Marxista de origen, Jorge Abelardo Ramos se vinculó desde octubre de 1945 con la historia del peronismo: fue un defensor leal, franco e independiente del movimiento nacido entonces y de su líder. Cumplió esa misión desde su actividad como historiador y también como organizador y animador político de lo que bautizó como izquierda nacional.
Fue desde aquella experiencia vital de 1945, que encaró una actividad intelectual y política que lo llevó a revisar la historia argentina y a afirmar una visión continentalista que tomaría forma con su primer gran libro: América Latina, un país, editado en 1949. Durante esos años de gobierno de Perón sus artículos compartieron la primera plana del diario Democracia con los del Presidente, ambos con seudónimo: Perón firmaba Descartes y el seudónimo de Ramos era Víctor Almagro.
Después del golpe militar de 1955, que derrocó a Perón e inauguró una proscripción de casi dos décadas, la actividad de Ramos se multiplicó. No se limitaba a escribir, se convirtió en un verdadero “productor intelectual”, porque no sólo elaboró un pensamiento original sobre la Argentina; publicó periódicos, animó grupos y organizaciones que acompañaban sus pasos, editó sus propios libros y los de otros autores argentinos, latinoamericanos o extranjeros, del presente y del pasado, para mostrar sinfónicamente, coralmente, una concepción del país, de Sudamérica y del mundo mirado desde acá y ponerla a disposición de las nuevas generaciones.
Algunos nombres y algunos ejemplos: el historiador mexicano Carlos Pereyra, el brasileño Helio Jaguaribe, el gran pensador católico uruguayo Alberto Methol Ferré (una de las fuentes inspiradoras del jesuita Jorge Bergoglio) y su compatriota Vivian Trías fueron conocidos en nuestro país por los tomos de su Editorial Coyoacán, que también reeditó la Historia del Chacho Peñaloza de José Hernández, las estrofas gauchescas y las polémicas de Arturo Jauretche, los estudios de Juan Álvarez sobre las guerras civiles, las memorias de Sir David Kelly –embajador británico y sutil testigo de las horas de nacimiento del peronismo- y los recuerdos de uno de los fundadores de la Unión Obrera Metalúrgica, Angel Perelman: Cómo hicimos el 17 de Octubre.
En 1957 Ramos publica una de sus obras más influyentes: Revolución y contrarrevolución en la Argentina, primera gran expresión del revisionismo histórico de la izquierda nacional. Ramos despliega una visión nueva y enraizada en el país, que se nutre en Moreno, Artigas y Alberdi y se inspira en la presencia protagónica de las masas populares contemporáneas y su conductor; rastrea en la historia los antecedentes del presente y así construye una interpretación rica y sugestiva, que descubre patria, democracia y cambio progresivo donde otros veían barbarie o feudalismo.
Desde Montevideo, Methol Ferré se sorprendería de esa visión que, informada por el marxismo, podía hacer esa reivindicación de lo nacional y lo federal. Enrique Zuleta Álvarez, en su clásico El nacionalismo argentino, destacaría la “fuerza polémica” y el “estilo ‘ágil, desenfadado e incisivo” de Ramos. “Su ingenio, rápido en el castigo y en la réplica y acre en el sarcasmo hacia los adversarios iba parejo con su facilidad para la diatriba, y la agudeza de sus epigramas cáusticos resultaba insólita en la literatura de izquierda proverbialmente triste…”
La perspectiva de Ramos desconcertaba a la izquierda y también al nacionalismo tradicional, porque el nacionalismo cultural de Ramos no era aislacionista, sino la búsqueda de una fuerza y una voz propias con las que encarar la proyección universalista de Argentina y Latinoamérica. ¿Por qué copiar o imitar los conceptos y las categorías pensados por otros para otras realidades?
La mirada incitadora que conectaba las luchas y las metas del pasado con las del presente, volcada en una prosa aguda, irónica y elegante fue un puente que nos facilitó a los jóvenes de entonces la mejor comprensión de la historia y de la política, en ese proceso caracterizado como de “nacionalización” de las clases medias que se observó a partir de los años 60.
Realizó esa tarea a contracorriente. Antes y después de esos años, Ramos debió soportar el silencio o el hostigamiento del establishment intelectual en un arco que iba de izquierda a derecha.
En términos históricos y políticos, Ramos enfrentó a esa forma del “pensamiento único” llamada iluminismo o, si se quiere, progresismo, que dibujaba un mundo homogéneo, geométrico, gobernado por leyes racionales universales para cuyo despliegue las tradiciones y los modos culturales propios de cada pueblo aparecían como supersticiones, obstáculos o rémoras erradicables, y las diversidades individuales o colectivas eran observadas como “no homologables”, contingentes, desencuadradas y susceptibles de ser reeducadas o…suprimidas. Ese modelo iluminista estaba particularmente vigente en la izquierda que, por lo demás, se consideraba poseedora de las claves de la Historia, con mayúscula, y creía saber hacia donde ésta se dirigía… O debía dirigirse.
Ramos prefería el realismo, la comprensión atenta de los sentimientos del pueblo propio, a los dogmas ideológicos de pretensión universal y se diferenciaba de todo satelismo o dependencia de centros exteriores. Para su concepción de izquierda nacional, lo “nacional” no era un adjetivo, sino un sustantivo. El eje de su pensamiento. En paralelo con el pensamiento de Perón, que desplegaba su “lucha por la idea” a través de la tercera posición justicialista, Ramos desarrollaba la idea de un socialismo “flor de ceibo”, un socialismo criollo.
Por otra parte, concebía esa corriente patriótica y socialista como complementaria y hasta funcional al peronismo, estrechamente aliada pero externa al justicialismo porque –afirmaba con clarividencia- “el peronismo no es socialista, sino que expresa el impulso de un capitalismo nacional de base democrática que nosotros apoyamos”. Premonitoriamente, decía: “Quienes respalden a Perón y quieran un futuro socialista tienen un lugar con nosotros. Si, en cambio, pretenden hacer socialismo dentro del peronismo van a terminar atacando su jefatura, que es la jefatura del movimiento nacional, y buscarán disgregar el movimiento”.
Cuestionó la política de quienes eligieron ese camino y peleó para que al menos parte de una activa generación (a la que yo pertenecía) desarrollara democráticamente su vocación de cambio, acompañara a las mayorías populares y eludiera la vía muerta del terrorismo donde parecía arrastrarnos implacablemente la atmósfera de época de los años setenta. Ese ha sido otro gran aporte de Ramos al país.
En esos mismos años “de plomo”, cuando no estaban todavía de moda las oenegés de género, Ramos impulsó dentro de su fuerza un tema que estaba fuera de la agenda de los partidos: los derechos de la mujer y el desarrollo de un feminismo popular. Con el estímulo y la inspiración de su vieja compañera Fabi Carvalho, tomó personalmente el asunto, alentó reformas en los procedimientos y políticas internas de su corriente para abrir canales de participación y puso en marcha lo que tiempo después sería el primer sindicato nacional de amas de casa.
Hoy, las ideas que Ramos escribió en el siglo XX han penetrado de tal modo en la sociedad que casi podría decirse que al menos fragmentos de ellas ideas se han convertido en sentido común. Son muchísimos hoy los que “hablan Ramos sin saberlo”. Y también hay pícaros que hablan Ramos sin citarlo y sin darle el crédito que le corresponde. Inclusive existen muchos que en su momento lo combatían o calumniaban, que invocan hoy algunas de sus ideas para deformarlas sin límite.
En cualquier caso, conviene recordar que si algo lo caracterizó, fue su capacidad para dejar de lado la repetición, los clichés y las fórmulas simplificadoras, mirar la realidad de frente e interpretar los hechos nuevos con ideas nuevas.
Políticamente, Ramos mantuvo durante más de medio siglo su alianza leal con el peronismo desde afuera de ese movimiento. Poco tiempo antes de morir, impulsó a sus compañeros del Movimiento Patriótico de Liberación (ya había abandonado la palabra izquierda) a ingresar al peronismo y disolverse en sus filas. Plena década del 90. Esa Argentina impulsaba vigorosamente la construcción del Mercosur, un hito fundamental para la visión continentalista de Ramos. Pocos años antes, el centro del llamado “socialismo real”, la Unión Soviética, se había disuelto. El mundo de la segunda posguerra, en el que Ramos se había formado, se clausuraba. La realidad cambiaba aceleradamente y era preciso pensar de nuevo.
Ramos se replegó en principio sobre lo propio, las masas peronistas: “Me voy con la negrada”, le respondió desafiante a un periodista que quiso interpelarlo entonces.
Ese mensaje fue la última lección que nos dejó.
Cristina Noble es autora de “Abelardo Ramos, creador de la izquierda nacional” (Capital Intelectual, 2006)
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