Por 1810, la sitiada ciudad de Montevideo era el último baluarte español en el Río de la Plata. Los realistas disponían una amplia supremacía naval que era usada para buscar víveres en nuestro litoral para la población. Entonces, era necesario dar fin a esas incursiones que tropas realistas realizaban a lo largo de la costa del Paraná. Si bien se encargaban de incautar víveres y olfatear dónde se escondían los caudales, no habría que descartar que los españoles buscaban un punto del litoral donde hacerse fuertes e iniciar una ofensiva.
Para proteger las costas occidentales del Paraná desde Zárate hacia el norte, se comisionó al coronel San Martín y a su flamante unidad, el Regimiento de Granaderos a Caballo. Según señala el general Miller en sus memorias: "Este oficial (San Martín) fue el primero que levantó y organizó un regimiento de caballería, arreglado al sistema europeo, compuesto de cuatro escuadrones, y al cual dio el nombre de granaderos a caballo. Hasta esa época la importancia de la caballería disciplinada, instruida y maniobrará, así como el modo de emplearla, era casi desconocido en las provincias del Río de la Plata".
Se transformaría en una unidad de élite y la piedra basal del profesionalismo en el ejército. Era un calco de la temible caballería napoleónica, que San Martín había enfrentado en la península. Los granaderos eran sometidos a un duro entrenamiento, donde se forjaban su carácter y disciplina. Estaba regido por un férreo código de honor, escrito por el propio San Martín.
La primera escaramuza
El 29 de enero de 1813 San Martín llegó con su unidad a Santos Lugares y tuvo su primer inconveniente: el maestro de postas no había recibido la orden de dejar lista la caballada, lo que supuso el primer retraso en la marcha.
A partir de San Nicolás, donde las tropas patriotas alcanzaron el río Paraná, San Martín decidió marchar solo de noche, para evitar ser visto por los españoles. El oficial había dejado de lado su uniforme y lucía un chambergo de paja americana para pasar lo más desapercibido posible.
El portaestandarte Pacheco fue el que seguía más de cerca los movimientos de los barcos españoles y reportó a San Martín que en la madrugada del sábado 30 de enero habían echado ancla en San Lorenzo. Un destacamento español había desembarcado y se dirigió al convento de San Carlos Borromeo en busca de carne fresca. Previsores, los frailes habían alejado al ganado y los españoles debieron contentarse con algunas gallinas y melones. Hasta los propios curas habían partido. Quedó el padre guardián, fray Pedro García.
De pronto, irrumpió Emeterio Celedonio Escalada, a cargo de la comandancia militar del Rosario, que al ver al contingente español lo atacó con 20 hombres de infantería y 30 de caballería. E hizo tronar el pequeño cañón que llevaban. Si bien logró la dispersión de los españoles, el fuego de la artillería de los barcos frenó a Escalada.
En la noche del 31 un paraguayo, prisionero en la flota española, que logró fugarse, dio datos más concretos: aseguró que la tropa realista era de 350 hombres y que lo que pretendían era registrar el convento, ya que pensaban que allí se guardaban los caudales de la localidad.
Un inglés en San Lorenzo
San Martín llegó a San Lorenzo el 2 de febrero por la noche. Escalada le proveyó de caballos frescos, existentes en la posta del lugar. Allí se encontró con un personaje que estaba de viaje rumbo al Paraguay: el inglés Guillermo Parish Robertson, a quien había conocido en las tertulias en la casa de su suegro, Antonio Escalada. Junto a su hermano John, se dedicó al comercio en el Río de la Plata hasta que en la época de Juan Manuel de Rosas emprendieron el regreso a Gran Bretaña.
Como se presumía que Guillermo apoyaba a la Logia Lautaro, entonces, ¿estaba, en realidad, de viaje o había sido enviado por la Logia por algún motivo especial? El encuentro con el inglés fue amistoso y acordaron encontrarse más tarde para festejar con vino añejo la victoria, cosa que harían.
El combate
Los granaderos ingresaron por la puerta trasera al convento y tenían prohibido hacer fuego o hablar en voz alta. San Martín subió a la torre de la iglesia y ahí mismo diseñó el plan de batalla.
En el amanecer del 3, los granaderos ocupaban los patios ubicados del lado opuesto al río Paraná. A las 5 de la mañana 250 españoles desembarcaron al mando del capitán de artillería urbana Antonio de Zabala. No sospechaban nada, pero eran precavidos: marchaban en doble columna, a paso redoblado, con bandera desplegada en dirección al convento.
San Martín expresó: "En dos minutos estaremos sobre ellos, sable en mano". Ordenó a sus granaderos montar, que no disparasen un solo tiro y que usasen sables y lanzas. "Espero que tanto los Señores Oficiales como los Granaderos, se portarán con una conducta tal cual merece la opinión del Regimiento".
En la Historia del Regimiento de Granaderos a Caballo, de Camilo Anschütz, relata que San Martín dividió su fuerza en dos compañías, de 60 hombres cada uno. La primera, a su cargo, atacaría de frente mientras que la segunda, a cargo del capitán Justo Germán Bermúdez, daría un pequeño rodeo y atacaría el flanco izquierdo realista para cortarles la retirada.
Cuando los españoles vieron la carga de San Martín, se formaron en martillo, y efectuaron una cerrada descarga de fusilería y metralla, según señala Bartolomé Mitre en su Historia de San Martín.
El caballo bayo de cola cortada al garrón de San Martín recibió una bala en su pecho. Se desplomó y la pierna derecha del coronel quedó aprisionada por el cuerpo del animal. Junto a él estaba su cuñado, el portaestandarte Manuel Escalada. Le gritó: "Reúna usted al Regimiento y vayan a morir".
Ese momento de indecisión de los granaderos, al ver a su líder caído, fue desbaratado por el capitán Bermúdez, que había hecho un rodeo demasiado largo y que recién llegaba a la acción. Al grito de "viva la patria", junto al teniente Manuel Díaz Vélez, persiguieron a los realistas hasta la barranca misma del Río.
Pero alrededor de San Martín se desarrollaba otro combate. Un soldado español, al verlo inmóvil, le lanzó un golpe de sable a la cabeza que el jefe de granaderos alcanzó a esquivar, a pesar de que le provocó un corte en su mejilla izquierda. Otro español arremetió con su bayoneta, pero el puntano Juan Bautista Baigorria lo mató. Fue el correntino Juan Bautista Cabral quien logró sacar a San Martín, pero a costa de su vida.
Mientras el teniente Hipólito Bouchard mataba al abanderado español y capturaba la bandera, Julián Navarro, capellán accidental del regimiento, que San Martín había incorporado, se movía en el fragor del combate dando la extremaunción y alentando a los granaderos.
Bermúdez y Díaz Vélez encabezaron la persecución de los españoles que buscaban la costa. Una esquirla de metralla le destrozó la rótula a Bermúdez, con lo que quedó fuera de combate. En su ímpetu, Díaz Vélez cayó por la barranca, recibiendo una herida de bala en la cabeza. Fue el único prisionero que tomaron los españoles, y que sería canjeado al día siguiente. Moriría el 20 de mayo de ese año a causa de sus heridas.
A las 6 de la mañana, la acción había finalizado. Había durado 15 minutos. Los españoles tuvieron 40 muertos, 13 heridos y 14 prisioneros, mientras que los patriotas 15 muertos, 27 heridos y un prisionero. San Martín tenía una herida en la mejilla y una dislocación del brazo. Los heridos fueron llevados al refectorio del convento, donde recibieron las primeras curaciones. En ese lugar, moriría Cabral. De Buenos Aires habían enviado al cirujano Francisco Cosme Argerich.
En el parte de la victoria, San Martín destacó: "Los ataqué de derecha a izquierda, hicieron no obstante una esforzada resistencia sostenida por los fuegos de los buques pero no capaz de contener el intrépido arrojo con que los Granaderos cargaron sobre ellos sable en mano". Y finaliza: "Seguramente el valor y la intrepidez de mis granaderos hubiera terminado en este día de un solo golpe las invasiones de los enemigos en las costas del Paraná, si la proximidad de las bajadas que ellos no desamparan, no hubiera protegido su fuga, pero me arrojo a pronosticar, sin temor, que este escarmiento será un principio para que los enemigos no vuelvan a inquietar a estos pacíficos moradores".
El granadero que se dejó morir
El capitán Bermúdez fue uno de los heridos que, por su gravedad, no había sido llevado a Buenos Aires. Le habían amputado la pierna. Este uruguayo de 29 años se sentía culpable por no haber podido cumplir con la orden de atacar al mismo tiempo. Bermúdez había participado del sitio de Montevideo, entre 1810 y 1811, había sido hecho prisionero y, una vez en libertad, por recomendación de Rondeau, fue incorporado como teniente primero de la primera compañía de Granaderos. Falleció el 14 de febrero. La historia oficial dice que fue a consecuencias de sus heridas; la versión que dejaron correr los frailes del convento fue que se arrancó el vendaje para morir desangrado, por la vergüenza sufrida. En carta al general Miller, San Martín dijo de Bermúdez: "Bravo oficial, pero novicio en la carrera".
El 27 de febrero San Martín solicitó una pensión para su viuda, Dominga Rosas, "que ha quedado desamparada con una criatura de pecho, como también para la familia del granadero Juan Bautista Cabral". El resto de las familias de los muertos también recibieron una pensión.
Los granaderos fallecidos fueron enterrados en una fosa común, en el huerto del convento. Más tarde, los frailes construirían un cementerio, donde serían llevadas las cenizas.
Al día siguiente de la batalla, el jefe español Zabala, herido en una pierna, se acercó al convento. Fue invitado a desayunar. Deseaba conocer a aquella tropa que se había batido con semejante coraje y disciplina.
Dos días después del combate, en Buenos Aires la gente festejó la victoria después del mediodía. El gobierno ordenó salvas de artillería y repique de campanas, y dispuso mil pesos a distribuirse entre los vencedores.
El cuartel de Granaderos estaba ubicado donde hoy está la Plaza San Martín. Su jefe hizo colocar, sobre la puerta de entrada, un tablero con la siguiente inscripción: "Al Soldado Juan Bautista Cabral. Murió en la acción de San Lorenzo el 3 de febrero de 1813. Sus compañeros le tributan esta memoria".
Atribuyen al propio San Martín, en una carta enviada a la Asamblea que, en sus últimos minutos, Cabral habría dicho "muero contento, mi general, hemos batido al enemigo".
Todas las tardes, en la lista mayor, el sargento primero encargado del primer Escuadrón, al pasar lista llamaba "Juan Bautista Cabral" y el sargento más antiguo contestaba: "Murió en el campo del honor, pero existe en nuestros corazones. ¡Viva la Patria, Granaderos!".