Les extirpaban los testículos para que conservaran voces “celestiales” y no les permitían casarse: la historia de los “castrati”

Los castraban cuando tenían entre seis y ocho años: lo hacían porque necesitaban reemplazar a las mujeres y para que las voces fueran casi “blancas”. Las consecuencias morfológicas, psicológicas y sociológicas que debieron padecer estos hombres, y la historia de un procedimiento que continuó hasta comienzos del siglo XX

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Los castrati surgieron para que en los hombres en los coros pudieran elevar voces de alabanza al Señor en todas las tonalidades y coloraturas (Getty)
Los castrati surgieron para que en los hombres en los coros pudieran elevar voces de alabanza al Señor en todas las tonalidades y coloraturas (Getty)

En sus primeras eucaristías, la Iglesia cristiana tomó al pie de la letra, de la sinagoga judía, los cánticos de los salmos. Con el paso de los siglos se confeccionó la liturgia y, en ella, los cánticos fueron primordiales. En las sinagogas, las mujeres tenían prohibido entonar las alabanzas en los coros. Para este ejercicio vocal fueron llamados hombres. Pero había que subsanar algo: se necesitaban rangos de voz muy altos, agudos, lo más ágiles posibles y lo más parecidos a los de las mujeres. Se hizo muy difícil encontrar a las personas adecuadas a las necesidades vocales de las obras: hombres con una voz cristalina pero poderosa.

Sin embargo, ya en tiempos remotos se sabía que los hombres que habían sido castrados por alguna circunstancia poseían ese tono alto. Por lo tanto, y para lograr que las voces fueran casi “blancas” -como se denominaban- se recurrió a esa operación, para que en los coros se pudieran elevar voces de alabanza al Señor en todas las tonalidades y coloraturas. Así aparecieron en escena los “castrati”.

La operación en sí no es muy conocida. Un tratado sobre los eunucos publicado por Charles Ancillon en 1707 describe varios métodos: castración verdadera o sección del cordón espermático. En estos casos, era frecuente que al niño, generalmente de seis a ocho años, se lo durmiera con la ayuda de un somnífero (a menudo se usaba opio) y luego se lo sumergía en un baño muy caliente, para que los testículos se achicaran antes de la disección. En ningún caso se extraía el pene. No se reportaron muertes después de la operación, lo que no implica que no haya habido, pero sugiere que la tasa de mortalidad se mantuvo dentro de la norma de la época. Como resultado de la cirugía, se detenía la secreción de testosterona, y así se impedía mudar de voz con el paso de los años. Sucede que con esta operación, la laringe no se vuelve voluminosa y no desciende, permanece cerca de las cavidades de resonancia. Lo hace en el hombre o la mujer, aunque en menor medida para esta última.

La castración no fue objeto de horror en las sociedades del siglo XVII y principios del XVIII. Había familias que buscaban ayuda económica para costearla, poniendo carteles en las puertas de las iglesias o conventos. Luego de la operación contrataban a un profesor de canto que cuidaría de su hijo. En estos anuncios se consignaba el nombre del niño que pedía ser castrado para evitar que su voz cambiara.

Carlo Broschi era más conocido como Farinelli: fue el castrati más popular de todos los tiempos. Nació el 24 de enero de 1705 y falleció el 16 de septiembre de 1782 (Getty)
Carlo Broschi era más conocido como Farinelli: fue el castrati más popular de todos los tiempos. Nació el 24 de enero de 1705 y falleció el 16 de septiembre de 1782 (Getty)

Pero estas operaciones, a lo largo de la vida, tenían consecuencias. Provocaba cambios morfológicos como la ausencia de la nuez de Adán o la vellosidad, aunque las secreciones restantes de las glándulas suprarrenales permitían conservar el vello púbico. Los castrados podían tener relaciones sexuales (con la excepción de la producción de esperma). La sobreactivación de las hormonas femeninas podría dar características más femeninas a los castrati, en particular una tendencia a la obesidad a través de depósitos grasos en los muslos y las caderas o al desarrollo de los senos. Finalmente, la neurastenia era común entre los castrati, marcada por el trauma de su mutilación. Se trata también de efectos relacionados con su posición social: cubiertos de gloria y adulados sufrían, sin embargo, de cierta soledad, lo que puede explicar en ciertos casos su egoísmo, sus escapadas y su despotismo.

Los castrati tenían muchas amantes atraídas por su voz pero también por la ambigüedad de su persona. De hecho, su lado andrógino y asexual atraía mucho a las mujeres y también generaba atracción amorosa en los hombres. No podían casarse, eran privados de todos sus derechos cívicos y, curiosamente, religiosos. También eran negados en ciertas profesiones y si bien muchos de ellos ganaban dinero, otros en cambio acababan muy pobres. La jerarquía católica les impedía con vehemencia el sacramento del matrimonio. Era la misma jerarquía que se embelesaba al escuchar sus voces blancas.

El primer castrato que recoge la historia fue de origen español y entró en el coro de la Capilla Sixtina en 1582. Era la capilla privada del Papa, que ya antes había reclutado falsetistas españoles. Se ha sugerido que la práctica se originó con los moros españoles y los eunucos que guardaban los harenes de los visires. Sorprende esta importancia de los españoles entre los primeros castrati, porque España no era un centro conocido de producción de esta mutilación. Si bien Roma era el centro mundial de este fenómeno, Nápoles fue la ciudad de Italia más reconocida por la expansión del castrato, probablemente debido a que, en ese momento, la actividad musical allí estaba en auge, los conservatorios de música eran numerosos y los teatros se multiplicaban por toda la península. Realmente se puede decir que Nápoles se especializó en la “fabricación” de estos famosos “castrati”. Más de mil niños eran castrados cada año en esta ciudad. A pesar de esta cifra, eran pocos los que lograban el éxito. En cambio, muchos morían en las barriadas más pobres.

El objetivo más deseado era obtener voces “no estándar”, aireadas, celestiales. En la mayoría de los casos, fueron las familias campesinas las que desearon castrar a sus hijos cuando se daban cuenta de que tenían una hermosa voz. Simplemente veían allí la posibilidad de escapar de sus difíciles condiciones de vida, teniendo en cuenta que recibían por su hijo una suma de dinero nada desdeñable.

La voz de Farinelli tenía cierta agilidad que le permitían realizar soberbias vocalizaciones y era capaz de abarcar tres registros: el de soprano, mezzo y barítono (Getty)
La voz de Farinelli tenía cierta agilidad que le permitían realizar soberbias vocalizaciones y era capaz de abarcar tres registros: el de soprano, mezzo y barítono (Getty)

Los castrati tuvieron una gran demanda en Italia, pero también en toda Europa, ya sea en iglesias, teatros de ópera o en las cortes de reyes y príncipes. Compositores célebres los buscaban mucho para sus óperas, pero también para acompañar la parte vocal de los ballets. Los castrati tenían derecho a su propio solo en la interpretación musical.

A finales del siglo XVIII, en Francia, la revolución francesa y los filósofos encabezados por Jean-Jacques Rousseau encontraron verdaderamente vergonzoso y cruel el acto de la castración. Napoleón prohibió esta costumbre y, en 1878, un decreto papal hizo lo propio. El papa León XIII, empujado por una opinión pública muy hostil a esta práctica bárbara, puso en retiro a todos los castrati. Su sucesor, el papa Pío X, los destierra oficialmente de la capilla del Vaticano. No obstante, durante algún tiempo más, las operaciones quirúrgicas destinadas a bloquear el desarrollo sexual serían encubiertas por historias de falsos “accidentes”, como la mordedura de jabalí, la caída de un caballo, etc…, cuentos que obviamente nadie se molestó en verificar.

A partir de ese momento, su lugar fue ocupado por los contratenores, especialmente violistas o sopranos de coloratura. El último castrato de Nápoles fue Giovanni Battista Velluti, llamado Giambattista, que cantó puntualmente en el Teatro San Carlo hasta 1808. La razón del fin de los castrati no fue realmente una cuestión de moralidad, sino más bien el advenimiento del romanticismo, que ya no requería artificios, ilusiones ni ambigüedades vocales. En Roma, en cambio, Alessandro Moreschi cantó hasta 1903, y todavía se puede escuchar su voz grabada. En las portadas de los discos, se lee “Soprano della Cappella Sistina”.

Los grandes castrati italianos que han pasado a la historia fueron Nicolo Grimaldi (creador de Rinaldo por Händel) conocido como Nicolini, Giovanni Carestini, Domenico Annibali -Domenichino-, Gaetano Majorano -Caffarelli-, Felice Salimbeni (la fantasía de Casanova), Gaetano Guadagni (el primero que creó el Orfeo de Gluck) y otros.

Las únicas grabaciones magnetofónicas que quedan pertenecen a Alessandro Moreschi: las realizó entre 1902 y 1904 (Getty)
Las únicas grabaciones magnetofónicas que quedan pertenecen a Alessandro Moreschi: las realizó entre 1902 y 1904 (Getty)

Pero sin dudas, hubo uno que realmente quedó en el recuerdo y tenía al público a sus pies; que era, se podría decir, una verdadera estrella en su tiempo: fue adorado por todos y que ganó mucho dinero. Su nombre era Carlo Broschi, más conocido como Farinelli. A diferencia de otros castrati, no tuvo que pasar por el repertorio religioso tradicional porque muy rápidamente su sólida reputación y su gran talento le abrieron las puertas del éxito, permitiéndole actuar únicamente en un repertorio lírico.

Estaba dotado de una técnica increíble, su belleza tonal hizo su leyenda. Aparentemente tenía un don especial para embellecer todo lo que cantaba. Su voz tenía longitud y cierta agilidad que le permitían realizar soberbias vocalizaciones, además era capaz de abarcar tres registros: el de soprano, mezzo y barítono, lo que era extremadamente raro. Practicaba de seis a ocho horas diarias. En 1725, Farinelli se presentó en Viena y en Venecia el año siguiente. Regresó a Nápoles poco después. Cantó en Milán en 1726. Visitó Londres en 1734, a tiempo para prestar su poderoso apoyo a una facción que en oposición a Händel había montado un teatro de ópera. Luego partió para España en 1737, y de paso por Francia cantó ante Luis XV. En España, donde solo tenía planeado quedarse unos meses, terminó viviendo casi 25 años en la corte. Tras la ascensión de Carlos III al trono, fue retirado de su cargo y vivió los últimos veinte años de su vida apartado del canto. Farinelli falleció el 15 de julio de 1782 en Bolonia.

Como mencionamos más arriba, las únicas grabaciones magnetofónicas que quedan pertenecen a Alessandro Moreschi. Se realizaron entre 1902 y 1904 y se pueden escuchar hoy día. El recurso del “accidente” se utilizó en su caso. Sus cualidades vocales habían sido advertidas por el padre Nazareno Rosati, miembro del coro de la Capilla Sixtina que recorría Italia en busca de jóvenes talentos, y se cree que al escuchar al niño cantar en una iglesia de Montecompatri, la propuso la operación a sus padres.

La consagración total de su fama tuvo lugar el 9 de agosto de 1900, cuando a petición de la familia real italiana cantó en la ceremonia fúnebre del rey Umberto I, asesinado en Monza el 9 de agosto, bajo la dirección de Pietro Mascagni. Actuó en el Panteón y triunfó. Se retiró en 1913 y comenzó a dar lecciones de canto, ya que casi había perdido la voz. Adoptó a un niño, Giulio, quien siguió sus pasos durante un tiempo estudiando y trabajando como tenor, y luego se embarcó en la carrera de actor. Apareció en Lo sceicco bianco de Federico Fellini, y el hermano de éste, Riccardo, fue uno de sus últimos alumnos. Moreschi falleció en Roma el 21 de abril de 1922: tenía 63 años.

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