Históricamente, el vínculo del Vaticano con las colonias americanas era a través de la corona española. El mismo se vio resentido porque, luego de declararnos independientes, fue evidente que Roma poseía mucha más afinidad con España que con los revolucionarios de esta parte del mundo.
Basta consultar cualquier libro de historia para encontrarnos con uno de los primeros prelados que alcanzó notoriedad. Benito Lué y Riega, obispo de Buenos Aires, aquel que por salvar a la religión católica, juró fidelidad al invasor inglés en 1806 pero también ayudó en la reconquista el año siguiente. En el cabildo abierto del 22 de mayo de 1810 fue claro: aún cuando quedase un solo español en América, estas tierras debían ser gobernadas por ellos.
Pero los acontecimientos y los gobiernos iban en otra dirección. Como los curas dependían de sus superiores que residían en España, la Asamblea del Año 13 declaró que las Provincias Unidas del Río de la Plata eran independientes de toda autoridad eclesiástica existente fuera de su territorio y que todas las comunidades religiosas quedaban independientes de aquellos. Y recaía en los obispos locales asuntos que, normalmente, eran tratados en instancias superiores fuera del país.
A comienzos de ese mismo año, el gobierno había suprimido el temible tribunal de la Santa Inquisición, con lo cual los curas perdían un poderoso instrumento de control religioso.
La iglesia continuó participando de la vida pública y política del país. De los 29 congresistas que firmaron el acta de la independencia el 9 de julio de 1816, 12 eran sacerdotes, y muchos de ellos se destacaron en los debates en torno al régimen de gobierno que se debía adoptar. También supieron adecuarse a las circunstancias cuando, durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas, eran obligados a usar, como toda la población, el famoso cintillo punzó. De todas formas, el gobernador siempre chocó con la jerarquía eclesiástica ya que exigía ejercer el derecho de Patronato, una institución que venía de los tiempos de las antiguas monarquías, por medio de la cual la Santa Sede habilitaba a aquellos reyes defensores del catolicismo a elegir o reemplazar a autoridades eclesiásticas.
La reforma de Rivadavia
Tal vez el de Bernardino Riavadavia haya sido el primer intento serio por cortar la marcada influencia de la iglesia en los asuntos terrenales. Siendo ministro de Gobierno de Martín Rodríguez, en 1822 puso en práctica una amplia reforma eclesiástica, a aplicarse a partir del 1 de enero de 1823. Entre sus 35 artículos disponía la abolición del fuero personal del clero; la supresión del diezmo contemplando que los fondos del Estado zanjarían el vacío que provocaría; transformó el seminario conciliar en Colegio Nacional de Estudios Eclesiásticos, mientras que su artículo 26 dejaba establecido la expropiación de ienes inmuebles, que el todopoderoso funcionario consideraba "no necesarios para el culto".
El Papa León XII, en 1825, terminaría condenando la independencia americana. Prefería continuar manteniendo buenas relaciones con España que acercarse a esos movimientos revolucionarios en la otra punta del mapa.
La ley 1420
Uno de los choques importantes ocurrió durante la primera presidencia de Julio A. Roca. La culpable fue la Ley 1420 que imponía, en todo el territorio, la enseñanza común, laica y obligatoria, lo que hizo poner el grito en el cielo del nuncio papal, monseñor Luis Mattera quien además era un férreo opositor a la contratación de maestras norteamericanas, tildadas de "herejes" en los círculos católicos, porque algunas eran protestantes. El gobierno le advirtió, entonces, que se guardase sus opiniones para reuniones privadas, pero que no las hiciese en público porque el gobierno no permitiría ese tipo de interferencia en cuestiones de estado.
Ese mismo año, 1884, abrió en la provincia de Córdoba la primera Escuela Normal con instrucción laica y en su plantel había maestras extranjeras. La iglesia no demoró en lanzar un anatema contra la escuela, que es una suerte de excomunión, que motivó a las autoridades de la escuela a solicitarle a Mattera la mediación con el gobierno. Las notas de pedido de explicaciones de Eduardo Wilde, ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública y las
respuestas del nuncio, ignorando algunas respuestas y poniéndo el énfasis en otras, provocó que el gobierno, haciendo uso del Patronato (contemplado en la Constitución Nacional), relevase al vicario general de Córdoba, quien se había quejado públicamente contra las maestras extranjeras.
Cuando el delegado papal fue en su defensa el presidente Roca, cansado de tantas idas y vueltas, le dio 24 horas para abandonar el país. Y así se rompieron las relaciones con el Vaticano. En su segundo mandato, el propio Roca las restablecería.
En 1923 hubo un pequeño cortocircuito entre la iglesia y el presidente Marcelo T. De Alvear cuando éste, apelando al Patronato, propuso designar a monseñor Miguel de Andrea al frente de la arquidiócesis de Buenos Aires. Primero sólo obtuvo un largo silencio del Vaticano, silencio que se rompió cuando de Roma enviaron a monseñor José María Bottaro.
Con Perón
Pero si de enfrentamientos hablamos, el de Juan Domingo Perón como presidente ocupa un lugar de privilegio. Durante su primera presidencia no hubo graves contratiempos con la iglesia, salvo uno cuando Perón le otorgó la personería jurídica a la Escuela Científica Basilio y le brindó el permiso policial para hacer un acto en el Luna Park, bajo el desafiante lema de "Jesús no es Dios". Perón se enfureció por el escándalo que armaron los católicos que fueron a copar el estadio. Visiblemente contrariado, se recluyó en su quinta de San Vicente para no recibir a monseñor Eugenio Ruffini, que llegaba a Buenos
Aires para participar del V Congreso Eucarístico a celebrarse en Rosario. A Perón lo harían entrar en razones y el entredicho fue superado. Hasta 1954 las relaciones eran armoniosas y diplomáticas hasta que un hecho menor hizo saltar todo por los aires. En mayo y junio de ese año en la cancha de Atlanta se congregaron enfermos, algunos de ellos terminales, donde un
pastor evangelista, Theodore Hicks los curaba a través de las palabras y la oración. La iglesiay sus fieles -que muchos de ellos ya eran abiertamente opositores al gobierno- estaban indignados y perplejos. El obispo de San Luis se refirió al "santón Hicks", recordándole a Perón que la Constitución determinaba que el presidente debía pertenecer a la religión católica, apostólica y romana y que el Estado debía sostener dicho culto.
Fueron esos católicos opositores a Perón los que respondieron fundando el Partido Demócrata Cristiano.
En septiembre la Unión de Estudiantes Secundarios organizó en Córdoba un acto por el Día del Maestro, al que no fueron más de 1000 personas; de la vereda opuesta, diez días después la Acción Católica -aprovechando el Día de la Primavera- armó un desfile de carrozas, que congregó a 100 mil personas.
En la Casa Rosada devolvieron el golpe. El 30 de septiembre el Congreso – manejado por el oficialismo- votó la equiparación de derechos de hijos legítimos e ilegítimos y el 14 de diciembre aprobó la ley de divorcio vincular; además, se reimplantó la vieja ley de Profilaxis, que autorizaba la apertura de prostíbulos. Se suprimieron feriados de festividades religiosas y hasta los comerciantes tenían prohibido exhibir en sus comercios el tradicional pesebre navideño.
Era un enfrentamiento sin retorno. El 25 de mayo de 1955 fue la primera vez que un presidente no asistía al tradicional Té Deum (A ti, Dios) de la Catedral. Los católicos no se quedaron atrás: en la festividad del Corpus Christi (que celebra la presencia de Cristo en la Eucaristía) 250 mil personas transformaron un acto religioso en una protesta política. Perón hizo sacar a la policía de las calles, que era la que debía controlar el orden de manifestantes, los que en la puerta de la Catedral metropolitana gritaban "libertad". Fue cuando en el Congreso se quemó una bandera argentina, el vicario general Manuel Tato terminó expulsado y el Vaticano excomulgó a Perón. Luego vendría el bombardeo a Plaza de Mayo y la revolución del 16 de septiembre, bajo el lema "Cristo vence".
Alfonsín y el púlpito
En 1957 se creó el vicariato castrense, y en octubre de 1966, mediante un acuerdo entre Argentina y la Santa Sede, se reemplazó el Patronato por el Concordato, que rechaza la influencia civil en los asuntos eclesiásticos.
Dos semanas antes del amotinamiento carapintada de Semana Santa, en 1987, el presidente Raúl Alfonsín tuvo un inédito contrapunto con el vicario castrense, monseñor José Miguel Medina, en medio de una misa por los caídos en la guerra de Malvinas. En su homilía, Medina exhortó "…no a la delincuencia, no a la patotería, no a la coima, el negociado y la injusticia; no a la disgregación, a la antisocial emigración, a la decadencia, a la destrucción de la identidad nacional…".
Alfonsín se dirigió al púlpito y desde allí le respondió: "Si conoce de alguna coima o de algún negociado que lo diga y lo manifieste concretamente… porque si se ha dicho esto delante del presidente es porque seguramente conoce algo que el presidente desconoce. Quiero darle la tranquilidad de que estamos transitando el camino de la patria grande". Es que la iglesia no le perdonaba al mandatario radical la ley de divorcio. Los prelados rechazaban a la Unión Cívica Radical por su liberalismo y laicismo.
El Papa Juan Pablo II visitó nuestro país en dos oportunidades. La primera, durante la guerra de Malvinas, en la que estuvo 31 horas y cumplió un papel de relevancia, mientras que en 1987 estuvo 16 días.
El corolario de estos doscientos años de historias de enfrentamientos, a veces públicos, a veces velados, no pudo tener un final mejor: el actual Sumo Pontífice surgió de estas tierras. Lo que comprueba que si bien Dios no es argentino, se le parece bastante.
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