Estaban mal armados, peor equipados, con pocos caballos y mulas para llevar los cañones, y con demasiados reclutas. Sin embargo, la sensación de Manuel Belgrano, 43 años, luego de las batallas de Tucumán y Salta, era que la victoria sobre los realistas estaba a la vuelta de la esquina.
Planeó unir su ejército con el de Baltasar Cárdenas, a quien había ascendido a coronel y que tenía gran ascendiente entre los indígenas; estaba al frente de unos dos mil de ellos y también pensaba sumar a la fuerza del coronel Cornelio Zelaya. Con todos ellos esperaría a los españoles en la pampa de Vilcapugio, un vocablo quechua que significa “pozo santo”, y terminar con el ejército realista.
Ubicada en el actual departamento de Oruro, en Bolivia, Vilcapugio tenía una legua de extensión, estaba rodeada de altas montañas, con moles cónicas de granito. En el centro de la pampa había un ojo de agua, de donde salía un pequeño arroyo. Estaba cerca del campamento realista.
Pero los santos proponen y Dios dispone. Cárdenas fue vencido en Ancacato y el enemigo se apropió de la correspondencia entre aquel y Belgrano, y se enteró de los planes patriotas. El brigadier Joaquín de la Pezuela -hábil militar de 52 años con la experiencia de haber peleado contra los franceses- sabiendo los movimientos del jefe patriota, decidió adelantarse y ordenó que el grueso del ejército real marchase hacia Vilcapugio.
Las fuerzas de Belgrano estaban mal armadas, tenían pocos caballos -muchos de los Dragones de la Patria pelearían a pie- y habían una multitud de reclutas, que suplieron las deserciones. Fueron los hombres de Manuel Ascencio Padilla, el esposo de Juana Azurduy, los que transportaron al hombro los cañones porque no había mulas suficientes. Los patriotas contaban con 2448 fusiles, 2074 bayonetas y 75.454 cartuchos.
Los españoles planearon un ataque sorpresa. Sin ser vistos, a la medianoche ascendieron la cumbre que rodea la pampa de Vilcapugio para descender donde se desarrollaría el combate. Sin embargo, ellos también sufrían la falta de animales, eso los retrasó y fueron detectados.
Al amanecer del viernes 1 de octubre de 1813 Belgrano se enteró que los españoles estaban a media legua de distancia. A las 6 hizo disparar un cañón, en señal de alarma.
Belgrano había dispuesto a la derecha la caballería, al mando de José Bernaldes Polledo y Domingo Arévalo; en el centro acumuló la infantería de Cazadores, con el mayor Ramón Echavarría, dos batallones del Regimiento 6, con Miguel Aráoz y Carlos Forest y el Batallón de Castas, a cuyo frente estaba el coronel José Superí.
En la izquierda, dispuso a los Dragones de Caballería, con el coronel Diego Balcarce, mientras que la reserva, compuesta por el Regimiento 1, estuvo a cargo de Gregorio Perdriel.
Según escribió José María Paz, “el sol hería de frente la línea enemiga y sus armas brillaban con profusión”.
Con sus hombres formados para la batalla, a las 8 ordenó disparar la artillería a la izquierda enemiga, mientras la infantería lo hacía por la derecha. Luego mandó a cargar a bayoneta.
Mientras tanto, el cuerpo de Cazadores embistió al batallón de Partidarios, mató a su jefe y a muchos de sus hombres, y los hizo dispersar.
En el mismo sentido, el centro del enemigo se desarmó cuando fue atacado por los Pardos y Morenos. Mientras tanto la derecha realista se enfrentó con el Regimiento 8, que había sido creado dos meses y medio atrás. Los soldados de esta unidad fueron frenados a puro tiro de fusil. Uno a uno sus jefes terminaron muertos o heridos y los hombres se desorientaron. Díaz Vélez ordenó mandar a la reserva, pero ésta lo hizo tan lentamente que se mezclaron con los reclutas del 8 que huían del campo de batalla.
Aun así, la caballería patriota sableaba a los españoles dispersos, mientras Pezuela no perdió las esperanzas y se encargó de reagrupar las fuerzas.
Hasta que surgió lo impensado. Cuando la victoria era patriota, apareció por retaguardia el Escuadrón de la Muerte al mando del salteño Juan Saturnino Castro. Enrolado de joven en el ejército español, peleó para ellos en las batallas de Tucumán y Salta. En esta última fue tomado prisionero y fue uno de los que violó el juramento de no volver a tomar las armas contra los patriotas. Atacó el flanco derecho de Belgrano y cargó con tal resolución, que provocó confusión y el consiguiente desbande entre las fuerzas patriotas.
De pronto se escuchó un clarín tocando reunión y retirada, aparentemente ordenado por el mayor Echavarría. Los soldados, presos del pánico, se desbandaron hacia un morro. La caballería, que estaba persiguiendo a los españoles, detuvo su avance y se retiró, lo que provocó que fueran hostigados por el enemigo.
Belgrano no lo podía creer. Tomó una bandera, reunió a unos tambores y a una parte de la reserva y se subió a un morro, convocando a los dispersos. Reunió cerca de 200 hombres. En dos oportunidades quiso contraatacar, pero en el pie del cerro era rechazado por el enemigo que hacía lo imposible por escalar ese morro.
Los hombres que lo acompañaban estaban exhaustos, desde la tarde anterior no habían comido ni bebido.
A las tres de la tarde, en medio del fuego enemigo, Belgrano dio la batalla por perdida y se retiró hacia el poblado de Macha. En carta al gobernador de Salta insistió que “nuestro ejército no se ha hecho humo. Que éste existe a pesar de los viles y cobardes, tanto oficiales como soldados, que en los primeros momentos de la acción se fugaron, abandonando a su General y otros, desertando inicuamente nuestra Bandera”.
Los realistas quedaron dueños del campo de batalla y se apoderaron de la artillería patriota.
La retirada fue por una cordillera escarpada, llevando gran cantidad de heridos. A la medianoche Belgrano hizo desmontar a todos, y que fueran subidos los heridos, que se acomodaron de a dos en cada animal. Belgrano se colocó a la retaguardia, acompañado de dos ayudantes y un ordenanza, porque su escolta se había dispersado.
Algunos heridos fallecieron y siguieron llevando sus cuerpos hasta el amanecer, cuando fueron sepultados. Fueron cinco días de marcha y después de un día sin probar bocado, cuando a Belgrano le dieron un trozo de carne de llama, tuvo fuertes espasmos estomacales que lo tuvo a maltraer.
El 20 llegó la noticia a Buenos Aires. A los porteños se les dijo que ambos ejércitos se habían destrozado, que se dispersaron y ambos se retiraron del campo de batalla, que había sido sangrienta, y que los españoles se habían llevado la peor parte.
El 5 Belgrano y los hombres que lo acompañaban entraron al pueblo de Macha, cerca de Ayohuma, en la provincia de Cochabamba, donde sería nuevamente derrotado, pero no vencido.
Fuentes: Academia Nacional de la Historia; Batallas por la libertad, de Pablo Camogli; Historia de la Nación Argentina, de Ricardo Levene; Memorias curiosas, de Juan Manuel Beruti