Genaro Berón de Astrada intuyó que no regresaría vivo de la batalla. Este militar y político correntino de 38 años, algo retacón, robusto, de cabellera rubia y ojos azules vivía con sus hermanas Bernarda y Margarita en la casa paterna frente al río en la que años después sería la calle Plácido Martínez, en la ciudad de Corrientes. Antes de partir, encargó al artista Juan Francisco Paysen un retrato por si no volvía y así sus hermanas podrían tener aunque sea un recuerdo suyo.
Sabía que para Juan Manuel de Rosas era una piedra en un zapato. Como gobernador desde el 12 de diciembre de 1837, Genaro Berón de Astrada, para hacer frente a una difícil situación económica, había abierto los puertos correntinos al comercio y eso contrariaba a la política centralista de puerto y aduana única que desde Buenos Aires imponía Rosas. Cuando fue el bloqueo francés al Río de la Plata, Astrada envió emisarios para ponerse de acuerdo con esas fuerzas y con el general oriental Fructuoso Rivera para poder acceder a otros mercados.
Actuaría en consonancia con el santafecino Domingo Cullen quien, luego de fracasar en su intento de lograr un acuerdo entre Rosas y los franceses, intentó un arreglo unilateral con éstos últimos. Se valió de que, en el ínterin, la legislatura de su provincia lo había nombrado gobernador luego de la muerte de Estanislao López. Perseguido militarmente por Rosas y por el gobernador entrerriano Pascual Echagüe, debió huir y refugiarse primero en Córdoba y luego en Santiago del Estero. Ante la presión de Rosas, su gobernador lo entregó y enviado a Buenos Aires. Apenas estuvieron en territorio bonaerense, Cullen fue fusilado al pie de un ombú.
Faltaba arreglar cuentas con Berón de Astrada, quien actuaba en la misma sintonía que Cullen y ya había establecido contacto con los unitarios exiliados en Montevideo.
Rosas envió al gobernador Pascual Echagüe a someterlo. Echagüe, de 41 años, era un fiel aliado al gobernador bonaerense que además manejaba las relaciones exteriores que había asumido como gobernador en marzo de 1832 y que, gracias a su buena gestión, había sido reelecto en dos oportunidades.
Le tocó encabezar las fuerzas que debía reprimir a los correntinos, quienes se habían pronunciado contra Rosas el 28 de diciembre de 1838 y habían osado declararle la guerra.
El gobernador correntino estaba en apuros. El oriental Rivera no había cumplido su palabra de enviarle cuatro mil hombres para engrosar sus filas, que estaban conformadas mayoritariamente por gauchos e indígenas con poca experiencia militar. Uno de los pocos oficiales valiosos con los que contaba era el coronel Manuel Olazábal, quien se había formado con San Martín y sus granaderos. Era su jefe de estado mayor.
Echagüe iba al frente de 6000 hombres, la mayoría de ellos de caballería y un par de piezas de artillería. Estaba urgido para evitar que Berón de Astrada se uniese con sus aliados de Montevideo. Los correntinos contaban con 4500 jinetes y unos 500 infantes.
Luego de algunos movimientos de sus tropas, Berón de Astrada esperó a Echagüe a orillas del arroyo Pago Largo, al sur de Curuzú Cuatiá.
La batalla fue el domingo 31 de marzo de 1839. Berón de Astrada recorrió la primera línea de sus hombres arengándolos. En un principio, los correntinos lograron golpear primero cuando su infantería desarmó el centro de Echagüe, pero la experiencia de la caballería entrerriana, comandada por Justo José de Urquiza, fue la que volcó la suerte de la batalla cuando arremetió con fiereza en uno de los flancos de las fuerzas correntinas.
Cuando el resultado era inevitable, a Berón de Astrada le habría propuesto retirarse del campo de batalla, pero se negó. Que él había ido a triunfar o a morir, dicen que respondió. Otros sostienen que en su huida su caballo terminó boleado. Terminó con 17 heridas de lanza cuando estaba en tierra. Los enemigos se ensañaron con su cuerpo, que habría sido desmembrado. Una leyenda asegura que un entrerriano le quitó una lonja de piel de su espalda desde el cuello hasta el muslo, con la que mandó a hacer una manea.
La pérdida de documentación y de partes de batalla dieron lugar a que la falta de información se complementase con historias incomprobables. Un cura se apiadó de los maltratados restos de Berón de Astrada y los rescató del campo de batalla.
Pero el drama no había concluido. En el campo quedaron 1900 muertos correntinos y casi un millar de derrotados se internaron en el monte para esconderse y escapar de la furia de los vencedores. Durante dos días los entrerrianos se ocuparon de llamarlos, hablándoles en guaraní para parecer amistosos. En definitiva, muchos de los que habían peleado para Berón de Astrada no lo habían hecho del todo convencidos por sus simpatías federales.
Cuando finalmente reunieron a los fugitivos, cerca de 800 terminaron degollados, mientras una banda militar tocaba sin parar para ahogar los gritos de los que se enfrentaban a la muerte. El que salvó su vida de milagro fue Olazábal, quien había huido del lugar a todo galope.
Rosas mandó acuñar medallas para los vencedores y la legislatura entrerriana una especial para Echagüe.
De noche, por temor, el sacerdote entró a la ciudad de Corrientes. Junto a las hermanas del muerto, acomodaron sus despojos en un ataúd y, lejos de miradas indiscretas, lo enterraron en la tumba de la madre María Paula, que había fallecido en noviembre de 1837. Antes de colocarlo en el ataúd, cortaron pequeños mechones de su cabello. Actualmente sus restos descansan en la Catedral de Corrientes.
Para el fin del siglo XIX, solo quedaban escasísimos sobrevivientes de aquella batalla. Uno era Juan José Urquiza, un esclavo africano que había sido criado por los Urquiza, y Victorio Gauna, un carpintero que ese campo regado en sangre de Pago Largo se juramentó que algo haría para honrar la memoria de los correntinos que allí habían caído si vivía para contarla. Cuando Rosas había caído, construyó una cruz usando madera de ñandubay. Era de unos cuatro metros de alto y la clavó en el lugar donde los prisioneros habían sido ejecutados. Colocó la leyenda “Aquí yacen las cenizas de las víctimas de Pago Largo, el día 31 de marzo de 1839, a cuya memoria dedica este recuerdo su compañero Victorio Gauna”.
Gauna falleció el 24 de agosto de 1899 y esa humilde cruz quedó como un triste recuerdo de una guerra civil donde lo único que lograron fue la de matarse entre hermanos.