Por algo los antiguos romanos dedicaron el mes de marzo a Marte, el dios de la guerra. Siempre se ha dicho que “el año empieza en marzo”. Y para ellos era así. Literalmente. Así que en Occidente tenemos, idealmente, dos inicios del año: el festivo y el laboral.
El “año nuevo festivo” comienza el 1ro de enero, y con él el tiempo de vacaciones; el “año nuevo laboral” lo hace el 1ro de marzo. Para los antiguos romanos, marzo también revistió tragedia, pero no al comienzo de mes.
Al nombrarlo, automáticamente se dispara la frase: “¡Ah! Los Idus de marzo” ¿Qué era eso que mencionamos sin alegría, presagiando que algo terrible ocurrirá?
“Idus de marzo” (en latín Idus Martii o Idus Martiae), quiere decir en “medio de marzo” y hace referencia a los decimoquintos días del mes romano de “Martius”. Contrariamente a lo que se cree, los “idus” eran considerados como días de buenos augurios y tenían lugar los días 15 de marzo, mayo, julio y octubre, y los días 13 del resto de los meses del año. Otras referencias del calendario romano eran las calendas, el primer día de cada mes; y las nonas, que eran el quinto día de cada mes excepto en marzo, mayo, julio y octubre, que eran el séptimo día.
Como en marzo comenzaba el año, había festejos desde el primer día hasta los “idus”, que se dedicaban a Júpiter y se realizaban sacrificios en su honor. Este era llevado a cabo por el “Flamen Dialis”, el sumo sacerdote de Júpiter. Llevaba la “oveja de los idus” (en latín: ovis Idulius) en procesión por la Vía Sacra hasta el ara, donde era sacrificada al dios.
Por tanto, era un periodo de alegría y de regocijo. Hasta que un fatal Idus de Marzo del año 44 a. C. cambió el sentido de esta alegría, transformándola en miedo, desgracia, destrucción y muerte.
Ese fatídico día había sido profetizado por Aemenón, un augur ciego que vivía en el foro de Roma. Este misterioso personaje deambulaba de acá para allá e iba de foro en foro: el de César o Forum Iulium, el de Augusto o Foro Augustum, el de Nerva o foro Transitorium y el de Trajano o Foro Traianum, prediciendo el futuro. Según narran, vivía en el monte Vaticano, en donde no solo estaba el circo de Nerón sino también un gran cementerio. Allí también vivían las vírgenes vestales una vez que habían cumplido sus treinta años y debían abandonar la casa donde custodiaban el fuego sagrado. Estas ex vestales también predecían el futuro, y cómo vivían en el monte Vaticano, derivó la palabra “vaticinio”. Para los cristianos, y particularmente para los católicos, este monte será el lugar de peregrinación por antonomasia, luego del de Jerusalén, dado que en ese circo murió San Pedro y fue sepultado en el cementerio de la colina Vaticana. Sobre su tumba se elevó la basílica de San Pedro.
Volvamos a Aemenón. Gaius Iulius Caesar -para nosotros Julio César- gobernaba el imperio con puño de hierro. Todo el poder le pertenecía, el Senado casi era una institución de nobles que se reunían para debatir trivialidades, había perdido todo poder e injerencia en la política del imperio.
Aemenón, el primer día del mes de marzo, se encontraba en la puerta del Templo al que iría César a presentar su ofrenda. Sentado sobre las escaleras le gritó: “Caesar: cavete Idus Martiae...” (“Cesar, cuídate de los idus de Marzo”). César detuvo su paso, lo observó y continuó su camino. La advertencia le hizo sentir escalofríos.
En esos días de marzo un grupo de senadores convocó a César a la Curia, sede en donde se reunía el Senado, para leerle una petición escrita por ellos con el fin de devolver el poder efectivo a la nobleza. Pero la sede de la Curia en el Foro se encontraba en obra, así que el Senado se reunió en un aula en el Theatrum Pompeii, es decir el teatro de Pompeyo.
En esos días del año 44, el ambiente estaba muy caldeado. El Senado no hacía otra cosa que hablar mal del César y complotar contra él. Y pergeñaron llevar a cabo un magnicidio cuando César fue convocado.
César no podía ingresar a la sede del Senado acompañado por la guardia pretoriana, es decir sus guardaespaldas, debía ingresar solo al recinto. Momento oportuno para eliminarlo y, de ese modo, retomar su antiguo poder.
Marco Antonio, temiendo lo peor, corrió al teatro de Pompeyo e intentó detener a César en las escaleras, antes de que entrara a la reunión del Senado. Fue en ese instante que Aemenón volvió a aparecer en escena y le repitió a voz de cuello: “Caesar: cavete Idus Martiae...” (“César, cuídate de los Idus de Marzo”). César se detiene, lo observa y le dice: “Idus Martii iam venerunt…” (“Los idus de marzo ya han llegado…”) a lo que Aemenón responde: “”Ita, Caesar; at non sunt factum.” (“Sí, César; pero aún no han acabado”).
Comenzaba la caída del sol, que según la visión romana era las vísperas del próximo día. Es decir, faltaban minutos para que los Idus de Marzo culminaran. Los conspiradores entregaron a Julio César un pergamino y lo acercaron hacia una habitación que serviría de Curia provisoria mientras concluían los arreglos en la sede. Cuando este comenzó a leer, uno de los conspiradores tiró de su túnica, provocando el enojo de César, que con rabia le dijo: ¿Ista quidem vis est? (¿Qué clase de violencia es esta?). Cabe recordar que a César, al ser Sumo Pontífice, nadie lo podría tocar.
En ese momento, uno de los conspiradores, llamado Publio Servilio Casca Longo, sacó una daga y le asestó un corte en el cuello a César. Este, a pesar de la herida, se da vuelta y le dice: “Quid agis, improbe, Casca?” (“¿Qué haces, Casca, villano…?”), pues era un sacrilegio portar armas dentro de las reuniones del Senado donde este se reuniera. Casca, asustado, gritó en griego: “Adelphe, boethei!” (¡Socorro, hermanos!), y, en respuesta a esa petición, todos se lanzaron sobre el dictador. César, entonces, intentó salir del edificio para recabar ayuda pero, cegado por la sangre tropezó y cayó. Los conspiradores continuaron con su agresión, mientras aquel yacía indefenso en las escaleras bajas del pórtico. De acuerdo con Eutropio y Suetonio, al menos sesenta Senadores participaron en el magnicidio. César recibió veintitrés puñaladas, de las que, si creemos a Suetonio, solamente una, la segunda recibida en el tórax, fue la mortal. Cesar murió a los pies de la estatua de Pompeyo, su antiguo rival. Era el 15 de marzo del año 44 AC. En ese preciso momento, el Sol se puso y culminaron los Idus de Marzo. Los asesinos huyeron y el cadáver quedó allí hasta que lo recogieron tres esclavos públicos, que lo llevaron a su casa en una litera, de donde Marco Antonio lo recogió y lo mostró al pueblo, que quedó conmocionado por la visión del cadáver.
Como marca la tradición, el cadáver fue lavado y perfumado. Debía ser incinerado fuera de los muros de la ciudad, pero esta vez no fue así, fue cremado en pleno foro, en la plaza principal, entre el templo de Cástor y Pólux y la basílica Emilia. Fueron los soldados de la XIII legión, tan unida a César, que llevaron antorchas para quemar el cuerpo de su querido líder. Luego, los habitantes de Roma echaron a esa hoguera todo lo que tenían a mano para avivar más el fuego. En el lugar se construyó un altar que serviría de epicentro para un templo dedicado a él, pues en el año 42 AC el Senado lo deificó con el nombre de Divino Julio (Divus Iulius). Hasta el día de hoy, debajo de un templete, se puede observar el lugar donde están sepultadas las cenizas de César.
William Shakespeare inmortalizó este evento en su obra Julio César. En su escrito, Calpurnia, una noble romana del siglo I a. C y última esposa de Julio César -que tuvo un sueño en el que una estatua del César sangraba mientras muchos romanos se lavaban las manos en la sangre-, le advirtió que tuviera cuidado, pero César ignoró su advertencia diciendo: “Sólo se debe temer al miedo”.
El lugar del asesinato, según Suetonio y otros autores antiguos, fue tapiado como lugar nefasto, siendo el espacio convertido más tarde en unas letrinas públicas. El teatro se mantuvo en uso hasta el siglo V DC, aunque durante la Edad Media siguió existiendo como cantera de piedra. La zona fue excavada por orden de Mussolini durante las décadas de los 20 y los 30 del siglo XX. Los restos del lado este del pórtico unido al teatro. así como tres de los otros cuatro templos asociados, pueden observarse en el Largo di Torre Argentina, tal es como se denomina hoy este lugar y son las ruinas más antiguas de Roma.
Siglos después, no solo Shakespeare escribió sobre el César, sino un autor norteamericano llamado Thornton Wilder escribió una novela, luego llevada al cine, que lleva por título Los Idus de Marzo.
Aquel momento supuso un hito histórico, al iniciar un periodo de transición en el que Roma pasó de una República a un Imperio que dominó el mundo durante siglos y que trajo una nueva forma de organización política y militar a la humanidad.
Como hemos leído, lo que era un día de festejar y de buenos augurios, pasó a ser símbolo de desgracias. Por tanto, estemos atentos hasta el último rayo de sol de este mes. No sea cosa que, apresurados para que culmine escuchemos dentro nuestro aquellas palabras: “Ita; at non sunt factum.” (“Sí; pero aún no han acabado”).
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