Galopaba a lo largo de la costa del río arrastrando tres cañones. Como en una película de acción, perseguía al bergantín inglés de ocho cañones Philomel, botado en 1842 en Plymouth, que aprovechaba la corriente a favor para escapar de la encerrona que le tenía preparado su perseguidor el teniente coronel de marina Juan Bautista Thorne, ese jinete que hacía lo imposible para darle alcance. No pudo ser, pero este neoyorquino, que había quedado sordo al sufrir una fractura de cráneo durante el combate de la Vuelta de Obligado, en poco tiempo tendría su revancha.
Ya desde el 9 de enero de 1846 se vio a la flota anglo francesa cerca del puerto de Acevedo y se entabló un combate de artillería entre las piezas de las fuerzas que comandaba el experimentado general de 53 años Lucio Norberto Mansilla y la de cuatro buques, que respondieron sus cañones de grueso calibre. El fuego permitió al convoy pasar y protegerse por una isla que estaba a mitad del río.
Fuera del alcance de los cañones, Mansilla -que había liderado la defensa en la Vuelta de Obligado el 20 de noviembre del año anterior- ordenó seguir al convoy por tierra. En un punto de la costa entre el Convento de San Lorenzo y la punta del Quebracho, mandó ocultar entre la espesura de la maleza ocho cañones; también esperaban, sin ser vistos, 250 carabineros y un centenar de infantes.
Al mediodía del viernes 16 del enero, aparecieron el vapor Gorgon, la corbeta Expeditive, los bergantines Dolphin y King y dos goletas que habían armando en Colonia del Sacramento. Sumaban 37 cañones para proteger a un convoy de 52 buques mercantes.
La Expeditive y el Gorgon hicieron disparos hacia la costa para determinar dónde se ocultaban las fuerzas de Mansilla, pero los soldados tenían la orden de no dejarse ver.
Cuando el convoy transitaba por una angostura del río, Mansilla ordenó hacer fuego nutrido de sus tres baterías. Los disparos de los cañones comandados por los capitanes José Serezo, Santiago Maurice y Alvaro de Alzogaray hicieron lo suyo en los mercantes, que chocaban unos con otros en la desesperación por buscar refugio en arroyos cercanos.
La estrategia de los argentinos fue elogiada por el enemigo. Porque, a diferencia de lo que había ocurrido en Obligado donde hubo cuatro baterías fijas, en esta ocasión disparaban sus cañones, luego retrocedían, cargaban y aparecían en otro lado. Entre tres buques admitieron haber disparado más de 50 proyectiles sin causar ningún daño a las tropas de tierra.
Cerca de las cuatro de la tarde Mansilla reagrupó a su gente en el Quebracho, desde donde siguió combatiendo. Pero poco era lo que podía hacer con los disparos de fusil. Los buques pasaron pero a un alto costo: los de guerra tenían grandes averías, los mercantes habían perdido parte de su carga y unos 50 hombres habían quedado fuera de combate. El contraalmirante Edward Inglefield admitió que sólo un buque terminó sin recibir un balazo. Thorne terminó con una fea herida en un hombro.
El Dolphin y el Expeditive, una vez que salieron del río, debieron hacerles importantes reparaciones y el Fireband terminó con 22 impactos, cuatro de ellos en su chimenea.
Mansilla, en su parte, dijo que había tenido el honor de defender la bandera en el mismo lugar donde lo había hecho José de San Martín y sus granaderos en febrero de 1813.
No terminó ahí su labor. La orden de su cuñado Juan Manuel de Rosas -que en diciembre de 1845 había declarado piratas a los buques, tanto de guerra como mercantes que intentasen navegar los ríos interiores- era la de hostigar al enemigo donde lo tuviera al alcance, porque las fuerzas invasoras necesitaban alimentos frescos. Por eso se había dispuesto alejar el ganado de la costa y en cada desembarco, tanto británicos como franceses se arriesgaban a ser acuchillados por partidas que recorrían la costa.
El 10 de febrero pudo evitar un desembarco y en el campo de El Tonelero sus fuerzas soportaron durante tres horas los disparos de cañones de alto calibre. La artillería y la infantería, al mando del mayor Manuel Virto, un español que luchó junto a Güemes, a Arenales y a José María Paz, les respondían con lo que tenían. “Fuimos perseguidos por artillería volante, y un considerable número de tropas que nos hacían un fuego vivo de fusilería”, escribía a Londres Charles Hotham, uno de los comandantes.
El 6 cuando pasó el buque inglés Alecto, remolcando tres goletas, Thorne ordenó dispararle, causándole algunos muertos y daños considerables. El 21 nuevamente Thorne se batió durante dos horas con el buque inglés Lizard. Fue tal el fuego que concentró en el buque, que lo dejó inservible: su capitán Hotham describió que el fuego de metralla y fusilería fue tan intenso que ordenó bajar a los oficiales y a la tripulación. El buque recibió 35 proyectiles de cañón y metralla.
Cuando la escuadra anglo francesa arribó a Corrientes, luego de 112 días de navegación, la tripulación estaba hambrienta y enferma de escorbuto. El último combate fue el 4 de junio en el Quebracho. Luego, vendrían las conversaciones de paz.
En el histórico campo donde San Martín batió a los españoles en San Lorenzo, una de las placas conmemorativas hace alusión a este combate, que también se libró en defensa de nuestra soberanía y libertad.
Fuentes: Adolfo Saldías – Historia de la Confederación Argentina; Teodoro Caillet-Bois – Historia Naval Argentina; Pacho O’Donnell – La gran epopeya