El complejo desarrollo de la Revolución Francesa (1789) condujo, a fines de 1804, a la instauración de un imperio regido por la figura hegemónica de Napoleón Bonaparte. Todo ello provocó un largo período de conflicto bélico en Europa, con importantes proyecciones en ultramar: las Guerras de la Revolución Francesa y del Imperio Napoleónico (1789-1815).
Las guerras surgidas con la Revolución Francesa constituyeron un capítulo más de la prolongada puja global franco-británica que se remontaba, por lo menos, a la segunda mitad del siglo XVII, y que habría de extenderse hasta el inicio de la Primera Guerra Mundial (1914).
Entre 1792 y 1804 Napoleón logró importantes y rápidos ascensos en la Francia revolucionaria. Al frente de sus Ejércitos, luchó contra austríacos, prusianos, rusos, británicos y hasta turcos otomanos, entre otros tantos adversarios, y obtuvo importantes victorias que extendieron la influencia francesa en Europa. En 1799 derribó al Directorio, se convirtió en Primer Cónsul (1801) y, finalmente, se coronó emperador (1804). Gracias a su liderazgo político, a su talento militar y a su poderoso Ejército, transformó a Francia en la principal potencia continental y se convirtió en la figura dominante de Europa hasta 1815.
El Reino Unido, fortalecido por la Revolución Industrial, constituía la principal potencia naval y comercial del mundo, y el contrincante más importante y decidido de la Francia napoleónica. En ese sentido, defendió a ultranza el equilibrio continental europeo (Balance de Poder), gravemente amenazado por el imperio napoleónico, pues afectaba los intereses estratégicos, económicos y comerciales británicos.
Así quedó planteado un duelo colosal: por un lado, el “Elefante”, el gigante terrestre, el imperio continental regido por Napoleón y protegido por su imbatible Ejército; por el otro, la “Ballena”, el inmenso imperio marítimo del Reino Unido sostenido por su Marina de Guerra, su comercio marítimo y sus posesiones ultramarinas.
Hacia 1803 y 1804 se renovaron las hostilidades en Europa: una vez más, Francia y el Reino Unido se hallaban frente a frente. Napoleón se preparó para la guerra con su imponente Ejército, apoyado por su principal aliado España; por su parte, el Reino Unido tomó la iniciativa en los escenarios navales, y recurrió a su estrategia de formar y apoyar coaliciones con aliados continentales para combatir en territorio europeo.
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El Reino Unido bloqueó posiciones francesas y españolas en el Atlántico y el Mediterráneo (Brest, El Ferrol, Tolón), y organizó una nueva coalición continental con Austria, Suecia, Rusia y Nápoles para luchar contra Napoleón en Europa.
A principios de 1805 Napoleón inició el plan que lo obsesionaba: invadir y conquistar las Islas Británicas. Para ello, concentró un Ejército de 160.000 hombres en Boulogne sur Mer, en el Norte de Francia, que debería atravesar el canal de la Mancha hacia las costas británicas transportado por unas 2000 barcazas de desembarco escoltadas por una importante fuerza naval. Pero todo aquello exigía lograr una supremacía, aunque fuera temporaria, en las aguas del canal de la Mancha, un espacio vital para la defensa británica.
Para iniciar su ambicioso plan, Napoleón ordenó una audaz operación de distracción para sacar de Europa a las flotas del Reino Unido, desviarlas hacia teatros de operaciones más lejanos y dejar indefenso al canal de la Mancha para obtener la supremacía en sus aguas e invadir las Islas Británicas.
En marzo de 1805 el vicealmirante Pierre Charles de Villeneuve, al mando de la escuadra francesa del Mediterráneo, partió de su base de Tolón, burló el bloqueo naval de la escuadra británica del vicealmirante Horacio Nelson, y se dirigió a Cádiz, donde se le incorporó una escuadra española. Desde allí cruzaron el Atlántico rumbo a América, donde efectuaron operaciones en el Caribe (marzo-junio de 1805).
La escuadra de Nelson se dirigió a América para perseguir a Villeneuve. El objetivo de Napoleón parecía cumplirse: las fuerzas navales británicas se retiraban de Europa rumbo a América y dejaban desprotegido el canal de la Mancha.
En junio de 1805 la escuadra franco-española de Villeneuve cruzó el Atlántico y regresó rápidamente a Europa. Pero fue allí donde se produjo el principio del fin, que habrá de culminar en la decisiva jornada de Trafalgar. Por errores de aquel jefe, en lugar de concurrir a Brest y El Ferrol para levantar los bloqueos enemigos, reunir todas las fuerzas navales e invadir las Islas Británicas, se dirigió con su escuadra a Cádiz.
Aquellas maniobras de Villeneuve hicieron perder a Napoleón el factor sorpresa, ya que los británicos conocieron sus planes y se prepararon para resistir y contraatacar: Nelson abandonó el Caribe y volvió a toda vela a Europa, en tanto la escuadra de Villeneuve fue hostilizada en el Norte de España (junio-agosto de 1805). Los británicos reunieron todas sus fuerzas navales para defender el canal de la Mancha, y Villeneuve fondeó en Cádiz en agosto de 1805, donde fue bloqueada por el vicealmirante Nelson. Así quedaba frustrada la invasión de Napoleón a las Islas Británicas.
Profundamente disgustado por perder la oportunidad de conquistar las Islas Británicas, Napoleón relevó al vicealmirante Villeneuve y le ordenó zarpar de Cádiz y dirigirse con su escuadra al Mediterráneo para apoyar operaciones militares en Italia. El cumplimiento de esas instrucciones, y tal vez el deseo de revertir su pobre imagen, incitaron a Villeneuve a abandonar Cádiz y presentar batalla a la escuadra bloqueadora del vicealmirante Nelson.
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La escuadra franco-española se hallaba compuesta por 33 navíos y 7 buques entre fragatas y barcos menores y auxiliares. La artillería sumaba 2626 piezas. Su comandante era el ya nombrado vicealmirante Pierre Charles de Villeneuve, un jefe naval francés prestigioso y temerario, a quien Napoleón había confiado importantes misiones, pero que en las operaciones para invadir las Islas Británicas había demostrado indecisión, temor y falta de perspectiva en momentos claves. Villeneuve tenía como subordinados a prestigiosos y valientes jefes navales españoles: Federico Gravina (comandante de la escuadra hispana), Cosme Churruca, Dionisio Alcalá Galiano e Ignacio de Álava.
La escuadra combinada poseía magníficos buques, poderosos y bien artillados, tales como los navíos “Bucentaure” (insignia de Villeneuve), “Príncipe de Asturias” (insignia española) y el “Santísima Trinidad”, uno de los más imponentes de la época. La artillería era numerosa, pero de menor calidad y volumen de fuego que la británica. Las tripulaciones (27.000 hombres) eran valientes y decididas, pero carecían de adiestramiento. Serán los jefes navales españoles quienes equilibrarán con su coraje y valor las deficiencias de la escuadra.
La escuadra británica estaba integrada por 27 navíos y 6 buques entre fragatas y barcos menores y auxiliares. Su comandante era el vicealmirante Horacio Nelson, el más prestigioso, popular y talentoso jefe naval británico de las guerras contra la Francia revolucionaria y napoleónica, donde logró éxitos navales significativos contra españoles, franceses y daneses en San Vicente (1797), Aboukir (1798) y Copenhague (1801). Nelson se destacó por su carisma, valentía, tenacidad, habilidad estratégica y táctica, flexibilidad, intuición, sentido de la oportunidad y por sus acciones ofensivas y sorpresivas. Fue un auténtico líder y conductor, gran motivador, admirado y amado por sus subordinados, quienes le manifestaban plena confianza.
Los buques británicos eran magníficos, y entre ellos se destacaban el navío HMS “Victory”, insignia de Nelson, y también el navío HMS “Royal Sovereign”, comandado por el segundo de Nelson, el vicealmirante Cuthbert Collingwood. La artillería reunía 2148 piezas de excelente calidad y con gran poder y volumen de fuego, y las tripulaciones eran experimentadas y se hallaban perfectamente adiestradas y motivadas. Sus tripulaciones sumaban 18.000 hombres.
Ambas escuadras concentraban su poder en los navíos de línea, los buques de guerra más poderosos de entonces. Eran buques a vela con casco de madera, con hasta tres o cuatro líneas superpuestas de artillería en las bandas de estribor y babor. La guerra naval de la época consistía en duelos que combinaban habilidad para la maniobra y potencia del fuego artillero. Se aplicaba la táctica de formación en columna o línea de fila, para que los navíos de línea descargaran todo el poder de la artillería de ambas bandas. Se buscaba romper y quebrar la línea de batalla enemiga para aplastar a los buques detrás de la rotura antes de que el resto de la flota adversaria cambiara de rumbo y volviera a unirse para la lucha.
En la mañana del 21 de octubre de 1805, el vicealmirante Villeneuve, entre resignado y con intenciones de salvar su honor, zarpó de Cádiz y navegó hacia el Sur, rumbo al Mediterráneo. La escuadra adoptó una formación en columna un tanto desorganizada, desprolija y curvada, compuesta por tres divisiones: vanguardia (contraalmirante Dumanoir), centro (vicealmirante Villeneuve) y retaguardia (teniente general Gravina). Durante la travesía, la escuadra cayó de a poco hacia el Norte, con intenciones de regresar a Cádiz.
El vicealmirante Nelson organizó su escuadra en dos divisiones: una de 12 navíos, comandada personalmente por él, con insignia en el HMS “Victory”, y la otra de 15 navíos al mando del vicealmirante Collingwood. Ambas divisiones formaron en columna, y navegaron de manera separada y paralela, en dirección oblicua y perpendicular respecto a la formación naval franco-española. Fue en esos momentos cuando el Nelson pronunció su memorable arenga: “Inglaterra espera que cada hombre cumplirá con su deber”.
Hacia mediodía, las dos divisiones británicas lograron la concentración táctica: perforaron y atravesaron el centro enemigo en dos puntos separados, provocando la ruptura, el quiebre y la desorganización de la columna rival, que quedó dividida y desarticulada en tres partes. Los navíos británicos penetraron el centro y la retaguardia de la escuadra combinada, en tanto que su vanguardia quedó aislada del resto y le resultó imposible volver a la batalla y auxiliar a las otras dos divisiones.
Así comenzaron diversos combates desordenados y aislados, en forma de “entrevero”, donde un navío francés o español era rodeado y atacado por tres, cuatro y hasta siete navíos de los británicos, cuyos comandantes hacían gala de excelente maniobra, de la libertad de acción e iniciativa otorgada por Nelson, de su superior artillería y de sus experimentadas y adiestradas tripulaciones.
Numerosos fueron los enfrentamientos particulares durante el encuentro, donde los británicos rindieron o pusieron en fuga a los navíos enemigos. Los choques más destacados fueron los que protagonizaron los navíos de la división Nelson, encabezados por el HMS “Victory”, que capturaron a los navíos franceses “Bucentaure” (insignia del vicealmirante Villeneuve) y “Redoutable” y el poderoso navío español “Santísima Trinidad”.
En su ataque al “Redoutable”, el HMS “Victory” fue recibido por un nutrido fuego de fusilería. El disparo de un anónimo fusilero francés hirió de muerte al mismísimo vicealmirante Nelson sobre la cubierta de su buque insignia, quien aun así continuó dirigiendo la lucha; al ser impactado, exclamó: “¡Por fin lo han conseguido! Estoy muerto”.
El navío insignia español “Príncipe de Asturias”, rodeado por varios navíos enemigos, logró salvarse con su comandante Gravina, gravemente herido (un cañonazo le arrancó un brazo). Menos fortuna tuvo el navío español “San Juan Nepomuceno”, atacado por seis navíos británicos y capturado, con su comandante Churruca arengando a sus hombres, pese a que una bala de cañón le había arrancado una pierna, para morir desangrado.
Al caer la tarde de aquel 21 de octubre de 1805, la batalla naval de Trafalgar había finalizado con la victoria del Reino Unido. Los británicos capturaron 22 navíos franco-españoles, no perdieron ningún buque y tuvieron 1700 víctimas entre muertos y heridos. Los franceses y españoles salvaron 11 navíos, sufrieron 6000 bajas (muertos y heridos) y 7000 prisioneros.
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El vicealmirante Horacio Nelson murió por sus heridas, pero alcanzó a saber del triunfo: sus últimas palabras fueron “Ahora estoy satisfecho. Gracias a Dios cumplí con mi deber…”. Por el lado aliado, el vicealmirante Pierre Charles Villeneuve fue tomado prisionero, el teniente general Federico Gravina quedó gravemente herido y logró ponerse a salvo, y murieron heroicamente en combate Cosme Churruca y Dionisio Alcalá Galiano.
En Trafalgar lucharon por la Real Armada española figuras nacidas o vinculadas a estas tierras: el capitán de navío Luis de Flores (comandante del navío “San Francisco de Asís”) y el capitán de fragata Luis Millán, ambos nacidos en Buenos Aires, y Baltasar Hidalgo de Cisneros, comandante del navío “Santísima Trinidad” y futuro virrey del Río de la Plata.
Frustrados sus planes de invadir las Islas Británicas y prácticamente sin fuerzas navales, Napoleón estableció entre 1806 y 1807 el Bloqueo Continental, para prohibir a los países del continente europeo comerciar con los británicos. Así intentó someter en lo económico y comercial al Reino Unido, para “arruinar a la nación de tenderos”, como Napoleón llamaba a los británicos.
Al perder sus mercados europeos, el Reino Unido los reemplazó por otros en ultramar. Es por ello que invadió el Virreinato del Río de la Plata en 1806 y 1807 con el doble objetivo de asegurar mercados que sustituyeran a los de Europa y hostilizar a España, principal aliado de Napoleón. Las derrotas británicas en el Plata en aquellas dos famosas invasiones tendrán influencia en el proceso que terminó en la Revolución de Mayo.
El triunfo de Trafalgar salvó a las Islas Británicas de los ambiciosos sueños de invasión de Napoleón, otorgó a los británicos la iniciativa en los teatros de operaciones navales durante el resto de la guerra y contribuyó a consolidar al Reino Unido como potencia mundial por más de un siglo.
Perdida casi totalmente su Marina de Guerra, Napoleón replanteó su estrategia con medidas tan audaces como el Boqueo Continental, para finalmente concentrarse en las campañas terrestres. España quedó debilitada como potencia y su presencia y acción en ultramar declinó progresivamente, lo que influyó en el proceso independentista de Hispanoamérica.
La victoria británica de Trafalgar tuvo proyecciones significativas en el futuro de América hispana, ya que dificultó los vínculos de España con sus colonias americanas, las cuales quedaron indefensas forzando a sus propias poblaciones a asumir su defensa, lo que quedó demostrado con las citadas derrotas británicas en sus incursiones al Río de la Plata de 1806 y 1807 (provocadas por el Bloqueo Continental de Napoleón como respuesta a Trafalgar), y su posterior incidencia en la Revolución de Mayo y la emancipación de América hispana.
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