La crítica de Jorge Abelardo Ramos al comunismo argentino no derivaba solo de su origen trotskista sino también y sobre todo de su rechazo a un partido que respondía antes que nada y por encima de todo a los dictados de una potencia extranjera. El desprecio agudizaba su ingenio y se multiplicaba en fórmulas lapidarias para categorizar a esas fuerzas antinacionales: “En la medida en que el Partido Comunista estuvo siempre contra los movimientos populares, quedó reducido a un grupo bien organizado pero cuya peligrosidad se limita a la venta de rifas”, decía por ejemplo en 1972 en declaraciones a la revista Confirmado.
Esta conciencia de que no existía un “imperialismo bueno” o “menos malo” -el soviético-, tesis largo tiempo defendida por parte de la izquierda latinoamericana -todavía visible hoy en la defensa del régimen castrista- fue lo que lo llevó a un temprano acercamiento al peronismo y su tercera posición.
Sus diatribas iban también dirigidas al socialismo local, pero con una caracterización diferente a la del PC: “La izquierda argentina expresó clásicamente la influencia política y monetaria de la burocracia soviética a través del Partido Comunista, mientras la influencia del imperialismo inglés se presentó a través del partido del doctor Justo”, decía en la citada entrevista.
En cuanto a la izquierda que, en los 60 y 70 optó por la lucha armada, decía Ramos a Confirmado: “Allí podemos distinguir dos sectores: los que hablan y los que hacen. Los que hablan son mucho más numerosos que los que hacen y están instalados generalmente en los barrios residenciales del interior y de la Capital, y en la Facultad de Filosofía y Letras. A ésos no les tengo el menor respeto, ni político ni intelectual. Respeto, sí, a los que practican la acción armada, aunque descreo de ella. Yo creo que cuando se toman las armas las debe tomar el pueblo argentino, como en mayo de 1810 y en mayo de 1969. La acción colectiva, pacífica o militarmente, redime de una sociedad mal constituida. Pero nunca una minoría”.
La gran obra de Ramos sobre el comunismo criollo, Historia del stalinismo en la Argentina, publicada en 1969, está agotada. Existe un segundo ensayo en el que se retoman algunos de sus tópicos, con el título Breve historia de las izquierdas en la Argentina.
De allí surgen los extractos que se publican a continuación, referidos a los orígenes del PC argentino y su condición extranjerizante, que explica el porqué de su colusión en varias etapas cruciales de nuestra historia con las elites más reaccionarias y exclusivistas. Este posicionamiento los llevó en varias ocasiones a avalar la destitución de gobiernos legales y respaldar activamente a regímenes de facto.
<b>Breve historia de las izquierdas en la Argentina [extracto]</b>
Fruto de la descomposición de la socialdemocracia, hijo de la Revolución Rusa, el Partido Comunista Argentino participó, para su infortunio, de aquella decadencia [N. de la E: en referencia a las luchas fraccionales en la Unión Soviética] y de esta crisis. Nacido de una revolución lejana, se consolidó con su contrarrevolución, y si había sido forzosamente ajeno al triunfo de la revolución rusa, fue para su desgracia la manifestación local de su degeneración burocrática. El paralelismo de ambos hechos, la degeneración administrativa del Estado soviético y la construcción de un aparato burocrático bajo la forma de partido en la Argentina, rechaza toda idea de un fenómeno casual. Por el contrario, el uno nace del otro y el Partido Comunista de la Argentina arrastrará en su acción doméstica, como una sombra, las variaciones interiores y exteriores de la política soviética. Tal es el secreto del triunfo de [Vittorio] Codovilla en su perdurabilidad como jefe del partido Comunista, y tal es la clave por la cual podrá explicarse la total impotencia de dicho partido para comprender e influir en el destino del país.
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En una sesión del Congreso [N. de la E: de la Liga Antiimperialista Mundial, en 1927], cuando Haya de la Torre insistía en la necesidad de estudiar los problemas de América Latina como una gran unidad económica y política, Codovilla exclamó: “¡Que perezcan, por último, estos veinte pueblecitos con tal que se salve la Revolución Rusa!” [N. de la E: en referencia a los países latinoamericanos].
Sin duda, Codovilla ha mantenido en los últimos cuarenta años una posición inmodificable con respecto a su continente de adopción, y esa exclamación no será la última. Su colega en el Congreso de Bruselas, y luego renegado del comunismo, el peruano Eudocio Ravines, dirá en sus memorias que Codovilla le confió: “A un comunista no le interesa sino la campaña de la III Internacional, aunque para sostenerla se sacrifiquen quince países.”
La identificación de este curioso dirigente del Partido Comunista argentino con el gobierno soviético no podía ser más completa. Será necesario agregar que Vittorio Codovilla no era argentino. Había nacido en Italia en 1894, aunque su existencia haya discurrido en actividades no siempre públicas, en varios países: Italia, Argentina, Rusia, España, París. (...) ... aún ahora, quienes han tenido la fortuna de escucharlo “in voce”, coinciden en corroborar su escaso dominio de nuestro idioma. (...) ¡Curioso jefe de un partido político! Un verdadero cosmopolita, como el personaje en cuestión, figuró durante décadas al frente de un movimiento “comunista”. Como si toda la experiencia histórica no enseñara que el jefe de un partido debe ser la encarnación misma de la tradición, los intereses y la psicología del pueblo en que actúa. Un Lenin, un Kemal Attaturk, un Cárdenas, un Tito, un Nasser, un Mao-Tse-tung, un Yrigoyen, un Perón, resumen en sus personalidades los rasgos generales de la historia nacional en su forma más plástica. Sólo un partido “extranjero”, es decir, no integrado en la trama viva del país, podía colocar a su cabeza un dirigente como Codovilla, “extranjero” en el sentido profundo de la expresión. No era por cierto la Argentina una excepción. América Latina no revestía ninguna importancia para los grandes personajes de la Rusia Soviética.
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Cuando Codovilla y el stalinismo argentino adoptan una posición “nacional”, no lo mueven razones nacionales; y cuando asume una actitud “internacionalista”, tampoco obedece a un análisis particular del peculiar proceso político argentino. En ambas circunstancias esos virajes responden a las evoluciones del gobierno soviético (...).
Para el stalinismo, inyectado desde afuera a la realidad nacional, la Argentina ha sido siempre el campo de las incidencias tácticas de una guerra cuya estrategia está concebida desde Moscú. Para nosotros, el país es el verdadero teatro de la historia, y la estrategia de la lucha revolucionaria debe nacer de nuestras condiciones históricas, económicas y geográficas. Todo lo demás es adjetivo: resulta inútil y es un mero alarde verbal hablar de centros “revolucionarios mundiales”, sean o no moscovitas. Toda la experiencia histórica prueba el carácter fatal de esos “centros internacionales”.
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El partido stalinista argentino, llevando a la acción la sabiduría de una nueva ciencia marxista- stalinista, condenaría al presidente Yrigoyen como “fascista”, al mismo tiempo que el general Uriburu lo derrocaba por “demagogo”.
En 1930 comenzaría una perfecta distribución de papeles entre la oligarquía resurrecta y el stalinismo, alianza virtual que no se destruiría en ningún momento y que adquiría plena vigencia, como corresponde a las posiciones serias, en los instantes decisivos de la política argentina. Como por otra parte “las masas obreras y campesinas” en la Argentina tenían como rasgo propio que, por un lado el proletariado recién estaba en formación y, por el otro, “los campesinos” eran en su mayoría arrendatarios o propietarios capitalistas, - la llamada “pampa gringa” - resultaba en consecuencia que la revolución “democrático-burguesa” en nuestro país sólo podía verificarse por medio de un proletariado casi inexistente, contra el conjunto del país.
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<b>EL GOLPE MILITAR DE 1930: SOCIALISTAS Y STALINISTAS</b>
En agosto de 1930, pocos días antes de que el general Uriburu derribara al Presidente Yrigoyen, el Partido Comunista declaraba: “El gobierno de Yrigoyen es el gobierno de la reacción capitalista, como lo demuestra su política reaccionaria fascistizante, contra el proletariado en lucha, contra el cual aplica cada vez más los métodos terroristas.”
Sin embargo, diecisiete años más tarde el mismo partido dirá otra cosa muy distinta: “Con el golpe de estado militar-fascista del 6 de setiembre de 1930 la oligarquía agropecuaria y el gran capital monopolista reconquistaron el control completo del aparato del Estado y formaron un gobierno defensor de sus intereses.”
En este ejemplo de micro-historia de las caracterizaciones políticas del Partido Comunista se percibe su alucinante incoherencia: Yrigoyen, fascistizante, es derribado por un golpe militar-fascista. En su mistificadora historia oficial, la dirección del partido soslayará la responsabilidad personal de Codovilla: “En este tiempo, el camarada Codovilla se hallaba ausente del país, cooperando fraternalmente con otros frentes de lucha, por la democracia y contra el fascismo.”
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