Mientras Bernardino Rivadavia ya había accionado los mecanismos para llegar a un acuerdo de paz con el Brasil, dispuso la formación de una nueva escuadra. Guillermo Brown, consciente de los efectos que provocaba entre los brasileños las incursiones sobre las costas brasileñas, se largó a la campaña con los bergantines República, al mando de Guillermo Granville, que designó como buque insignia; el Independencia, con el escocés Francis Drummond al mando; la barca Congreso, comandada por el inglés Guillermo Mason y la goleta Sarandí, a cargo del norteamericano John Halstead Coe.
En la tarde del 6 de abril de 1827 estas cuatro naves zarparon de Los Pozos en dirección a las costas del Brasil. Tal vez por una mala maniobra de los pilotos confundidos por la oscuridad o por la fatalidad, que fueron avistados en la mañana del 7 por la escuadra brasileña. Su comandante, el comodoro inglés James Norton, dispuso que diez de sus buques cortasen todos los pasos posibles.
Brown no tenía alternativa. Ir al combate contra una escuadra que llegaba a los 18 buques era un suicidio, así que ordenó acercarse a la costa, pero los vientos y la oscuridad le jugaron una mala pasada. Los dos bergantines quedaron varados frente a la Ensenada de Barragán, en el extremo este del banco de Santiago. Encima los vientos y la marea hicieron que fuera imposible liberar a las naves. Los otros dos buques, la Congreso y la Sarandí, fondearon cerca mientras el enemigo se mantuvo expectante a unas dos millas, esperando los vientos para arremeter contra los barcos.
El 7 comenzó el ataque con artillería que duró hasta las cuatro de la tarde. Los buques argentinos solo sufrieron daños menores ya que los brasileños no pudieron acercarse lo suficiente porque temían quedar encallados, y los artilleros de Brown demostraron eficacia para mantener a raya al enemigo. Es más: un bergantín brasileño quedó varado, se intentó abordarlo en botes pero su tripulación arrojó al agua los cañones y pudo liberarse a tiempo.
Brown ordenó no disparar más para ahorrar munición.
Al día siguiente, los brasileños dispusieron liquidar a los buques. Para ello, al mediodía cuatro bergantines y cuatro goletas. Cuando el río creció, le permitió a la corbeta Liberal acercarse al bergantín Independencia, descargándole toda su artillería, hasta destruirlo casi por completo. Aún así, los argentinos siguieron combatiendo, disparando con pequeñas piezas de caza y cuando se le terminaron los proyectiles, usaron eslabones de cadenas.
A la Sarandí no le iba mejor, con sus aparejos destrozados. Cuando se pudo acercar otro de los bergantines brasileños, el fuego de la artillería fue incesante.
Cerca de las cuatro de la tarde cuando los disparos habían amainado, Drummond, que el día anterior había perdido una oreja por un disparo, dejó al teniente Robert Ford al mando y junto a su segundo Shannon fue en bote al República en búsqueda de municiones, ya que había agotado sus tres mil tiros. Desoyó la orden de Brown de abandonar la nave e incendiarla.
En el República le respondieron que casi no tenían, que fuera hasta la Sarandí y, al abordarla, fue alcanzado por una bala de cañón que le impactó en la pelvis, fracturándole el fémur.
Para entonces la Independencia había caído en manos enemigas. Estaba tan destruida que no tuvieron más remedio que incendiarla. Esa noche Brown, con una herida leve en su costado, por una esquirla que dio en un libro que llevaba en su bolsillo, decidió alejarse. Luego de hacer abordar a sus oficiales y a su tripulación a la Sarandí, junto con lo poco de pólvora y municiones que quedaban, le ordenó al teniente Juan King que clavase la artillería y volase el barco.
En la Sarandí se dedicaron a reparar lo averiado y junto a la Congreso, se dirigieron a Buenos Aires. Habían muerto 49 hombres. A Granville debieron amputarle el brazo izquierdo a la altura del codo.
En cuanto a los barcos brasileños, la corbeta Liberal había perdido su palo mayor y el bauprés y tenía su casco agujereado; un bergantín desarbolado en sus dos mástiles, otro inutilizado; en el bergantín 9 de Agosto había muerto su comandante.
Agonizante, Drummond fue llevado a la cámara de la Sarandí, donde llamó a su amigo el capitán Coe. Le pidió que su reloj se lo alcanzase a su madre, se quitó un anillo y encargó fuera devuelto a su prometida, Elisa Brown.
Enterado el almirante, se dirigió a la Sarandí. “Pancho, ¿me conocés?”, le preguntó el almirante tomándolo de la mano. “Sí, almirante”, y falleció. Tenía 28 años y su padre y cuatro hermanos ya habían muerto en combate.
Fue velado en la comandancia de la Marina y a las cuatro de la tarde del 9 fue enterrado en el cementerio protestante, al costado de la iglesia del Socorro, a donde sus compañeros llevaron el féretro sobre sus hombros. El reverendo Armstrong rezó un responso mientras cada cuarto de hora se hacía escuchar un cañón.
El 27 de diciembre Elisa se internó en el río para bañarse. Estaba acompañada por su hermano menor y no se sabe cómo, pero murió ahogada. Dicen que el almirante, quien debió darle la noticia de la muerte de Drummond, nunca superó la pérdida de su hija de 16 años; ya había sufrido la muerte de un hijo recién nacido y otro de corta edad. La chica fue enterrada junto a su prometido.
El 19 Brown -que debió guardar cama una semana por su herida- se dirigió al hospital para repartir entre los heridos el dinero que se había reunido entre los pobladores de Buenos Aires. Era el hombre más popular de la ciudad, al punto que el grabador Juan Bautista Douville, un naturalista y etnógrafo francés que se había radicado en Buenos Aires a fines del año anterior, le sacaban de las manos las litografías que imprimió con el rostro de ese almirante que era el terror de los brasileños.
Fuentes: Guillermo Brown, de Guilllermo Oyarbázal; Guillermo Brown. Biografía de un almirante, de Felipe Bosch; Historia Naval Argentina, de Teodoro Caillet-Bois