Había sido uno de los comerciantes más ricos de Buenos Aires, el elegido casi por aclamación por los propios soldados para que fuera el jefe de los Patricios y también el poderoso presidente de la Primera Junta. El destino se empeñó en ponerlo en la impensable situación de cruzar la cordillera a las apuradas tanto a la ida hacia Chile, cuando era perseguido por las autoridades porteñas, como a la vuelta, cuando lo buscaban los españoles para fusilarlo.
Cornelio Judas Tadeo de Saavedra nació en Potosí el 15 de septiembre de 1759 en el seno de una familia de la elite local que, cuando contaba 8 años, todos se mudaron a Buenos Aires. Estudió en el Colegio de San Carlos y luego se dedicó al comercio. Tenía 28 años cuando se casó con María Francisca Cabrera, su prima hermana y cuando ésta falleció, volvió a casarse en 1801 con Saturnina Bárbara de Otárola y de Rivero, de 29 años, hija del coronel José Antonio de Otárola, un rico comerciante. Con ella tuvo siete hijos, tres de los cuales fallecieron de corta edad.
Ocupó diversos cargos en el cabildo, como alcalde de segundo voto y juez de menores.
Tenía 49 años cuando tuvo el honor de ser elegido, por los propios soldados, como jefe de la Legión de Patricios Voluntarios Urbanos de Buenos Aires, una unidad de milicia urbana creada a instancias de Santiago de Liniers luego de que los criollos echasen por primera vez a los ingleses de Buenos Aires. En sus memorias, admitió que ese fue el origen de su carrera militar.
El 18 de mayo de 1810 estaba en San Isidro cuando recibió una esquela del sargento mayor de Patricios Juan José Viamonte, instándolo a que fuese a la ciudad lo más rápido posible: se había conocido la noticia de que había caído la Junta de Sevilla, la última resistencia a la invasión francesa y España estaba en poder de Bonaparte.
En la casa de Viamonte acordaron que el momento había llegado. Se le encomendó que, junto a Belgrano, fueran a solicitarle a Juan José Lezica, alcalde de primer voto y a Julián de Leyva, síndico procurador, para que convocaran a un cabildo abierto. Los funcionarios vieron que ambos hablaban en serio y dieron curso al pedido.
Pero el virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros, con el propósito de estirar lo máximo posible lo inevitable, pidió conocer la opinión de todos los jefes militares antes de firmar la autorización. En la reunión celebrada al día siguiente a las siete de la tarde, el virrey les dijo que en la península aún no estaba todo perdido y quería saber si contaba con el apoyo de las armas, tal como lo habían hecho con Liniers en 1809. Como nadie hablaba, Saavedra le respondió que las épocas eran distintas, y que si bien aún resistían Cádiz y la isla de León, el jefe de los Patricios afirmó que no querían ser dominados por los franceses y que deseaban ejercer el derecho de gobernarse por ellos mismos, y que como el rey español estaba preso de Napoleón el virrey dejaba de tener autoridad. Cerró diciendo que no contase con los Patricios. Cisneros debió ceder.
El cabildo abierto del 22 de mayo de 1810 dispuso la separación del virrey y, luego de intentos de los españoles en armar una junta de cinco miembros con mayoría española, el 25 se conformó lo que pasó a la historia como la Primera Junta.
Cuando se lo propuso como presidente, intentó excusarse. No quería aparecer que había participado de semejante movimiento solo por interés propio, pero sus compañeros de ruta insistieron. Se cuenta que era el miembro de la Junta con mayor fortuna personal. Vivía en la actual calle Reconquista, entre Corrientes y Lavalle.
En la Junta no todos vieron con buenos ojos que Saavedra se moviera con el carruaje que había pertenecido al virrey Cisneros, y se quejaban de la diferencia de sueldos. Mientras don Cornelio, que se hizo ascender a brigadier ganaba 8 mil pesos, los otros percibían tres mil. Hubo otros, como Azcuénaga, que donó su sueldo, así como hizo con los anteriores puestos que había ocupado en el Estado y Belgrano pidió rebajarse el suyo. Además no caía bien que su esposa se moviera por la ciudad con escolta militar.
Francisco Javier de Elío, el último virrey del Río de la Plata, dijo sobre Saavedra que era “un zorro astuto” y que encubría “la ambición más desenfrenada”.
El 11 de junio el moderado presidente fue nombrado brigadier y contó con el apoyo de la mayoría de los diputados del interior, a quienes conocía a partir de sus vínculos comerciales. Cada vez era más notorio el contraste con la posición más radical de Moreno y Castelli.
Aborrecía tanto los que sostenían los principios de la Revolución Francesa como los que eran afectos a una alianza con los británicos. La grieta no demoró en profundizarse con el sector morenista. Aludía al secretario de la Junta como “el malvado Robespierre”.
El festejo en el cuartel de Patricios por el triunfo de Suipacha fue otro detonante. En el banquete, el capitán Atanasio Duarte, un poco pasado de copas, tomó una corona hecha de azúcar y declaró a Saavedra algo así como emperador de América, lo que llegó a oídos de Mariano Moreno y disparó el famoso decreto de supresión de honores, que ponía en un mismo nivel de igualdad a todos los miembros de la junta, el mando militar del presidente pasaba a todo el gobierno, se excluía de cualquier privilegio a las esposas de los miembros del cuerpo gubernativo, y al infeliz de Duarte que, seguramente cuando se le pasó los efectos del alcohol, no recordaría lo que había dicho, se lo condenó a destierro.
La incorporación de los diputados del interior al gobierno motivó la cerrada oposición de Moreno, quien sostenía que debía respetarse que dichos representantes debían ejercer labores legislativas, como había sido acordado. En la sesión del 18 de diciembre, la mayoría de la junta votó su incorporación al gobierno. Moreno estaba en minoría, ya que Belgrano y Castelli estaban en campaña. El secretario renunció y en misión diplomática a Gran Bretaña, encontró la muerte en alta mar.
Los morenistas no se dieron por vencidos, formaron la Sociedad Patriótica y French y Beruti, al mando del regimiento de la Estrella, idearon un golpe que fue descubierto y desbaratado por las fuerzas militares la noche del 5 de abril de 1811, cuando Joaquín Campana y el alcalde Tomás Grigera movilizó a la plebe, provocando el fracaso del golpe. Todos los morenistas fueron destituidos y se creó un Tribunal de Vigilancia para perseguir a los opositores.
Saavedra aseguró que, si bien se mantuvo al margen de estos sucesos, fue el principio del fin de su carrera política. Quiso renunciar, pero no lo aceptaron. El 20 de agosto lo enviaron al norte a hacerse cargo del ejército que había sido derrotado en Huaqui y cuando llegó a Salta se enteró de la disolución de la Junta, que Pueyrredón había sido nombrado jefe del ejército y que él era desterrado en San Juan.
Los morenistas lo tenían en la mira. El Primer Triunvirato lo encerró y la Asamblea del Año XIII lo sometió, junto a otros compañeros de ruta, un juicio de residencia. Le costó hallar quien pudiera representarlo. Lo acusaban de querer ejercer el poder total y de una supuesta connivencia con los españoles. No fue incluido dentro del perdón dictado por Gervasio Posadas el 5 de febrero de 1814 y decidió escapar a Chile junto a su hijo de diez años y se estableció en Coquimbo. El cruce fue desesperado y estuvieron a punto de morir congelados. En el país vecino fue considerado un asilado político mientras en Buenos Aires continuaba su juicio, se pedía un escarmiento y ni medio miramiento de piedad.
La mala suerte lo acompañaba. Luego del desastre de Rancagua del 1 y 2 de octubre de 1814, cuando los realistas recuperaron Chile, pretendieron encerrarlo y juzgarlo sumariamente. Sabía que si permanecía en el país terminaría frente a un pelotón de fusilamiento.
Fue su esposa Saturnina quien le suplicó a José de San Martín, gobernador de Cuyo, que ayudase a su marido a volver. San Martín, haciendo caso omiso al gobierno porteño, lo ayudó y lo confinó nuevamente en San Juan.
En 1815 se reunió con el director supremo Carlos María de Alvear y lo único en que insistió fue en su rehabilitación. Cuando consiguió que le devolviesen el grado militar y los honores perdidos, el nuevo director Alvarez Thomas se los quitó. Recién en 1818 se lo declaró inocente, se le devolvió el grado de brigadier general y se dispuso una indemnización.
Volvió al ruedo aplicando un plan para controlar a los indios ranqueles y cuando su antiguo compañero Martín Rodríguez asumió como gobernador, en 1822 pidió el retiro, aunque cuando estalló la guerra contra el Brasil ofreció sus servicios, pero lo rechazaron por su edad.
En su estancia de Zárate “Rincón de Cabrera”, herencia de su suegro, se dedicó a trabajar la tierra y a escribir sus memorias. Un ataque al corazón lo sorprendió la noche del 29 de mayo de 1829. Su viejo subordinado Viamonte, gobernador de Buenos Aires, dispuso que fuese enterrado en el cementerio de la Recoleta con honores, y sus memorias -dedicadas a sus hijos- fueron depositadas en la biblioteca pública.
Cuando se levantó un monumento a su memoria, se lo instaló en la plaza Primera Junta. Un ilustre descendiente, Carlos Saavedra Lamas -premio Nobel de la Paz 1936- movió sus influencias para que fuera trasladado a la céntrica esquina de Callao y Córdoba, donde ya estaba la estatua de Azcuénaga quien, de buenas a primeras, lo llevaron al pedestal que Saavedra había dejado vacío.
Así moría el viejo comandante de Patricios que, cuando asumió al frente de la Primera Junta, lo hizo con la justificación de otros habían querido que fuera presidente.