Muchos están al tanto de la acción desarrollada por los hermanos franceses Joseph-Michel y Jacques-Étienne Montgolfier, conocidos por ser considerados los inventores del globo aerostático. Pero muy pocos saben que no fueron ellos los iniciadores e inventores de estas máquinas volantes, sino que fue un sacerdote nacido en Brasil cuando pertenencia a la corona portuguesa: Bartolomeu Lourenço de Gusmão.
Bartolomeu nació en la villa de Santos, San Pablo, en diciembre de 1685. Cuarto de los doce hijos de Francisco Lourenço y María Álvares, según el archivo de la curia de San Pablo fue bautizado el lunes 19 de diciembre de 1685 en la iglesia parroquial de villa de Santos por el padre Antonio Correia Peres. Desde muy pequeño se mostró siempre inquieto y muy interesado en todo lo que acontecía en su entorno. Y a su vez era muy devoto: concurría todos los días a la iglesia y realizaba sus oraciones con suma piedad y concentración. Sus primeras letras las realizó en Belén, estado amazónico de Pará.
A los 15 años, en 1708, viajó a Portugal. Luego de realizar un largo discernimiento ingresó en la Compañía de Jesús y fue ordenado sacerdote como miembro de los jesuitas. Estudió derecho canónico en la universidad de Coímbra y también se dedicó a los estudios de ciencias matemáticas, la astronomía, mecánica, física, química y filosofía. Estudió también las disciplinas de diplomacia y criptografía, y se graduó el 5 de mayo de 1720. A continuación completó el Curso de Doctorado de la Facultad de Reglas de la Universidad de Coímbra y fue nombrado capellán del rey Juan V de Portugal, el Magnánimo.
Según la tradición, fue al observar una pompa de jabón que se elevaba en el aire caliente que rodeaba la llama de una vela lo que desafió el intelecto de Gusmão a considerar la diferencia entre las densidades del aire. ¡Un objeto más ligero que el aire debería poder volar!
Viajó por todo el continente, empapándose de todo el conocimiento que pudo alcanzar y, de paso, mejorando técnicas e inventos allá por donde pasaba. Bartolomeu comenzó a confeccionar una máquina voladora y realizó una demostración pública de su máquina para volar. Este experimento lo realizó ante el monarca, diplomáticos, religiosos y grandes dignatarios. Un globo de aire caliente ascendió majestuosamente, alcanzando varios metros por encima del suelo del recinto de la Casa de Indias de Lisboa. Desde aquél día fue conocido como el “Padre Volador” y su nave, bautizada como Passarola.
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El rey le otorgó un subsidio de 600.000 reales para desarrollar su proyecto de máquina voladora. El aparato, se sabe, consistía en algo similar a un globo sujeto a una especie de barca e impulsado gracias a la ignición.
Cuando se fundó la Real Academia de la Historia, Bartolomeu de Gusmão fue nombrado miembro de la institución, y Juan V lo colocó en la secretaría de estado. Posteriormente, la academia le encargó que escribiera la historia del obispado de Oporto en portugués en lugar de latín.
Pero Bartolomeu no tuvo en consideración su condición de clérigo y que cualquier cosa que desafiara a la ciencia establecida, podría ser causa de inspección por la Santa inquisición. El día de la demostración del aerostato estaba observando el espectáculo el nuncio apostólico de la Santa Sede en Portugal, Michelangelo Conti (que más tarde se convertiría en el papa Inocencio XIII) y por supuesto consideró el experimento como algo satánico y pergeñado por hechiceros con trato con el demonio. Monseñor Conti, luego del evento, se reunió con el Rey y le advirtió con gravedad del caso, dado que el padre Bartolomeu era capellán de la casa real. El tema era ríspido: el rey debería desterrar al sacerdote impío y hechicero.
Juan V no tuvo oportunidad de demostrar al nuncio su interés por las ciencias y no tuvo más remedio que enviar al exilio de su corte a Bartolomeu. No obstante, el rey le tenía gran afecto a Bartolomeu, y lo ayudó en secreto, dándole una importante suma de dinero y escribiendo recomendaciones sobre el buen accionar y la buena fe del clérigo.
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Así es que recorrió buena parte de Europa. Se encontraron registros en Holanda sobre un sistema de su autoría para calentar agua y cocinar carne por medio de la energía solar. También estudió sobre los lentes pulidos y sobre la energía que estos podrían llegar a producir. Si bien es cierto que en los Países Bajos y en las regiones nórdicas la Inquisición no tenía la fuerza que tenía en las regiones latinas, los escritos y experimentos del sacerdote se publicaban y se traducirán en diversas lenguas, llegando a las más grandes universidades de todo el continente.
Se presume que fue investigando estos escritos, llegados a París, que los hermanos Montgolfier, 74 años después, pudieron crear su globo aerostático. Ellos realizaron, el 27 de agosto de 1783, del ascenso de un globo no tripulado en el Campo de Marte de París, que recorrió 20 kilómetros en 45 minutos. Luego enviaron, en una cesta de mimbre, una oveja, un gallo y un pato el 19 de septiembre en Versalles ante Luis XVI de Francia. Y el 21 de noviembre de 1783, Pilâtre de Rozier y el marqués d’Arlandes hicieron el primer vuelo tripulado por humanos. Volaron durante 25 minutos a una altura de unos 100 metros sobre París, logrando una distancia de nueve kilómetros. Aterrizó al sur de la ciudad, donde los aeronautas fueron aclamados como héroes.
El padre Bartolomeu no tuvo la misma suerte de ser aclamado como héroe. En cambio, fue declarado como “hijo del diablo”. Intentó regresar a Portugal, pero no pudo hacerlo. También quiso embarcar al Brasil, pero en los barcos había guardias inquisitoriales, lo que le hizo imposible abordar una nave a América.
Partió a España a finales de septiembre de 1724, con su hermano menor, fray Juan Álvares, para luego pasar a Inglaterra donde el Rey Jorge I de Inglaterra conocía los experimentos del sacerdote. El monarca británico le ofreció un puesto en la corte, una pensión vitalicia, y la posibilidad de dar conferencias y estudiar con libertad en el Reino Unido. Pero eso jamás sucedió.
La salud del “Padre Volador” comenzó a flaquear y tuvo que acudir al hospital de la Misericordia en Toledo, donde murió el 18 de noviembre de 1724, a los 38 años. Sin embargo, antes de morir se confesó y comulgó, echando por tierra todo lo que se decía de él, que se había convertido al judaísmo y que había realizado apostasía pública de la fe católica. Al punto tal no era cierto esa calumnia, que sobre él se debatía si había sido enterrado en la iglesia de San Román, en Toledo. A lo largo de las décadas, se hicieron varios intentos para localizar su tumba, lo que solo ocurrió en 1856. Parte de los restos mortales fueron transportados a Brasil y se encuentran desde 2004 en la catedral metropolitana de São Paulo.
El escritor portugués José Saramago recuperó la memoria de Bartolomeu en su obra “Memorial del convento” y ofreció esta explicación imaginaria haciendo hablar al ilustre sacerdote:
“Esto que aquí ves son las velas que sirven para cortar el viento y se mueven según las necesidades, y aquí está el timón con que se dirigirá la barca, no al azar sino por medio de la ciencia del piloto, y éste es el cuerpo del navío de los aires a proa y popa en forma de concha marina, donde se disponen los tubos del fuelle para el caso de que falte el viento, como tantas veces sucede en el mar, y éstas son las alas, sin ellas, cómo se iba a equilibrar la barca voladora, y no te hablaré de estas esferas, que son secreto mío, bastará que te diga que sin lo que ellas llevarán dentro no volará la barca, pero sobre este punto aún no estoy seguro, y en este techo de alambre colgaremos unas bolas de ámbar, porque el ámbar responde muy bien al calor de los rayos del sol para el efecto que quiero, y esto es la brújula, sin ella no se va a ninguna parte, y esto son roldanas y poleas, que sirven para largar y recoger velas, como los barcos en la mar. Se calló un momento, y añadió, Y cuando todo esté armado y concordante entre sí, volaré”.
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