En la segunda invasión inglesa, hombres, mujeres y hasta niños se plegaron a la lucha callejera. Uno de 11 años que se había sumado al cuerpo de Andaluces estaba apostado junto a otros voluntarios en una azotea en los fondos de la iglesia San Miguel. No dudó cuando se ordenó bajar a la calle para enfrentar a un pelotón de británicos que avanzaban a media cuadra de distancia. El chico recibió un disparo en su pierna derecha y al día siguiente le extrajeron el proyectil en la iglesia de San Francisco, donde se había improvisado un hospital para atender a los heridos, tanto criollos como ingleses.
El niño era Francisco Javier Muñiz, destinado a hacer cosas importantes. Se curaría de su herida y así se convertiría en el primer naturalista argentino, el iniciador de la paleontología en el país y fue un precursor en la aplicación de la vacuna.
Había nacido en San Isidro el 21 de diciembre de 1795 y estudió en el Colegio de San Carlos, luego de 1810 junto al canónigo José León Banegas, intervino en la redacción del Manifiesto de la Sociedad Patriótica Literaria.
Ingresó al Instituto Médico Militar, creado por la Asamblea del Año XIII y se recibió de médico en 1822 en la Universidad de Buenos Aires, contando entre sus profesores a profesionales del prestigio de Cosme Argerich. Recién en septiembre de 1844 pudo presentar su tesis y recibió el doctorado.
En Patagones, fue el médico de la segunda guarnición y luego a Chascomús, donde fue como cirujano y organizó el primer hospital de campaña. Allí comenzó una amistad con Juan Lavalle.
En la zona dio con restos de un tatú o gran armadillo, la primera vez en la historia que se descubrían, y cuando halló huesos de un gliptodonte, no registró el hecho y sí lo hizo tiempo después el francés Alcide D’Orbigny, a quien le dieron todo el crédito.
En la guerra contra el Brasil fue cirujano junto a Francisco de Paula Rivero y luego de Ituzaingó curó a su amigo Lavalle cuando una bala le atravesó el muslo. Volvió a Buenos Aires con una medalla en su pecho.
Es un misterio lo que ocurrió con la colección de piedras que armó en esa guerra; había tomado una en cada acción o hecho en los que participó, y cada una iba acompañada de una leyenda. Lamentó la pérdida, ya que quería remitirlas a un museo.
Cuando en 1827 se creó la Escuela de Medicina, tuvo que pelearla y debió pedirle ayuda a Bernardino Rivadavia para que fuera aceptado en la cátedra de Partos, enfermedades de mujeres y Medicina Legal.
Junto a su esposa Ramona Bastarte, con quien se había casado en septiembre de 1828 -tendrían ocho hijos- se fue a vivir a Luján a la casa que era la que usaba el virrey. Durante unos veinte años allí fue médico, aplicó la vacuna antivariólica a todo el mundo y, por supuesto, continuó con su obsesión en la búsqueda de fósiles a la vera del río.
Fruto de sus estudios y observaciones, descubrió lo que llamó “ampollas espontáneas” en las ubres de vacas. Experimentó con vacunas que sustituyeron a las inglesas tras la prohibición de importaciones ordenada por Juan Manuel de Rosas. Su fama cruzó el océano. En 1832 fue nombrado miembro de la Real Sociedad Jenneriana de Londres por sus estudios sobre esta vacuna.
Durante el gobierno de Rosas, fue médico de la policía y al poderoso gobernador lo trató de la próstata.
También se ocupó de la geología y elaboró una teoría explicada en Apuntes topográficos del territorio y adyacencias del Departamento del Centro de la Provincia de Buenos Aires.
Combatió la epidemia de escarlatina. El 13 de marzo de 1844 dio a conocer una descripción y cura de esta enfermedad, con el que inauguró en el país la literatura médica pediátrica, pero cuando publicó sus conclusiones quedaron desactualizadas por los avances logrados. Además fue el primero en experimentar vacunas contra las enfermedades de la piel.
El que tenga oportunidad de visitar París, no deje de darse una vuelta por el Museo Nacional de Historia Natural, porque ahí se guarda una importante colección de fósiles recolectados por Muñiz. En 1841 le cedió a Rosas once cajas con fósiles, producto de años de excursiones por la pampa bonaerense. El gobernador quiso demostrar que nuestro país era avanzado y que también se ocupaba de la ciencia, y se las regaló al almirante Dupotet, el francés que comandaba la flota bloqueadora, quien las remitió a su país.
Pero Muñiz seguía explorando y descubriendo. Primero fue un oso fósil, un Lestodon y en 1844 el tigre fósil o Muñifelis bonaerensis, y todo lo enviaba al museo. Con el naturalista inglés Charles Darwin, con quien se carteaba, le explicó las características de la “vaca ñata”, extinguida y que era de interés para el británico.
Como consecuencia del bloqueo anglo francés al Río de la Plata, había escasez de productos, incluidas las vacunas. Muñiz vacunó a su propia hija y con ella viajó a Buenos Aires e inoculó a decenas de individuos.
También fue uno de los médicos que se ocupó de la asistencia de heridos en la batalla de Caseros. Después de la caída de Rosas, presidió la Escuela de Medicina entre 1858 y 1862. En 1853 había sido elegido diputado y un año después senador. Fue congresal constituyente en 1853 y 1860.
Era un reconocido masón. Por 1853 integró la Logia Concordia de la Ciudad de Buenos Aires y en 1856 se incorporó a la Logia Confraternidad Argentina N° 2.
Claro que era riesgoso ser médico en los campos de batalla. En Cepeda, 23 de octubre de 1859, fue lanceado en el pecho mientras curaba heridos, y fue prisionero de Urquiza. Una vez liberado, Mitre lo ascendió a coronel graduado honorario.
Gracias a él, por primera vez las mujeres entraron a la universidad, cuando en 1855 organizó la facultad y la Escuela de Parteras siendo presidente de la Facultad de Ciencias Médicas.
Publicó la primera monografía argentina de tocoginecología “Extracción forzada de un feto casi a término”.
Tenía 70 años cuando se presentó ante el general Juan Andrés Gelly y Obes para participar en la guerra de la Triple Alianza como cirujano de guerra. Organizó hospitales correntinos y estuvo en las batallas de Yatay y Uruguayana. Cuando estalló la epidemia del cólera, asistió en sus últimos momentos a Javier Francisco, uno de sus hijos. Regresó a Buenos Aires en 1868 cuando falleció su esposa, y en 1869 su cuerpo dijo basta y se retiró del ejército.
Vivió retirado en Morón y se contagió de la fiebre amarilla, atendiendo en su casa a un amigo de la familia, Francisco López Torres.
Falleció el domingo 9 de abril de 1871, día en que se registró el mayor número de víctimas por la epidemia. El ex comisario Carlos Munilla, administrador del Cementerio del Sud mandó a cavar una fosa a la entrada de la necrópolis. Había elegido un lugar de preferencia para ese muerto ilustre.
Domingo F. Sarmiento, quien compiló sus trabajos en 1885, dijo que Muñiz “fue un mártir de la profesión”. Un hospital en la ciudad de Buenos Aires lleva el nombre de este hombre que fue médico y mucho más.
Fuentes: Vida y escritos del coronel D. Francisco J. Muñiz, por Domingo F. Sarmiento; Los Decanos de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, por Alfredo Buzzi y Federico Pérgola.