En las aguas del cabo de Trafalgar, al suroeste de la provincia de Cádiz, esas que son buscadas por los surfistas de todo el mundo por las características de sus olas, hay por lo menos unos quince buques hundidos, que no lo fueron durante el histórico combate, sino por un violento temporal, casi tan destructivo como la batalla misma que esa noche se desató.
Trafalgar es considerada por historiadores como la más importante de las guerras napoleónicas, y fue un antes y un después en el predominio del emperador francés.
Desde 1793 Inglaterra y Francia estaban en guerra. Ese año, cuando la Revolución Francesa consolidó el llamado “Reino del Terror” se encendieron las luces de alarma, más aún cuando la pareja real fue guillotinada. A partir de ese momento hasta la caída de Napoleón en 1815, Gran Bretaña buscó formalizar diversas alianzas con el propósito de darle un cierre al predominio de Bonaparte en Europa.
En 1803 y 1804 se renovaron las hostilidades entre Francia y Gran Bretaña, que se habían interrumpido en 1802 con la firma del Tratado de Amiens.
Para Napoleón, Gran Bretaña era la nación a vencer para lograr un imperio europeo unido bajo su conducción. Le ofreció a España una alianza, ofreciéndole el peñón de Gibraltar y otros territorios a cambio de que apoyara la invasión de las islas británicas.
En ese ajedrez internacional, Gran Bretaña bloqueó puertos franceses y españoles y organizó lo que se llamó la Tercera Coalición, una alianza continental que incluía a Austria, Nápoles, Suecia y el Imperio ruso.
Invadir Gran Bretaña
El plan de Napoleón consistía en invadir las islas británicas. Por eso concentró en los alrededores de Boulogne sur Mer unos 90 mil hombres para cruzar el Canal de la Mancha en barcazas escoltadas por buques de guerra. Sabía del potencial inglés en los mares, por eso formó una flota combinada de 15 buques españoles y 18 franceses. Puso al mando al almirante Pierre Charles Jean Baptiste Silvestre Villenueve, de quien Napoleón decía que era un hombre valiente pero con pocas luces. Al mando de las naves españolas estaba Federico Gravina, quien no siempre compartió el criterio de su colega galo.
El plan era el de atraer a la flota inglesa a las Antillas, regresar lo más rápido posible para dar la cobertura a la invasión. Pero los buques franceses y españoles tuvieron fallas de coordinación y tuvieron un combate con los británicos en Finisterre, con lo que se perdió el factor sorpresa.
A pesar de que Napoleón le había ordenado dirigirse a Nápoles, Villenueve regresó a Cádiz, y el 19 de octubre dio la orden de salir a buscar a los ingleses, en un intento de recomponer su imagen. Iba al mando de 33 buques, 27 mil hombres y 26.262 piezas de artillería. Sus tres divisiones, formadas en columna, pusieron proa al sur, en dirección al Mediterráneo.
Los españoles consideraban que no era el momento oportuno, que se venía un temporal. Pero Villenueve, apurado por la impaciencia de Napoléon, dio la orden igual, a pesar de que no todos sus buques estaban aptos, ya que el Santa Ana, el Rayo y el San Justo aún no habían sido reparados de sus averías en Finisterre.
Enfrente, la flota inglesa, al mando del almirante Horatio Nelson -su segundo era el vicealmirante Cuthbert Collingwood-, la componían 27 buques. La inferioridad numérica no preocupó a Nelson porque por más que el enemigo contaba con mayoría de hombres y cañones, era consciente de que las suyos eran naves de mayor porte y con artillería de mayor alcance, y la mayoría de sus hombres, que lo seguían ciegamente, tenían experiencia en el combate en los mares.
La tripulación española estaba en inferioridad de condiciones, porque muchos habían sido reclutados de otras unidades a las apuradas, y en cursos exprés aprendieron el abc de la guerra en el mar, como por ejemplo, a operar un cañón en medio del bamboleo de la nave.
La batalla
Todo ocurrió el 21 de octubre de 1805. Los buques franceses y españoles adoptaron una formación en línea, donde a la vanguardia iba Gravina y a la retaguardia Dumanoir Le Pelley y el jefe Villenueve al centro.
La primera decisión de Villenueve fue equivocada. Al ver la magnitud de la flota inglesa, ordenó virar en redondo para volver a refugiarse en la bahía de Cádiz. Pero la maniobra de estos grandes buques demora cerca de un cuarto de hora, y cuando la completaron, la línea de batalla estaba lo suficientemente desarmada para que los ingleses pudiesen hacer su trabajo.
Lo que hizo Nelson fue arriesgado: ordenó dos filas de buques que atravesaron la línea franco española. Y le dio libertad de acción a cada uno de sus comandantes, con la indicación de destruir un barco antes de enfocarse en el siguiente.
Ante el desastre que consideraba inminente, el español Gravina le pidió, sin suerte, autorización a Villenueve para actuar en forma independiente.
Nelson logró romper las filas enemigas, partiéndola en tres. El centro y la retaguardia quedaron a merced de los ingleses y la vanguardia, aislada. A las 11:45 comenzó el fuego de artillería. El Victory, el buque donde iba Nelson, una moderna fragata con todos los adelantos técnicos que pueden esperarse de la ingeniería naval de aquellos tiempos, enfiló hacia el que estaba Villenueve, el Bucentaure.
Se desató un violento intercambio de artillería y disparos que dejaban tendales de muertos sobre las cubiertas.
En la mitad del combate, cayó seriamente herido el propio Nelson de un disparo de mosquete hecho desde el Redoutable, el buque que mejor combatiría. El jefe inglés era fácilmente ubicable por su uniforme y las medallas que lucía, a pesar de las recomendaciones de que no las llevase.
Su segundo Collingwood terminó la tarea y la victoria fue total. Villenueve se rindió y fue tomado prisionero.
Francia perdió 12 navíos, tuvo 2218 muertos, 1155 heridos y más de 500 prisioneros; España, por su parte, perdió 10 naves, tuvo 1022 muertos, 1383 heridos y unos 2.500 prisioneros, mientras que Gran Bretaña no perdió ningún buque, sufrió 449 muertos y 1241 heridos.
Una decena de barcos aliados lograron entrar en Cádiz antes de que se desatase el temporal. Otras, en su pugna por ir a puerto seguro, chocaron contra peñascos y arrecifes. Murieron unos cuatro mil hombres. Los héroes entonces fueron los pescadores quienes se lanzaron en sus barcazas a rescatar a los náufragos, muchos de ellos heridos durante la batalla.
A partir de Trafalgar, Gran Bretaña se hizo ama y señora de los mares, le permitió consolidar el dominio de colonias en todas partes del mundo, contrarrestó el poder español, al punto tal que su maltrecha escuadra no estuvo en condiciones de acudir enseguida al Río de la Plata cuando invadió Buenos Aires en 1806 ni cuando estalló el movimiento independentista.
Nelson y Villeneuve
Nelson, que había cumplido el mes anterior 47 años, fue sacado de cubierta. Un disparo le había entrado por el hombro izquierdo, le había roto la columna y el proyectil fue frenado por su omóplato. El almirante, que sabía de las heridas de guerra, ya que había perdido un ojo en Córcega y parte del brazo derecho en Tenerife, sabía que se moría, y así se lo hizo saber a quienes lo rodeaban. Alcanzó a enterarse del triunfo. Falleció a las cuatro y media de esa tarde. Para preservar su cuerpo hasta la llegada a Londres, fue colocado dentro de un barril de cognac.
Villenueve, 41 años, fue hecho prisionero y llevado a Gran Bretaña, donde fue puesto en libertad bajo palabra. Al año siguiente regresó a Francia. Su intención era la de explicarle a Napoleón las razones de la derrota. Camino a Paris, el 22 de abril de 1806 fue encontrado muerto en el cuarto de un hotel miserable. Tenía media docena de puñaladas. Se especuló que el propio Bonaparte había mandado a asesinarlo.
Uno de los que se batió valerosamente, al punto que sería ascendido, fue el general Baltasar Hidalgo de Cisneros, quien estuvo al comando de la Santísima Trinidad, el buque de mayor porte y resultó herido cuando un trozo de mástil lo golpeó. Como secuela le quedó una sordera de por vida. Estuvo prisionero de los ingleses en Gibraltar, y luego de dos años en Cartagena, lo nombraron virrey del Río de la Plata.
Los visitantes de las costas donde se desarrolló el combate dicen que falta erigir un monumento acorde a la magnitud de la batalla allí librada hace 219 años, donde acuden de todas partes del mundo a disfrutar de esas olas especiales, en el mismo sitio donde franceses, españoles y británicos se mataron de a miles por ser los dueños de Europa.