En la esquina de Pino Suárez y República del Salvador, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, hay un mural que representa el momento – mítico e histórico a la vez – del encuentro entre Hernán Cortés y Moctezuma II, el 8 de noviembre de 1519.
La elección del lugar no es azarosa, ya que de la misma manera que las crónicas españolas de la época ponen la fecha de ese fundante cruce entre dos culturas, también registran el sitio donde ocurrió, en lo que era Tenochtitlán, la capital del Imperio azteca, o Mexica, o de la Triple Alianza.
Si lo son, quizás esos dos datos sean los únicos reales que contienen los relatos “oficiales” sobre la conquista del actual territorio mexicano, que son que dejaron los vencedores, los únicos – además – que tenían cómo escribirlos. Esos relatos, que tienen sus matices, se pueden sintetizar así:
Luego de desembarcar en la actual Veracruz con un pequeño grupo de exploradores, Hernán Cortés llega a la gran Tenochtitlán, la capital del Imperio azteca, o de la Triple Alianza, la entidad política más importante de Mesoamérica. En su camino, estos guerreros han logrado varias victorias militares y diplomáticas, y los locales los han tomado por dioses.
En esta ciudad, el 8 de noviembre de 1519, Moctezuma Xocoyotzin II, el gobernante del imperio azteca, se encuentra con Hernán Cortés. Creyendo que es la reencarnación del dios Quetzalcóatl, le reconoce su derecho a gobernar y le entrega el mando.
Pero hay un grupo de aztecas que se rebela, asesina a Moctezuma y expulsa a los españoles, aunque por poco tiempo, porque en agosto de 1521, luego de una serie de batallas y el asedio de la ciudad, con la potencia de sus armas superiores y los estragos que causan entre la población nativa las enfermedades que han traído de Europa – leves para españoles, mortales para los aztecas -, conquistan Tenochtitlan y, desde allí, todo lo que hoy es México.
La llegada de los dioses
Si se toman al pie de la letra las historias que Fray Bernardino de Sahagún ha escuchado de los indígenas, Moctezuma II y los suyos esperaban la llegada de Cortés desde hacía tiempo, porque una serie de hechos sobrenaturales la habían anunciado.
Entre estos presagios se cuentan el paso de un cometa que prendió el cielo, diez años antes de que llegara Cortés y sus hombres; los gritos de La Llorona, que exclamaba con urgencia la necesidad de abandonar la ciudad; la caída de un aterrador rayo en el adoratorio del Templo Mayor y el incendio que devoró la casa de Huitzilopochtli, donde Moctezuma se retiraba a meditar.
Otra historia habla de unos pescadores que capturaron en sus redes a un extraño pájaro en los lagos de Tenochtitlan. Los hombres llegaron a tierra con el ave cenicienta, parecida a una grulla, y se la llevaron al emperador, que vio estrellas en un espejo que apareció en la frente del pájaro.
Moctezuma II lo tomó como un mal presagio antes de asomar la mirada en la frente del pájaro por segunda vez, donde vio que unas personas venían de lejos, con violencia y dando empujones a los aztecas.
El mural del casco histórico de Ciudad de México muestra el encuentro entre Moctezuma II y Cortés como el de dos potencias de poderíos similares, pero si se aceptan estos relatos, el emperador llegó allí poseído de temores y dispuesto a entregar su imperio a los dioses que llegaban.
Un registro de época
El mural fue colocado en 2015 y es la reproducción de una obra del pintor español de origen africano Juan Correa, pintada en 1684 y que forma parte de la colección del Banco Nacional de México.
Se trata, entonces, de un trabajo realizado más de un sigo y medio después del encuentro y desde la perspectiva de un artista español cuando la conquista de México ya estaba consolidada.
Muy diferente es la escena que muestra una obra anónima mucho más cercana en el tiempo al encuentro de Cortés con Moctezuma.
Es un dibujo que se encuentra en la “Historia general de las cosas de la Nueva España (Códice Florentino – Libro XII) realizado por uno de los informantes de Fray Bernardino de Sagahún y data del Siglo XVI, que refleja a un Cortés atribulado frente a la grandeza de Moctezuma II.
En la reproducción de la escena se puede ver, de izquierda a derecha, a un Cortés, acompañado de sus oficiales, con un ramo de flores en las manos, un inocultable tributo; en el centro está la mujer nahualt Malinche, que oficia de traductora; a la derecha se ve a Moctezuma, acompañado por su séquito de nobles, con un gesto – el dedo levantado – que dista mucho de la sumisión.
“Notable imagen, nada épica, ni festiva, ni solemne. Y acudiendo a la interpretación del lenguaje corporal, se podría aludir sin tantos equívocos a un Hernán mustio e insignificante”, escribe el antropólogo Luis Barjau, autor de “Voluntad e infortunio en la Conquista de México”.
Y agrega que esa imagen contradice por sí misma el relato del conquistador. “Hernán Cortés escribió al rey un año después, comunicándole el supuesto discurso de Moctezuma, en donde el tlatoani le cedía voluntariamente su trono. Lo que significaba sumisión de vasallaje hacia la Corona española”, dice.
Despejando mitos
Una pregunta ineludible es por qué, si Moctezuma puso en sus manos el gobierno del imperio, Cortés demoró casi un año en darle la noticia al rey.
“Durante los 235 días, ni Cortés ni ningún otro español en Tenochtitlán escribió una carta o informe al rey, ni a nadie fuera de la ciudad, detallando su supuesto control de la ciudad y el imperio. Sin embargo, afirmaron tener tinta y papel para certificar ante notario la rendición de Moctezuma”, escribe el historiador Matthew Restall.
Por el contrario, los relatos de primera mano de los lugareños muestran que la vida de Moctezuma continuó normalmente después de recibir a sus invitados españoles.
Incluso, en sus cartas posteriores al rey Carlos, Cortés entra en una contradicción flagrante y le informa que Moctezuma salía de cacería y se movía por la ciudad con un séquito “de siempre por lo menos 3.000 hombres”. Una situación muy extraña para alguien que se ha rendido.
Otra falsedad que revelan las investigaciones posteriores es que Moctezuma II y los suyos confundieran a Cortés como la reencarnación de un dios. De hecho, el conquistador jamás escribió algo parecido en sus cartas al rey
“Los aztecas no creían que su dios Quetzalcóatl caminaba entre ellos, ni les impresionaba una visión de que la virgen María o de uno de los santos”, dice la historiadora Camilla Townsend.
“No hay evidencia de que Moctezuma, los aztecas u otros mesoamericanos creyeran que los españoles eran divinos o dioses; la idea no es mencionada hasta décadas después de la invasión española, pero empieza a aparecer en fuentes españolas y europeas más tarde en ese siglo. Está basada en una visión racista de los aztecas y los ‘indios’ en general y en una autoimagen muy arrogante de los europeos; es decir, los aztecas son tan simples y bárbaros y los españoles tan avanzados que los aztecas solo pueden haberlos visto como seres divinos”, asegura Restall.
De hecho, el Códice Florentino, escrito en 1555 por nahualt educados en la fe franciscana, enfatizaba esta profecía como una forma de racionalizar la conquista.
Tampoco Moctezuma era un ingenuo indígena entregado a los conquistadores, como se lo pretendía mostrar desde la perspectiva española.
Según Restall, el emperador azteca comenzó a estudiar a los conquistadores apenas desembarcaron. “Los españoles estaban constantemente rodeados de espías que enviaban información a Moctezuma. Quería aprender más sobre su mundo, y no es difícil imaginar que algún día, los españoles podrían ser parte del suyo. Si queremos culparlo, su sentido de su propia autoridad era tal que no podía ver cuán extensa era la amenaza española”, sostiene el autor de “When Moctezuma met Cortes”.
Internas y enfermedades
Al salir de los relatos oficiales del encuentro de Cortés y Moctezuma, con sus visiones interesadas de los conquistadores españoles, con sus componentes de racismo y discriminación de los aztecas y sus creencias, se lo puede ver como un momento más – aunque de gran relevancia – de un avance de una cultura sobre otra, donde la superioridad de los vencedores debe buscarse en tres factores: las pujas en el interior de un imperio que, como el azteca, tenía pueblos sometidos a los que obligaba a pagar impuestos; la mayor tecnología militar de los españoles, y las enfermedades que los europeos, sin saberlo, utilizaron como armas invisibles.
“Aún no había terminado la conquista de México-Tenochtitlán cuando a finales de 1519 se produjo una epidemia de viruela. Los españoles identificaron rápidamente la enfermedad, que era muy conocida en Europa, mientras que para los pueblos originarios era totalmente desconocida. Como el cuerpo se llenaba de ampollas de la cabeza a los pies, los aztecas le dieron el nombre de hueyzahuatl, que significaba gran lepra. Fue la primera de una serie de epidemias que en un siglo diezmaron a las poblaciones originarias de México”, señala Mónica Alabart en “Las epidemias del siglo XVI en la América colonial española”.
En cuanto a los nativos que vieron en los españoles una oportunidad para sacudirse el yugo económico y militar al que lo sometían los aztecas, también se convirtieron en un factor decisivo para el resultado final.
Según Restall, utilizaron a los conquistadores “como sus aliados con el fin de, por ejemplo, renegociar las obligaciones tributarias para con los aztecas y acabar con la dominación de la Triple Alianza sobre el resto. Y claramente los líderes indígenas tuvieron éxito en esos objetivos”.
Así, el encuentro del 8 de noviembre de 1519 entre Moctezuma y Hernán Cortés no fue ese momento mítico en el que una cultura supuestamente inferior se rinde ante la superioridad de otra, y mucho menos marcarse como la fecha precisa de lo que se llamó “la conquista”.
Restall lo resume de esta manera: “En ese momento los invasores españoles no conquistaron México. Causaron una disrupción de los equilibrios de poder de la zona, introdujeron enfermedades epidémicas y llevaron el tráfico de esclavos del Caribe a México. Estos factores, combinados con el nuevo flujo continuo de colonos a América, significa que la conquista de México en realidad empezó en 1521″.