A trompadas, así dicen que Hipólito Yrigoyen quería dirimir el duelo con Lisandro de la Torre. Ambos habían llegado a un punto de imposible conciliación a partir de sus posiciones políticas, aunque los rencores había que buscarlos en los tiempos en que el rosarino apoyaba a capa y espada a Leandro N. Alem.
1896 fue año fatídico para el radicalismo. El 29 de enero Aristóbulo del Valle, uno de los fundadores del partido, había muerto a los 50 años a causa de una insuficiencia cardíaca y de diabetes, y el 1° de julio Leandro N. Alem se mataba de un tiro. El que sobresalía en el entramado partidario era Hipólito Yrigoyen.
En Santa Fe despuntaba otro líder, el joven Lisandro de la Torre, maestro de la ironía y de discurso contundente. Era de los que abogaba por una alianza con los mitristas para derrotar a Roca que, como candidato del Partido Autonomista Nacional, veía su camino allanado al ver a un radicalismo descabezado. Pero Yrigoyen se opuso a esta alianza, ya que consideraba a los mitristas parte del “régimen”.
Yrigoyen había nacido el 12 de julio de 1852. Para seguir a su tío Leandro Alem, se sumó al autonomismo que en 1868 apoyó la fórmula Sarmiento-Alsina. Entró a trabajar en la Contaduría General con el cargo de supernumerario. Tenía 20 años cuando fue designado comisario en Balvanera, en tiempos en que la policía estaba muy mezclada con los comités y clubes políticos. Fue separado en 1877.
Estudió abogacía y en 1878 fue electo diputado provincial por dos años; en 1880 fue administrador general de Patentes y Sellos pero renunció para asumir como diputado nacional. En 1881 comenzó a dar clases de historia argentina e instrucción cívica en la Escuela Normal de Maestras y fue miembro del Consejo Escolar de Balvanera. Participó de la Revolución del ‘90 y al año siguiente ya ostentaba el cargo de presidente del comité provincial de la Unión Cívica Radical, y cada vez eran más profundas las diferencias con su tío Alem.
Lisandro de la Torre nació en Rosario el 6 de diciembre de 1868 y en 1888 se graduó de abogado en la Universidad de Buenos Aires. Participó en la Revolución del ´90, siguió a Alem y fue el referente radical en Santa Fe. Cuando fue derrotada la revolución radical de 1893, se alejó de la política y se fue a trabajar al campo. Llegó a ser presidente de la Sociedad Rural de Rosario y director del primer mercado de hacienda. Volvió a la política cuando Aristóbulo del Valle lo convocó para frenar la candidatura de Roca para el período presidencial de 1898 -1904.
El radicalismo era encabezado por Bernardo de Irigoyen y estaba el ánimo de una alianza con los mitristas para enfrentar a Roca. Era lo que se llamó “la política de las paralelas”, que no convencía para nada a Yrigoyen.
En la convención del radicalismo, celebrada en los salones de la Casa Suiza el 1° de septiembre de 1897, los intransigentes identificados con Yrigoyen rechazaban el acuerdo; no importaba que les dijeran que esa postura significaba hacerle el caldo gordo a Roca y dejarle servida la presidencia. Eso lo vio De la Torre, que sabía que Yrigoyen pretendía ir a la abstención.
El santafesino logró conmocionar a la convención. Hizo leer una carta de su renuncia al partido con los motivos en la que acusaba directamente al sobrino de Alem. “Ha sido la influencia del señor Hipólito Yrigoyen, influencia oculta y perseverante que ha operado lo mismo antes y después de la muerte de Alem, influencia negativa pero terrible, que hizo abortar con la fría premeditación los planes revolucionarios de 1892 y 1893 y que destruye en esos instantes la gran política de coalición, anteponiendo a la conveniencia del país y a los anhelos del partido, sentimientos pequeños e inconfesables”. Dijo que el partido Radical “solo sirve para que el señor Hipólito Yrigoyen cubra con el prestigio de vinculaciones, su obra estrecha y personalista”.
“Estos últimos días hemos visto con espanto la inconsciencia morbosa que invadía el espíritu público; hemos visto por todas partes vacilaciones, egoísmos, defecciones increíbles, toda la resaca moral que disgusta de la vida, y yo saco esta consecuencia: merecemos a Roca”, escribió.
La lectura de ese texto provocó tremenda batahola. La convención debió suspenderse porque comenzaron a volar las sillas y las peleas a golpes -hasta algunos mostraron sus revólveres- entre los que querían un acuerdo y aquellos que apoyaban una postura intransigente.
Marcelo T. de Alvear, con un grupo de correligionarios, fue a la casa de Yrigoyen, donde el dirigente esperaba los resultados de la convención. Le insistieron que, por el tenor de las acusaciones de De la Torre, debía retarlo a duelo. La casualidad quiso que ese año Alvear había presentado a ambos como socios del Jockey Club. Yrigoyen concurrió al club hasta 1900, pero luego dejó de ir.
El líder radical se encogió de hombros y respondió que si eso era lo que había resuelto su gente, lo haría.
Sus padrinos fueron el propio Alvear y Tomás Vallée, un oficial artillero de 26 años que había participado de las revoluciones de 1890 y 1893. A De la Torre lo representaron Carlos F. Gómez y Carlos Rodríguez Larreta, un abogado que sería ministro de Relaciones Exteriores de Manuel Quintana y de José Figueroa Alcorta, y uno de los fundadores del Partido Demócrata Progresista.
Se acordó que el duelo sería con sable, a filo, contrafilo y punta, a pesar de que habría trascendido que el líder radical quería que fuera a trompada limpia.
Ninguno de los dos eran esgrimistas, aunque De la Torre solía practicar. Yrigoyen tomó clases con Alvear y De la Torre lo hizo con Eugenio Pini, un renombrado maestro italiano de esgrima. Lo hizo ensayar un golpe clave para desarmar la empuñadura del adversario.
Yrigoyen solo quiso saber cómo debía empuñar el arma y en qué momento podía comenzar a usarla.
El duelo se llevó a cabo la fría mañana del lunes 6 de septiembre de 1897 en un galpón en Las Catalinas, aunque se lo habría hecho figurar en San Fernando. De la Torre fue el primero en llegar y con el cuello levantado de su gabán, revisó las armas. La noche anterior la pasó con amigos y se había ido a descansar a la medianoche. A los minutos llegó Yrigoyen.
Se trazó el límite del terreno donde se enfrentarían y se realizó el sorteo de las armas. Los duelistas se quitaron saco y camisa, y quedaron con el torso descubierto. Yrigoyen, que era más alto y corpulento que su oponente, permanecía inmóvil mientras su contrincante tiraba golpes al aire y movía las piernas para calentar el cuerpo.
El juez del lance los llamó, hicieron el saludo de práctica y comenzó el lance.
En lugar de estudiar al adversario, De la Torre se le abalanzó, descuidando su estilo y olvidando los consejos que había recibido. Quiso abrumar a su oponente y terminar todo cuanto antes.
Pero Yrigoyen, más alto, tenía el brazo más largo, blandió su arma en forma frenética. En ese torbellino de golpes sin ninguna técnica, logró herir a De la Torre en su mejilla izquierda y hacerle una herida de seis centímetros en la zona frontoparietal derecha, que solo afectó el cuero cabelludo.
Yrigoyen recibió un golpe con la hoja del sable en su cintura, que le provocó un moretón.
Como De la Torre sangraba, el juez del duelo ordenó parar el lance. Luego de que los médicos lo revisasen, consideraron que estaba en condiciones físicas inferiores para continuar la lucha.
El duelo había durado cuarenta segundos.
“Me ha asestado dos hachazos, lo felicito”, le dijo sonriente De la Torre. Yrigoyen no le respondió.
De la Torre fue a su casa en la calle Lavalle y se encontró con su madre Virginia Paganini, quien había viajado desde Rosario a las apuradas cuando supo que su hijo se jugaría la vida. En su domicilio, Yrigoyen fue visitado por amigos.
Mientras tanto, el partido se había pronunciado por ir a una coalición, en una votación de 65 votos contra 22.
Para impedir la política acuerdista de su partido, el 29 de septiembre Yrigoyen declaró disuelto el comité de la provincia de Buenos Aires, que era el principal baluarte que le podía hacer fuerza al roquismo. Nacía la intransigencia.
En 1907 De la Torre fundaría el partido La Liga del Sur, antecesor del Partido Demócrata Progresista. Años después, el líder radical lo convocó para reintegrarlo al partido, pero el santafecino comprendió que solo sería una sombra del jefe de la UCR.
Desde ese duelo, lució una prolija barba, cortada en punta, que le sirvió para ocultar esa cicatriz, recuerdo de un duelo que no resolvió nada.