Pinedo la sacó barata. Cuatro miembros del consejo de guerra se inclinaban por fusilarlo y otros cuatro por degradarlo. El gobierno, encabezado por Juan Ramón Balcarce, quiso terminar con el escándalo que supuso la actuación del marino en Malvinas cuando, ante el ultimátum británico de arriar la bandera argentina, no opuso la más mínima resistencia. Aprovechando esa situación de empate, se lo separó de la marina y pasó a revistar en el ejército, cosa que a Pinedo tal mal no le cayó.
La historia comenzó el 23 de septiembre de 1832 cuando partió de Buenos Aires hacia las islas al mando de la goleta Sarandí.
La Sarandí era de origen de norteamericano, botada en Baltimore en 1825 como Grace Ann. Pensada para el comercio de esclavos, nuestro país la adquirió al año siguiente para incorporarla a la modesta flota que combatía en la guerra contra el Brasil. De 32 metros de eslora, estaba armada con ocho cañones, y el almirante Guillermo Brown elogiaba de ella su rapidez.
Desde octubre de 1829 su comandante era José María Pinedo, un teniente coronel de 37 años, incorporado a la marina en 1816, que había sido corsario y que había peleado en las guerras de la independencia y contra el Brasil.
Como Luis María Vernet se hallaba en Buenos ya que había llevado un cargamento incautado a barcos norteamericanos al sorprenderlos pescando sin permiso, Pinedo debía tomar posesión del archipiélago, comprendiendo la isla de Soledad y las demás adyacentes hasta el Cabo de Hornos, enarbolando abordo y en tierra el pabellón de la República y haciendo una salva de 21 cañonazos. Esas fueron las instrucciones que recibió del gobierno de Buenos Aires el 14 de septiembre de 1832.
En La Sarandí llevaría al nuevo comandante civil y militar interino, el sargento mayor Esteban José Francisco Mestivier. El flamante funcionario iba acompañado de su esposa Gertrudis Sánchez. El barco tenía 42 tripulantes y 25 soldados con un único oficial, el ayudante de caballería José Antonio Gomila. Algunos de los tripulantes iban también con sus familias.
Las órdenes de Pinedo incluían la de patrullar 150 millas del litoral desde la isla Soledad hasta la Isla Nueva y controlar los buques que se dedicaban a la pesca. Tenía la indicación de no agredirlos, aunque debería responder en caso de ser “atropellado violentamente”. Y “nunca se rendirá a fuerzas superiores sin cubrirse de gloria en su gallarda resistencia”.
Cuando Vernet partió, había dejado instrucciones al capataz y a los peones para mantener la organización del asentamiento, como la de recoger a los caballos que no habían sido domados y formar una nueva caballada. Pero nada hicieron. El propio capataz, al no tener quien lo controlase, no ejerció ninguna autoridad ni ordenó trabajo alguno. Recién aceptó la autoridad de Pinedo al ver que estaba al frente de cincuenta soldados.
El floreciente poblado que había dejado Vernet había desaparecido y graves hechos ocurrieron durante su ausencia. El 28 de diciembre de 1831 apareció en Puerto Luis lo que en un principio era un barco de bandera francesa. Pero en realidad era la Lexington, norteamericana, al mando del capitán Silas Duncan, que no reconoció autoridad alguna.
Hizo desembarcar a sus hombres en tres botes y cometieron todos los abusos posibles. Mataron una decena de caballos, ovejas y chanchos. Los pobladores huyeron con lo puesto al interior de la isla mientras los marineros entraban a las casas, robaban y destruían a su antojo. Amenazaron a los gauchos con prenderles fuego todo si no se les entregaba comida. Luego inutilizaron los cañones y la pólvora. Tomaron prisioneros que fueron llevados encadenados a Montevideo.
Duncan no registró en su bitácora este grave incidente.
Los desmanes cometidos por la tripulación de la Lexington habían dejado el caserío en pésimas condiciones. El poblado organizado por Vernet se había convertido en casas de piedra semiarruinadas, con un par de huertas, algunas ovejas, cabras y puercos de patas largas. Los hombres del capitán Duncan se habían encargado de destruir todo.
El lunes1 de octubre Pinedo desembarcó y enarboló la bandera argentina. El 10 se desarrolló la ceremonia en la que el francés Mestivier quedó oficialmente a cargo de la comandancia militar y política. Hubo formación de tropa y marinería, tres vivas al gobierno, izamiento de la bandera argentina, tres cargas de fusilería y una salva de 21 cañonazos de la goleta.
Había dejado atrás días de navegación agitada, en la que la nave fue azotada por violentos temporales. Al entrar a la bahía en Puerto Luis –a 45 kilómetros al norte de Puerto Argentino- lo hizo con fuertes vientos y nieve. Contempló el desembarco un reducido grupo de pobladores, temerosos, que miraban con recelo la bandera de la goleta.
El 21 de noviembre la Sarandí comenzó las tareas de patrullaje. Al zarpar, no imaginarían los graves sucesos que ocurrirían durante su ausencia.
La costumbre de Mestivier de castigar con la aplicación de azotes la falta de disciplina de los peones desató la reacción. Media docena de hombres, encabezados por el sargento Manuel Sáenz Valiente entraron a su casa, y fueron a increparlo. El dejó a su esposa y a su hijo recién nacido en su habitación y quiso llevarlos hacia afuera. Fue asesinado a tiros y a bayonetazos, a pesar de los gritos desesperados de su mujer. Dejaron el cadáver tirado en una zanja con un trozo de carne en su boca y escaparon hacia el interior de la isla.
Cuando Pinedo regresó, se enteró que en el pueblo había estallado un motín y por boca de la esposa del asesinado y de otros pobladores supo cómo habían sido los hechos. Con la colaboración de la tripulación de la fragata ballenera Jean Jacques los asesinos fueron capturados.
El militar armó un proceso para castigar a los culpables, los llevó arrestados a bordo, recogió todo el armamento y dejó en tierra a un sargento con dos cabos para mantener el orden y la disciplina.
Los culpables serían remitidos a Buenos Aires. Luego de ser encontrados culpables por un consejo de guerra, fueron fusilados ante una multitud y sus cuerpos colgados en la horca en los cuarteles del Retiro el 8 de febrero de 1833. A Sáenz Valiente le cortaron la mano derecha antes de ajusticiarlo. Gomila, acusado de haber hecho la vista gorda ante el asesinato, fue condenado a un año de destierro.
Pinedo asumió interinamente el cargo de comandante militar y político de Malvinas. Cuando todo parecía volver a la normalidad, el miércoles 2 de enero de 1833 a las 9 de la mañana entró al puerto una nave de guerra inglesa. Era la Clio.
Su capitán John James Onslow le informó a Pinedo que sus órdenes eran las de tomar posesión de las islas en nombre del rey Guillermo IV. Le exigió arriar la bandera argentina, que retirase sus fuerzas y objetos.
Pinedo hizo un recuento de sus hombres. Un puñado de marineros, entre ellos varios ingleses que le dijeron que no podían hacer fuego contra su propio pabellón. Intentó negociar con Onslow, pero éste ni lo atendió. La Sarandí no estaba a la altura para enfrentarse a una fragata.
Al día siguiente un grupo de británicos desembarcó. Colocaron un mástil en el que izaron su bandera, fueron hasta donde ondeaba el pabellón nacional, lo arriaron y un oficial se la llevó a Pinedo. Todo en quince minutos.
Una vez en Buenos Aires, Pinedo se defendió ante el consejo de guerra, diciendo que no tenía instrucciones ante ese tipo de situaciones, y describió el origen de su tripulación, mayoritariamente extranjera. Continuó su carrera en el ejército hasta después de la caída de Juan Manuel de Rosas. Falleció en 1885, a los noventa años, medio siglo después de que dejó de flamear la bandera argentina en las islas.