Entre las filas patriotas era todo confusión. Los soldados Alderete y Gaona murieron al querer proteger al mayor Ramón Estomba, con su pierna fracturada por una bala de cañón; José María Paz se jugó la vida para rescatar a su hermano Julián, a quien le habían matado el caballo y estaba a merced del enemigo, mientras la negra Remedios del Valle, junto a dos mujeres llamadas Lucía y Blanca, se jugaban la vida para asistir con agua fresca a los moribundos.
Todo ocurría hace 210 años en la pampa de Ayohuma, que en lengua indígena significa “cabeza de muerto”, a 160 kilómetros al norte de Potosí y a 75 al este de Chuquisaca. Sería el final de Manuel Belgrano como jefe del Ejército del Norte.
Luego de la derrota de Vilcapugio el 1 de octubre de 1813, el jefe español Joaquín de la Pezuela no estaba en condiciones de perseguir a Belgrano -sus hombres de caballería no disponían de animales- y optó por regresar a su cuartel en Condo Condo, a unos 70 kilómetros de Ayohuma, y reorganizar su ejército. No las tuvo todas consigo: le costaba conseguir víveres y ganado para alimentar a su tropa, ya que los pobladores de la región no disimulaban su hostilidad hacia ellos.
Belgrano estableció su cuartel en Macha, en la provincia de Cochabamba. Le levantó el ánimo cuando llegaron dispersos de Vilcapugio, que se sumaron a los 300 reclutas que llevó Cornelio Zelaya, más lo que acercaron el caudillo indígenas Cárdenas y Francisco Ortiz de Ocampo. También Juana Azurduy y su marido Manuel Padilla llevaron a su gente. El creador de la bandera era muy popular en la región y los indígenas colaboraron con hombres, animales y víveres, y mantuvieron en secreto los movimientos y preparativos del ejército patriota.
Belgrano creyó que ya había resuelto sus problemas.
La cuestión era que de los 3400 hombres, muchos eran reclutas y estaban mal armados. Además la artillería había quedado en Vilcapugio en poder de los españoles y solo disponía de ocho piezas menores.
Belgrano llamó a un consejo de guerra. Nadie quería ir a la pelea en esas condiciones. Eustoquio Díaz Vélez propuso marchar a Potosí y esperar allí los cañones que se habían pedido a Salta. Gregorio Perdriel sugirió marchar hacia el norte en dirección a Oruro, llegar a La Paz y luego a Cusco. Todos coincidían en que los españoles no estaban en condiciones de perseguirlos.
Belgrano descartó ambos planes. Refugiarse en Potosí desmoralizaría a los hombres y marchar hacia Oruro en épocas de lluvias no era lo más recomendable. Compartía la opinión de que podían derrotarse a los españoles y decidió presentar batalla. “Yo respondo a la Nación con mi cabeza por el éxito en la batalla”.
Eligió el campo de Ayohuma, a unos kilómetros de Macha. Contaba con tres compañías de infantería y dos de caballería, todas de la División Cochabamba. Y la reserva, recordaba el general José María Paz en sus memorias, estaba compuesta por “un grupo insignificante de indios, y otros mal armados”.
El 29 de octubre Pezuela se había puesto en marcha con su ejército. El cura Proveda de Coroma le proveyó 600 burros y le consiguió indígenas que transportaron a brazo la artillería desmontada. Debía atravesar terrenos escarpados y como era época de lluvias los caminos estaban casi intransitables. Se cubrían entre dos y tres leguas por día. Al pie de esas montañas, en el único llano con el que contaba el terreno, Belgrano colocó el 9 de noviembre su ejército y no lo movió. Esperaba un ataque frontal y descontaba la victoria.
Desde los Altos de Taquiri, donde los españoles alcanzaron luego de haber sufrido un temporal de nieve, granizo y agua, el jefe español divisó a las fuerzas patriotas y tuvo tiempo de planear su movimiento.
En el amanecer del 14 de noviembre de 1813 los españoles comenzaron el trabajoso descenso por la montaña que solo permitía el descenso de tres hombres de frente. No se sabe por qué Belgrano no mandó atacarlos ahí mismo. Gregorio Aráoz de La Madrid, un teniente del cuerpo de Dragones y ayudante de campo de Belgrano, sugirió atacarlos ahí mismo, para no darles tiempo a organizarse. “No, esperemos que bajen todos, así no se nos escapará ninguno”, respondió.
Bajaron sin problemas, cruzaron un río y como entre el pie de esas montañas y el campo de Ayohuma había unas lomas que servían para no ser vistos, tuvieron todo el tiempo del mundo para organizarse y disponer de su artillería.
Belgrano creyó que el ataque vendría por esas lomas y los esperó. Hasta dicen que mientras los españoles realizaban las maniobras de descenso, Belgrano y sus oficiales estaban rezando en un altar que se había armado.
Pezuela envió a soldados en la loma para que supiesen que el ataque vendría por ahí; pero al mismo tiempo un cuerpo se escabulló y se ocultó en un cerro a espaldas de los patriotas y el grueso de su ejército inició el ataque donde terminaban las lomas.
Aparecieron por donde Belgrano no calculaba y lo forzó a reposicionarse. Un nutrido fuego de artillería española se centró en las fuerzas patriotas: dispararon sobre la posición de Belgrano 400 balas durante media hora. Pezuela se asombró de los soldados que no se movían de sus posiciones: “Soportaban el cañoneo que barría sus hileras, manteniéndose con tanta firmeza como si hubieran criado raíces en el lugar que ocupaban”.
Luego aparecieron por el flanco los hombres que permanecían ocultos.
Cuando Belgrano le ordenó avanzar a su infantería, ya era tarde. A bayoneta calada, llegaron cerca de las posiciones enemigas pero fue atacada de frente y por su flanco. Los que no cayeron prisioneros terminaron desbandados, abandonando su armamento.
A Belgrano le quedaba su caballería. Una y otra vez cargaron sobre los españoles y fueron rechazados. Aún así, sus acometidas permitieron salvar a parte de la infantería.
Belgrano, junto a Díaz Vélez se dirigió a una lomada y enarbolando una bandera, llamó a los dispersos. Logró reunir a unos 400 jinetes y no más de 80 infantes. Tuvo 200 muertos, otros tantos heridos y 500 de sus hombres terminaron prisioneros. Los españoles tuvieron 200 muertos y 300 heridos.
Hasta que el sol se ocultó los españoles hostigaron la retirada patriota, organizada por Díaz Vélez.
El 16 de noviembre Belgrano entró a Potosí donde permaneció dos días para luego dirigirse a Jujuy. Solo le quedaban 800 hombres. El 2 de diciembre la noticia de la derrota llegó a Buenos Aires y seis días después le escribió a José de San Martín que “he sido completamente batido en las pampas de Ayohuma cuando más creía conseguir la victoria. Pero tengo constancia y fortaleza para sobrellevar los contratiempos y nada me intimidará para seguir sirviendo, aunque sea como soldado raso, por la libertad e independencia de la patria”.
En el Museo Histórico Provincial Juan Galo Lavalle, en San Salvador de Jujuy se conserva un paño de 80 centímetros de ancho por 1,35 de largo, de franjas celestes y blancas -las celestes mucho más anchas- que está enmarcada.
El que rescató la bandera había sido el abanderado sargento mayor Marcos Estopiñán, herido en el combate. La escondió en la iglesia de San Juan de Dios y Oros y él se fue a curarse a sus pagos en La Rinconada. Con el tiempo fue a buscar la bandera y la guardó por años en su casa y sus descendientes la donaron en 1912.
A fin de enero de 1813, en Tucumán, Manuel Belgrano le entregó a José de San Martín el mando del Ejército del Norte y, como un soldado más, se puso a sus órdenes.