El de Yatayti Corá fue un encarnizado combate, donde argentinos y paraguayos se enfrentaron entre el 10 y el 11 de julio de 1866. El escenario principal fue un extenso palmar donde los argentinos tuvieron 257 bajas, entre muertos, heridos y contusos y los paraguayos superaron los 400. Esa zona fue la elegida para que Bartolomé Mitre, general en jefe de las fuerzas aliadas y Francisco Solano López, su par paraguayo hablasen toda una mañana para intentar llegar a un acuerdo.
El 11 de septiembre de 1866 Francisco Martínez, un parlamentario paraguayo, se presentó en los puestos de avanzada del ejército aliado. Llevaba un pliego del mariscal Francisco Solano López para el argentino, en el que le solicitaba una entrevista.
Paraguayos, argentinos, brasileños y uruguayos se mataban en la llamada Guerra de la Triple Alianza: Estero Bellaco, Tuyutí, Boquerón, Yataytí Corá y Del Sauce fueron terribles combates que se habían sucedido desde el comienzo de las hostilidades, el año anterior.
Desde el 16 de octubre de 1862 Solano López, que ocupaba el cargo de vicepresidente, había asumido la presidencia por la muerte de su padre Carlos Antonio López.
Todo había comenzado cuando el presidente paraguayo fue en ayuda del Partido Blanco en Uruguay, que estaba en guerra civil con el Colorado, que era apoyado por Brasil.
A pesar de las advertencias paraguayas a Brasil y a nuestro país que no se inmiscuyeran, Brasil invadió el país vecino en octubre de 1864, y Paraguay capturó un buque de ese país, dando inicio a la guerra entre esas dos naciones.
El gobierno uruguayo debió rendirse por la invasión brasileña y por la presión de las tropas de Venancio Flores, que asumió como gobernador provisorio. En ese ajedrez bélico y diplomático, Solano López le pidió permiso a su par argentino Mitre para pasar con sus tropas por Corrientes para invadir Uruguay, pero éste se negó porque estaría violando la neutralidad. Como respuesta, Paraguay capturó la ciudad de Corrientes en abril de 1865. Así Argentina entró formalmente en la guerra, ya que en junio del año anterior había celebrado un tratado con Brasil en el que sellaron una alianza para apoyar a Venancio Flores. Y el 1 de mayo de 1865 Argentina, Brasil y Uruguay firmaban el tratado de la Triple Alianza, donde establecían de antemano prerrogativas que se impone a un país cuando ya está vencido.
La declaración de guerra fue motivo de júbilo en Buenos Aires, que llevó al presidente Mitre a su desafortunada frase de “en 24 horas en los cuarteles, en quince días en campaña y en tres meses en Asunción”. Sin embargo, el gobierno se la vio en figurillas a la hora de reclutar soldados en el interior, donde la guerra contra el Paraguay se la vio como algo tremendamente impopular.
En los primeros días de septiembre, cuando la realidad echó por tierra las previsiones de Mitre, llegó el ofrecimiento de sentarse a hablar. Alguien del estado mayor paraguayo deslizó que la idea de proponer una reunión provino de Elisa Lynch, la irlandesa de 33 años que vivía con Solano López.
Mitre consultó con sus aliados brasileños y uruguayos, quienes se mostraron remisos a aceptarla. Los más intransigentes eran los brasileños, que para ellos la guerra estaba casi ganada.
Sin embargo, Mitre fue de la posición de recibirlo. Acordaron fijarla para el día siguiente a las nueve de la mañana en Yatayti Corá, que era un punto entre las líneas de ambos ejércitos, y donde aún era habitual tropezarse con restos de cuerpos insepultos.
Esa mañana, después del desayuno, el mariscal, Elisa y el obispo Manuel Antonio Palacios subieron a un carruaje de cuatro ruedas y fueron escoltados por 24 dragones de camisa escarlata. Más atrás iban treinta oficiales y Venancio y Benigno, los dos hermanos del presidente paraguayo.
Llegaron a un paso en los pantanos. Junto al sendero había una choza, y por todos lados se veían restos humanos de los combates librados en el invierno. Sus acompañantes quedaron allí.
López montó su caballo zaino acompañado por su escolta.
Mitre había hecho lo propio y a cuarenta metros de distancia ambos contingentes se detuvieron. Desmontaron y caminaron a encontrarse. Se saludaron con un apretón de manos.
Mitre había llevado una mesa y un par de sillas, y allí ambos departieron. Lo que no hubo fue un fotógrafo y los únicos registros que se conservan son dibujos realizados en base a testigos.
Ese día se suspendieron las hostilidades. No hubo bombardeos, ni actividad de francotiradores que se apostaban en lo alto de los árboles. En algunas trincheras se escuchaba cantar.
López vestía uniforme de mariscal, mientras que Mitre lucía una levita negra y chambergo, con una espada colgada de su cintura. Estaba delgado. Alguien lo comparó con el aspecto de Don Quijote.
Nunca se conocieron los detalles de lo que hablaron a solas en esas cinco horas. Solano López murió al final de la guerra y Mitre nunca quiso revelar el contenido de la conversación.
Historiadores aventuraron que el paraguayo alentó a Mitre a encontrar medios conciliatorios, y que fueran justos para ambas partes, considerar que la sangre que se había derramado hasta el momento ya era suficiente para lavar los agravios. Entre los enemigos, consideraba que con los únicos que podía hablar era con los argentinos, ya que tenía un pésimo concepto de los brasileños.
Mitre le respondió que elevaría su propuesta al gobierno y a los demás aliados, y que la respuesta la conocería más tarde por escrito.
A lo largo de la reunión, las escoltas de ambos jefes, cada uno desde sus posiciones, a los gritos, intercambiaron novedades, datos sobre prisioneros, familiares y hasta amigos que habían quedado en bandos enfrentados.
En un momento se acercó Venancio Flores, curioso por conocer al mariscal paraguayo. Este lo trató con respeto pero no lo reconoció como jefe de Estado y lo acusó de ser suya la responsabilidad de la guerra y el derramamiento de sangre. Flores le respondió que Paraguay no tenía nada que hacer en Uruguay y López dijo que era necesario mantener el equilibrio en el Río de la Plata. Flores se retiró.
López pidió conocer a Polidoro Da Fonseca Quintanilha Jordão, jefe de la división brasileña, quien se negó al encuentro: “Las instrucciones de Su Majestad me ordenan librar batalla con ese hombre; no tengo instrucciones para tratar con él ni para entablar relaciones sociales”, respondió.
López y Mitre se despidieron bebiendo una copa de cognac. Ambos intercambiaron sus fustas, como recuerdo.
Cuando López regresó a la choza en búsqueda de Elisa y del obispo, tenía una impresión negativa del encuentro: “No llegamos a un acuerdo, la guerra continuará”, dijo.
El 14 de septiembre Mitre le escribió a López. Le contó que había hablado con Polidoro y que habían convenido no realizar ninguna modificación de la situación de los beligerantes. López respondió el mismo día: “Nada me ha detenido ante la idea de ofrecer de mi parte la última tentativa de conciliación que ponga término al torrente de sangre que vertemos en la presente guerra, y me asiste la satisfacción de haber dado así la más alta prueba de patriotismo para mi país, de consideración para los enemigos que lo combaten y de humanidad para el mundo imparcial que nos contempla”.
Los aliados exigían, antes de continuar las negociaciones, que renunciase al gobierno. Tal vez López hubiese accedido a eso, pero no permitiría que Argentina, Brasil y Uruguay se repartieran el Paraguay, como estaba establecido en el tratado que dichas naciones había suscripto antes del inicio de la guerra.
Hay motivos para suponer que la idea de parlamentar de López era para ganar tiempo, y que el coronel José Eduvigis Díaz terminase las obras de fortificación en Curupaytí.
Esa fue la última vez que Mitre y López se verían.
Cuando regresó a sus filas, el paraguayo fue terminante: “Mi esfuerzo por terminar la guerra fue rechazado. El generalísimo pidió, como lo exige el inicuo tratado de la triple alianza, que nuestro país se rinda incondicionalmente. Como defensor principal de Paraguay, no acepté. A partir de ahora, la guerra será victoria o exterminio”.
Se venía la tragedia de Curupaytí.