cuando participó de la defensa de una invasión teutónica que amenazaba a una población que él administraba.

En Frauenburg eligió una torre desde donde hacer sus observaciones. Hizo una hendidura vertical en una pared y noche tras noche anotó el paso de los planetas, datos que comparaba con anotaciones anteriores. La altitud de las estrellas en el horizonte la calculaba con un cuadrante. Pero no se podía dedicar de lleno, ya que la medicina le tomaba mucho tiempo.
Rechazó una invitación de un concilio de astrónomos para revisar el calendario, porque se vería en la obligación de exponer su teoría, y sabía que sería un punto muy conflictivo. Mandó decir que como no se conocían a fondo los movimientos del sol y la luna era imposible la tarea.
En 1522 publicó “Breve esquema de las hipótesis de Nicolai Copernicus sobre los movimientos celestes”, un pequeño manuscrito con un adelanto de sus estudios que tuvo una amplia aceptación, al punto que la obra llegó a manos del Papa León X, quien le propuso demostrar matemáticamente su tesis. En realidad, el sumo pontífice estaba convencido que la del Copérnico era solo una mera teoría y que no representaban ningún peligro para la iglesia.
El protestante Martín Lutero se alarmó cuando se enteró de las conclusiones de Copérnico. Si la Biblia decía que Josué había ordenado al sol, y no a la tierra, que se mantuviese quieto, con lo que el polaco osaba a contradecir las Sagradas Escrituras. Lutero nunca lo nombró y el astrónomo no le contestó.
El nuevo obispo de la ciudad le hizo la vida imposible porque Copérnico había integrado una lista como uno de los candidatos a ese cargo. Hizo que el astrónomo despidiese a Anna Schillings, su ama de llaves y pariente lejano, echando a rodar el rumor de que mantenían relaciones. Copérnico no tuvo más remedio que despedirla. Aún así el obispo siguió acusándolo que se veía a escondidas con la mujer.
En 1539 lo visitó Joachim Rheticus, un estudiante de 25 años de la universidad protestante de Witemberg. Quería conocer a ese hombre de 66 años y estudiar su teoría. Fue él quien lo convenció de publicar su trabajo, que fue enviado a Núremberg para su impresión. Según sus biógrafos, temía más miedo al ridículo que a las represalias de la iglesia. Copérnico, para aplacar los ánimos, le dedicó el libro al Papa, en el que aclaró que “mantuve oculto no solo nueve años sino cuatro veces nueve”.
A fin de 1542 cayó enfermo, sufría hemorragias y tuvo una parálisis. Quedó postrado. Solo lo mantenía vivo la espera de ver su libro “Sobre las revoluciones de los cuerpos celestes”. Permanecía inconsciente la mayor parte del día. El 24 de mayo se despertó. Junto a la cama vio a un mensajero que tenía el libro en sus manos.
Lo tomó, leyó la primera página y cuando quiso continuar, falleció. Nunca vio que en esa segunda página Andrea Osiander, un predicador luterano que trabajaba en Núremberg, logró colar un prefacio en que se aclaraba que la teoría que se presentaba era “una hipótesis interesante”. Como ese texto no estaba firmado, se pensó que el autor de la aclaración había sido Copérnico, quien pasaría a la historia como el precursor de la astronomía moderna y del estudio del universo y de la naturaleza.
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