Hay un aspecto del viaje a Londres que, pese a que podría ser considerado superficial, para Belgrano no lo fue. Tampoco para sus contemporáneos. Más aún, es un tema sobre el que siempre se da vueltas, intentando develar supuestos misterios en torno de la personalidad y la vida privada del prócer. Nos referimos a su relación con la moda, más precisamente con el dandismo. Esta corriente tuvo un peso determinante en la historia del vestuario masculino y vale la pena conocer por qué el general Belgrano es señalado como uno de los difusores en nuestras tierras.
Ya contamos que Rivadavia y Belgrano arribaron a Londres en 1815. Allí conocieron esa tendencia tan particular. El dandismo no solo le cambió el vestuario a los señores, sino que también afectó sus actitudes cotidianas.
Las principales características de esta moda fueron el refinamiento, la preocupación por la apariencia, la atención a los detalles y el manejo natural de los buenos modales. El dandismo no era solo ropa, sino sobre todo una actitud frente a la vida.
Belgrano y Rivadavia (45 y 35 años, respectivamente) se encontraron con un estilo de vida social bien distinto del rioplatense. Aquella estadía produjo en ellos cambios notables que cada cual vivió a su manera. Si tuviéramos que encontrar un denominador común, sería la exquisitez: Manuel y Bernardino asimilaron ese gusto por lo refinado durante su estadía en Londres. Por otra parte, la adopción del nuevo vestuario respondía a necesidades protocolares. Pasearse por la corte londinense con calzón corto, medias de seda y zapatos con hebilla, como solían hacerlo en Buenos Aires, no se correspondía con el entorno en el que se movían.
El dandismo les dijo basta a las pelucas de los señores, así como también a otras usanzas masculinas tales como las joyas, los zapatos de taco y hebilla y el empolvado en la cara.
El principal referente del nuevo estilo fue un trepador social de origen humilde, George “Beau” Brummel, asesor del príncipe de Gales —futuro Jorge IV de Inglaterra— y luego árbitro de la moda de una corte que requería un vestuario acorde con la actividad ecuestre y la caza. Simple y elegante.
Lo repetimos: simple y elegante. Si viajáramos en el tiempo hasta 1815 y quisiéramos parecer dandis, deberíamos ocupar una buena cantidad de tiempo en vestirnos de manera que parezca sencilla y a la vez refinada. Una vez que la ropa está en su lugar, deberemos atender a las maneras.
Tendremos que mostrarnos algo indiferentes, despreocupados. Lo interesante y simpático es que los dandis pasaban horas perfeccionando su despreocupación. Sobrevolaba también un aire de narcisismo alrededor del cultor del dandismo.
¿Belgrano y Rivadavia adoptaron estas conductas? Por los comentarios de los contemporáneos podemos advertir que se notaron cambios cuando los diplomáticos regresaron al Plata. No obstante, es indudable que hicieron una adaptación más criolla de la moda. En cuanto a las maneras, si bien hubo un afrancesamiento de ambos, el margen de cambio en Belgrano, al mando de las milicias en los cuarteles de Tucumán, fue muy limitado, aunque no por eso dejó de percibirse.
De todas maneras, el testimonio más ejemplar son los retratos. Los dos diplomáticos posaron, cada uno por su cuenta, frente al pintor Casimir Carbonnier. Si analizamos la pintura del creador de la bandera, podemos observar varias características distintivas del naciente dandismo: los pantalones de lino ajustados de colores claros se angostaban para terminar dentro de la bota de montar. La camisa blanca de cuello alto —que subía por el mentón— con cravat de gasa o seda en el mismo tono para tapar el cuello, que un señor elegante jamás exhibía. Encima, una levita de paño azul.
El corte de pelo se denominaba “Titus” (por el parecido con la imagen del emperador romano Tito) y era corto con rizos y patillas largas aunque, según vemos en la imagen, las de Belgrano no eran muy tupidas. Un dato fundamental: el dandi siempre estaba bien afeitado. Como detalle final agregamos que por la noche los caballeros usaban medias de seda.
Belgrano era un dandi. Acerca de él, dijo José Celedonio Balbín, comerciante de Tucumán que lo conoció luego del viaje a Europa:
“El general era de regular estatura, pelo rubio, cara y nariz fina, color muy blanco, algo rosado, sin barba (...), era un hombre de talento cultivado, de maneras finas y elegantes (...). Se presentaba aseado como lo había conocido yo siempre, con una levita de paño azul con alamares [cordones] de seda negra que se usaba entonces”.
El general José María Paz, quien lo trató antes del viaje a Europa y después, escribió en sus Memorias:
“El general Belgrano hacía ostentación de costumbres e ideas enteramente republicanas, sin que dejasen de ser cultas y delicadas. Vestía como un subalterno y el ajuar de su caballo no se diferenciaba de otro cualquiera. Cuando en el año 16 volvió al ejército después de su viaje a Londres, había variado. Vino decidido por la forma monárquica en la familia de los Incas, sus maneras eran algo aristocráticas, y vestía como un elegante de París o de Londres”.
Subrayamos: “... vestía como un elegante de París o de Londres”. El propio Paz decidió ahondar sobre su opinión: “En los años de 1812, 13 y 14, el general Belgrano vestía del modo más sencillo, hasta la montura de su caballo tocaba en mezquindad. Cuando volvió de Europa, en 1816, era todo lo contrario, pues aunque vestía sin relumbres, de que no gustaba generalmente, era con un esmero no menor del que pone en su tocador el elegante más refinado, sin descuidar la perfumería”.
Estas observaciones, sobre todo la ostentación de los usos europeos hasta el grado de parecer chocantes en comparación con las costumbres nacionales, fueron cuestionadas por su amigo José Celedonio Balbín y por Gregorio Aráoz de Lamadrid, oficial camarada de Paz. Hay que tener en cuenta que las Memorias de Paz fueron publicadas un año después de su muerte (son Memorias póstumas). Por lo tanto, el autor no pudo responder a las observaciones de sus contemporáneos.
Determinar a quién creerle resultaría una tarea compleja. Por lo general, todos tienen un poco de razón. Pero hay una certeza: el vestuario de Belgrano en el cuadro de Carbonnier pone en evidencia el dandismo del prócer.
De todas maneras, hubo un notable contraste entre la austera vida del patriota en el campamento de Tucumán y la exquisitez de su estadía en Londres. A mediados de 1817, el general Belgrano le dijo a Balbín que “se hallaba sin camisas” y le pidió que le llevara, desde Buenos Aires, dos de hilo. En cuanto al cuidado estético, mantuvo las buenas costumbres y el aseo. Una noche se infiltró entre soldados que jugaban por dinero, con el fin de buscar responsables y sancionarlos. Era un sencillo juego de cartas a la luz de una vela. Cuando Belgrano, en la oscuridad y camuflado, extendió su mano para hacer una apuesta, lo reconocieron. ¡Nadie podía tener las uñas limpias y cuidadas, salvo Belgrano! Por supuesto, estas eran enormes ventajas frente a las mujeres, que celebraban la presencia de alguien limpio y perfumado. Y en esto del aseo, se parecieron mucho con San Martín, otro ejemplo de que se puede ser simple, pulcro y elegante a la vez.
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