El 31 de enero de 1813, a las nueve de la mañana, inauguró sus sesiones la llamada Asamblea de las Provincias Unidas del Río de la Plata. La ceremonia se hizo en el Fuerte, donde estuvieron todos: las autoridades civiles, los jefes militares y los dignatarios eclesiásticos.
Luego, caminaron unos pasos y asistieron a la misa en la Catedral para pedirle ayuda a Dios. Una vez terminado el oficio religioso, se tomó el juramento a los diputados, que lo hicieron de dos en dos, apoyando sus manos en los Santos Evangelios.
Después todos se dirigieron a la sala del Consulado, en las actuales calles San Martín y Mitre (donde actualmente se levanta la sede del Banco de la Provincia de Buenos Aires). Una vez ubicados los diputados, los miembros del gobierno se retiraron. La inauguración culminó con una salva de artillería.
Dos horas después, el gobierno recibió la primera comunicación de los diputados: que en ella residía la representación y ejercicio de la soberanía de las Provincias Unidas del Río de la Plata y que el gobierno debía concurrir a reconocer a dicha asamblea y prestar obediencia, tal cual debían hacerlo los demás poderes. Se eligió como su presidente Carlos de Alvear y secretarios a Valentín Gómez e Hipólito Vieytes.
Se vivían tiempos políticos convulsionados. El 8 de octubre del año anterior había caído el Primer Triunvirato por la acción de los miembros de la Logia Lautaro -se considera que el fue el primer golpe militar desde 1810- y el Segundo Triunvirato dio nuevos bríos a la cuestión de armar el proceso de declarar la independencia y de dictar una Constitución, respetando así el acta firmada a las tres de la tarde del 25 de mayo de 1810. Había que encaminar el rumbo de la revolución.
Desde el comienzo, no hubo un consenso unánime entre los diputados, incluso hubo quienes se negaban a prestar el juramento de práctica a un poder exclusivo. También se excluyeron a los diputados de la Banda Oriental, que venían con instrucciones precisas de José Gervasio de Artigas de no perder el tiempo y declarar ya la independencia y organizar el país bajo un régimen federal.
Los diputados sesionaban por la mañana. Comenzaban a las 9 en verano y a las 10 en invierno y lo hacían por unas cinco horas, con un cuarto intermedio. Las sesiones públicas se desarrollaban los martes, miércoles y viernes, y el resto de los días se reservaban a las deliberaciones secretas.
Los diputados eran considerados “de la Nación” y no de las provincias; así Monteagudo representó a San Luis, Alvear a Corrientes y Larrea a Córdoba, por ejemplo. Se les fijó una dieta de 1500 pesos y el cargo no era incompatible con sus empleos, pero debían optar por cobrar la dieta o su sueldo.
Todo lo resuelto se daba a conocer a través de El Redactor de la Asamblea, que reproducía el trabajo de los diputados. Su primer número salió el sábado 27 de febrero de 1813 y era dirigido por fray Cayetano José Rodríguez. El último número salió el 30 de enero de 1815.
Su primera medida importante la tomó el 2 de febrero. Estableció que los niños que nacieran desde el 31 de enero de madres esclavas, fueran considerados libres. Los porteños se enteraron de esta medida el día 3 cuando el bando fue colgado en distintos puntos de la ciudad. El proyecto inicial era mucho más ambicioso: declarar libres a todos los esclavos, medida que provocó airadas protestas del vecino Brasil, una de las naciones que más se beneficiaba con este vil comercio, donde sostenían que todos sus esclavos se fugarían a las Provincias Unidas del Río de la Plata para obtener su libertad.
Dos días después, Buenos Aires estuvo de fiesta. Repique de las campanas de las iglesias y salvas de artillería cuando llegó la noticia del triunfo de los granaderos de José de San Martín en San Lorenzo, festejos que se reeditaron el 3 de marzo por la tarde cuando se supo el resultado de la batalla de Salta. Se tiró la ciudad por la ventana: tres días seguidos de iluminación del cabildo, la recova y la flamante pirámide, bailes callejeros, mucha música y fuegos artificiales. Ese día hasta las diez de la noche desde el Fuerte se dispararon los cañones, todo con el beneplácito de la iglesia, ya que ese era el primer día de la cuaresma: dejó que se armase una pista de baile en plena plaza de mayo donde la gente decente dio rienda suelta a la fiesta y al jolgorio. Se organizó una corrida de toros y el 14 llegaron las tres banderas capturadas a los españoles, y antes de ser exhibidas se las llevó al recinto donde sesionaban los diputados.
La asamblea estableció las divisas militares que debían lucir los efectivos de los regimientos y además ordenó la supresión de los escudos de armas de las dependencias públicas, que debían ser reemplazados por el escudo de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Pintado sobre una plancha de hierro, se colgó en la entrada del recinto de deliberaciones. De esta forma se borró la efigie del monarca español.
En la papelería oficial se cambió la frase “Valga para el reinado del señor don Fernando VII para el bienio de 1812 y 1813″ por el de “Valga por los años 4 y 5 de la libertad”.
Todo parecía que la fiesta no tendría fin. El 24 de mayo por la noche hubo una función de gala en la víspera de la instalación de la Primera Junta. La consigna fue que los asistentes concurriesen con un gorro rojo, símbolo de la libertad, como consignó Beruti en sus Memorias Curiosas. Por tres días hubo festejos. Para hacer la conmemoración más solemne, el propio verdugo inutilizó y quemó los instrumentos de tortura que se habían usado durante la dominación española. La Asamblea decretó el 25 de mayo como fiesta cívica. Fue el primer feriado no religioso.
El 28 de julio se estableció que las monedas a acuñar debían llevar el escudo recientemente creado, y debía estar acompañado por la leyenda “Provincias del Río de la Plata”, y en su reverso un sol con la inscripción “En Unión y en Libertad”. Así saldrían las primeras monedas de oro y plata acuñadas en Potosí.
La Constitución, deuda pendiente
Uno de los principales mandatos de la Asamblea fue la redacción de una Constitución, para lo cual se designó a una comisión que elevó al poder ejecutivo y éste a la asamblea un proyecto que contemplaba la independencia, la soberanía popular, la forma republicana de gobierno y la división de poderes. Incluía un poder legislativo bicameral y un Directorio compuesto por tres miembros para ejercer las funciones ejecutivas. También circuló otro proyecto elaborado por la Sociedad Patriótica, basado en el anterior, con algunas modificaciones, además de un proyecto federal de Artigas. Todas se nutrían de las cartas magnas de Estados Unidos y de los procesos políticos europeos. Salvo el de Artigas, todos eran proyectos centralistas.
De todas formas, las malas noticias que vinieron del norte, como fueron las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma, más el predominio del sector alvearista dentro de la Asamblea, dejó en la nada la sanción de una carta magna. Además, como lo sostienen algunos historiadores, la asamblea no era representativa del país, sino que era la imagen de un partido. Mucha de la burguesía capitalina estuvo ausente así como grupos característicos del interior.
En otro orden, la Asamblea estableció el Himno y oficializó la escarapela creada por Belgrano. Derogó la encomienda, la mita y el yanaconazgo, el servicio personal de los indios, inclusive los que trabajaban en las iglesias a las órdenes de los párrocos. Estas disposiciones fueron comunicadas, además, en aymará, quechua y guaraní.
Resolvió también que todos los cargos públicos debían ser ejercidos por criollos o por hombres que adoptasen la ciudadanía, jurando respeto a las decisiones de la Asamblea.
Organizó la justicia y las garantías en juicio y hasta prohibió las penas de azotes en las escuelas, algo habitual en la educación, y que tantas protestas había generado.
Se suprimió la Inquisición; se determinó que el culto oficial fuera la religión católica y se declaró la libertad de cultos.
A fin de 1813, la Asamblea creó el Directorio, un gobierno unipersonal, que sería ejercido por Gervasio Posadas, tío de Alvear, quien asumió el 22 de enero de 1814. Posadas no se esperaba la designación, quien en sus memorias confesó que vivía tranquilo en su casa y que se ganaba la vida como notario mayor del obispado. Es más: en su discurso de asunción en el Fuerte, confesó sus pocos méritos para el cargo.
El Directorio, concentrado en una sola persona, pronto gobernaría sin consultar a la Asamblea. Se buscó darle mayor ejecutividad al gobierno para enfrentar un panorama que aparecía por demás sombrío: las derrotas en el norte y el regreso al trono del rey Fernando VII, quien se proponía recuperar sus colonias en América.
El 18 de noviembre se suspendieron las sesiones del cuerpo, en parte por la situación política y también por la puja interna entre quienes respondían a Alvear, la mayoría, y los que lo hacían por San Martín. Se nombró una comisión permanente para asesorar al gobierno.
El Director duraba dos años en su cargo y era asesorado por un consejo de Estado. Posadas renunció el 10 de enero de 1815 y lo reemplazó Alvear. El país entraría en una espiral de dudas y vacilaciones. La independencia vendría en 1816 pero para tener una Constitución definitiva deberíamos tener cuarenta años de paciencia.