Las elecciones de marzo de 1904 marcaron un antes y un después en la política argentina y la región, porque los vecinos del barrio de la Boca, aunque la circunscripción se denominaba San Juan Evangelista, eligieron como diputado nacional aquel domingo 13 a Alfredo Palacios, quien se convertía entonces en el primer diputado socialista de América Latina.
Allí compitió, entre otros, con Manco Avellaneda y Alberto Rodríguez Larreta. Palacios obtuvo el 32,6 de las adhesiones, en tanto Avellaneda y Rodríguez Larreta alcanzaron el 23% cada uno.
La llegada de Palacios a la Cámara de Diputados fue posible gracias a la reforma electoral aprobada en 1902, llamada de representación uninominal por circunscripciones. Pese a ser uno de los beneficiarios de la nueva legislación, entendía que “desgraciadamente las maquinaciones de las camarillas políticas, tan funestas para el país, determinaron la abolición del nuevo sistema y la reaparición de la lista que hoy rige, no obstante haber sido repudiada por el mundo civilizado. Y así, la mitad más uno de los electores despojan en absoluto de representación a la otra mitad menos uno, que debido a la injusticia de la ley, o cae en el desaliento más profundo, lo que es funesto para una democracia, o se debate en una constante turbulencia, que agita permanentemente el país impidiendo el progreso de las instituciones”.
Pese a todo, quedaba claro que la llegada de Palacios al Parlamento no era un hecho que pasara desapercibido, al punto que haciendo un juego de palabras con el origen del líder socialista Florencio Sánchez sostuvo que “La Boca ya tiene dientes”.
Fueron muchas las temáticas a las que dedicó su diputación Palacios y los proyectos que salieron de su pluma siempre estuvieron orientados a los trabajadores, las mujeres, niños, ancianos y jóvenes.
Tras haber presentado su diploma como legislador el 19 de abril, poco menos de un mes después, el 9 de mayo, presentó el pedido de interpelación del ministro del Interior Joaquín V. González por los hechos acontecidos en la marcha del 1° de mayo de ese año.
Aquel día se preveía una masiva manifestación en Buenos Aires reivindicadora de la jornada de 8 horas de trabajo diario, y conocedor de la presión que ejercían las masas en la calle, el entonces presidente de la república Julio Argentino Roca había decidido prohibir las manifestaciones y amenazar con reprimir a quienes desconocieran la imposición gubernamental.
Pese a todo, más de 70.000 obreros decidieron tomar las calles en dos movilizaciones, una organizada por la Federación Obrera de la República Argentina (FORA) de carácter anarquista, y otra comandada por la Unión General de Trabajadores (UGT) y el Partido Socialista.
El ambiente era espeso y cualquier chispa haría arder todo, y la excusa fue la paralización de un tranvía por parte de los manifestantes, quienes fueron reprimidos brutalmente por la policía asesinando a Juan Ocampo, un obrero marítimo anarquista, cuyo cuerpo fue sustraído por la policía roquista la misma noche en que fuera velado, siendo enterrado de manera secreta para impedir las movilizaciones populares.
Ante esta situación Palacios no dudó y el 9 de mayo ingresó el expediente 63 en la Cámara de Diputados solicitando la interpelación del Ministro del Interior. Decía entonces Palacios: “Hago moción para que de acuerdo con el artículo 168 del Reglamento se cite al señor Ministro del Interior para que comparezca a este recinto a dar explicaciones respecto de la intervención policial en los acontecimientos del 1ro. de Mayo y para que diga en virtud de qué facultades ha restringido el derecho de reunión clausurando locales obreros e impidiendo la movilización que proyectaran los socialistas de la Boca el día de la apertura del Congreso”.
Los obreros tenían a uno de los suyos sentado en el recinto de la Cámara. Por primera vez sus voces se hacían oír entre las clases dirigentes del país, y Palacios era consciente de su responsabilidad y así lo expresaba ante sus pares “… He dicho que traía los agravios de la gente trabajadora, y toda la Honorable Cámara sabe perfectamente que me refiero a los acontecimientos luctuosos del 1º de mayo, día nefasto, porque ha corrido sangre proletaria por las calles de la capital. (…) Era la gran fiesta del trabajo; en todos los talleres del mundo reinaba el silencio; la máquina, ese esclavo de acero de un régimen económico que se ha convertido en el implacable enemigo del proletariado, no rugía; el silbato estaba mudo y el horno estaba apagado. La clase laboriosa, la masa poseedora de la fuerza del trabajo, se exhibía, estaba de fiesta, cruzaba las calles. (…) No es fácil que la provocación haya partido de la clase trabajadora, por la sencilla razón de que esos obreros habían incorporado a sus columnas las mujeres y los niños, que es lo único que constituye alegría en esos hogares, donde muchas veces falta pan y donde muchas veces hace frío. Pero admitamos, quiero conceder que la provocación haya partido de la Federación Obrera, que haya partido de la manifestación de los trabajadores, aún en ese caso no es posible dejar de reconocer que la represión ha sido excesiva. Se ha hecho una verdadera carnicería con los obreros que iban en esa manifestación. ¡Se les ha fusilado por la espalda, señor presidente!”.
Pero las clases acomodadas no buscaban dar respuestas a los problemas obreros, sino dividir al movimiento y haciendo mella en las diferencias que separaban a socialistas y anarquistas, en el mismo debate, Belisario Roldán buscó complicidad en Palacios afirmando que “Yo sé que esa misma manifestación ha cubierto las paredes de la Circunscripción 4°de esta capital con carteles difamatorios para el representante del socialismo; yo sé que esa manifestación anarquista dispensa sus fulminaciones lo mismo a la burguesía que al socialismo (…) Yo sé que esa agrupación es el peor enemigo del partido al que pertenece el señor diputado, y en ese concepto no le puedo negar mis alabanzas a su abnegación”.
Roldán procuraba abrir una grieta entre socialistas y anarquistas, que aún con diferencias entre sí, buscaban obtener la obtención de derechos para los trabajadores, que durante tanto tiempo habían sido negados por la burguesía que estaba más preocupada en sus negocios que en el bienestar general, aunque la Constitución llevaba medio siglo sosteniendo entre sus principios tenía por objeto el “promover el bienestar general”.
Esta fue la presentación de Alfredo Palacios en el Parlamento nacional, y el primero de los múltiples proyectos que presentó a lo largo de sus tres períodos como diputado, todos orientados a la emancipación de los obreros, entre otros la iniciativa de impuesto progresivo a las herencias, donaciones y legados (que se convirtió en la ley 4.855, en 1905), de descanso dominical (sancionada en agosto del mismo año como ley 4.661), de limitación de la jornada laboral a ocho horas, o de reglamentación del trabajo de las mujeres y los niños (convertida en ley 5.291, sancionada en 1907), lo que provocó que, en ocasión de visitar la Argentina, el célebre dirigente socialista francés Jean Jaurès afirmara, “Palacios ha podido probar que con la fuerza del pensamiento y la inspiración socialista algunas leyes de progreso social podían ser arrancadas a la inercia, el egoísmo y a la ignorancia de las oligarquías”.
Su trabajo, junto al de Juan Bautista Justo, Mario Bravo o Nicolás Repetto, alzó las banderas de un socialismo democrático preocupado en que cada vez más individuos sean ciudadanos y que cada vez más los ciudadanos vivan mejor, sin estridencias ni marketing político, demostrando ser socialista en sus ideas y en el accionar de su vida cotidiana, teniendo sus ideales como rectores de vida y no como un mero título vacío de contenido.
A la boca le habían salido dientes.
SEGUÍ LEYENDO: