La expectativa fue tal que los que llegaron dos horas antes del comienzo de la ceremonia ya no pudieron ingresar al recinto donde la Academia de Ciencias y la de Bellas Artes de Francia presentaba en sociedad el lunes 19 de agosto de 1839 un invento muy novedoso: el daguerrotipo.
Los que salían eran acribillados a preguntas por los que se habían quedado afuera. Con desdén y suficiencia, alguno adelantaba que el secreto del milagro de perpetuar una imagen sobre una superficie estaba en una suerte de pomada y lavanda, aunque otros interpretaron que se debía a la tintura de yodo y mercurio.
Lo cierto es que se estaba ante un acontecimiento importante, el nacimiento de la fotografía y sus responsables tenían nombre y apellido.
El francés Joseph Nicéphore Niepce, nacido el 7 de marzo de 1765, junto a su hermano Claude tenían en su haber diversos inventos, como un motor para barcos. Por 1813 comenzaron los experimentos de reproducir dibujos por medio de la luz. En una carta de 1816 aseguró haberlo logrado con una caja cuadrada de unas seis pulgadas, con un ojo artificial con una lente que podía moverse hacia adentro o hacia afuera.
Los inicios de la fotografía
Colocó el aparato frente a una pajarera en la galería de su casa y comprobó cómo la imagen se reproducía. “El fondo del cuadro es negro y los objetos son blancos, es decir, más claros que en fondo”. Su siguiente preocupación fue hallar una sustancia que fijase esa imagen, transmitida por la luz, sobre una superficie.
En esa búsqueda, halló que una mezcla asfáltica en planchas metálicas era útil para el grabado, y llamó a esta técnica “heliografía”, que no es más que los inicios del fotograbado.
A medida que iba experimentando, se enteró que otro francés, de apellido Daguerre, estaba en el mismo camino y había logrado resultados sorprendentes.
Louis Jacques-Mandé Daguerre, nacido el 18 de noviembre de 1787, había empezado como aprendiz de arquitecto y pintor, y su facilidad para el dibujo lo hizo incursionar en diseño escenográfico. Es el creador del diorama, que con imágenes con formas y perspectiva y coloridas, además de efectos de luces, creaba la sensación de relieve. Hasta tenía su propia sala donde las butacas de los espectadores giraban de acuerdo al novedoso decorado. En los diarios era referenciado como “nuestro célebre pintor de dioramas”.
Daguerre no se conformó con los dioramas y quiso ir más allá y experimentó en la cuestión de la fijación de una imagen. Niepce, quien ya manejaba el complejo universo de los materiales sensibles, sabía que la cámara que había hecho Daguerre se acercaba bastante a la perfección, y por 1827 decidieron unir esfuerzos, si bien durante un tiempo ambos se recelaban y racionaban la información que se intercambiaban por correspondencia. Finalmente en diciembre de 1829 formalizaron la sociedad en la que se propusieron que durase diez años.
Todo cambió el 5 de julio de 1833 cuando Niepce, luego de sufrir una apoplejía mientras trabajaba, murió.
En 1837 Daguerre modificó lo suficiente el sistema de Niepce para poder decir que el invento era suyo, y se lo mostró a François Arago, director del Observatorio de París. Este quedó maravillado, dio una conferencia en la Academia de Ciencias en enero de 1839 y recomendó al gobierno francés que comprase este novedoso invento.
Las primeras imágenes de personas
En 1838 Daguerre obtuvo la primera fotografía de una persona. Hizo una panorámica del Boulevard del Temple, de París y en un extremo se ven las siluetas de un hombre al que un niño le está lustrando los zapatos. Al parecer estas dos personas eran actores contratados, ya que para ser registrados debían permanecer inmóviles varios minutos.
Se votó la compra luego de un debate en las cámaras legislativas. Y como Daguerre cedía su invento al Estado, fue recompensado con una pensión anual de seis mil francos, y cuatro mil para los descendientes de Niepce. El hijo de éste, Isidoro, al parecer no estaba interesado en continuar explotando el invento.
Le tocó al jefe del Observatorio de París presentar oficialmente el invento en esa sesión de la Academia de Ciencias del 19 de agosto de 1839, en la que Daguerre, pretextando dolor de garganta, no estuvo presente.
La reacción en Europa fue inmediata: todos querían un aparato. El propio Daguerre, que a esa altura le habían dado la Legión de Honor, editó un trabajo de 79 páginas “Historia y Descripción del Proceso Llamado de Daguerrotipo”, donde se incluían detalladas instrucciones para mandar hacer el aparato. Sus treinta ediciones se repartieron por las principales ciudades del viejo continente.
Las primeras cámaras las vendió junto a su cuñado Alphonse Giroux por 400 francos, que la gente les sacaba de las manos.
Cuidados y recomendaciones
El daguerrotipo generaba una imagen positiva única, esto es, no tenía negativo. Se registraba sobre una placa de cobre cubierta por una delgada y muy pulida pátina de plata, que se hacía sensible a la luz con vapores de yodo. Luego se revelaba con vapores de mercurio.
Para hacer una toma, la persona debía permanecer inmóvil minutos interminables, cerca de diez en los comienzos, y en un ambiente con luz brillante. Era tanta la espera -a partir de 1841 se fue reduciendo el tiempo de exposición gracias a la aplicación de diversos aceleradores químicos- que se fabricaron aparatos especiales para apoyar la cabeza y los brazos. Resultaba entonces más sencillo hacer tomas de vistas exteriores.
Había, además, recomendaciones a la hora de tomar una imagen. A los hombres se les indicaba que fueran vestidos con ropas oscuras y a las mujeres se les recordaba que no usasen prendas blancas o claras, sino que fueran azules o verdes, y no estaba de más pintarse las mejillas de rojo carmesí.
Los daguerrotipos debían tener determinados cuidados, ya que eran extremadamente delicados. Eran enmarcados y protegidos en estuches de madera cubiertos de seda y terciopelo. Pasarles un paño por encima equivaldría a arriesgarse a borrar la imagen. No podían quitarlos de la caja ya que el aire oxidaba las placas.
En el Río de la Plata
“Ayer hemos visto una maravilla; la ejecución del daguerrotipo es una cosa admirable; imagínate una cámara oscura en la que se coloca la plancha, ya preparada con los ingredientes que ya sabes; la plancha es como de plata, muy brillante; colocada se pone en la dirección que quieres, y a los seis minutos la sacan de allí. Varela y yo no nos movimos del lado de la máquina; él hará una relación. Si hay tiempo te la mandaré”, le escribió Mariquita Sánchez de Thompson a su hijo Luis el 25 de febrero de 1840, lo que configura una de las primeras noticias del daguerrotipo en el Río de la Plata. La novedad la llevó la fragata escuela L’Oriental, que daba la vuelta al mundo y uno de los profesores, Comte, se dedicó a hacer diversas tomas de la ciudad.
El que se entusiasmó con la novedad fue Florencio Varela, quien vivía en aquella ciudad, emigrado a causa del rosismo. Le compró un equipo al marino y artista Durand-Brager y le sacó provecho. En 1845 encargó un nuevo aparato a Francia pero no llegó a verlo, ya que murió asesinado en 1848.
El 22 de junio de 1843 la Gaceta Mercantil publicó un aviso en que se anunciaba que un tal John Elliot había llegado de los Estados Unidos y había traído diversas máquinas perfeccionadas del daguerrotipo, y adelantando que estaba en condiciones de tomar, con brevedad y exactitud, retratos. Se había instalado en la Recova Nueva, en el número 56 esquina Reconquista, sobre la Plaza de la Victoria, y que el 26 abriría al público.
Gobernaba Rosas, quien dijo que el invento “era cosa de gringos”. Y además para gente pudiente: tomarse un daguerrotipo costaba entre 100 y 200 pesos, diez veces más que el sueldo de un empleado en una tienda.
Esta novedad dejó de ser usada por 1865, hasta que apareció la reproducción en el papel. Su precursor en Buenos Aires fue el artista autodidacta Juan Camaña, quien en 1853, en su local de Chacabuco 60, hizo las primeras copias de un invento cuyo desarrollo demostró no tener límites.