"Ni vencedores ni vencidos" pasó a los anales de la historia nacional como una actitud magnánima de Urquiza frente a los derrotados en Caseros, aunque el entrerriano no pronunció estas palabras en esa oportunidad, sino meses antes, frente a las murallas de Montevideo, cuando levantó el sitio y se llevó las tropas argentinas que rodeaban la ciudad. El destinatario de este cumplido era el general Manuel Oribe, a quien conocía desde años antes.
Fue justamente uno de estos regimientos acantonados en el Cerrito montevideano el que se convirtió en blanco de la furia de Urquiza, el llamado Regimiento Aquino.
La oreja del coronel
El coronel Aquino era un oficial unitario formado en la rigurosa escuela del general Paz, que, por los avatares de la guerra, había pasado sus años de exilio en Chile. Enterado de los preparativos para enfrentar a Rosas, no dudó en sumarse al Ejército Grande de Urquiza.
Al coronel Pedro León Aquino le fue asignado uno de los regimientos porteños que había sitiado la capital oriental. El coronel era conocido por el rigor del entrenamiento y sus métodos para disciplinar a "la montonera". No le temblaba el pulso para imponer sanciones, como dejar en el cepo por días a los revoltosos, bajo los soles de enero.
Tanto rigor creó recelo en la tropa, quienes además se percataron de que este ejército estaba dispuesto a atacar al Restaurador, a quien seguían siendo leales. Ni Urquiza, ni Oribe y menos aún Aquino, les habían preguntado cuáles eran sus preferencias políticas…
Una noche los soldados de Aquino decidieron terminar con este estado de cosas y, sin más, asesinaron al coronel y sus oficiales leales. Dicen que al jefe le cortaron la oreja en la que lucía un aro, a la vieja usanza de los granaderos (el general Pacheco también tenía uno). Las malas lenguas dicen que, al sumarse al ejército de Rosas, le ofrecieron el macabro recuerdo a don Juan Manuel.
El Regimiento Aquino peleó fieramente en Caseros, porque sabían que no habría para ellos perdón. Y así fue… perdida la batalla, fueron capturados uno por uno, y los 600 hombres, prolijamente colgados de los árboles en el Paseo del Bajo, para que nadie dudara de la suerte que les esperaba a los traidores.
El degüello invertido
El coronel Martín Isidoro de Santa Coloma pertenecía a una antigua familia porteña, y era hombre de Rosas. Vehemente mazorquero, era famoso por haberle pedido al Todopoderoso que le concediera la suerte de no "morir de muerte natural, sino degollando unitarios". Al parecer, Dios le concedió solo una parte del deseo, ya que el coronel Santa Coloma resultó ser el degollado.
Después de la derrota, fue hallado por los hombres de Urquiza en una capilla de Santos Lugares, allí se aprestaron a cumplir las órdenes de su jefe y degollarlo por la nuca "para que pague las muertes que ha cometido". Lo hicieron con un cuchillo mellado para prolongar la agonía.
Al doctor Mamerto Cuenca lo mató el coronel oriental Antonio Pallejas, cuando intentó evitar el asesinato de los heridos que cuidaba en el improvisado hospital de campaña. Y al coronel Martiniano Chilavert, antiguo oficial de Lavalle, convertido en jefe de Artillería de la Federación, Urquiza ordenó fusilarlo por la espalda, como a un traidor, a pesar de no haber sido el único que había expresado su disenso con las políticas unitarias y el apoyo que estos le habían ofrecido a los franceses.
Después de entregarse a los vencedores, hubo una entrevista entre Urquiza y Chilavert. Nadie sabe qué se dijo en esos minutos. Al finalizar el encuentro, don Justo dio la terrible orden que no se pudo cumplir, porque, enterado de la afrenta, el coronel se resistió con tanta fuerza a ser fusilado como un traidor que fue menester ultimarlo a bayonetazos.
El 3 de febrero y en los días subsiguientes, hubo vencedores y hubo vencidos, como en toda guerra.