Las caras desfiguradas de la Gran Guerra

Por Isabelle Grégor

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Un soldado antes y después
Un soldado antes y después de la colocación de una máscara esculpida, 1920, Anna Coleman Ladd papers, Archives of American Art, S.I.

[Artículo publicado originalmente en francés en la revista especializada Herodote]

Ninguno de los soldados que participaron en la Primera Guerra Mundial volvió indemne: el traumatismo fue intenso tanto para los cuerpos como para los espíritus.

Entre los millones de heridos, algunos ni siquiera podían ser reconocidos por sus familiares, a tal punto estaban desfigurados.

Estas gueules cassées (caras quebradas) se convirtieron en símbolo de los dolores provocados por ese conflicto. A un siglo de distancia, es tiempo de partir a su encuentro para rendir homenaje a su coraje.

Es sabido que la Gran Guerra fue el escenario de todas las innovaciones: los industriales dieron en efecto muestras de una linda imaginación para volver particularmente violento al conflicto.

Francis Bacon, Autorretrato, 1969, Colección
Francis Bacon, Autorretrato, 1969, Colección privada

La primera beneficiada de los progresos de la tecnología fue la artillería que infligió por sí sola los dos tercios de las heridas. Si, antiguamente, las balas enemigas podían todavía causar heridas benignas, los tiempos habían cambiado mucho: convertidas en cónicas y por lo tanto más rápidos, esos proyectiles provocan desde ahora heridas que permanecen abiertas y pueden gangrenarse rápidamente, considerando las condiciones sanitarias.

Elemento esencial de la defensa, las ametralladoras, cuyo número se multiplicó, hicieron estragos en las líneas desde los primeros meses de conflicto, sobre a corta distancia. Era un verdadero muro de balas (a veces cerca de 500 por minuto) que son lanzados contra las tropas.

El que tiene la suerte de escapar a esa máquina infernal, debe temer el fuego que viene del cielo, esos obuses de fragmentación que provocaron el 67 por ciento de las heridas en el frente oeste.

Efecto de un obús en
Efecto de un obús en la noche, abril 1915, Georges Scott, 1915, París, Museo del Ejército

Bombardeando las trincheras a veces durante días, laceran con sus estallidos metálicos los cuerpos que sólo están a salvo en los refugios más profundos. Apenas protegidas por los cascos y las mochilas apoyadas en la nuca, las cabezas están particularmente expuestas.

En esta guerra cuerpo a cuerpo, los soldados deben además exponerse regularmente para observar al enemigo. ¡Y cuidado con el que deja ver la brasa de su cigarrillo en la noche! Muy pocos soldados pudieron salir ilesos: se estima que 40 por ciento del contingente francés fue herido de modo invalidante y entre 11 y 14 por ciento de ellos, en el rostro.

Bajo la lluvia de obuses

"En la guerra, nada hay más horrible que soportar un bombardeo. Un hombre está en esos momentos solo en su agujero. Al principio charla con su vecino del agujero de al lado. […] Fanfarronea, se obliga a bromear […] . Pero constata que su risa suena falsa y de golpe decide ser franco consigo mismo: no hay duda, es un bombardeo, uno en serio, una de esas preparaciones de artillería que preceden los ataques y en los (que) no debe quedar ni un ser vivo en las trincheras. […] Si siente que el obús va a caer cerca suyo, cierra los ojos, se hace chiquito, coloca su brazo para proteger su cabeza… […] Pronto, el ruido se vuelve infernal; varias batería truenan simultáneamente. Imposible distinguir alguna cosa. Los obuses se suceden sin interrupción. Le parece que su cráneo va a explotar, que pierde la razón. Es un suplicio cuyo final no se puede prever . […] La fuerza ciega se desata. Y el hombre se queda en su agujero, impotente, esperando, esperando el milagro". [Extracto del diario La Saucisse, abril 1917).

René Apallec, Gueule cassée, collage
René Apallec, Gueule cassée, collage hecho con fotografías de L’Illustration, entre guerras

Lo urgente: la atención médica

Cuando la herida llega, no siempre es posible en medio del pánico general ser puesto a resguardo por los camaradas. Hay que esperar la noche para que los camilleros, guiados por los gritos, puedan intervenir. Pero, ¿cuántos soldados, desfigurados por los obuses y no pudiendo hacerse oír, fueron abandonados en el terreno por sus compañeros que los creyeron muertos?

Para los más "afortunados", los primeros auxilios se hacen sobre palanquines improvisados, porque las trincheras son muy estrechas para las camillas.

Afiche de la Unión de
Afiche de la Unión de Heridos del Rostro

Luego viene el puesto de vendaje para los primeros cuidados que permiten luchar contra la asfixia y la hemorragia, antes de encaminarse al puesto de emergencia del regimiento donde actúa un médico.  

Ya desde 1914 se instalan ambulancias quirúrgicas: muy rápidamente en efecto, se comprende que es más eficaz empezar a tratar directamente en el terreno en vez de apurarse a trasladar a los heridos hacia la retaguardia.

Una evacuación hacía perder demasiados preciosos minutos para gran riesgo de infección. La higiene era en efecto muy relativa por falta de conocimientos de las bacterias: para combatirlas, sólo se disponía de lavandina. Recordemos que no había técnicas de reanimación y que la transfusión sanguínea había sido muy poco usada antes de 1917. Felizmente, con frecuencia, el barro frenaba las hemorragias… A unos veinte kilómetros del frente, son las Ambulancias Quirúrgicas Automóviles (Auto-Chir) compuestas por camiones limpios, bien iluminados y calefaccionados. Los heridos en el rostro podían entonces ser orientados hacia los servicios de tránsito de retaguardia a la espera de poder ser transportados fuera de las zonas de combate.

Las "pequeñas Curie" al rescate

Una mujer sorprendente, esta Marie Curie. aunque está lejos de ser una experta en exámenes radiológicos, decide ir a salvar vidas en el frente con su propio servicio. Ayudada por Antoine Béclère que es especialista en la materia, consigue aparatos y convence a algunas damas acomodadas de que le presten sus vehículos (y) los convierte en cabinas de radiología sobre ruedas.

Marie Curie al volante de
Marie Curie al volante de una “Petite Curie”, 1914

Logra equipar 18 vehículos y 200 puestos fijos, en los que trabajan cientos de colaboradores. Ella misma se pone al volante luego de sacar su carnet de manejo en 1916 y se dirige al frente acompañada por su hija, Irene. Terminada la guerra, rechaza la Legión de Honor que querían entregarle por sus investigaciones. Pero confiesa que la hubiera aceptado si el motivo hubiese sido homenajear a sus queridas "pequeñas Curies".

Reconstruir los cuerpos

Cerca de 15000 grandes heridos en el rostro llegan a los hospitales. Sus chances de sobrevivir son paradójicamente elevadas: las funciones vitales no fueron alcanzadas y las infecciones son menos frecuentes en lo que tradicionalmente es una parte del cuerpo habituada a los microbios.

Atendidos en los flamantes centros especializados, los únicos instalados lejos del campo de batalla (Lyon, Bordeaux, París, Toulouse, Marsella…), los heridos, muy a su pesar, van a inaugurar una especialidad inédita, la cirugía maxilofacial.

Apoyándose en los conocimientos en estomatología y otorrinolaringología, los médicos buscan a tientas procedimientos innovadores para devolverles un rostro a los soldados.

Por un lado, se desarrollan los injertos, apoyándose en los tejidos del propio herido. Por ejemplo, para los más afectados, se retoma la impresionante técnica del injerto italiano que data del siglo XVI: se trata de desprender un jirón de piel de un brazo inmovilizado contra el rostro durante dos o tres semanas hasta que se forme el injerto.

Otto Dix, Transplantation, 1924, New
Otto Dix, Transplantation, 1924, New York, The Museum of Modern Art

También se utiliza la técnica de Dufourmentel que consiste en doblar una parte del cuero cabelludo sobre el rostro: el herido podía entonces dejarse crecer una nueva "barba" para esconder sus cicatrices.

Otras técnicas permitían además implantar grasa y cartílago para devolver algo de forma al rostro, pero los injertos de hueso daban todavía todavía mediocres.

Entre las complicaciones que se presentaban, los médicos debían enfrentar contracturas musculares permanentes de las mandíbulas que trataban de reducir mediante dolorosas técnicas de apertura mecánica.

Por último, las prótesis con finalidad médica o estética fueron también una alternativa, frecuentemente con poco éxito. Muchos heridos, habiendo visto a sus camaradas sufrir por el peso o las irritaciones provocadas, las rechazaron, del mismo modo que también fueron rechazadas muchas operaciones de reconstrucción.

¿Cómo reprochárselo a heridos que podían permanecer hospitalizados por años, confrontados a técnicas médicas todavía dudosas?

El "Studio For Portrait Mask"

En 1918, la escultora estadounidense Anna Coleman Ladd decide poner su arte al servicio de los mutilados y abre en París, con ayuda de la Cruz Roja y de su amiga Jane Poupelet, un taller de escultura de máscaras destinadas a dar nuevos rasgos a los heridos.

Para ello, realiza un molde directamente sobre el rostro herido antes de trabajarlo inspirándose de las fotografías anteriores del paciente.

Jane Poupelet en su taller,
Jane Poupelet en su taller, 1918, Anna Coleman Ladd papers, Archives of American Art, S.I.

Luego, la casa Christofle fabricaba una prótesis en cobre recubierta de una pintura que imitaba la piel, a veces con agregado de cejas y / o bigotes. Por 18 dólares, unas 2000 gueules cassées recuperaron así apariencia su humana.

"Una cosa sin nombre"

"Pertenezco para siempre a un grupo de hombres estigmatizados, con la cara arrasada y que ya no tiene nada de humana. Somos una cosa sin nombre. Un amasijo monstruoso de carne destrozada, de vendas, de pus, de fiebre, todo teñido por la sombra de los cañones" (testimonio citado por Martin Monestier en Les Gueules cassées, 2009).

La guerra estaba terminada para ellos. Pero, ¿qué hacer? ¿Cómo hablarles de reinserción a hombres tan discapacitados? Por cierto, se tomaron medidas para ayudar a los veteranos pero, con condiciones económicas ya difíciles, ¿a qué tipo de empleo podían aspirar personas con un aspecto que generaba rechazo?

Observados como animales raros, esos soldados son la mala conciencia de la sociedad en una época que sólo piensa en olvidar la guerra.

Para evitar miradas desagradables u horrorizadas, estos marginados optarán por aislarse y agruparse en la Unión de Heridos en rostro y cabeza, fundada en 1921 por veteranos (…). En 1927 se inaugura la Casa des Gueules Cassées en Moussy-le-Vieux (Seine-et-Marne).

Se recaudan fondos con tómbolas hasta que en 1933 nace la Lotería Nacional.

Quiosco de lotería de los
Quiosco de lotería de los Gueules Cassées en Marsella

Pintar lo insoportable

Francia parece preferir evitar el tema mientras que del otro lado de la frontera, los pintores George Grosz, Max Beckmann y sobre todo Otto Dix los hacen tema de sus cuadros.

Observen Los Jugadores de skat, pintado por Dix en 1920: muñones, mano y mandíbula mecánicas, caras quemadas y desfiguradas han transformado a los tres jugadores en marionetas dislocadas pero siempre deseosas de disfrutar de la vida.

Otto Dix, Los Jugadores de
Otto Dix, Los Jugadores de skat, 1920, Berlin, Neue Nationalgalerie

Profundamente traumatizado por la guerra, Otto Dix había consagrado a estos ex combatientes otras telas: fueron quemadas por los nazis que las consideraron deshonrosas para el ejército.

[Traducción: Claudia Peiró para Infobae]

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