Todos sabían en las haciendas de San Javier y San José de Nazca del carácter despótico de quien estaba al frente. Se lo conocía como Hipólito Bouchard, marino durante toda su vida nacido en 1780 en Bormes les Mimosas, un pueblito cercano a Saint Tropez. Se llamaba André Paul pero él se lo cambió en homenaje a un hermano muerto.
Lejos del mar, había organizado un ingenio azucarero donde la peor parte se la llevaban los esclavos que allí trabajaban. Eran habituales los malos tratos que recibían de ese patrón taimado, de carácter fuerte. Hasta que un día dijeron basta y el 4 de enero de 1837 fue muerto a cuchilladas por los propios hombres que estaban a sus órdenes.
El que allí encontró la muerte había hecho lo imposible: no solo dar la vuelta al mundo sino que logró que por una semana California fuera argentina.
Siempre fue un francés irascible, de carácter fuerte y a veces intolerante, aunque los que lo conocieron remarcaron que era de proceder justo y bondadoso. Cuando llegó a Buenos Aires por 1809 ya había peleado en el mar por su país natal. En 1811 fue uno de los protagonistas de la incipiente escuadra patriota que se había formado a los ponchazos. Incorporado al Regimiento de Granaderos a Caballo, en San Lorenzo mató al abanderado español y se apoderó del estandarte enemigo, al punto que José de San Martín lo destacó en el parte de batalla. “Y le arrancó con la vida al abanderado el valiente oficial D. Hipólito Bouchard”. Esta acción le valió que la Asamblea del Año XIII le otorgase la ciudadanía.
En 1812 se había casado con María Norberta Merlo Díaz, una porteña hija de un marino veterano de Trafalgar. En septiembre de 1815 obtuvo la patente de corso, con la que comandó la corbeta “Halcón”, y con la que haría campaña junto al almirante Guillermo Brown. Como ayudante de piloto, nombró a Tomás Espora, un joven marino de 15 años que también haría historia.
Nuevamente en Buenos Aires, se propuso dar la vuelta al mundo y hostigar a los buques españoles que se le cruzasen en el camino. Así, en sociedad con el armador Vicente Anastasio Echeverría, armó “La Argentina”, un buque de 34 cañones, con los calibres que pudo encontrar en una Buenos Aires económicamente exhausta. Reunió 180 hombres, entre marinos e infantes.
El 27 de junio de 1817 zarpó de la Ensenada de Barragán y, entre sus papeles, llevaba varias copias de la declaración de la independencia. Puso proa al Atlántico, pasó por el cabo de Buena Esperanza, estuvo en Tamatave, Madagascar y ya en el Pacífico, cuarenta de sus hombres habían muerto víctimas del escorbuto, por la falta de frutas y verduras. Ante la desesperación, alguien propuso enterrar a los enfermos, dejando solo su cabeza descubierta. Que la tierra se ocupase de la cura. Algunos fallecieron pero la mayoría sobrevivió a ese extraño tratamiento.
Luego de una escala en Java, en la zona de Las Filipinas capturó 16 barcos mercantes y en marzo de 1818 rumbeó para las islas Sandwich, que luego cambiaría su nombre por la de Hawaii. En una de ellas, se sorprendió al saber que el rey Kamehameha I se había adueñado de la corbeta “Santa Rosa”, también conocida como “Chacabuco”. Su propia tripulación, amotinada, se la había vendido y muchos de ellos estaban desperdigados por la zona. Luego de una trabajosa negociación, Bouchard logró la devolución del buque -que así se incorporó a su campaña- y suscribió con el monarca local un tratado de unión para la paz, la guerra y el comercio, que algunos interpretan como el primer reconocimiento tácito de una nación extranjera a la independencia de las Provincias Unidas.
El 21 de octubre de 1818 partieron hacia California. El corsario ignoraba que un mercante español ya había llevado la alarma a la guarnición española cuando advirtió de la probable llegada de los corsarios rioplatenses.
La extensa bahía de Monterey cobijaba el Presidio Real de San Carlos y una aldea de unos 400 habitantes. Cuando el 20 de noviembre los buques corsarios aparecieron en el horizonte, el gobernador Pablo Vicente Solá ordenó evacuar a mujeres, ancianos y niños, tomó los caudales reales y puso prudente distancia de los atacantes, y esperó en el Rancho del Rey, actualmente la ciudad de Salinas. En la guarnición quedaron 65 soldados al mando del sargento Manuel Gómez a aguantar lo que se venía.
Bouchard ordenó al “Santa Rosa”, de menor calado que “La Argentina”, que se acercara a las murallas de la fortificación, a fin de hostigar las defensas y desembarcar. Pero el barco fue acribillado a disparos durante quince minutos y el teniente primero Guillermo Shepperd no tuvo más remedio que rendirse.
Llamó la atención que lo españoles no abordasen la nave rendida. Cuando el marino comprendió que no disponían de barcos para hacerlo, armó un operativo de rescate del barco -a merced del enemigo por la falta de viento- que se hizo exitosamente. Detrás de las murallas se escuchaba el festejo por el rechazo al ataque.
“Yo formé en este momento el designio de acabar con su alegría”, escribiría el francés. Y con 200 hombres, en la madrugada del 24 de noviembre, desembarcó a una legua del fuerte. Lo hizo en nueve botes y llevó un cañón. Los españoles que les salieron al encuentro no pudieron detenerlos y cuando escalaron los muros de la fortificación, los defensores huyeron despavoridos por el portón principal.
Se izó la bandera argentina y durante seis días, en los hechos fue territorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Se apropiaron del ganado que serviría como comida para el viaje; los animales que no pudieron llevar fueron sacrificados. Luego de liberar a los prisioneros, incendiaron el fuerte, la residencia del gobernador -que esperó inútilmente refuerzos- y las casas de los españoles. Por orden de Bouchard, tanto las iglesias como los domicilios de los americanos no fueron tocados. También inutilizaron los cañones.
El 29 dejaron Monterrey. Fueron al rancho El Refugio, cercano a Santa Bárbara, propiedad de la familia Ortega, contraria a los movimientos independentistas mexicanos. Nuevamente, se apropiaron de todo lo que pudieron llevarse y el resto lo quemaron y destruyeron. El 16 de diciembre, en San Juan de Capistrano, una misión fundada por el padre Junípero Serra en 1776, ofrecieron pagar por bolsas de papas, de trigo y por animales. Los españoles se negaron y escaparon luego de una breve resistencia. Los corsarios se reaprovisionaron de víveres y destruyeron las casas de los peninsulares.
Se movían rápido, porque en ese raid cuando las tropas españolas llegaban, las de Bouchard ya habían partido. El 17 de enero de 1819 bloquearon el puerto mexicano de San Blas y el 4 de abril atacaron El Realejo, un puerto clave del comercio español ubicado en la actual Guatemala. Se dice que las banderas de este país, de Honduras y Nicaragua son similares a la argentina en reconocimiento a la acción de Bouchard en su raid contra los puertos españoles.
El 9 de julio de 1819, en el tercer aniversario de la independencia, Bouchard fondeó en el puerto de Valparaíso y lejos de ser recibido como un héroe, por orden del almirante Cochrane fue acusado de piratería y encarcelado. El 9 de diciembre de 1819 fue declarado inocente. Cuando recuperó sus barcos, éstos habían sido despojados de sus cañones, de sus velas y sus bodegas habían sido saqueadas.
Quiso regresar a Buenos Aires, pero San Martín le pidió que se quedase unos meses en el Perú. En 1828 abandonó la marina y el congreso peruano lo premió con las haciendas de San Javier y San José, donde encontraría la muerte.
Todos los 9 de julio, desde 1983, a 35 kilómetros de Saint Tropez se repite, en el viejo pueblo de Bormes les Mimosas, la misma ceremonia. En la plazoleta donde está el busto de uno de sus hijos más famosos, se canta el himno argentino. Es en homenaje al protagonista de miles de aventuras por los mares del mundo y responsable de que California fuera, por una semana, argentina.