Su casa de planta baja y primer piso era perfectamente ubicable sobre la calle Martín García, antes llamada “calle del héroe Brown”. Estaba rodeada de una verja de hierro forjado, apoyada en pilares blancos. Tenía un pequeño balcón sobre la entrada, flanqueada por dos columnas. A cada costado, había un cañón clavado en la tierra. Corroídos por años de humedad, eran un recuerdo de cuando derrotó a José Garibaldi y estaban ahí colocados para que las ruedas de las carretas no arruinasen el acceso a la casa, que los vecinos la referenciaban como “la del cañón” o simplemente la identificaban como “casa amarilla”.
Por esa puerta un día, mientras atendía la siembra de alfalfa en su quinta, el viejo almirante Guillermo Brown vio entrar a una visita inesperada: era el inglés Juan Pascual Grenfell, el jefe de la escuadra con el que se había batido en las aguas del río de la Plata durante la guerra del Brasil.
Ambos tenían secuelas de esos viejos tiempos de cañonazos y abordajes. Brown, una renguera por una pierna quebrada durante el combate de El Buceo y Grenfell un brazo menos que perdió en el combate de Quilmes, librado en julio de 1826. Al ser seriamente herido, debió regresar a Inglaterra a curarse. El británico se perdió el resto de la campaña.
Hoy se cumplen 197 años del combate de la Punta de Quilmes, una acción un tanto menor en comparación con otros que se libraron durante esa campaña, pero que fue un jalón más en la carrera de Brown.
La disputa entre las Provincias Unidas y el Brasil por la Banda Oriental estalló cuando los famosos 33 Orientales, al mando de Juan Lavalleja y Manuel Oribe emprendieron en 1825 su cruzada para incorporar ese territorio a las Provincias Unidas del Río de la Plata. Luego que en los combates de Rincón de las Gallinas y Sarandí derrotaron a fuerzas brasileñas, éstas bloquearon todos los puertos de nuestro territorio y reforzaron con tropas la Banda Oriental. En noviembre, Juan Gregorio de Las Heras rompió relaciones diplomáticas y el 10 de diciembre de 1825 Brasil nos declaró la guerra.
Los enfrentamientos no solo serían en tierra, sino que el Río de la Plata y el Uruguay serían escenarios de sorprendentes combates navales, en las que la escuadra comandada por Brown siempre estuvo en inferioridad de condiciones, pero su genio militar y su destreza en el arte de la navegación hicieron la diferencia.
En el episodio que nos ocupa, frente a Quilmes, los buques argentinos fueron sorprendidos por los principales barcos de la flota brasileña, que bloqueaba Buenos Aires. Se distinguía la fragata Imperatriz, la corbeta Liberal, más cuatro bergantines y cuatro goletas fuertemente armadas. Estaba al frente el capitán John Charles Pritz, un danés al servicio del imperio del Brasil.
Brown había comisionado a Tomás Espora que remontase el río Uruguay, mientras él emprendía el regreso desde Martín García hacia Colonia, cuando supo de la amenaza brasileña, que había aprovechado la oscuridad para aproximarse.
En la mañana del 24 de febrero de 1827 ofreció combate y recién pasadas las cuatro de la tarde ambas fuerzas quedaron a tiro de cañón y se desató un fuerte intercambio de artillería. De pronto, la goleta 2 Dezembro, que venía de Colonia a toda vela con su bodega repleta de pólvora para sumarse al combate, se desintegró por una violenta explosión.
Murieron 130 hombres, incluido el capitán Carvalho. Solo tres tripulantes sobrevivieron -uno fallecería a las pocas horas- y fueron recogidos por la goleta Sarandí al verlos asidos a un mástil. Brown, en su parte, consignó que la pérdida de sangre de la escuadra nacional es muy poca respecto a la del enemigo.
Ordenó fondear en Los Pozos, a tres millas de lo que hoy es Dársena Norte.
Autoridades y vecinos se agolparon en el puerto para felicitar a ese irlandés por la contundente victoria que había obtenido quince días antes en Juncal, librada entre el 8 y el 9 de febrero. Toda una división brasileña había quedado desarmada, ya que diez de sus buques habían sido capturados, y de los ocho que habían escapado, tres habían encallado y fueron incendiadas por sus tripulantes y el resto se terminó entregando. Esos barcos fueron sumados a la escuadra nacional.
Desde una barca, una banda interpretaba el Himno Nacional. Todos lo esperaban, pero Brown demoró su desembarco y envió a uno de sus jefes con el parte del combate de la Punta de Quilmes.
Muchos se desilusionaron porque el fuerte viento que se levantó lo obligó a desembarcar más allá de la Recoleta. De todas maneras la gente no esperó que el bote que lo acercaba tocase la costa, sino que se metieron al agua y lo llevaron en andas hasta tierra. Al marino los diarios lo describieron como “el genio guardián del Plata y terror de los brasileños”.
De allí fue a la Comandancia de Marina y luego todos concurrieron a festejar al café de la Victoria, en medio de un griterío de vivas a la Patria, aplausos y mueras a los enemigos.
Pero Brown sólo deseaba ir a ver a su esposa Elizabeth Chitty, una inglesa protestante de 40 años que había accedido a casarse con un irlandés católico. Cuando Brown se subió a su carruaje, la gente desenganchó los caballos y ellos mismos arrastraron el vehículo hasta su domicilio. Cuando vio que no convencería a la gente que desistiera, se encogió de hombros y les indicó ir derecho y con cuidado.
El gobierno acuñó una moneda de oro para él por Juncal, de plata para sus oficiales y a los suboficiales de bronce o latón. El almirante recibió además veinte mil pesos, y los oficiales y tripulantes el doble de sus sueldos.
En la ciudad todos hablaban de él, era el héroe del momento. Al que le fue bien fue al grabador Juan Bautista Douville, un naturalista y etnógrafo francés que se había radicado en Buenos Aires a fines del año anterior. Fue el primero en la ciudad en hacer litografías, en sociedad con su esposa, en un local de la calle Piedad. Vendió como pan caliente las que hizo de Brown y de otros héroes del momento.
Ya con el almirante descansando en su casa, esa noche en la ciudad no durmió nadie, ya que por horas hubo música, cohetes y calles iluminadas. Los porteños tendrían más motivos para festejar cuando el 4 de marzo a las dos de la tarde llegó la noticia de la victoria en Ituzaingó.
En su visita, Grenfell le recordó a Brown que si hubiera aceptado la rendición en el combate de Quilmes, su suerte hubiese sido muy distinta, porque el inglés interpretaba que el país había sido injusto con él, pero que en Brasil sería por demás valorado por el emperador. El viejo marino, viendo las condecoraciones que lucía su visitante, le respondió: “Mi querido Grenfell, no me pesa haber sido útil a la patria de mis hijos. Considero superfluos los honores y las riquezas cuando bastan seis pies de tierra para descansar de tantas fatigas y dolores”.
Fuentes: Guillermo Brown, de Felipe Bosch; Guillermo Brown, de Guillermo Oyarzábal; Historia Naval Argentina, de Teodoro Caillet-Bois