En la anterior entrega habíamos dejado a nuestro intrépido corso de la Provincia unidas del Sur, navegando hacia las actuales isla de Hawái, a la que él describió en su bitácora como “Islas San Suche”
Vale aclarar que el actual territorio que pertenece a los Estados Unidos era un reino independiente hasta 1848 cuando fue anexado por el país norteamericano, pero fue reconocido como estado recién en 1959. Las islas Hawái fueron bautizadas el 18 de enero de 1778 con el nombre de islas Sándwich por el capitán James Cook, en agradecimiento a Sir John Montagu IV conde de Sándwich.
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Cuando Hipólito Bouchard llegó el 17 de agosto de 1818 a la bahía de Kealakekua, en la costa oeste de la isla de Hawái, donde se encontraba el pequeño puerto de Karakakowa, capital del Reino de Sándwich, gobernaba en las islas Kamehameha I quien en 1810 estableció formalmente el Reino de Hawái y entabló lazos de amistad con las principales países del Pacífico. El nombre completo del rey era: Kaiwikapu kauʻi Ka Liholiho Kūnuiākea.
Al llegar al puerto Bouchard se enteró de que había estado por estos lares la corbeta “Chacabuco”. Una corbeta que había zarpado del puerto de Buenos Aires el 24 de mayo de 1817. Su armador era Rafael Pereyra Lucena, el fiador, Jorge Mcfarlane quien tenía patente de corso N. º 88 acordada al 7 de mayo de 1817 y la halló prácticamente desarmada, con los cañones y pertrechos abandonados en la costa. Por tanto, decidió una entrevista con el rey. Bouchard le demandó la devolución de la corbeta a las Provincias Unidas, según narra él mismo en notas apócrifas en la que el gobierno de las Provincias Unidas del Sur solicitaban la devolución de dicha corbeta (o lo que quedaba de ella). Pero el rey, la había comprado de buena fe, y por tanto solicitaba una devolución del monto de su pago que había sido de 2 pipas de ron y 600 quintales de sándalo y que merecía una compensación. El rey accedió a devolver la corbeta a cambio de que se le pagase por el sándalo que había entregado por ella. El 20 de agosto de 1818, Kamehameha I, por parte del Reino de Sándwich, y Bouchard en nombre de las Provincias Unidas firmaron un acuerdo de devolución.
Este tratado ha generado más de un controversia. El uruguayo Josemaría Píriz, en un documento conocido como el “manuscrito de Píriz” resalta que: “se celebró un tratado de unión para la paz, la guerra y el comercio, quedando obligado el Rey con esto a remitir a disposición de nuestro supremo gobierno todos los buques que arribasen por aquellas costas, como La Chacabuco, y a darnos hombres y auxilios, cuantos se le pidiesen a nuestro socorro, reconociendo desde entonces nuestra independencia.”
De ser cierto este manuscrito, da por hecho que el primer país en reconocer a la independencia de la actual República Argentina, es el reino de Hawái. Pero esto es rebatido por varios historiadores dado que Bouchard no tenía la autoridad para firmar tratados y argumentan que el corso de las Provincias Unidas, solo entregó al rey un documento autorizándolo a detener a desertores argentinos. Según el mismo controversial documento de Píriz, Bouchard obsequió al rey con una espada, sus charreteras de comandante, su sombrero, y un despacho honorario y uniforme de teniente coronel de las Provincias Unidas; cosa que tampoco estaba autorizado a hacer esa donación y nombramiento. El rey entregó a Bouchard uno poco alimentos, dado que la isla estaba pasando por mal momento. El 26 de agosto de 1818 comenzó a rearmar lo que quedaba de “Chacabuco” y partieron hacia la actual Molokai. Desde allí continuaron a la isla de Atoy, que no formaba parte del reino de Kamehameha I, sino que pertenecía a otro rey. El rey de Atoy no sabía dónde quedan las Provincias Unidas, nunca oyó hablar de este país. Luego de una controversia generada con los que quedaban del buque “Chacabuco” tomaron rumbo hacia la baja California el 23 de octubre, armada con unos 56 cañones y reforzada con 60 marineros de la Chacabuco y 80 nativos de las islas. La Argentina llevaba 266 hombres: 50 hawaianos y el resto de diversas nacionalidades, tales como: españoles, hispanoamericanos, portugueses, africanos, filipinos, malayos, y algunos ingleses.
Yendo hacia California, Bouchard esperaba hacerse de los navíos españoles allí atracados, pero las noticias de la llegada del corsario de las Provincias Unidas, había llegado antes que él. Vale notar un detalle interesante, la nobel nación de las Provincias Unidas habían autorizado a más de 130 buques corsarios para que recorran las aguas con pabellón celeste y blanco y las presas capturadas eran más de 400. De pronto, la joven nación estaba asolando los mares y el solo hecho de mencionar en los puertos a las “Provincias Unidas” generaba terror entre sus habitantes.
Al llegar la noticia antes que el corso, el gobernador Pablo Vicente Solá, envió mensajes a los misioneros establecidos en las costas de California, para alertarlos y que tomaran los recaudos. Las 10 misiones franciscanas lo hicieron. En Monterrey que era el lugar de residencia del gobernador, también se tomaron los recaudos para el caso de una invasión. Ordenó retirar de la ciudad el tesoro, la pólvora y los pertrechos, envió a mujeres y niños tierra adentro; el caos se había apoderado de la ciudad en los días previos al desembarco del corso en California; con una realidad de terror más aumentada que lo que en verdad representaba Hipólito Bouchard en su tarea de corsario. El tema es que otros buques corsarios de otras naciones habían invadido ciudad españolas de las provincias de ultramar generando matanzas y destrozos horripilantes.
El 20 de noviembre de 1818 el vigía de Punta de Pinos, ubicado en uno de los extremos de la bahía de Monterrey, avistó a las dos embarcaciones corsarias de las Provincias Unidas. Las alarmas sonaron y se prepararon los cañones de la costa, se puso en armas a la guarnición de 40 hombres: 25 soldados del presidio, 4 artilleros de línea y 11 artilleros milicianos A cargo de las fuerzas se hallaba el sargento Manuel Gómez, tío del oficial Luciano Gómez, que iba en la expedición corsaria.
En la madrugada del 24 de noviembre, Bouchard ordenó a sus hombres que se pusieran al mando de los botes. En las embarcaciones, comandadas por Bouchard, se encontraban 200 hombres, 130 armados con fusiles y 70 con lanzas. Desembarcaron a una legua del fuerte, en una caleta oculta por las alturas. La resistencia del fuerte fue muy débil, y tras una hora de combate fue enarbolada la bandera argentina.
El “manuscrito de Píriz” nos refiere a este evento: “Después de tomar el Fuerte, las tropas argentinas decidieron atacar la otra batería, que restaba, y con otras varias piezas de artillería volante escoltadas por algunos piquetes de Caballería, que guarnecían sus presidios, y nos hacían bastante resistencia, y por ello, a sangre y fuego logramos rendir todo aquel pueblo y salvar a sus prisioneros”
Los corsarios, dieron buena cuenta de la ciudad, dejando solo en pie los templos y las casas de los americanos nativos, o los naturales del lugar. Todo lo español fue saqueado como motín.
El 29 de noviembre zarparon de la bahía de Monterrey partiendo hacia una estancia llamada “El refugio” que pertenecía a una familia realista, Desembarcaron en la costa de esa estancia (por aquello lares llamada “Rancho”) el 5 de diciembre, tomaron toda la comida que hiciera falta y se dirigieron a Santa Bárbara. El 16 de diciembre llegaron a la bahía de San Juan Capistrano, a 2 millas de la misión de San Juan Capistrano, sin detenerse en la misión de San Buenaventura que había sido evacuada completamente. Llegaron a San Juan Capistrano y Bouchard le solicitó víveres como: 20 bolsas de patatas, 10 bolsas de trigo y cuatro cabezas de ganado, a cambio de retirarse, pero el alférez al mando de la guarnición prefirió dar lucha, por lo cual se entabló una escaramuza. El 20 de diciembre zarpó hacia la bahía Vizcaíno.
Loa habitantes de la ciudad de San Diego, estaban preparados para la batalla; por Bouchard siguió de largo. El 17 de enero de 1819 navegaron hacia San Blas, puerto que comenzarían a bloquear el 25 de ese mes.
Se dirigieron para Guatemala, hasta la ciudad de Sonsonate donde tomó un bergantín español. Y plantó la bandera celeste y blanca. Luego atacó el puerto de Realejo, en Nicaragua, y ahí se apropió de cuatro buques españoles. La bandera también ondeó allí.
Por este hecho es que muchas de las naciones de centro América poseen los colores de su bandera celeste y blanco, porque cuando se crearon los “Estados Unidos de América Central” el 27 de agosto de 1898, formados por El Salvador, Nicaragua y Honduras, tomaron como el color de la bandera los de las Provincias Unidas y al volver a disolverse está unión de naciones, cada una tomó los colores de nuestra insignia.
El 3 de abril de 1819 finalizaba la larga expedición en Centroamérica de Hipólito Bouchard. Decidió partir hacia Valparaíso. En el trayecto es atacado por un barco parita, que lo deja maltrecho. El Corso de las Provincias Unidas estaba con ansias de llegar a las costas chilenas, pero no lo esperaba la gloria, sino la cárcel. Un colega, Lord Cochrane, inglés con patente de Corso del gobierno de Chile lo acusó de piratería, insubordinación y crueldad; no cumpliendo con los tratados que establecen las “patentes de corso”. Bouchard se defendió diciendo: “Soy un teniente coronel del Ejército de los Andes, un vecino arraigado en la Capital, un corsario que de mi libre voluntad he entrado a los puertos de Chile con el preciso designio de auxiliar a sus expediciones”. Sobre la crueldad, argumente: “…que se pregunte por el trato que recibieron los tripulantes chilenos del corsario chileno Maipú u otro de Buenos Aires que, luego de apresado, entró a Cádiz con la gente colgada de los peñoles”. Su patente de corso había vencido en diciembre de 1818.
Soportó 5 meses en prisión, y al salir se puso a disposición de su antiguo jefe del Regimiento de Granaderos, el Gral. José de San Martín y sus barcos sirvieron para llevar Granaderos hasta el puerto del Callao, en Lima. En 1820 Bouchard se encontraba en Perú sirviendo a la marina chilena. En 1828 participó en la guerra contra la Gran Colombia.
En 1829 dejó la vida activa y se retiró a vivir a una hacienda donada por el gobierno del Perú, por sus logros ubicada en San Javier de Nasca, departamento de Ica, donde tuvo un ingenio azucarero. Pero Bouchard, maltrató de manera feroz a los que trabajaban en su hacienda. La noche del 4 de enero de 1837, un esclavo del ingenio, harto de los malos tratos para con todos, tomó una navaja y mientras Bouchard descansaba, lo degolló. Se leyó en su acta de defunción realizada el 5 de enero: “fue muerto antes de anoche por sus propios esclavos, súbitamente”. Tenía solo 54 años. Sus restos fueron sepultados en la cripta de la iglesia de San Javier de Nasca, según lo escrito en el libro de muertos de esta parroquia: “… di sepultura con cruz alta en la bóveda de San Francisco Xavier al cuerpo difunto de Bouchard”. Firma Padre Isidro Pacheco, cura interino de la iglesia San Francisco Javier, 1837. Pero en la cripta había 52 sepulcros sin nombre ni descripción, sumados a esto que la parte superior del templo había sido destruida por varios terremotos. Recién en 1962, se pudieron identificar con eficiencia los restos de Hipólito Bouchard. Fueron trasladados al panteón de la marina en el cementerio de la Chacarita.
Su vida fue novelesca y fue uno de los personajes de nuestra historia más llamativos. Lamentablemente, para los que habitan la ciudad de Buenos Aires su nombre esta solo ligado a un predio de deportes y espectáculos: el Luna Park, dado que se encuentra sobre una de estas calles. Pero sería muy bueno que comencemos a interiorizarnos de la vida de esta persona que, con todo lo realizado, parece que hubiera vivido más de 100 años.
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