A 22 kilómetros de Carmen de Areco, sobre la ruta nacional número 7 se encuentra el pueblo de Tres Sargentos; también hay una cortada con ese nombre en el microcentro porteño, calles en distintos puntos del país y escuelas que recuerdan a tres hombres, que siempre se los mencionan por su grado militar y que hicieron sorprender a Manuel Belgrano.
Vilcapugio había sido un duro golpe para el creador de la bandera, ya que pintaba para victoria. Con lo que quedó de su ejército luego de ese combate librado el 1 de octubre de 1813, un millar de hombres con el armamento que se pudo rescatar, se retiró hacia el este, y acampó en Macha, a unos 150 kilómetros al norte de Potosí. Tuvo la suerte que las fuerzas españolas, al mando de Joaquín de la Pezuela, no se la habían llevado de arriba y no estaban en condiciones de perseguirlos.
Belgrano le ordenó al general Eustoquio Díaz Vélez, un porteño de 30 años que en Vilcapugio comandó la caballería patriota, que se dirigiese a la villa de Potosí, que estaba amenazada desde el norte por un escuadrón español al mando del coronel Saturnino Castro, quien ya se había hecho dueño del poblado de Yocalla, al oeste de esa ciudad del Alto Perú.
Belgrano necesitaba saber dónde estaba parado. Envió distintas patrullas de reconocimiento al mando de sus oficiales. Al joven Gregorio Aráoz de La Madrid le indicó merodear por el campamento realista en Yocalla.
El tucumano La Madrid era un teniente de 18 años que dos años atrás se había enrolado en el ejército junto a su hermano Francisco. Sabía que un destacamento de unos cincuenta enemigos estaba acampados a pocos kilómetros. Estaba alerta porque al jefe realista Castro -un salteño que peleaba para los españoles- le habían pasado el dato de su partida y pensaba tenderle una emboscada en la posta de Tambo Nuevo, ubicada a 25 kilómetros al norte de Yocalla.
Con cuatro dragones y un guía indígena, La Madrid logró acercarse a unos 400 metros del campamento enemigo. En medio de una intensa nevada, capturaron a cinco hombres de una patrulla, los que fueron enviados a Macha.
Cuando Belgrano vio a los prisioneros, reconoció a un cabo y a un soldado que se habían rendido en Salta y que habían dado su palabra de no volver a tomar las armas contra el ejército patriota. Como no habían cumplido con su juramente, dispuso que fueran fusilados por la espalda por traidores.
La Madrid continuó su marcha y con sus hombres y con el baqueano Reynaga, se acercó a la posición enemiga.
Era la madrugada del 24 de octubre de 1813 y lo que ocurrió fue rescatado en las memorias de Aráoz de La Madrid, publicadas en 1895.
Los indígenas que La Madrid había enviado como espías llevaron la novedad de que en la posta de Tambo Nuevo los españoles habían dejado entre 40 y 50 hombres de infantería. Mandó a montar y a disponer un ataque sorpresa porque sabía que esos hombres pensaban emboscarlos.
Hizo adelantar al tucumano Mariano Gómez, y a los cordobeses Santiago Albarracín y Juan Bautista Salazar, quienes eran guiados por los indígenas que habían ido con el dato.
Cuando se aproximaron al rancho, Gómez le propuso a sus dos compañeros capturar al guardia y hacerse de los fusiles que estaban cerca de la puerta, y que se adivinaban gracias a la luz de un candil.
Los otros aceptaron y junto con los dos indígenas fueron hacia el rancho. Redujeron al guardia y mientras se apoderaban de los fusiles Gómez, sable en mano, al grito de ¡Nadie se mueva!
Redujeron a los 11 hombres y los hicieron formar afuera. Albarracín encabezó la marcha, Salazar iba por el medio y Gómez en la retaguardia. Por delante iban los indígenas llevando las armas.
Por orden de Gómez, Albarracín se adelantó hacia donde estaba La Madrid para comunicarle la novedad. Al rato apareció Gómez con ocho soldados y dos cabos enemigos; el sargento al mando había logrado escapar y no quisieron perseguirlo.
Cuando Belgrano se enteró, mandó llamar a los soldados. A los tres los ascendió a sargentos, hizo formar a la tropa y los condecoró, otorgándoles el título de “Sargentos de Tambo Nuevo”. “Para enseñar a los venideros que cuando un ejército está animado de nobles pasiones hasta los simples soldados tienen la inspiración de los héroes”. Belgrano les regaló caballos y a Gómez le dio su caballo blanco.
Dos días después, este trío se apareció con once mulas, robadas de los corrales del enemigo. Belgrano les regaló una onza de oro a cada uno.
Lo que habían hecho estos tres soldados causó efecto entre los españoles, quienes se convencieron de que tenían enfrente una fuerza mucho mayor de la que creían. Levantaron el cerco sobre Potosí y se retiraron a Condo Condo, donde Pezuela había establecido su cuartel general.
Cuando los españoles se retiraron, Díaz Vélez pudo reunirse con el ejército. La Madrid llegó al sitio de la batalla de Vilcapugio, enterró a sus camaradas y en dos picas colocó las cabezas de los españoles que había mandado fusilar Belgrano. Hizo colocar un cartel que advertía que los infelices habían sido ejecutados por perjuros.
En enero de 1814 Mariano Gómez estaba al mando de una partida de 25 hombres, con la misión de hostigar el avance de las fuerzas de Castro. Entró a Humahuaca, donde se habría retrasado al ir a visitar a una mujer y fue sorprendido por los españoles.
Castro lo reconoció y le ofreció perdonarle la vida si se pasaba de bando y lo ponía al tanto de las fuerzas y movimientos de Belgrano. Como se negó, un día de enero de 1814 fue fusilado en la plaza de Humahuaca.
Juan Bautista Salazar también murió en combate ese año y Santiago Albarracín falleció por 1840 cuando ya era comandante de milicias. La historia los recordaría como los Tres Sargentos.