En 1862, y a instancias del entonces presidente, Bartolomé Mitre, ya concluidas las luchas armadas intestinas, se propuso condecorar y premiar al soldado veterano de las Guerras de la Independencia que luciera la mejor foja de servicios: el elegido recibiría una medalla alusiva y un premio de 10000 pesos.
Un jurado militar de amplia trayectoria, constituido por los brigadieres generales Enrique Martínez, José Matías Zapiola y José María Pirán, y los coroneles José María Albariño y Blas Pico, sería el encargado de evaluar los antecedentes de los aspirantes al concurso.
Además de traer documentación probatoria, los candidatos que se iban presentando eran interrogados por el jurado.
Los primeros postulantes no conformaban a tan exigente mesa examinadora… hasta que apareció el hombre que colmó las expectativas: José Obregoso, dueño de una foja de servicios impresionante y con 68 años de edad.
Granadero del Ejército de los Andes, cruzó la Cordillera junto a San Martín, combatió en Chacabuco, Talcahuano, Cancha Rayada y Maipo. También estuvo en Pichincha, Nazca, Pasco, Ayacucho y Riobamba, entre muchas jornadas históricas más. No había campo de batalla que Obregoso no hubiera pisado, blandiendo el sable o tocando el clarín.
Ante la mesa examinadora manifestó que había sido él quien con su trompeta llamó a la carga en la última batalla por la Independencia... Ayacucho. Mitre, embelesado por tales historias, lo bautizó: “Obregoso, el trompa de Ayacucho”.
Además, el aspirante a la gloria le había salvado la vida a Mariano Necochea en Junín y, de regreso al Plata, se había integrado al Ejército de Juan Lavalle en 1828, no sin antes combatir en Ituzaingó y Yerbal. A las órdenes del “León” estuvo en Matanzas, Navarro y Puente de Márquez. Emigrado a Uruguay, formó parte del ejército de Rivera y luego siguió a Lavalle en toda su campaña hasta acompañar sus restos al Potosí.
Retornó a Buenos Aires en 1854, siendo ayudante de Mitre en Cepeda, y como sargento mayor combatió en Pavón. Realizó campañas contra los indios en Bahía Blanca y Patagones.
Receloso, el Tribunal lo acribilló a preguntas... fechas, jefes, disposiciones de las fuerzas en las batallas y cómo había peleado en tantos diferentes regimientos... Obregoso tenía respuesta para todas y cada una de las dudas de los jurados. Habló además de las veces que fue prisionero, de sus fugas y de cómo se reincorporaba a las fuerzas patriotas allí donde se encontraran. Hay que decir que seguramente el aval y la recomendación de Mitre pesaron en la balanza.
Llegó el día de elegir al ganador y éste fue José Obregoso. Recibió los 10000 pesos que le sirvieron para pagar la hipoteca de su modesta casa en Belgrano (Juramento y Libertador, nada menos) sobre un terreno de 7000 m2, donde viviría con su esposa e hijos. Su minuto de gloria quedó inmortalizado en una fotografía, con flamante uniforme militar y 21 medallas en el pecho.
El Trompa de Ayacucho, José Obregoso, era el soldado a imitar, ¡ejemplo de virtudes!
Durante la Guerra contra el Paraguay, el presidente Mitre no quiso privarse de contar con el “símbolo ejemplar” y llevó a Obregoso consigo para que los jóvenes soldados lo venerasen en vida, aunque también soplaría su trompeta en la batalla de Curupaytí, a más de 50 años de los inicios de su carrera militar según lo había contado en su foja de servicios.
Se descubre la verdad
De regreso a Buenos Aires, a principios de los 70, el ya teniente coronel Obregoso inició un reclamo por pago de sueldos adeudados en diversos momentos de su extenso servicio a la Patria. Pero bien sabemos que una cosa es un jurado para evaluar un premio y otra muy distinta son los burócratas contadores que deben aprobar un gasto o pensión...
Así saltó el engaño de Obregoso, al que evidentemente lo perdió la codicia. Al revisar los archivos para chequear los pagos que se le habían realizado, se encontró que José no era porteño como declaraba sino que había nacido en Trujillo, Perú; y como si esto fuera poco, su nombre figuraba en un listado de soldados prisioneros del ejército realista capturados por el capitán de granaderos Juan Isidro Quesada, ¡precisamente en Ayacucho!
Su fraude fue descubierto en 1873 por la “Comisión Liquidadora de la deuda de la guerra de la Independencia”. Así las cosas, se consultó a varios veteranos y oficiales de San Martín quienes confirmaron que jamás lo habían visto y ni siquiera habían oído hablar de él. Inmediatamente se le exigió un descargo ante un tribunal más severo; allí su historia se derrumbó, cometió gruesos errores y cayó en contradicciones en temas específicos, lo que terminó de revelar el engaño.
Participaron de este nuevo proceso el brigadier general Juan Esteban Pedernera, el coronel mayor Eustaquio Frías y los coroneles Juan Isidro Quesada y Rufino Guido y fue fundamental -y lapidario para Obregoso- el testimonio del coronel Jerónimo Espejo.
<b>Obregoso era un tramposo</b>
El papelón no trascendió ni fue tan publicitado como su heroicidad. Aún hoy se lo menciona en algunos diccionarios históricos y nóminas de Guerreros de la Independencia. Falleció en Belgrano el 25 de octubre de 1877. Legendario y condecorado. Una plaza en San Isidro llevó su nombre, también alguna calle.
En 1979 Héctor Daniel Viacava realizó una excelente investigación y publicación en la revista Todo es Historia que dirigía Félix Luna. “Obregoso, el granadero mentiroso”, dando a conocer la verdadera y oculta historia del héroe premiado que no fue tal.
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