En el segundo piso del salón Kodo del Templo Sengakuji, en Tokio, frente a tres árboles de ciruelo, se encuentran 47 estatuas talladas en madera. Cada una de ellas representa a un ronin, los guerreros samuráis que protagonizaron una historia real -pero a la vez fantástica- que sucedió entre los años 1701 y 1703 en el Japón imperial durante el período Edo, nombre que recibía antiguamente Tokio. Exactamente hoy, hace 320 años, 46 de ellos se sometieron al Seppuku, el suidicio ritual. Y no sólo los recuerdan las estatuas, sino también sus tumbas, ubicadas junto a la de su señor, Asano Naganori, daimyo de Ako, al que le demostraron lealtad aún después de su muerte.
Es una de las más famosas narraciones niponas, fuente de numerosas obras de teatro kabuki y de marionetas bunraku, y refleja como pocas el espíritu del bushido, el código de ética que regía la vida y -sobre todo- la muerte de los samurais. Como los antiguos griegos, éstos creían que llegar a viejo y perecer por causas naturales no era digno. Y que la muerte joven era una señal divina. La historia fue incluida por primera vez en un compendio titulado Hagakure, el Camino del Samurai, por un joven guerrero llamado Tashiro Tsuramoto, que transcribió las enseñanzas que seis años después de los acontecimientos le refirió un anciano par, Yamamoto Tsunetomo, ya retirado en un monasterio budista. El libro permaneció oculto durante dos siglos en poder del clan Nabeshima, al que servía Tsuramoto, hasta que fue publicado. Luego tuvo numerosas versiones. Algunos arriesgan hasta un centenar. Jorge Luis Borges la incluyó en su Historia universal de la infamia bajo el título de “El incivil maestro de ceremonias Kotsuké no Suké”. Hollywood también recogió el guante: en 2013 se estrenó la soporífera “Los 47 ronin”, con Keanu Reeves como protagonista.
La historia del llamado “Incidente de Ako” debe comenzar por Naganori, un hombre poderoso. Los daimyos eran señores feudales, que tenían distinto rango según su capacidad militar y la producción de sus tierras. Por entonces, la figura del emperador -que residía en Kioto- estaba eclipsada por la del shogún, una suerte de dictador que además ostentaba la conducción del ejército. El shogún, en esa época, era Tokugawa Tsunayoshi, llamado el “señor de los perros” por sus leyes a favor de respetar a toda forma de vida.
Japón, por entonces, vivía un período de prosperidad desde hacía 100 años. Durante un siglo y medio, las guerras civiles habían diezmado a la población y la habían empobrecido. Pero hacia el 1600, ese proceso se revirtió. Los habitantes se duplicaron: de 15 millones pasaron a 30. Edo, por entonces, tenía un millón de habitantes y era la ciudad más populosa del mundo. La producción y el comercio florecieron, y esto explica en parte el nudo del drama de los samurais. Cerca del 7% de la población era de la clase de los guerreros. El resto, como los agricultores o los comerciantes, tenían prohibido armarse. Pero ante la ausencia de guerras, era difícil sostener esa casta poderosa pero ociosa.
Era habitual que Tsunayoshi recibiera en su palacio de Edo a numerosos invitados de la familia imperial. Y para entretenerlos y que tuvieran con quién charlar, apelaba a la presencia de los daimyos. Naganori era el daimyo de Ako, uno de los alrededor de 270 distritos en que estaba dividido el país, que se contaba entre los principales productores de sal. Tsunayoshi lo convocó el 13 de marzo de 1701 para que recibiera a dos dignatarios imperiales, Sukekado Yanagiwara y Yasuharu Takano, enviados a Edo con las órdenes emanadas del emperador Higashiyama. A ellos se les sumaría Hirosada Seikanji, un emisario del antiguo emperador Reigen.
Según los antiguos relatos, cuando Tsunayoshi llamó a Naganori, le puso a un maestro de ceremonias (o koke, en japonés) como tutor para que lo instruya en el protocolo. Era otro hombre poderoso, llamado Kira Yoshihisa.
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Se conocían desde 1683, cuando el shogún le encomendó al daimyo una diligencia similar. En aquella ocasión, todo había sido cordial. Pero esta vez, la relación entre ambos fue de mal a peor. Según algunos relatos, el resquemor databa de un suceso ocurrido en 1689, durante un gran incendio que se desató en Edo. Naganori estaba a cargo de una patrulla de bomberos, y no pudo evitar que la mansión que habitaba Kira fuera reducida a cenizas por las llamas. Además, en esta oportunidad Kira no se encontraba en la ciudad, por lo que Naganori, durante 25 días, se preparó solo para oficiar de anfitrión y tildó a Kira de “innecesario”.
Sin embargo, la causa del enfrentamiento más aceptaba en distintas obras es un pedido de soborno por parte de Kira a Naganori, que éste rehusó. Otros mencionan que el tutor le solicitó el secreto de la gran producción de sal de Ako, a lo que el daimyo también se negó. Y hubo autores que deslizaron problemas políticos y hasta de mujeres entre ellos.
Cuando se acercaba el 18 de abril de 1701, la fecha en que llegarían los enviados imperiales, la relación entre Naganori y Kira estaba en su peor momento. No se soportaban, y Kira no hacía más que humillar al daimyo cada vez que podía. La tensión iba en aumento.
Durante los tres primeros días del arribo de la comitiva imperial, las cosas sucedieron en aparente calma.
El 21 de abril de 1701, los dignatarios se disponían a recibir la respuesta del shogún sobre los documentos imperiales que habían entregado. Kira se encontraba en el corredor de la sala principal cuando apareció Naganori. Según las crónicas, el daimyo fue insultado por su tutor, y no aguantó el destrato. Eran las 11 de la mañana cuando tomó su wakizashi (una filosa daga de 24 centímetros) y atacó por dos veces al koke mientras le gritaba “¡esto es por venganza!”, según refiere Yosobei Kajikawa en su escrito Kajikawa hikki.
Kira fue herido en la espalda y la frente. Y varios testigos que estaban en el pasillo del palacio donde sucedió el suceso pudieron detener a Naganori antes que acometiese por tercera vez a su rival.
Momentos después, fue interrogado por el inspector de los soldados, Shigetomo Okado, a quien solo le dijo: “Lo ataqué por venganza, porque estaba enojado. No me importa la acusación, pero lamento haber fallado”. A la una de tarde, Naganori fue enviado prisionero a la mansión Tamura. Usar un arma contra otra persona en el palacio del shogún era un delito grave.
El shogún Tokugawa Tsunayoshi estaba indignado. Tenía gran aprecio por el emperador y lo sucedido era un bochorno. Mientras Naganori era llevado a su cautiverio, en forma inmediata, lo condenó al Seppuku, el suicidio ritual, que debía ser efectuado de inmediato. Y además, intimó a su familia para que entregara el producto de 50 mil hectáreas de cultivos y que el clan Asano desapareciera. Mientras tanto, Kira no recibió ni siquiera un reproche.
A las cuatro de la tarde, Naganori llegó a la mansión Tamura. Se quitó su daimon (la camisa de mangas anchas con escudos familiares que constituye el traje de daimyo) y comió cinco platos de sopa. Nadie pensaba que la ejecución se llevaría a cabo en instantes más.
Pero casi de inmediato, cuatro emisarios del shogún llegaron con la sentencia. Naganori no se inmutó, sino que dijo: “Entre todos los castigos posibles, el Seppuku me honra”. Horas después, fue llevado a los jardines, donde tuvo lugar la luctuosa ceremonia.
A las siete de la tarde, Naganori, de 34 años, se sentó con su torso descubierto, se inclinó brevemente hacia adelante para no caer de espaldas (algo que en la tradición era deshonroso), tomó su wakizashi e hizo un rápido y profundo tajo en su vientre.
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Varios vasallos suyos se llevaron el cuerpo. Y el 27 de abril llegó la noticia a Ako. Naganori tenía a su mando a 300 samurais. Pero con su muerte y la extinción del clan Asano, éstos dejaron de tener amo. Y se convirtieron en Ronin.
Luego de una discusión entre los moderados y los más radicales, al mando de Oishi Kuranosuke, decidieron vengar a su daimyo. Pero no lo harían de inmediato. Es que Kira Yoshinaka, precavido de las seguras intenciones de los hombres más leales a Naganori, reforzó su seguridad y se recluyó en su nueva residencia de Honjo, un barrio de Edo.
Durante los dos siguientes años, los ronin se dispersaron por distintas regiones de Japón, pusieron sus armas a resguardo y se dedicaron a otros menesteres. Algunos fueron mercaderes, otros se hicieron monjes. Oishi, el líder, cayó más bajo: se mudó a Kioto, se hizo alcohólico, dejó a su esposa y pasó esos dos años recorriendo burdeles, donde conoció a su nueva concubina. Llegó a dormir en la calle y fue vituperado por quienes lo reconocían, sin saber que todo era un plan para que Kira se sintiera seguro y bajara la guardia. Incluso un samurai, al verlo tirado en el suelo y completamente borracho, lo escupió y le pateó la cara, lo que era un grave insulto. Pero Oishi tenía un plan de venganza y nada lo apartó de ese camino.
Luego de dos años, el tiempo hizo su efecto. Kira comenzó a relajar su seguridad. Todo ese tiempo, los ronin lo estaban espiando. Una vez que tuvieron un plano de su casa, decidieron actuar. La idea era asaltar la mansión de Kira y matarlo.
El 18 de enero quedaban unos 55 ronin dispuestos a morir por la memoria de su jefe. Se juntaron para los preparativos del asalto en una casa de té en Edo, donde simularon ser parte de una organización benéfica. Mientras estuvieron allí, ocho desertaron. El resto se distribuyó las armas y los uniformes.
En la noche del 30 de enero comenzó el ataque. Según algunos recopiladores de la historia, nevaba. Otros dicen que había luna llena. Todos coinciden en que el frío era brutal. Aguardaron hasta las 4 de la madrugada del 31 y comenzaron el asalto en dos grupos.
El que capitaneó el propio Oishi atacó la puerta principal junto a 23 ronin. Nueve ingresaron, seis se quedaron en el patio, cinco fueron enviados a custodiar una puerta y tres permanecieron en la entrada. Por la puerta trasera atacaron 24 ronin al mando de Chikara, el hijo de Oishi. Luego de un feroz combate con espadas, lanzas y arcos y flechas, los defensores fueron derrotados y Kira capturado en el patio.
Lo llevaron ante Oishi, que le ofreció el Seppuku para que muriera con honor. Como no respondió, tomó el wakizashi con que su amo se practicó el suicidio ritual y le cortó la cabeza. Kira tenía 61 años. Cuando terminó la faena, la envolvió, la clavó en una lanza y junto al resto de los ronin se dirigió al templo Sengakuji, para ofrecérsela como tributo a Naganori, enterrado allí.
Más tarde se entregaron sin resistencia a 700 guerreros del shogún, que los mandó a apresar. Estaban todos excepto el más joven, Terasaka Kichiemon, había sido enviado por Oishi a Ako para contar que la venganza se había consumado. El 4 de febrero de 1703 fueron sentenciados a morir por Seppuku. El primero en cometer el suicidio ritual fue Chisaka, el hijo de Oishi. Para todos ellos significó un gran honor no haber muerto como asesinos comunes.
El único no condenado fue Terasaka. Vivió hasta los 87 años. Pero también está enterrado en el templo Sengakuji. Cuando en 1709 murió el shogun Tokugawa Tsunayoshi, los descendientes de los 47 ronin fueron perdonados.
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