Manuel Belgrano falleció el martes 20 de junio de 1820, a las siete de la mañana. Tenía 50 años recién cumplidos: los había celebrado el 3 de junio. Sumido en la pobreza, le legó a su médico, el escocés Joseph Redhead, la única pertenencia con la que contaba, un reloj de oro con cadena, obsequio del rey Jorge III de Inglaterra.
El penoso viaje de regreso del norte había sido posible gracias al dinero que le había prestado un amigo. “Estando enfermo de la enfermedad que Dios Nuestro Señor se ha servido darme”, como puso en su testamento, los últimos meses de vida los pasó en la casa familiar donde había nacido, que estaba ubicada en la actual avenida Belgrano 430, a metros del convento de Santo Domingo.
Estaba sin un peso. Cuando reclamó al gobierno los sueldos que por años no le pagaron, solo le enviaron 300 pesos.
Fue enterrado en el atrio del Convento de Santo Domingo. Participaron de la ceremonia unos pocos familiares y allegados. La lápida, en la que grabaron “Aquí yace el General Belgrano”, era en realidad el mármol de la cómoda de su casa familiar.
Lamentablemente, Belgrano sería destratado aun después de muerto.
Partió de este mundo justo el día en que Buenos Aires tuvo tres gobernadores, producto de una anarquía incontrolable. Solo el diario El Despertador Teofilantrópico Místico Político, del cura Francisco de Paula Castañeda, publicó el obituario días después. Recién el 29 de julio de 1821 se celebró un funeral cívico, con misa, homenaje, traslado de un ataúd que simulaba contener los restos del prócer y discursos laudatorios.
Los años pasaron. El 24 de septiembre de 1873, al cumplirse los sesenta años de la batalla de Tucumán, el presidente Domingo F. Sarmiento inauguró la estatua del general en Plaza de Mayo, realizada en bronce por el francés Carrier-Belleuse y el argentino Santo Coloma.
En su segundo mandato Julio A. Roca le encargó al artista italiano Ettore Ximenes -que también esculpiría su busto- la construcción de un monumento donde se depositarían sus restos.
Primero, había que realizar la exhumación.
La tarea fue realizada el jueves 4 de septiembre de 1902. El gobierno estuvo representado por los ministros del Interior, Joaquín V. González y de Guerra, Pablo Ricchieri; también estaban presentes su nieto Carlos Vega Belgrano y su bisnieto, el subteniente Manuel Belgrano; los doctores Marcial Quiroga, inspector de Sanidad del Ejército, Julián Massot, jefe de Sanidad de la Armada y Carlos Malbrán, presidente del Departamento Nacional de Higiene, quienes redactarían el informe médico legal.
La exhumación comenzó a las 14 horas cuando llegaron los representantes del gobierno. La lápida original de 1820 había sido reemplazada por otra de mejor calidad, por 1865, que fue costeada de su bolsillo por Cayetano María Cazón, por entonces jefe de policía y fundador del primer cuerpo de bomberos.
Cuando se removió la lápida y comenzó la excavación y no se encontró el ataúd, el ministro Ricchieri hizo desalojar el lugar. Dijo que podría tratarse de un presunto caso de sabotaje. No contaba que, con el paso del tiempo, el modesto ataúd, de madera de pino, se había desintegrado por culpa de la humedad de la ciudad.
Los ánimos se calmaron cuando entre la tierra aparecieron las dos tibias, una al lado de la otra que, cuando las manipularon, se rompieron, como ocurrió con otros pequeños fragmentos óseos. Optaron por quitar la tierra y revisarla minuciosamente. En esa búsqueda aparecieron algunos dientes que, junto con los huesos, fueron colocados en una bandeja de plata que sostenía el padre Modesto Becco, párroco de Santo Domingo. A las 16 horas había culminado el procedimiento.
“Que devuelvan esos dientes”
Al cronista de la revista Caras y Caretas le molestó que los funcionarios del gobierno no se hubieran quitado sus sombreros, en señal de respeto. “La ceremonia no estuvo revestida de la solemnidad y hasta de la compostura con que deben celebrarse estos actos”.
Pero lo que más sorprendió a los periodistas y a los presentes fue que los ministros González y Ricchieri se apropiasen, cada uno, de un diente del prócer. “González y Ricchieri se llevaron ‘pequeños despojos del héroe’” puede leerse en el número 206 de la revista. Asimismo, se publicó una caricatura que, con el título “Los ministros odontólogos”, Belgrano decía: “¡Hasta los dientes me llevan! ¿No tendrán bastante con los propios para comer del presupuesto?”.
Cuando se les pidió explicaciones, ambos funcionarios argumentaron que la intención había sido mostrárselos al general Bartolomé Mitre, que a uno se le había ocurrido hacerle un engarce de oro y volverlo a colocar en la urna.
El papelón trascendió a los medios. El diario La Prensa publicó: “Admírese el público: esos despojos sagrados se los repartieron buena, criollamente, el ministro del Interior y el ministro de Guerra. Ese despojo hecho por los dos funcionarios nacionales que nombramos debe ser reparado inmediatamente, porque esos restos forman parte de la herencia que debe vigilar severamente la gratitud nacional; no son del Gobierno sino del pueblo entero de la República y ningún funcionario, por más elevado o irresponsable que se crea, puede profanarla. Que devuelvan esos dientes al patriota que menos comió en su gloriosa vida con los dineros de la Nación”.
Por supuesto, los dientes fueron devueltos. El padre Becco agradeció a la prensa que fue la que había alertado de la irregularidad, a la par que criticó a los políticos “que nos avergüenzan”.
El mausoleo fue inaugurado el 20 de junio de 1903 con toda pompa. Cuerpos de infantería, caballería, efectivos de la escuela naval y militar y fuerzas de desembarco copaban las calles Defensa, Belgrano, Venezuela y Bolívar. En el palco oficial el presidente Roca estaba acompañado por su gabinete y el cuerpo diplomático, además de dignatarios eclesiásticos. Desde 1838, el presidente Ortiz decretó el 20 de junio como Día de la Bandera. Belgrano tuvo el homenaje que se merecía del que participaron, entonces, “los dos ministros odontólogos”.