Un grupo de indígenas del norte, apretujados en la Plaza de Mayo entre la multitud que se convocó el 17 de octubre de 1945, vieron de primera mano el magnetismo del coronel Juan Domingo Perón. Quedaron impresionados. Allí nació la idea de llevarle el histórico reclamo de devolución de tierras de los pueblos originarios, ocupados por antiguos latifundios tabacaleros y azucareros. Era el momento propicio para terminar con décadas de atropellos, explotación y maltratos, soñando con la tierra que les había sido arrebatada.
Los collas veían en Perón el interlocutor que buscaban, más cuando había afirmado públicamente que la tierra debía ser para quien la trabajase. Esto, sumado al anuncio que había realizado el Consejo Agrario a fin de 1945 de que expropiaría tierras en la Puna para cedérselas a comunidades indígenas, tal como ellos reclamaron oficialmente a mediados de 1945, terminó por convencerlos.
Un malón pacífico
Fue en la Puna donde nació la idea de hacer una marcha pacífica hacia la ciudad de Buenos Aires. Lo llamarían “El Malón de la Paz”, y colaboró en la logística y organización el teniente retirado Mario Augusto Bertonasco, quien ya había participado en la relocalización de comunidades mapuches en el sur del país.
La columna de 174 indígenas, representando a 65 comunidades, partió el 15 de mayo de 1946 desde Abra Pampa. Debían recorrer cerca de 2000 kilómetros. En carretas, mulas, burros y hasta a pie se fueron sumando indígenas en Jujuy y Salta. La columna pasó por Tucumán, Córdoba, Rosario y Luján. En cada lugar, eran homenajeados y asistidos, teniendo en cuenta que en la travesía una persona falleció y algunos debieron ser hospitalizados.
Los diputados no se ponen de acuerdo
Mientras tanto, en el Congreso se discutían proyectos para atender a sus reclamos. Todos coincidían en que debía haber una reivindicación por el despojo de sus tierras y era inminente el ingreso de un proyecto de expropiación de “leguas del norte y que se las entreguen a ellos”, tal como se anunció en el recinto.
El diputado Nerio Rojas pidió solucionar “el drama del indio argentino”, mientras que los legisladores peronistas antes querían estar seguros que detrás de esa pintoresca caravana no se escondiesen gestores con otras intenciones. Esta última propuesta ganó por 99 votos contra 21. Los líderes indígenas serían recibidos por una comisión compuesta por los diputados Guillot, Andreotti, García, Rojas y Aráoz. No tendrían otro contacto con ellos.
En la ciudad
En Luján asistieron a un oficio religioso y el sábado 3 de agosto por la mañana ingresaron a la ciudad de Buenos Aires por Liniers. En Flores, se sumaron al grupo integrantes de la Alianza Indoamericana y de centros tradicionalistas. En el Centro Provincianos Unidos recibieron un refrigerio. Ya en las cercanías de Plaza de Mayo, le arrojaron flores desde algunos balcones de edificios de la Avenida de Mayo. Hasta una mujer se quitó su echarpe y se lo regaló a una joven indígena. Alrededor de la Pirámide, con sus instrumentos musicales tan característicos, rezaron y se dirigieron hacia la Casa de Gobierno.
Esa mañana, el presidente Juan Perón los saludó, acompañado por su vicepresidente Hortensio Quijano, desde los balcones de la Casa de Gobierno. Y luego los recibió en su despacho, donde los collas entregaron un petitorio lacrado. Perón no lo abrió, pero les adelantó que sus demandas serían atendidas.
Los indígenas fueron alojados en el Hotel de Inmigrantes, bajo la coordinación de la Dirección del Departamento de Protección Aborígen. Una vez que se acomodaron, el primer mandatario los visitó.
Racimo humano
Los diarios escribieron que “esos hombres de tez mate, vestimenta policroma como para disimular su drama interior, mujeres mustias de pechos sucintos y mirar resignado, esos changos de ojos mansos, ese racimo humano lleva la pena de ser extranjeros en su propia tierra”. Y criticaron que hubieran sido alojados en el Hotel de Inmigrantes –“inaudita paradoja” escribieron.
-¿Te gusta Buenos Aires? -le preguntó un periodista a uno de ellos.
-Es enorme. Esto nunca se podrá terminar de conocer. El río es enorme.
El domingo 4 quisieron asistir a un partido de fútbol, pero la lluvia se los impidió. Los llevaron a conocer el cementerio de la Chacarita. “Es el cementerio más grande del mundo”, se asombraron. También pasearon en subterráneo y con sus ponchos empapados, asistieron a una misa en Luján. Recién al domingo siguiente fueron a ver el partido entre Boca y Huracán, que se jugó en la cancha de San Lorenzo. Vieron cómo Boca ganaba por 3 a 2 y hasta pudieron ingresar al campo de juego.
Pero la solución a sus reclamos no llegaba
Rápidamente, los indígenas desaparecieron de la agenda periodística.
Observadores malintencionados opinaron que esta movida de Perón con los collas apuntó a distraer la atención de la opinión pública sobre la crisis desatada en la provincia de Catamarca, que sería intervenida el día 5, luego de duros enfrentamientos entre facciones del partido Laborista.
Un emisario del gobierno les recomendó que regresasen a sus hogares, que los títulos de propiedad se los enviarían por correo. Los indígenas, recelosos, se negaron.
El peor final
En la noche del 27 de agosto, nadie percibió el tren parado detrás del Hotel de Inmigrantes. Efectivos de la Prefectura Naval entraron para desalojar el establecimiento. Como encontraron resistencia, se sumó la Policía Federal que, con gases lacrimógenos y a fuerza de golpes y empujones, indígenas rodando por las escaleras, los subieron a la formación, que partió hacia el norte.
Algunos lograron escapar y recurrieron a Bertonasco, que nada pudo hacer. En las paradas que debió hacer el tren en estaciones intermedias, una fuerte vigilancia impidió que pudiesen descender. En el destino, Jujuy, los esperaban las mismas condiciones de explotación y abusos. Y sin tierras.
Al mes siguiente, Perón afirmó que los representantes del Malón de la Paz no representaban los derechos de los auténticos pobladores indígenas. Y la historia, para ellos, volvía a repetirse.
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