Los investigadores dependen de la madre naturaleza. De las subidas y las bajantes del río Paraná y del estado del tiempo. Hace años que un grupo interdisciplinario de arqueólogos, geólogos, historiadores y estudiantes universitarios están abocados a desentrañar los misterios que a pocos centímetros la tierra atesora como propios.
La búsqueda se circunscribe a orillas del río Paraná, donde 178 años atrás se libró en lo que se conoce como Vuelta de Obligado un desigual combate entre milicianos y cañones de mediano calibre con una flota anglo francesa armada con lo último en armamento.
Entre 1845 y 1850 una escuadra anglo-francesa bloqueó el Río de la Plata –los franceses habían realizado un primer bloqueo entre 1838 y 1840- impidiendo el paso de los barcos hacia Buenos Aires o a los puertos de la Confederación, con excepción de Montevideo.
Los europeos argumentaban que la existencia del Uruguay estaba amenazada por el sitio que sufría. Sus intereses comerciales estaban siendo afectados y ya tenían en mente navegar los ríos interiores de nuestro país para comerciar, algo que el gobernador Juan Manuel de Rosas, a cargo de las relaciones exteriores de la Confederación Argentina, impedía.
Las fuerzas bloqueadoras decidieron remontar el Paraná. Los ingleses con los vapores Gorgón –que era el insignia- el Fireband; la corbeta Comus y los bergantines Philomel, Dolphin y Fanny, con 50 cañones de gran poder. Los franceses lo hicieron con el vapor Fulton, los bergantines San Martín –del que se habían apoderado en Montevideo dos meses antes- el Pandour y Prócida, y la corbeta Expeditive, con 49 cañones de importante calibre. Estaban armados con balas explosivas con espoletas, de tremendo poder.
Rosas designó a su cuñado, el general Lucio Norberto Mansilla, como el jefe del operativo que impidiese que la escuadra, que custodiaba cerca de 90 buques mercantes, remontase el Paraná. En su parte de guerra, Mansilla describió “12 buques de guerra de nuestros bárbaros y alevosos enemigos los anglo-franceses y 95 buques mercantes del pirático convoy que protegían…”
La Vuelta de Obligado era el lugar adecuado para frenarlos y atacarlos. Ubicado entre los partidos de San Pedro y Ramallo, tenía barrancas de veinte metros de altura y el río se angostaba. Entre bosquecillos que crecen en la costa, instalaron cuatro baterías: “Manuelita”, al mando de Thorne, con 7 pequeños cañones; la “General Mansilla”, comandada por Felipe Palacio, con 3 cañones de bajo calibre; la “General Brown”, al frente de Eduardo Brown, con 5 cañones de calibre regular y la “Restaurador Rosas”, comandada por Alvaro de Alzogaray, con 6 cañones de calibre considerable. Estas cuatro baterías eran servidas por 220 artilleros. Detrás, esperaban 2000 hombres, entre los que se mezclaban soldados profesionales con voluntarios reclutados en la zona.
Eran 21 cañones de mediano alcance contra 100 de alto poder de la fuerza invasora.
Frente a la batería “General Mansilla” fueron dispuestas tres filas de gruesas cadenas que, apoyadas en 24 barcazas, llegaban hasta la otra orilla, defendida por el bergantín Republicano y los lanchones Místico, Restaurador y Lagos, armados como se pudo.
En la mañana del 20 comenzó el ataque. “¡Vedlos, camaradas, allí los tenéis! ¡Considerad el tamaño del insulto que vienen haciendo a la soberanía de nuestra república, sin más título que la fuerza con que se creen poderosos!”, arengó el general Mansilla.
El primer buque que quedó fuera de combate fue el San Martín, que quedó a la deriva por la rotura de la cadena del ancla. Primero, los anglo franceses concentraron el fuego sobre la batería “Restaurador Rosas”, mientras se acercaban a la zona donde estaban las cadenas el Dolphin, el Comus, el Pandour y el Fulton. El resto se mantuvo a unos mil metros.
Luego, el bombardeo fue contra las cuatro baterías, que soportaron con importantes bajas la lluvia de proyectiles. No obstante, los buques que se habían acercado debieron alejarse por los daños de las balas argentinas.
Los enemigos concentraron entonces el fuego sobre el Republicano y sobre los tres lanchones de la orilla opuesta, los que fueron hundidos. Cuando el Republicano se quedó sin municiones, su comandante lo hizo volar.
Los anglo franceses se ocuparon de las cadenas. A ellas se acercaron tres pequeñas embarcaciones. En una de ellas llevaron un yunque, y a martillazos las cortaron.
Los tres buques a vapor, cuando pasaron, dirigieron su fuego contra la batería “Manuelita”, comandada por el neoyorkino Juan Bautista Thorne, que animaba a sus artilleros.
A las cuatro de la tarde, se ordenó el desembarco, maniobra que hicieron cerca de la batería “Restaurador Rosas”, cuyos cañones ya no disparaban porque se había quedado sin proyectiles. Casi al mismo tiempo, a las otras baterías les pasó lo mismo. Thorne, cuando se quedó sin balas, y organizó a los hombres para rechazar el inminente desembarco. Fue entonces cuando un proyectil, que estalló muy cerca, lo hizo volar. Quedó tendido con heridas en la cabeza y fractura de un brazo. Perdería parcialmente la audición de un oído y nunca se pudo sacar de encima el mote de “el sordo de Obligado”.
Cerca de las cinco y media de la tarde se produjo el desembarco. El general Mansilla fue herido cuando lideró una carga a bayoneta y los invasores terminaron por destruir las baterías. También fue rechazada una carga de la caballería rosista. La superioridad numérica inglesa y francesa era notoria. Al anochecer, los defensores se retiraron al campamento, distante una legua del lugar.
Quedaron en el campo 250 argentinos muertos y 400 heridos, mientras que los atacantes sufrieron 26 muertos y 86 heridos. El escritor y poeta Rafael Obligado, cuya familia era la propietaria de las tierras del lugar, fue el que colocó una cruz de madera en la fosa común, a la vera del río.
Los buques debieron permanecer más de un mes en el lugar para ser reparados por el importante daño que habían sufrido.
Luego de muchas idas y vueltas diplomáticas, se firmó un tratado mediante el cual los ingleses reconocían la soberanía argentina sobre sus ríos interiores y su derecho a solucionar sus problemas con el Uruguay sin la intervención extranjera. Francia demoró en acordar, pero finalmente lo hizo.
Hasta los opositores a Juan Manuel de Rosas reconocieron y alabaron dicha acción. José de San Martín, desde su exilio de Gran Bourg, había tomado casi como una afrenta personal el bloqueo al Río de la Plata, que lo llevaría a decir “que los argentinos no somos empanadas que se comen con el solo abrir de boca”.
Los descubrimientos
Los lugares de la batalla que ocurrió en el río estuvieron ocultos por décadas. Como hacía habitualmente, el pescador Jorge López hundió la estaca en el barro de la orilla del Paraná para amarrar su lancha. Ese frío día de fines de agosto del 2020 dio con algo metálico. Advirtió a los arqueólogos que hacen dos décadas trabajan en el lugar. Desde las diez de la noche hasta las cinco de la mañana, beneficiados por la bajante del río, lucharon contra esos pedazos de hierro que se negaban a dejar la tierra, en la que descansaban desde 1845.
Tanto se resistía lo que el barro ocultaba que debieron usar un martillo neumático, de esos que se emplean para hacer pozos en el pavimento. Eran dos pequeños tramos de cadenas, de unos ocho o nueve eslabones, aún unidos por su anclaje original. Eran parte de las históricas cadenas del combate.
Cuando los arqueólogos excavaron en la tosca, comenzaron a aparecer las huellas de postes y las empalizadas donde se asentaron los cañones.
Los restos hallados en los lugares donde se colocaron las baterías poseen un valioso significado histórico. El equipo encontró un importante número de vidrios que pertenecen a botellas de bebidas alcohólicas que los artilleros tomaban para darse valor. Asimismo, había restos de porrones, proyectiles derretidos de plomo y fragmentos de bombas explosivas.
También localizaron, junto a donde estaba situada una batería, vestigios de un fogón usado por los artilleros para disparar los cañones.
Cuando en el 2014 cavaron en el lugar donde se había dispuesto el depósito de municiones, unos ochenta metros detrás de la primera batería, se encontraron con muchos clavos de sección cuadrangular; otros usados en los tacos de calzado, de cajones y para fijar parapetos.
También dieron con fragmentos de bombas del tamaño de una pelota de fútbol, de una pulgada de espesor y que contenía explosivos con metralla, lo que provocaba un efecto devastador.
Por 1934 por iniciativa del director del Museo Histórico de Luján, se colocó un obelisco justo en el lugar donde estaba emplazada “Manuelita”, una de las cuatro baterías, comandada por Thorne.
Al frente del equipo que se propuso buscar las huellas de esa batalla está el arqueólogo Mariano Sergio Ramos, docente, investigador y profesor en la Universidad Nacional de Luján. Ya recuperaron más de diez mil objetos.
Aún falta ubicar la tercera batería, que estaba al ras de la playa, y también la o las fosas donde fueron enterrados los muertos. Desde el año pasado con magnetómetros y radares los especialistas de Geofísica de la UBA están estudiando el terreno.
Hace unos meses localizaron un croquis que el historiador Adolfo Carranza elaboró en 1905 sobre la posición de las baterías, pero no cuenta con referencias de metros ni distancias.
Hay un indicio concreto, que es una cruz de madera de ñandubay clavada por Rafael Obligado, muy cerca de la costa del río Paraná. El poeta, que había nacido en 1851, vivió en la estancia paterna de la Vuelta de Obligado y en 1896 hizo construir un imponente castillo en honor a su esposa Isabel.
La cruz tenía una razón de ser: señalizaba el lugar donde los cuerpos de los muertos descansan para siempre y que dejaron la vida en ese histórico combate, que aún da que hablar.