López no recordaba cuánto tiempo estuvo apoyado sobre un tronco que había caído en una zanja, y que le servía para protegerse del fuego enemigo. Sin poder levantarse, fue un espectador privilegiado de la masacre en la que se había convertido la batalla de Curupaytí.
A González, su asistente, un disparo de cañón había terminado con su vida luego de acercarle un pañuelo a cuadros blancos y rojos para que se cubriese la herida.
López se colocó el brazo derecho en cabestrillo, esperando ser asistido. Mientras tanto orientaba a los soldados que, a duras penas, volvían a la retaguardia, después de ser rechazados una y otra vez por los paraguayos. Recordaba ver pasar el cuerpo del italiano Juan Bautista Charlone, que era llevado en una camilla por sus soldados.
Ese domingo 23 de septiembre de 1866, en el avance a bayoneta calada hacia las posiciones del enemigo, un casco de granada le había despedazado la muñeca derecha. A López no le importó. Tomó su sable con la izquierda y continuó su carrera en el terreno pantanoso y anegado luego de días y días de lluvias. Fue la pérdida de sangre lo que lo detuvo, mientras veía cómo lo sobrepasaban los soldados que componían la división de Arredondo.
No supo cuánto tiempo estuvo así, pero cuando vio al general Bartolomé Mitre y a su trompa tocando retirada, juntó fuerzas y logró llegar, a duras penas, al campamento en Curuzú. Allí lo atendió el doctor Lucilo del Castillo, quien le vendó la herida.
Dos días antes de esa batalla, había usado por última vez su mano derecha para desplegar su talento artístico. Fueron bocetos realizados sobre los preparativos de lo que sería el sangriento asalto a esa posición paraguaya. Usó papeles y lápices que le alcanzó el almirante José Murature.
Cándido López había nacido el 29 de agosto de 1840 en la ciudad de Buenos Aires. Desde muy joven tuvo inclinaciones artísticas y fue formado por los maestros Cayetano Descalzo, Baldassare Verazzi e Ignacio Manzoni. Lo alentaron a recorrer el interior del país, donde encontraría motivos para su inspiración, paso previo a un viaje de perfeccionamiento con maestros en Europa, como se estilaba entonces.
La guerra dejaría trunco el viaje al exterior. Sus primeras obras es su autorretrato y “El mendigo”, inspirada en un hombre que paraba en la puerta del asilo que funcionaba en la Recoleta y que pintó cuando contaba 18 años.
Entre 1860 y 1862 vivió en Mercedes, donde se ganó la vida como retratista. Por un tiempo, junto a Juan Soulá, se dedicó a hacer retratos por varias ciudades bonaerenses, con una innovación de la época, el daguerrotipo. El ejercicio de esa técnica se vería reflejado en las obras sobre la guerra del Paraguay.
En Mercedes pintó al óleo al general Bartolomé Mitre, que había sido elegido presidente un mes antes.
En 1865 se estableció en San Nicolás de los Arroyos, y montó su estudio en una casa que estaba muy cerca de la que se había firmado el histórico acuerdo el 31 de mayo de 1852. En esa ciudad lo sorprendió el estallido de la guerra de la Triple Alianza. Como hicieron unos 500 nicoleños, se enroló en el batallón de voluntarios de la Guardia Nacional, que comandaba el coronel Juan Carlos Boerr, tal como explicó a Infobae Ricardo Primo, historiador local. Había entusiasmo entre los jóvenes de las mejores familias porteñas, ilusionados en participar en una guerra que consideraban de fácil resolución, y que se habían enrolado en medio del desmedido optimismo de Mitre: “En veinticuatro horas a los cuarteles, en quince días en campaña, en tres meses en Asunción”. Las cosas serían muy distintas.
El eximio artista recibió el grado de teniente segundo. Terminada la guerra, los que regresaron a esa ciudad no llegaron al centenar.
López fue a la guerra con sus lápices, papeles y libretas. Su trabajo llegó a oídos de Mitre, general en jefe de las fuerzas aliadas, y lo hizo llamar a su campamento. Al ver los dibujos que llevaba hechos, le pidió que los conservase, ya que consideró que servirían para contar la historia.
Participó de la batalla de Yatay, rendición de Uruguayana, acción del Paso de la Patria y toma de las fortificaciones de Itapirú; combate del Estero Bellaco del Sud, batalla de Tuyutí, combates de Yataity-Corá, Boquerón y Sauce.
Curupaytí fue su último combate.
El 12 de febrero de 1867 dispuso el gobierno su pase a cuerpo de inválidos como teniente 1º. En el hospital de sangre establecido en Corrientes, se le amputó la mitad del antebrazo derecho. Como los médicos no pudieron frenar la gangrena, en 1868 se le efectuó una nueva amputación arriba del codo.
Con sus condecoraciones a cuestas, se propuso continuar con su vocación artística. El primer paso fue la educación de su mano izquierda. Le regaló al médico del Castillo, quien le había hecho las primeras curaciones, el cuadro “Rancho donde vivía el Dr. Don Lucilo del Castillo en el Campamento de Tuyutí”.
A la par del trabajo en la tienda de zapatos de su hermano, se dedicó a pasar al óleo los bocetos, apuntes y croquis que había tomado durante la campaña, material que quedaría como la historia gráfica de esa guerra.
Eligió el formato horizontal, poco común en los óleos, lo que le permitió reflejar, con mucho detalle, acciones simultáneas en un mismo lienzo. Su idea habría sido llegar a pintar noventa cuadros.
También pintó naturalezas muertas, y algunas de esas obras las firmó como Zepol, su apellido invertido.
En 1872 se casó con Emilia Magallanes, con quien tuvo 12 hijos. Por 1880 se estableció en un campo en San Antonio de Areco, propiedad de la familia de su esposa. Vivió de la explotación de la tierra, pero sin abandonar su veta artística. Fue Norberto Quirno Costa, propietario de tierras en la zona, quien lo alentó a que expusiese sus obras en la ciudad de Buenos Aires. En el Club Gimnasia y Esgrima montó una muestra de 29 óleos representando diversos episodios de la guerra de la Triple Alianza.
Las penurias económicas que pasaba lo llevaron a escribirle a Mitre, quien lo recordaba con afecto. El gobierno lo ayudó comprándole 29 cuadros que se expusieron en el Museo Histórico Nacional. Se mantenía además, con una pensión por invalidez.
Vivió en distintos puntos de la provincia, como Merlo y Baradero, en campos arrendados a Quirno Costa.
Por 1895 estableció su taller en el Cuartel de Inválidos, en Azcuénaga y Melo y tres años después el gobierno le compró la obra “Ataque del Boquerón visto desde el Potrero Piris. 18 de julio de 1866, Batalla del Sauce”, que se llevó al Museo Histórico Nacional.
A esa altura había pintado 58 cuadros de episodios de la guerra. Se destacan por su detalle, minuciosidad y descripción, que revelan en el artista un ojo adiestrado en la fotografía.
Se conservan en los museos Histórico Nacional, en el de Luján, el de San Nicolás, y otros están en poder de sus descendientes. Falleció en Buenos Aires el 31 de diciembre de 1902, en su casa de la calle Guemes 3838. Al “manco de Curupaytí” no le alcanzó el tiempo, y dejó en simples bosquejos otros quince episodios de esa guerra que lo había marcado para siempre.