En el valle del río Gamtoos, en las afueras de la ciudad de Hankey, Sudáfrica, hay una tumba cubierta de guijarros, algunos de los cuales tienen pegada la imagen del rostro de una mujer negra. El lugar está rodeado de vallas metálicas para evitar actos de vandalismo y en el exterior se puede leer una placa de bronce, emplazada sobre una piedra, que lo señala como un sitio de importancia espiritual, cultural, social e histórica porque allí descansan los restos de Sara Baartman.
“Descanso final”, dice la placa y la fórmula del texto se debe a razones de peso, porque Sara Baartman llegó allí el 9 de agosto de 2002, después de 192 de años de exilio europeo, durante los cuales -primero viva y después muerta- fue vendida como esclava, luego violada sin descanso como fenómeno de circo, bestia enjaulada de zoológico, carne de prostitución, objeto de supuestos “estudios científicos” y, finalmente, tratada como pieza de museo.
Los “científicos” -incluido el prestigioso cirujano de Napoleón- la llegaron a definir como el eslabón perdido entre el orangután y el hombre, mientras sus explotadores la presentaban como la “Venus Hotentote”, y así se la siguió mostrando en el Museo del Hombre de París, donde sus restos fueron exhibidos durante 160 años, hasta 1994.
Ese año, el presidente de Sudáfrica, Nelson Mandela le hizo una petición formal su par francés François Mitterrand para que los restos de Sara fueran devueltos a su patria. Miterrand fue rápido para aceptar el pedido, pero Francia demoró otros ocho años en cumplirlo, hasta que fue resuelto por la Asamblea Nacional en marzo de 2002.
Las atrocidades sufridas durante su vida y post-mortem han convertido a Sara Baartman en símbolo de la lucha contra el racismo, el colonialismo y la violencia de género en Sudáfrica y en todo el continente africano.
En Europa -fundamentalmente en Francia y Gran Bretaña- las imágenes desnudas de esa mujer negra de grandes nalgas y pubis llamativo quedaron como testimonio de lo que la socióloga Patricia Hills Collins llamó “representaciones de las ideologías racistas y sexistas que impregnan la estructura social que se convierten en hegemónicas, se consideran naturales, normales e inevitables. En este contexto, ciertas cualidades asumidas que se atribuyen a las mujeres negras se utilizan para justificar la opresión”.
La esclava Saartjie
Sara Baartman -su nombre original nunca se supo- nació en 1789 en un pueblo de pastores de vacas de la tribu joi-joi. Sus padres murieron cuando era una niña y se casó apenas adolescente con uno de los hombres que tocaba los tambores en las ceremonias de la tribu.
Tuvo un hijo que murió al nacer y poco después un grupo de colonialistas holandeses atacó el asentamiento donde vivían, mató a su marido y se la llevó a Ciudad del Cabo para venderla como esclava. Recién había cumplido 16 años.
La vendieron a un traficante llamado Pieter Willem Cezar, que la bautizó como Saartjie, diminutivo de Sara en holandés. Y allí conoció a William Dunlop, amigo de la familia, un médico y empresario inglés que al verla vio que podía explotar su cuerpo y hacerle ganar mucho dinero.
El 29 de octubre de 1810, cuando tenía 21 años, la engañaron para que firmara un contrato en que aceptaba convertirse en la sirvienta de los Dunlop y ser exhibida como espectáculo. A cambio le prometieron que le darían un porcentaje de todo lo que ganaran con ella y que después de cinco años la devolverían la libertad. En realidad se estaban cubriendo, porque por entonces había mucha presión en Inglaterra para abolir la esclavitud.
Al llegar a Londres, fue expuesta dentro de una jaula, prácticamente desnuda, en Piccadilly Circus, como si fuera un animal. De la una de la tarde hasta las cinco la gente podía pagar dos chelines para verla y, por un poco más, los hombres podían tocarle las nalgas e incluso acostarse con ella.
La llamaron la Venus Hotentote, un nombre despectivo que utilizaban los holandeses para nombrar a las tribus africanas.
“De la noche a la mañana, Londres estaba imbuida por la Sara-manía. Consiguió capturar la imaginación de los ingleses. La gente le cantaba canciones, los poetas dedicaban poesías, los ilustradores hacían caricaturas, era mofa para unos y obsesión para otros. Su imagen estaba reproducida en todas partes”, relata Rachel Holmes en el libro La Venus Hotentote: La vida y la muerte de Sarah Baartman.
Reacción antiesclavista
El fenómeno también llamó la atención del movimiento antiesclavista, uno de cuyos referentes, Robert Wedderburn, se puso a la cabeza de una campaña para terminar con el espectáculo y liberar a Sara.
Para lograrlo, inició una demanda en los tribunales para demostrar que Sara había sacada de África en contra de su voluntad. La movida fracasó porque la justicia inglesa le dio validez al contrato que la mujer -aunque era analfabeta- supuestamente había firmado en Ciudad del Cabo, pero no solo por eso: la propia Sara declaró a favor de sus propietarios.
“Queda la duda de si Baartman fue forzada, como los defensores de la abolición y los activistas humanitarios alegaban, o si actuaba en su propio libre albedrío. Si la estaban obligando a trabajar es posible que se hubiera sentido demasiado intimidada como para decir la verdad en la corte. El caso es complejo y la relación entre Baartman y sus jefes definitivamente no era igualitaria, incluso si ella tenía alguna libertad para elegir o si sintiera que podía ganar algo con sus actuaciones”, sostiene el historiador Christer Petley, de la Universidad de Southampton, Inglaterra.
Pese a salir airoso en tribunales, William Dunlop prefirió salir del ojo de la tormenta, es decir de Londres, e inició una gira para exhibir a la Venus hotentote por toda Gran Bretaña. Y no solo la mostraba en teatros y plazas, sino que también la prostituía diariamente.
De Londres a París
Cuando Dunlop la llevó de regreso a Londres, en 1814, la curiosidad por la Venus africana había pasado, por lo que Dunlop decidió llevar su espectáculo a París, donde pronto la vendió a otro “empresario”, un hombre de apellido Reaux cuyo nombre de pila no pasó a la historia.
Para potenciar el atractivo del espectáculo, el francés no tuvo mejor idea que meter a Sara en una jaula -igual que en Londres- pero acompañada por una cría de rinoceronte. En el número que representaban, un domador daba órdenes de levantarse y sentarse, y la mujer y el animal obedecían al mismo tiempo.
Reaux no demoró en explotarla aún más -si eso era posible- para acrecentar sus ganancias: la obligó a bailar con los clientes, permitió que la manosearan y, finalmente, la prostituyó igual que lo había hecho Dunlop.
Como único pago, Sara recibía la comida suficiente para subsistir, mucho tabaco -Reaux también la mostraba fumando en público, como otra rareza- y bebidas baratas que no demoraron en convertirla en alcohólica.
El espectáculo montado por Reaux terminó abruptamente en 1815, cuando llamó la atención del cirujano de Napoléon, el naturalista Georges Cuvier, que utilizó su influencia para “confiscar” a Sara y poder estudiarla con un grupo “científico” formado por anatomistas, fisiólogos e -increíblemente- zoólogos.
Objeto de estudio
La midieron y exploraron su cuerpo en otro tipo de violación que hasta entonces Sara no había conocido. Estaban fascinados por lo que consideraban las “peculiaridades” de su cuerpo.
Se trataba de dos rasgos relacionados con la anatomía sexual que las mujeres de su pueblo suelen presentar muy pronunciados: nalgas comparativamente muy grandes y el llamado velo del pudor o delantal hotentote.
Fundamentalmente, Baartman mostraba una marcada esteatopigia; esto significa la presencia de grandes cantidades grasa en las nalgas, que sobresalen mucho hacia atrás, con su extremo superior muy marcado y descienden paulatinamente hacia los muslos.
La segunda “peculiaridad” de Baartman fue fuente de quizás aún mayores especulaciones y curiosidad: una sorprendente estructura dispuesta sobre los genitales de las mujeres de su etnia y que se suponía tapaba su sexo con un fragmento de piel, “el delantal hotentote”. La naturaleza de este velo abrió un debate sobre si se trataba del crecimiento de una parte de los genitales normales, de un largo pliegue de piel que pendía del propio bajo vientre, o de una estructura nueva que no aparecía en ningún otro pueblo. La conclusión a la que llegaron fue que Sara era eslabón perdido entre el orangután y el hombre.
Ese estudio -que se complementó con la invitación a artistas de la época para que la pintaran y la caricaturizaran- fue la última violación a la que Sara Baartman fue sometida en vida.
Violaciones post mortem
Sara Baartman murió un impreciso día de 1816, a los 26 años, como consecuencia de “una enfermedad inflamatoria y eruptiva”, según Cuvier, cuando en realidad sufría los devastadores efectos de su alcoholismo, padecía una sífilis avanzada y terminó abatida por una neumonía.
La muerte no significó que sus restos pudieran descansar. Cuvier mandó a hacer un modelo de yeso de Sara y le practicó una verdadera “autopsia” en la que le extrajo el cerebro y sus órganos genitales, a los que guardó en frascos.
El esqueleto de la Venus Hotentote, junto con los frascos, pasaron a formar parte de la colección del Museo del Hombre de Paris, donde quedaron expuestos de manera permanente hasta 1974 y luego en exhibiciones esporádicas durante los siguientes veinte años.
Con el final del apartheid en Sudáfrica y la asunción de Nelson Mandela como el primer presidente negro de ese país, la repatriación de los restos de Sara Baartman se convirtió en una causa nacional.
El proceso demoró ocho años, ya que los franceses tuvieron que redactar un proyecto de ley que autorizara la devolución pero que, a la vez, impidiera que otros países también reclamaran tesoros tomados por los franceses durante el período colonial.
Los restos de Sara Baartman fueron enterrados el 9 de agosto de 2002, Día de la Mujer en Sudáfrica, con una ceremonia con rituales del pueblo del cual salió como esclava cuando sólo tenía 16 años y al que solo pudo volver recién casi dos siglos después.
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