Por qué se frustró el regreso de San Martín al país: la presión de Lavalle y el intento de darle el gobierno

En 1829, el militar quería volver con la intención de vivir sin meterse en la vida pública. Pero ni quiso bajar del barco que lo había traído de Europa, tras conocer la noticia del fusilamiento de Dorrego. Así, el Libertador quedó en medio de un tironeo de la interna política y retornó a Europa

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San Martín viajó para poner
San Martín viajó para poner en orden sus finanzas y negocios e imaginó un retiro tranquilo, sin inmiscuirse en política

El tucumano José Antonio Alvarez de Condarco fue a verlo a Manuel de Olazábal para contarle el notición. El buque que traía al general José de San Martín de Europa estaba en balizas frente al puerto de Buenos Aires. Debían ir a saludarlo. Esa misma noche ambos fueron a lo de Tomás Guido, quien había sido uno de sus más cercanos colaboradores y éste les entregó una carta para el viajero.

A la mañana siguiente, camino al río, se detuvieron a comprar un cajón de duraznos para regalarle. En el muelle, ambos hombres subieron a una ballenera y se dirigieron hacia el buque inglés Countess of Chichester.

A Juan Lavalle lo conocía
A Juan Lavalle lo conocía muy bien. Había sido granadero, excelente militar. El 1 de diciembre de 1828 derrocó al gobernador Manuel Dorrego

La vuelta de San Martín

Lo reconocieron parado sobre la cubierta. Tenía la vista fija en ellos. Al subir, abrazó a Olazábal. “¡Hijo!”, exclamó. Olazábal, tenía 13 años recién cumplidos cuando ingresó a Granaderos y San Martín no solo había sido su padrino de casamiento sino el de su primer hijo. Por su parte, Alvarez de Condarco, otro de sus hombres de confianza en el Ejército de los Andes, había estado a cargo de la fábrica de pólvora y había cruzado la cordillera memorizando los pasos que se usarían para llegar a Chile.

Notaron que había engordado y que estaba canoso. Vestía un levitón de zaraza -tela de algodón muy delicada- que le llegaba a los tobillos y estaba en zapatillas. A sus 53 años, continuaba manteniendo su mirada penetrante. Sus achaques por el reumatismo lo obligaron a tomar, en los últimos meses, baños termales en Aix-la-Chapelle, en Alemania, cerca de la frontera belga, además de recurrir a otros métodos más caseros como la aplicación de sanguijuelas. “Casas viejas todas son goteras”, se lamentó por carta al general William Miller, con quien había participado de las campañas de Chile y Perú.

Manuel de Olazábal había ingresado
Manuel de Olazábal había ingresado a Granaderos cuando tenía 13 años. Tenía una relación de afecto con San Martín

Desde fines de 1824 vivía en Bruselas, donde la vida era barata y había decidido quedarse hasta que su hija completase su educación. Viajaba con su fiel criado Eusebio Soto, un peruano que lo acompañaba desde 1822. Su hija Mercedes, de 12 años, había permanecido en Bruselas.

Cuando sus visitantes le dijeron que traían una carta de Guido, indicó ir a su camarote para leerla tranquilo.

Ordenar las finanzas

Desde que se había instalado en Europa junto a su hija, San Martín se preocupó por sus bienes que tenía en América. Producto de herencia de su esposa, tenía con su cuñado Mariano Escalada la casa de sus suegros en San Martín y Perón. Con el tiempo le compró la parte y la alquiló. Tenía otra propiedad que le había cedido el gobierno en Rivadavia y Bolívar que se la vendería a Miguel de Riglos. En Mendoza conservaba la chacra Los Barriales, donde se sembraba trigo y se criaban caballos, manejada por Pedro Advíncula Moyano. Además, en dos terrenos que había comprado había mandado levantar una casa. También poseía otra en la ciudad de Lima.

Tomás Guido siempre estuvo cerca
Tomás Guido siempre estuvo cerca de San Martín. La urna con sus cenizas están en el mausoleo donde descansan los restos del Libertador (Archivo General de la Nación)

Sin embargo, el hecho de dejar en terceros la administración de sus bienes le trajo muchos dolores de cabeza y pocas ganancias. Pasaban largos meses sin tener noticias de sus administradores, las rentas no se cobraban y las pensiones militares otorgadas no llegaban.

Para ordenar sus cuestiones financieras, decidió viajar a Buenos Aires, y por qué no pensar en un retiro tranquilo, lejos de la vida pública. Imaginó un retiro mendocino.

El 21 de noviembre de 1828, con el nombre de José Matorras, se embarcó en el puerto británico de Falmauth, acompañado por su criado.

El 15 de enero de 1829, cuando arribó a Río de Janeiro, se enteró de la revolución del 1 de diciembre del año anterior, encabezada por Juan Lavalle que derrocó a Manuel Dorrego. A Lavalle lo conocía muy bien. Había estado a sus órdenes en el ejército libertador tanto en Chile como en Perú. Lo sabía un excelente militar y un bravo granadero que el 21 de abril de 1822 en Río Bamba había liderado uno de los ataques más mortíferos de la caballería, pero que contaba con pocas luces políticas.

Su hija Mercedes tenía entonces
Su hija Mercedes tenía entonces 12 años y había permanecido en Europa para completar su educación

Cuando el 5 de febrero a la una de la madrugada el barco que lo traía a Buenos Aires hizo escala en Montevideo, supo del fusilamiento de Dorrego, y que el país estaba sumido en el caos alimentado por el enfrentamiento entre facciones.

Entendió que su presencia en la ciudad no haría más que perturbar aún más las cosas, aun cuando tenía claro que no quería meterse en política ni en las cuestiones públicas. Decidió que lo más prudente era desembarcar en Montevideo y regresar a Europa.

Pero no pudo hacerlo.

El bote que había pedido para que lo llevase a tierra era muy pequeño para él, su criado y para todo el equipaje que llevaba. Como el otro bote más grande demoró en llegar, el capitán James explicó que no se podía perder más tiempo y siguieron viaje a Buenos Aires con él a bordo.

Alvarez Condarco tuvo a su
Alvarez Condarco tuvo a su cargo el diseño del campamento de El Plumerillo y desarrolló delicadas misiones encargadas por San Martín. Fue uno de los que quiso saludarlo

Caos político en Argentina

Llegó el 6, y sin desembarcar le mandó una carta a José Miguel Díaz Vélez, ministro secretario general de la provincia de Buenos Aires. Que su idea había sido, luego de cinco años de ausencia del país, terminar sus días en una vida privada, sin meterse con nadie, pero como veía que esto no sería posible por el estado del país, por el enfrentamiento de facciones, le pedía los pasaportes para él y su criado para regresar a Montevideo.

A la par que iban a visitarlo viejas amistades y camaradas, Díaz Vélez le respondió con una carta que le mandó a través de Espora. Le envió los pasaportes y le aclaró que en el país no había partidos, “si no se quiere ennoblecer con este nombre a la chusma y a las hordas de salvajes”.

Dos días después el general José María Paz puso al tanto al general Lavalle de la respuesta de Díaz Vélez. El cordobés estaba convencido de que San Martín no desembarcaría, aunque temía que la oposición “se fije en este hombre y le haga propuestas seductoras”.

La prensa unitaria no fue benévola con él. “Nos abandonáis, sin embargo, general”, al conocer su propósito de regresar a Europa. En el fondo, los que habían derrocado a Dorrego se sentían cuestionados por San Martín.

El Libertador estaba sobre aviso. Cuando volvió a Montevideo, recibió una carta de Guido, poniéndolo al tanto de las críticas hacia él. “No haga usted caso de la paja. No falta quien defienda a usted”. Estuvo de acuerdo en no fogonear la polémica que se había desatado en la prensa, donde se lo atacaba y sus amigos pretendían defenderlo.

San Martín se enteró del
San Martín se enteró del fusilamiento de Dorrego cuando el barco atracó en la rada de Montevideo

El gobierno unitario, en forma pública, cuidaba las formas, pero en privado era lapidario con el general que había liberado medio continente. Por lo bajo murmuraban que había viajado cuando se aseguró que se había firmado la paz con el Brasil.

La ciudad oriental abrió sus puertas de par en par para homenajearlo como correspondía. José Rondeau, presidente provisorio, mandó organizar un comité de recepción de funcionarios, militares y vecinos.

Se vivía un clima festivo por el fin de la guerra con el Brasil, las tropas estaban dejando el territorio y ya había comenzado el proceso político que desembocaría en la independencia de la Banda Oriental.

Apenas desembarcó, San Martín fue a la Fonda de Carreras y luego se alojó en la casa de Francisco Vidal y en el campo del Saladero, propiedad de Gabriel Pereira. El gobernador Rondeau puso a su disposición a su ayudante, el capitán Hermenegildo de la Fuente.

Bernardo O'Higgins, quien siempre estuvo
Bernardo O'Higgins, quien siempre estuvo en contacto con San Martín, se ocupó de gestionarle el cobro de pensiones y sueldos atrasados del Perú y Chile (Instituto Geográfico Militar de Chile)

Fue objeto de diversos homenajes, solía asistir a misa en la iglesia matriz y muchos viejos camaradas y amigos lo visitaron. Sin embargo, a Guido le confesaba que estaba aburrido y que sentía “los males de nuestra Patria estoica”. Además, insistió que su “carácter no es propio para el desempeño de ningún mando político”.

A su viejo amigo Gregorio “Goyo” Gómez Orcajo lo nombró el 28 de febrero de 1829 administrador de todos sus bienes, con amplias facultades. Goyo no era cualquier persona. Era uno de sus íntimos más cercanos, al que tuteaba, y en las cartas que le enviaba, firmaba “tu amigo Pepe”. Si ocurriese la desgracia que Goyo falleciese, debía ser reemplazado por Vicente López y Planes. Por otra parte, recibió el mensaje de O’Higgins que se ocuparía de poner en orden los sueldos que se le adeudaban tanto de Chile como de Perú.

También se ocupó de reunir documentación que había dejado en su momento en Buenos Aires. Eran papeles que iban de 1810 a 1822. Su idea era escribir sobre sus campañas.

Estaba convencido de regresar a Europa pero Guido intentó hacerlo desistir; lo mismo hicieron Juan Ramón Balcarce, Tomás de Iriarte y otros que, por cuestiones políticas, tuvieron que abandonar Buenos Aires. Le pidieron que, una vez se calmasen los ánimos, debía ir a Buenos Aires a ponerse al frente del gobierno. Pero el general se mantuvo intransigente. A López y Planes le escribió que “usted me dirá, como lo han hecho muchos de mis amigos, que yo me debo todo a mi patria y que yo debo sacrificarme… yo lo haría con placer si supiera que el sacrificio de mi tranquilidad y mi vida la pudiesen salvar”.

San Martín, ¿el salvador?

En su carta del 3 de abril a Guido, sostenía que en Buenos Aires estaban a la búsqueda de un salvador, tal como a él le quedaba demostrado por todas las cartas que había recibido en ese sentido. Para él, muchos en Buenos Aires pensaban que para poder gobernar, uno de los dos partidos en pugna debía desaparecer, y él no sería el verdugo de sus conciudadanos. Sabía que el que se pondría al frente del gobierno, debía hacerlo al frente de un partido, cosa que él nunca haría. Que él nunca suscribiría a un partido, que entendía que la Patria exigía a sus hijos todo tipo de sacrificios, pero que había límites, y que era el del honor.

Al no adherir a ninguno de los partidos, consideró que su presencia en el Río de la Plata era embarazosa. Se sentía tironeado por los resquemores de los unitarios y las falsas esperanzas que creía abrigar entre los federales. Remarcó que nunca se haría cargo del gobierno, y pensaba que éste debía ser severo, pero respetuoso de las leyes.

El 9 de abril recibió su pasaporte para viajar a Bruselas. Pero antes, hubo un último intento, confidencial, para hacerlo cambiar de idea. A Lavalle el gobierno se le iba de las manos y mandó al coronel Eduardo Trolé y a Juan Andrés Gelly a que hablasen con él. En una reunión que duró tres horas, le propusieron que se hiciese cargo del ejército y de la provincia de Buenos Aires y que negociase la paz con las provincias, en nombre del gobierno golpista que había derrocado y fusilado a Dorrego. “A Lavalle y a los demás jefes les profeso afecto personal y no los puedo mirar con indiferencia, a pesar de sus extravíos juveniles, pero no puedo aceptar su oferta”.

El 14, en carta a Lavalle, consideró que lo le habían propuesto sus emisarios no solucionaría nada, y aprovechó para darle un consejo a su viejo subordinado: “Sin otro derecho que el de haber sido su compañero de armas permítame usted, general, le haga una sola reflexión a saber, que aunque los hombres en general juzgan de lo pasado según su verdadera justicia y de lo presente según sus intereses, en la situación en que usted se halla una sola víctima que pueda economizar a su país le servirá de un consuelo inalterable sea cual fuere el resultado de la contienda en que se halla usted empeñado, porque esta satisfacción no depende de los demás, sino de uno mismo”.

El 27 se despidió de Guido, quien por años había sido uno de sus hombres de confianza: “Yo no sé si es la incertidumbre en que dejo al país y mis pocos amigos u otros motivos que no penetro, ello es que tengo un peso sobre mi corazón que no sólo me abruma sino que jamás he sentido con tanta violencia”.

Navegó en el Lady Wellington, desembarcó en Falmouth y de ahí se dirigió a Londres. El carruaje que lo llevaba volcó y un vidrio de la ventanilla le provocó una profunda herida en el brazo izquierdo que fue mal curada, se infectó, lo que lo obligó a guardar cama por tres meses.

El regreso definitivo a su patria fue en 1880, y así se cumplió su último deseo, de que sus cenizas descansasen en Buenos Aires. Esta vez en paz.

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