“El aluvión zoológico”: la historia del diputado que criticó al peronismo y terminó exiliado en Uruguay

El radical Ernesto Sammartino fue castigado por la mayoría peronista en la Cámara. Sus discursos en contra de Juan Domingo Perón le valieron su banca

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El diputado radical Ernesto Sammartino
El diputado radical Ernesto Sammartino

Sus declaraciones lo condenaron. El diputado radical Ernesto Sammartino inauguró en 1947 la lista de legisladores que serían hostigados por la Justicia a partir de sus expresiones en contra del peronismo. A Sammartino lo echaron de la Cámara, una medida que la mayoría peronista adoptaría luego contra Ricardo Balbín, Agustín Rodríguez Araya y Silvano Santander. El mismo castigo intentaron aplicarle a Arturo Umberto Illia, pero la iniciativa no prosperó.

Nacido en Ramallo, Sammartino llegó al Parlamento en 1936 en representación del pueblo de la Provincia de Entre Ríos, y cuatro años después en representación de la Capital Federal, mandato que fuera truncado por el golpe de Estado promovido por el GOU al que pertenecía Perón, en 1943.

En 1946 inició su tercer mandato como diputado nacional, una vez más por el radicalismo de la Capital Federal, ya con Juan Domingo Perón en el gobierno. El 8 de agosto de aquel año, en el recinto de la Cámara de Diputados, Sammartino afirmó en referencia a la bancada oficial: “Algunos diputados que se sientan en los escaños de la mayoría conocen, como Panurgo, las cuarenta formas del hurto”.

La declaración generó una previsible reacción de los diputados peronistas, que, mayoritariamente sin experiencia en la dialéctica parlamentaria, acusaban a Sammartino de haberlos ofendido al tratarlos de ladrones.

Rápido de reflejos, el diputado radical se defendió: “Yo no dije robo, sino hurto y hurta quien se apodera de la voluntad de sus conciudadanos por medio de engaños y sofismas”. Pero el oficialismo no aceptó sus disculpas y resolvió suspender al radical por tres sesiones. Fue la primera vez que se aplicó tal medida en la historia parlamentaria argentina. Sin embargo, esto no amedrentó a Sammartino, ni tampoco lo consiguió dos meses después el accionar de Manuel Costa, el sicario contratado para asesinarlo y que falló en su cometido.

Sammartino era un furibundo opositor al gobierno peronista y un muy hábil orador, por lo que no faltaría oportunidad en que los objetivos de ambos sectores se contrapusieran y volviera a haber problemas. La disputa se reinició cuando el diputado criticó una serie de artículos periodísticos firmados por Perón: “La historia se inicia, para él, con su llegada; ¿y antes no existió nada en este país? La torpeza mental, creo, no ha sido nunca defecto de los grandes presidentes argentinos, y el nuestro acusa ahora falta de ponderación mental y de equilibrio moral”.

Fue días después, en la sesión del 26 de julio de 1947, cuando en medio de un griterío ensordecedor que procuraba acallarlo, e incluso no faltaba quien quería tomar a golpes de puño a Sammartino, haciendo oídos sordos a la crítica pronunció su recordada frase. Lanzó el legislador radical: “El aluvión zoológico del 24 de febrero parece haber arrojado algún diputado a su banca, para que desde ella maúlle a los astros por una dieta de 2.500 pesos. Que siga maullando, a mí no me molesta”.

Esto generó una batahola, y previendo las consecuencias al finalizar la sesión, Ricardo Balbín expuso por más de dos horas distrayendo la atención y garantizando el tiempo para que Sammartino pudiera salir.

Las palabras que pronunció Ernesto Sammartino
Las palabras que pronunció Ernesto Sammartino

Tras estas palabras, estaba claro que todo estaba servido para un nuevo cruce entre los legisladores peronistas y Sammartino, y esto ocurrió el 23 de junio de 1948.

En su discurso, que por disposición del entonces presidente de la Cámara de Diputados Héctor J. Cámpora no fue publicado en el Diario de Sesiones, Sammartino afirmó: “No hay crimen de lesa patria más típico que destruir la historia de un país y menoscabar la memoria de los próceres y de los hombres que forjaron la nacionalidad. Esa corriente revisionista de la historia, que intenta arrojar sombras sobre nuestros próceres, con mentalidad antidemocrática, con documentos apócrifos, con información deficiente y falsa, es una corriente de desintegración de la nacionalidad, de disociación del pueblo argentino, que nosotros debemos y queremos combatir con fervorosa pasión argentina”.

Y agregó: ‘La torpeza mental y la ofuscación de espíritu no han sido nunca defectos de los grandes presidentes argentinos. Zaherir, agraviar, difamar a la oposición por presuntas o reales desviaciones, cuando se debe adoctrinarla y orientarla, es revelar incapacidad para la alta docencia de la primera magistratura. Un presidente que agravia a todas las fuerzas políticas adversarias; un presidente que cree que la historia empieza y termina en él, acusa, por lo menos, falta de ponderación mental y de equilibrio moral”.

Como es de suponer, esto generaba reprobación de la bancada oficialista que cada vez toleraba menos el accionar de Sammartino, quien redoblaba la apuesta párrafo tras párrafo, y dirigiéndose a los legisladores peronistas les espetó: “Pensarán que éste es un pueblo digno de vivir bajo el látigo de un dictador, y que esta no es la Cámara libre de una república democrática, sino la Cámara arrodillada de una factoría con pujos de nación soberana".

Esta referencia del miembro del mítico Bloque de los 44, que se había erigido como el último dique de contención del oficialismo en la Cámara de Diputados de la Nación, provocó que sus pares peronistas votaran la conformación de una comisión especial y urgente para expulsarlo de la Cámara.

Pero antes que los diputados decidieran su expulsión, hubo uno de ellos que quiso ahorrarle el trabajo a la Cámara y optó por intentar expulsarlo de la vida. Lo retó a duelo. Efectivamente Eduardo Colom y Ernesto Sammartino se encontraron en la quinta de Sustaita Seeber, pero finalmente el duelo nunca se realizó, por circunstancias que nunca quedaron muy en claro y que cada uno de los contendientes atribuían al temor del oponente.

El peronismo no iba a dejar pasar el accionar de Sammartino, pese a que era uno de los pocos representantes de un minoritario bloque de 44 legisladores, ya que para ellos su accionar “contaminaba” la Cámara de Diputados, donde compartía bancada con políticos de la talla de Arturo Frondizi, Ricardo Balbín o Arturo Illia, y la Comisión creada a tal fin avanzó con el pedido de expulsión de Sammartino de la Cámara Baja.

La sesión convocada para el 5 de agosto de 1948 tenía tal fin, el apartar la manzana (más) podrida. Por el oficialismo actuaría de informante José María Conte Grand, quien fue enumerando una a una las participaciones de Sammartino en el recinto y pidió su exclusión entendiendo que sus discursos eran “ofensivos y humillantes”, por su parte la bancada radical, como era previsible, se opuso a sancionarlo y así lo hizo saber en la voz de Alfredo Vítolo, quien entre otras cuestiones sostuvo que ‘cuando la oposición es silenciada, deja de existir el gobierno republicano y la mayoría comete un golpe de Estado’.

Aunque lo más interesante de la sesión estaba por venir, y fueron las palabras del propio Sammartino para defenderse de las acusaciones. Dijo el legislador en su último discurso en el recinto de la Cámara de Diputados antes de su expulsión: "No hemos venido aquí a ensayar reverencias frente al látigo ni a bailar lanceros. Esta no es una boíte de moda, ni un club social. Esta es la Cámara libre de un pueblo libre y un presidente de la República no puede hablar como el jefe de una tribu al compás de tambores de guerra, para despertar el odio o la adhesión de las turbas ululantes. ¿Hemos planteado acaso alguna cuestión cuando el presidente dijo, el 23 de junio último, que éste era un pueblo en el que había diez millones de vagos, o cuando expresó que es un pueblo de acomodaticios?”. Sin embargo la decisión ya había sido tomada, y tal como lo dejaba entrever el propio acusado, no se la había adoptado en el Parlamento sino en las oficinas de Casa Rosada. El presidente Perón había decidido que Sammartino no fuera más diputado y sus legisladores actuaban en consecuencia.

La votación concluyó con 104 votos a favor de la expulsión y 42 en contra. Mientras la bancada peronista cerró la sesión al grito de “¡Viva Perón!”, el radicalismo respondió con un “¡Viva la República!” y el bloque pasaría a ser de 43 diputados nacionales.

Estos acontecimientos, que no son muy conocidos, tan solo pasaron a la historia por aquella afirmación que desencadenó el apartamiento de Sammartino de su función legislativa, convirtiéndose en el primero de varios legisladores sancionados y expulsados de la Cámara de Diputados de la Nación.

Sin embargo, como sostiene Jorge Vanossi, “se asoció mecánicamente su expresión como si hubiese sido un grito clasista y racista, cuando en realidad lo que condenó fueron los núcleos de activistas, organizados o inorgánicos, que no representaban al auténtico pueblo de la Nación, y que en la búsqueda de la justicia social no titubearon en denigrar la libertad. Por dicho motivo más de una vez recordó que nunca condenó los logros sociales del justicialismo sino a las mayorías parlamentarias regimentadas y obsecuentes que en su momento no apreciaron que las conquistas populares debían estar acompañadas de la democracia política y de respeto por las libertades individuales”.

Sammartino finalmente se exilió en Uruguay donde, entre otras actividades, se desempeñó como editorialista de El Día, diario que estuvo estrechamente ligado a la familia Battle, y en particular al Partido Colorado. Tras la caída de Perón en 1955, con la cual Sammartino colaboró desde el exterior, regresó al país y cuando se dividió el radicalismo quedó junto a Balbín en la Unión Cívica Radical del Pueblo, donde compitió internamente por la fórmula presidencial de 1958 junto a Miguel Ángel Zavala Ortiz enfrentando al propio Balbín, quien lo derrotó junto a Santiago Del Castillo, que a su vez fueron derrotados en las elecciones generales por Arturo Frondizi, quien contó con el apoyo de Perón.

En 1960 fue electo una vez más diputado nacional, pero su mandato fue interrumpido por el golpe militar de 1962 que derrocó al presidente Arturo Frondizi. Con la llegada al gobierno de Arturo Illia, ocupó la embajada argentina en el Perú hasta que el líder radical fue depuesto. Murió el 7 de enero de 1979.

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