El lunes 17 de julio de 1843 nació el tercer hijo del matrimonio conformado por José Segundo Roca y Agustina Paz, al que bautizaron Alejo Julio Argentino Roca. Los nombres los eligió la madre: “Se llamará Julio por ser el mes glorioso y Argentino, porque confío en que sea como su padre un fiel servidor de la patria”. El padre, al conocer la noticia, se alegró que su esposa diera a luz a “un hermoso granadero”.
Nació en la casa de su abuelo, ubicada en el Colmenar, en el municipio de Las Talitas, en Tafí Viejo, Tucumán. Declarado sitio histórico, en varias oportunidades se denunció su estado ruinoso.
Los hermanos Roca
En total serían ocho hermanos, todos nacidos en Tucumán. Siete varones: Alejandro, Ataliva (llevó ese nombre en honor a un indígena que le había salvado la vida a José Segundo cuando había sido herido en Perú), Celedonio, Marcos, Julio, Agustín y Rudecindo; el último fue una mujer, Agustina.
Sus padres
José Segundo Roca, nacido en Tucumán en 1800, ostenta el récord en ser uno de los pocos oficiales argentinos que participó en las tres contiendas argentinas del siglo XIX: En la de la Independencia; en la guerra contra el imperio del Brasil y en la de la Triple Alianza contra el Paraguay.
Su futura esposa fue quien le salvó la vida. Esa chica, menuda y bella, era una tucumana nacida el 4 de mayo de 1810, sobrina de Marcos Paz, futuro vicepresidente de Bartolomé Mitre. Cuando estuvo exiliado en Bolivia, Roca, entonces un coronel de 36 años, participó de la malograda invasión unitaria a Tucumán. Derrotados en la batalla de Monte Grande fue apresado junto a los cabecillas. Fusilaron a los responsables y él, cuando ya se veía en el otro mundo, Agustina intercedió por él.
Era hija de Juan Bautista Paz, ministro del gobernador Alejandro Heredia, que había anunciado que en cuanto pudiera echarles el guante ejecutaría a los unitarios Javier López, a su sobrino Ángel López y a José Segundo Roca, si es que se animaban a entrar a la provincia para derrocarlo. Era 1836 y la lucha entre unitarios y federales estaba en su apogeo.
Ella convenció a su papá Juan Bautista Paz, ministro de Heredia de que se le perdonase la vida, que ella se casaría con Roca. Su papá apoyó la moción de su hija, el gobernador se encogió de hombros y accedió.
Tres meses después, el 20 de abril de 1836, se casaron y tuvieron nueve hijos. El mayor se llamó Alejandro en honor al gobernador. Lo menos que podían hacer.
El 14 de octubre de 1855 falleció la madre y el papá distribuyó a su prole: los dos mayores quedaron con una tía paterna en la ciudad de Buenos Aires; otros tres, Julio, de 12 años, Celedonio y Marcos fueron al Colegio de Concepción del Uruguay; los tres más chicos fueron criados por la familia de la madre. Su papá permaneció en Entre Ríos en busca de un trabajo, porque decía que los 110 pesos que ganaba no le alcanzaban para nada.
Pensaba dejar a su hija en un colegio en la ciudad de Buenos Aires. La niña se alegraba cada vez que algunos de sus hermanos escribían. El padre se queja de que Julio no le escribía ni a él ni a sus hermanos.
En el verano de 1857 estuvo unos días en la ciudad de Buenos Aires y de ahí tomó un barco que lo dejó en Concepción del Uruguay. El colegio tenía una década de vida y su director era el exigente y paternal Alberto Larroque, un reconocido educador francés contratado por Justo José de Urquiza.
La vida escolar de Roca
Allí Julio conoció la disciplina: se levantaban a las cinco y media de la mañana; de 6 a 7 se dedicaba al estudio, luego desayuno y clases. El almuerzo era a las 12,30, recreo y clases hasta las cinco. Nuevamente estudio, cena, rezo y a dormir.
Se podía salir los jueves y los domingos; recién en el cuarto año se autorizaba a visitar billares y bares.
A fines de octubre había que prepararse para los exámenes, que se tomaban entre 15 de diciembre y Navidad. Eran orales y con asistencia de público, terribles experiencias que eran esperadas con pánico por los alumnos.
El joven Roca se sumó a la Sección Militar que tenía el colegio, Junto a otros compañeros, solían hacer guardia en el Palacio San José. Vio en varias oportunidades a Urquiza, pero nunca habló con él.
Allí trabó una amistad para toda la vida con Eduardo Wilde y también con Onésimo Leguizamón, Olegario V. Andrade y Victorino de la Plaza, entre otros.
El 1 de marzo de 1858 egresó como subteniente de Artillería. Aún no había cumplido los 15 años.
A la guerra
La primera batalla en la que participó fue en Cepeda el 23 de octubre de 1859, con el Regimiento 1 de Artillería. El rector reunió a todos los alumnos que estaban siendo formados militarmente y les preguntó quiénes querían ir voluntariamente a acompañar a Urquiza. Aclaró que no tenían ninguna obligación, y que él prefería que se quedasen en el colegio.
Entre los que se ofrecieron estaba Roca que, en un primer momento, fue rechazado, porque era menor de 16 años. Argumentó que su padre era un veterano de las guerras de la independencia y del Brasil y que él no podría ser menos.
El joven militar se incorporó a las fuerzas acantonadas en Rosario, con la misión de enfrentar a la escuadra que venía de Buenos Aires. Sus jefes se sorprendieron de su tranquilidad para apuntar los cañones en medio del combate.
Volvió a retomar sus estudios en Concepción del Uruguay hasta que confederados y porteños se enfrentaron nuevamente en el campo de batalla en Pavón, en septiembre de 1861. En el fragor del combate, apareció un jinete. “Andate, Julito; por este lado está todo perdido, no te hagas matar inútilmente”. Era su padre. “Lo que tu digas, tata”, pero no quería dejar atrás a las dos piezas de artillería que servía. “Yo le había tomado mucho cariño a mis dos cañones, no los quería abandonar”, le contaría a su padre después.
Acamparon en un lugar llamado Monte Flores. Estando allí se enteró que había sido ascendido a teniente primero. Fue su primera promoción en el campo de batalla. De ahí en más, todas las obtendría de la misma manera.
No regresó al colegio. Decidió ir a Buenos Aires, donde estaban su tío Marcos, un abogado de 50 años que se había casado con una mujer de fortuna; allí además vivían sus hermanos mayores, Ataliva y Alejandro. Se cambió de ropas, consiguió un caballo y partió hacia la ciudad.
Fue donde vivía su hermano Ataliva. Su tío Marcos Paz lo recibió con alegría, sentía especial predilección por él. Roca se tranquilizó al saber que su papá había sacado a sus otros hijos del colegio, que había cerrado sus puertas temporariamente. Tenía 19 años.
Tendría su primera aproximación a la política cuando, ya incorporado al ejército, se le encomendó a acompañar a su tío Paz a una misión al interior para apoyar a los gobiernos que surgían.
Como teniente en el batallón 6ª de infantería, unidad que participaría de la represión al caudillo Ángel Vicente Peñaloza, fue destinado primero en Villa Nueva, a orillas de Río Tercero en Córdoba. Como teniente, tomó parte en los encuentros de Las Playas y Lomas Blancas, y luego al Fuerte Nuevo, a la vera del río Diamante, en Mendoza, para controlar a los indígenas en el sur de Córdoba y San Luis. Cuando enfermó fue trasladado a La Rioja.
Al estallar la guerra de la Triple Alianza, se destacó en la instrucción de sus subordinados. En Corrientes se encontró con su padre, sus hermanos Rudecindo, Celedonio y Marcos, y sus primos Marcos y Francisco Paz. Celedonio, Marcos y sus primos morirían en esa guerra.
En la batalla de Curupaytí, librada el 22 de septiembre de 1866, montado en su caballo, animaba a aquellos que flaqueaban ante la metralla paraguaya. En una embestida, con la bandera del 6° Regimiento, Roca, 23 años, corrió hacia las trincheras enemigas, atravesó los fosos y ante la mirada atónita de los paraguayos, la agitó casi frente a sus narices. Ese instante de sorpresa fue aprovechado para regresar a sus líneas sano y salvo.
El padre se había hecho cargo de conducir al batallón de Tucumán hasta el teatro de la guerra. Esto representaba hacer un largo y forzado camino a pie a Santiago del Estero y de Santiago a Santa Fe en donde finalmente se embarcarían.
José Segundo fue al único que se le permitió participar en la guerra con 66 años, considerada una edad avanzada. Después de la batalla de Tuyutí fue ascendido a general de división. Pero, molesto porque no se le permitía luchar, pidió el pase a retiro.
“Ese viejo lindo”, como lo conocían en la familia, fallecería de causas naturales en Ensenaditas, un paraje cerca de Paso de la Patria. Habían sido demasiadas las fatigas y condiciones sufridas en el contexto de la guerra.
Su hijo Julio llegaría a general a los 31 años, sería dos veces presidente y hasta el último día de su vida echaría de menos la vida militar.