Cuando la Unión Cívica se llamó Radical: la lucha de Alem, la ambición de Mitre y la jugada de Roca

Triunfante en las armas aunque derrotada en la política, la Revolución del Parque de 1890 hizo temblar el andamiaje pacientemente construido por el oficialista Partido Autonomista Nacional. La consigna era frenar a Alem y entonces, una vez más, Roca volvió a hacer de las suyas

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Leandro N. Alem se había convertido en uno de los principales referentes opositores al gobierno de Miguel Juárez Celman
Leandro N. Alem se había convertido en uno de los principales referentes opositores al gobierno de Miguel Juárez Celman

La mecha la encendió el entrerriano Francisco Barroetaveña, un abogado de 33 años, cuando el 20 de agosto de 1889 publicó una columna en el diario de su amigo Bartolomé Mitre, en el que llamaba a la juventud a rebelarse a los abusos y a la corrupción del gobierno. Argentina era gobernada por el cordobés Miguel Juárez Celman, la crisis económica era imparable y el Partido Autonomista Nacional, que regía la política del país desde 1880 y que manejaba el general Julio A. Roca, debía hacer algo.

Recogido el guante, el 1 de septiembre de ese año hubo un multitudinario acto en el Jardín Florida, un predio ubicado en Florida y Paraguay inaugurado en 1879 y donde se podía ir a escuchar conciertos, tomar el té, dar un paseo y como estaba en un terreno de unos ochenta metros de frente por treinta de fondo, era apto para actos multitudinarios. Allí quedó formalizada la Unión Cívica de la Juventud, que aglutinó a todo el arco opositor al oficialismo gobernante. Entre sus miembros honorarios se contaban a Leandro N. Alem, Aristóbulo del Valle, Bartolomé Mitre, Bernardo de Irigoyen, Pedro Goyena y Vicente Fidel López, entre otros.

El 13 de abril de 1890 esa agrupación se reunió en el Frontón Buenos Aires, en avenida Córdoba casi Cerrito, y fundó la Unión Cívica, nombrando como presidente a Leandro N. Alem.

El hijo del ahorcado

Nacido en Buenos Aires el 11 de marzo de 1842, su padre Leandro Antonio Alén y su madre Tomasa Ponce Gigena manejaban una pulpería en Rivadavia y Matheu, donde Leandro creció. Desde niño no la tuvo fácil. En diciembre de 1853 tenía solo 11 años cuando vio como ejecutaban a su padre, junto a Ciriaco Cutiño, por su pertenencia a la mazorca rosista. Muy a pesar suyo, comenzaron a llamarlo “el hijo del ahorcado”.

Lo atormentaba la duda de si su padre había enfrentado la muerte como un hombre. Tenía grabado en su mente que le había costado subir al cadalso, ya que había sufrido una hemiplejia. Su andar vacilante y tembloroso contrastaba con la actitud desafiante de Cuitiño que hasta llegó a pedir hilo y aguja para atarse el pantalón al chaleco y así evitar que se le cayeran cuando su cuerpo exánime quedase colgado a la expectación pública, tal como estipulaba la sentencia.

Bartolomé Mitre era una de las tantas personalidades políticas que había adherido a la Unión Cívica, aunque no compartía los métodos de Alem
Bartolomé Mitre era una de las tantas personalidades políticas que había adherido a la Unión Cívica, aunque no compartía los métodos de Alem

El joven Leandro tomó la decisión de modificarse el apellido, cambiando la “n” por la “m”. Fue a combatir como soldado federal junto a Urquiza, en Cepeda. Dos años después, lucharía en Pavón como soldado porteño. Luego peleó en la guerra contra el Paraguay, donde fue herido en Curupaytí.

En 1868 se incorporó al partido Autonomista de Adolfo Alsina y al año siguiente se graduó de abogado. Fue secretario en la legación argentina en el Brasil y vicecónsul en Asunción del Paraguay.

Cuando Alsina y Mitre acordaron unirse, Alem dejó el Autonomismo y fundó el partido Republicano. En los intensos debates por la federalización de Buenos Aires, estuvo en contra de la capitalización. Se oponía al centralismo que tendría Buenos Aires. Renunció y por casi diez años desapareció de la política.

En la Unión Cívica podían distinguirse dos tendencias: Bartolomé Mitre por un lado y Bernardo de Irigoyen en la vereda de enfrente. Irigoyen, de 59 años, había demostrado ser un eficiente ministro de Relaciones Exteriores con Avellaneda y Roca, además de ocupar en dos oportunidades una banca en el senado. Esta era su segunda nominación a presidente.

Julio A. Roca había sido presidente en 1880 y había elegido como sucesor a su concuñado, Miguel Juárez Celman cuyo gobierno se caracterizó por una grave crisis económica
Julio A. Roca había sido presidente en 1880 y había elegido como sucesor a su concuñado, Miguel Juárez Celman cuyo gobierno se caracterizó por una grave crisis económica

Ambas tendencias en ese partido se preparaban para las elecciones presidenciales de 1892.

La Unión Cívica sostenía un programa un tanto impreciso, que incluía la pureza de la moral administrativa, la defensa de las libertades públicas y de las autonomías provinciales y el ejercicio libre del sufragio. Sus líderes tendrían especial relevancia en los años venideros: Hipólito Yrigoyen, Lisandro de la Torre, Juan B. Justo y Marcelo T. de Alvear, entre otros.

La Revolución del Parque del 26 de julio de 1890 había hecho caer al gobierno pero la muñeca política de Roca salvó la continuidad del Partido Autonomista Nacional en la figura del vicepresidente y amigo Carlos Pellegrini. Para Alem, la lección que había dejado la revolución era clara: debía formarse un partido que defendiese los derechos del pueblo, ausente en las decisiones importantes.

Un plan secreto

Luego de que Alem fuese consagrado presidente de la Unión Cívica, Mitre decidió tomar distancia de esa agrupación ya que no estaba de acuerdo con sus métodos. Inventó la excusa que sus médicos le recomendaron tomarse un descanso y por eso había decidido viajar a Europa donde aprovecharía a consultar el Archivo de Indias para obtener datos para un nuevo libro que preparaba.

Orillando los 70 años, era una figura política de referencia y de consulta. Había sido gobernador de Buenos Aires entre 1860 y 1862 y luego presidente desde ese año a 1868. En 1870 había fundado el diario La Nación.

La Revolución del Parque, que estalló el 26 de julio de 1890, significó el final del gobierno, pero Roca y Pellegrini operarían para que el partido oficialista continuase en el poder
La Revolución del Parque, que estalló el 26 de julio de 1890, significó el final del gobierno, pero Roca y Pellegrini operarían para que el partido oficialista continuase en el poder

Antes de embarcar se reunió con Roca con el propósito de anular a Alem. Según uno de sus biógrafos, confesó su deseo de ser presidente. Luego de días de homenajes públicos de despedida, el 3 de julio se embarcó en el Duque di Galliera rumbo a Génova. Mientras estuvo en el exterior, ese mismo mes había estallado la Revolución del Parque.

El 15 de enero de 1891 se reunió en Rosario la convención nacional de la Unión Cívica, donde 111 delegados consagraron la fórmula Mitre-Irigoyen. El ex presidente obtuvo 105 votos, aunque muchos le habían dado el voto como un gesto de acercamiento al oficialismo, y se sospechó de un arreglo secreto.

El viejo general se enteró de la novedad estando en París, aunque ya venía preparando el terreno. Tres días antes había salido una entrevista en su diario en el que afirmaba que solo aceptaría una candidatura si fuera en una fórmula de unidad. Roca y Pellegrini sabrían cómo interpretar estas palabras.

Volvió al país el 18 de marzo, toda Buenos Aires salió a las calles a darle una extraordinaria bienvenida y una muchedumbre lo acompañó hasta su domicilio en la calle San Martín. Había aceptado ser el candidato de la Unión Cívica como una “reivindicación del sufragio popular y como una solución nacional”. Era una victoria segura: en los comicios del 12 de febrero para designar dos senadores nacionales por la capital, se habían impuesto Alem y Del Valle, obteniendo el sorprendente número de 9972 votos.

Dos días después Roca, entonces ministro del Interior, fue a visitarlo a su casa. Al día siguiente Mitre, después de haber hecho una visita de cortesía por lo de Alem, que estaba enfermo, fue al despacho del presidente Carlos Pellegrini y luego volvió a reunirse con Roca, preocupado por la suerte de su sector político.

Bernardo de Irigoyen, en una de las últimas fotos que le tomaron. Fue otro de los actores políticos de la Unión Cívica (Caras y Caretas)
Bernardo de Irigoyen, en una de las últimas fotos que le tomaron. Fue otro de los actores políticos de la Unión Cívica (Caras y Caretas)

Los “radicales”

De esos encuentros salió un acuerdo, que Roca calificó de “idea patriótica”: armar una fórmula amplia, “sobre la base de un franco y leal acuerdo sin exclusiones para nadie ni exclusionismos partidistas”.

Roca le sugirió que una fórmula de unidad no podría estar integrada por dos porteños y se resolvió reemplazar a Bernardo de Irigoyen por el salteño José Evaristo Uriburu. A Mitre le pareció bien, además don Bernardo no era de su total agrado ya que recordaba su paso por el rosismo.

Lo primero que hizo Roca fue enviar el 21 de marzo telegramas a los gobernadores de las provincias para ponerlos al tanto y para que apoyasen esta fórmula. Alem y su círculo, como no podían creer lo que publicaban los diarios, fueron a la casa de Mitre a pedir explicaciones, y les ratificó lo que había acordado con Roca, pero que no vulneraban los principios de la Unión Cívica. Alem desconfió de sus palabras.

Mientras tanto Mitre, desde su diario justificaba que la Unión Cívica no era un partido, sino la agrupación de los antiguos partidos, y que entonces era el momento de ampliar sus filas con un gobierno de conciliación nacional, anulando la lucha electoral. Pero sus palabras no convencieron, todos sabían que detrás estaba la oligarquía que venía gobernando desde 1880.

Alem hizo un intento para hacer desistir a Mitre y fue su sobrino Hipólito Yrigoyen el que vio las cosas con más claridad: abogó por romper con el ex presidente y llevar fórmula propia.

Los hombres de la Unión Cívica denunciaron que el acuerdo se había hecho a sus espaldas y anunciaron que igualmente irían a los comicios con propia fórmula, postura defendida por Bernardo de Irigoyen; Mitre le respondió que el país no se hallaba en condiciones electorales desde hacía por lo menos tres períodos presidenciales.

Carlos Pellegrini asumió la presidencia luego de la renuncia de Juárez Celman. Lo describieron como un piloto de tormentas (Foto Archivo)
Carlos Pellegrini asumió la presidencia luego de la renuncia de Juárez Celman. Lo describieron como un piloto de tormentas (Foto Archivo)

La convención nacional de la Unión Cívica se reunió el 26 de junio y Aristóbulo del Valle se pronunció por una convocatoria de una convención nacional para juzgar el acuerdo entre Mitre y Roca. Ese día se dio el primer paso de la creación de la Unión Cívica Radical.

Las discusiones revelaron que las dos tendencias, una que no admitía pactos y la otra que le habría la puerta a acuerdos, nunca se pondrían de acuerdo.

Paralelamente, 24 miembros se reunieron por separado y bajo la presidencia de Bonifacio Lastra, votaron aprobar el acuerdo que establecía la fórmula Mitre-José E. Uriburu y se pronunciaron por una reorganización de la entonces Unión Cívica, que pasó a llamarse Nacional, en contraposición a los que rechazaban el acuerdo, que armaron la Unión Cívica Antiacuerdista y a quienes se los llamó “radicales” por su postura intransigente. El 2 de julio adoptó oficialmente el aditivo de Radical.

Estos se reunieron el 15 de agosto y bajo la presidencia de Juan Mamerto Garro, proclamaron la fórmula Bernardo de Irigoyen – Garro. Frente a la casa de Irigoyen, el propio Alem -que no quiso ninguna candidatura para aventar sospechas de que su pelea por Mitre era por un cargo- leyó los cuatro puntos del programa de la nueva agrupación: “libertad política, honradez administrativa, impersonalidad de la coalición y sentimiento nacional”.

Entre los “acuerdistas” tampoco había un criterio unificado; Roca renunció a la presidencia del partido y Mitre declinó a su candidatura cuando percibió que su nombre era rechazado en el interior del país, mientras que Alem, en su gira electoral, reunía cada vez más adhesiones; en Córdoba, Salta, Jujuy y Tucumán había sido recibido con mucho entusiasmo.

El presidente Pellegrini se desdobló para disciplinar el partido oficial y así lograr apoyo para el gobierno. Hasta habló con distintos líderes de la oposición, como fue el caso de Hipólito Yrigoyen, quien le respondió: “Cumpla el presidente con su deber, garantice el comicio y verá cómo ninguna revolución radical le quema la cara. En este caso verá usted cómo la Unión Cívica a la que pertenezco será el primer factor de tranquilidad y seguridad pública”.

El proceso terminó con la elección de Luis Sáenz Peña como presidente
El proceso terminó con la elección de Luis Sáenz Peña como presidente

La volada la aprovecharon un grupo de dirigentes jóvenes enrolados en el flamante Partido Modernista quienes impulsaron la candidatura de Roque Sáenz Peña, férreo opositor a la política de Roca. Para desactivar la iniciativa, Roca propuso una nueva fórmula de unidad encabezada por Luis Sáenz Peña, el padre de Roque, y contaba con la certeza de que su hijo no se enfrentaría a su progenitor. El binomio se completó con Uriburu, un roquista de la primera hora.

Pero la situación política es una caldera en ebullición. El gobierno intervino las provincias de Mendoza y Catamarca, donde estalló una revuelta. Dardo Rocha denunció que la Unión Cívica Radical estaba preparando una revolución y que Alem era el promotor. Curiosamente Alem, desde su banca de senador, había avisado semanas antes que el gobierno buscaría la forma de reprimir a los hombres de la Unión Cívica.

Ocho días antes de las elecciones, Pellegrini decretó el estado de sitio, acusando a los radicales de estar implicados en un movimiento subversivo, que hasta incluía el asesinato para instaurar una dictadura. Fue la excusa para detenerlos y deportarlos. Sin fórmulas opositoras, el binomio Sáenz Peña - Uriburu ganaron cómodamente en los comicios del 10 de abril de 1892.

Mitre no volvería a ser presidente, sí Roca en 1898, mientras que Alem, desengañado por los manejos del partido que vio nacer y en una puja con su sobrino Yrigoyen, decidió quitarse la vida en 1896, dejando el mandato póstumo de que se rompa, pero que no se doble.

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